QUINTO FABIO MÁXIMO. Por José Manuel Colubi Falcó

Quinto Fabio Máximo es, sin duda, personaje grande de la segunda guerra púnica, la de Aníbal, por haber salvado a su patria de una derrota segura que hubiese sido definitiva para Roma y también (sic) para nuestra civilización.

Elegido dictador para enfrentarse al cartaginés, que amenazaba Roma después de haber vencido a tres cónsules junto a los ríos Tesino y Trebia y al lago Trasimeno, Fabio Máximo –alias Verrucoso, por una verruga que tenía en el labio- fue apodado el Demorador por su táctica guerrera: hostigar siempre, desde las alturas, al enemigo, sin presentar jamás batalla, sin encomendarse nunca a la Fortuna. Táctica prudente la de dejar que la fuerza del cartaginés se fuera consumiendo por sí misma, con ella exasperó no sólo a Aníbal, sino también a sus conciudadanos, que no le entendían. Impopular, tachado de cobarde por todos salvo por Aníbal, quien sí comprendía la habilidad de aquél y los efectos perniciosos que causaba en su ejército, éste continuamente recurría a toda suerte de artimañas para que se decidiera a dar batalla, mas siempre en vano, pues el romano se mantenía firme en su decisión. Cuentan que cierta vez el cartaginés, hastiado, exclamó: «Si Fabio fuera tan buen general como cree ser, me presentaría batalla», a lo que éste replicó: «Si Aníbal fuera tan buen general como cree ser, sabría obligarme a presentarla». Lo acertado de su táctica lo puso en claro el tiempo, y primero a su maestre de caballería Minucio Rufo, quien, indignado por lo que creía un proceder cobarde, ardía en deseos de enfrentarse a Aníbal. Lo hizo, cayendo en una celada que le había tendido el cartaginés, y el combate hubiera sido desastroso para los romanos de no ser por la rápida intervención del dictador.

De Fabio se cuentan hermosas anécdotas: que, en un canje de prisioneros, como Aníbal retuviera doscientos cuarenta romanos y el Senado se negara a pagar el rescate, vendió sus campos y los redimió; que, viejo ya, fue legado de un hijo suyo cónsul y que montado a caballo esperaba la llegada de éste hasta que, advertido, desmontó: «Hijo, no he despreciado tu autoridad –le dijo- sino que he querido experimentar si sabías comportarte como un cónsul». Pero ninguna tanto como su respuesta a las acusaciones de cobardía: «No es, ciertamente, vergonzoso temer por la patria, mas el miedo a la opinión de la gente, a sus calumnias y censuras no es propio de un varón digno de tan alta magistratura, sino del que es esclavo de aquellos a quienes debe gobernar y tener a raya cuando piensan insensatamente».

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