LA SUERTE DE PILATO. Por José Manuel Colubi Falcó

Primera estación del Vía Crucis
Gebhard Fugel
1863-1939

Entre las obras de carácter novelesco y dadas a la fantasía que se leen en los Evangelios apócrifos (ed. de Aurelio de Santos, nº 148 de la B.A.C.), cuéntase la de la muerte de Pilato. El hombre que no quería responsabilidades poco consiguió lavándose las manos. Vean, si no, cuál dicen que fue su suerte.

Enterado Tiberio, gravemente enfermo, de que en Jerusalén hay un médico, Jesús, que cura sólo con la palabra, manda a Volusiano a aquella tierra para que Pilato envíe a Roma a dicho médico y éste sane al emperador. Personado el mensajero ante el gobernador, se entera por él de la muerte de Jesús, un malhechor que fue crucificado por orden suya. La suerte de Pilato está echada, pero por si poco faltara entra en escena la Verónica, que colma de elogios a Jesús y acompaña a Volusiano en su regreso, llevando consigo el lienzo con la imagen que el propio Jesús le había dado. Llegados ambos ante Tiberio, éste sana con sólo una mirada devota a la imagen y, agradecido, hace venir a Roma a Pilato, lo juzga y condena a muerte ignominiosa, pero el ex gobernador se suicida con un cuchillo. He aquí el relato de la suerte que tuvo su cadáver:

«Atáronle, pues, a una ingente mole y le arrojaron a lo profundo del Tíber. Mas sucedió que ciertos espíritus inmundos y malignos, gozándose con un cuerpo de su misma condición, se movían en las aguas y traían en los aires rayos y tempestades, truenos y granizo, hasta el punto de que todos estaban sobrecogidos de un terrible temor. Por lo cual los romanos lo sacaron del río Tíber y lo llevaron en son de burla a Viena y lo arrojaron a lo profundo del Ródano, pues Viena suena algo así como camino de la gehenna (infierno), por ser en aquel tiempo un lugar maldito. Pero también allí se presentaron los malos espíritus, haciendo las mismas cosas. No aguantando, pues, aquellos habitantes tan gran invasión de demonios, echaron lejos de sí aquel vaso maldito y encargaron que recibiera sepultura en el territorio de Lausana. Los habitantes de esta región, sintiéndose excesivamente oprimidos por las susodichas invasiones, lo echaron lejos de sí y lo arrojaron a un pozo rodeado de montañas, donde, de dar crédito a la relación de algunos, se dicen que andan bullendo todavía algunas maquinaciones diabólicas.»

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