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JUAN TALEGA EN CUATRO ADARMES. Por Ramón Núñez Vaces

A Jesús Vázquez Luna, que huele a humo

Ahora en diciembre habría cumplido ciento veinte años, y en julio hizo cuarenta que murió. Da igual: valga cualquier pretexto para recordarlo, para invitar al disfrute de su cante natural y sapientísimo.

            Yo, con o sin el permiso del respetable, y mal que me pese, sostengo que cualquiera no está facultado para apreciar el cante de Juan Talega (ni el de otros y otras, añado), porque, como dijo un gran sabio, «para tener gracia se han de reunir muchas circunstancias». Y lo del cante gitano, lo de estar y ser en ello, es una gracia. Una Gracia, más bien. Despreciada por muchos, adulterada por otros, desconocida por los más. Una gracia que se tiene o no se tiene, ni más ni menos. O que te atrapa un buen día para no soltarte jamás. Pero, ojo, hablo de aquel cante gitano, de ese que murió porque no tenía más remedio, que así es la muerte natural: nada había ya que lo sostuviera, que le diera nuevas células, que le hiciera rebrotar. Nada puede vivir fuera de su medio natural (el hombre metido a astronauta sí, pero ¿es eso vida?). La consunción era inevitable, por mucho que algunos quieran, de buena fe o por los euros —no pocas veces, misteriosamente, se compaginan ambas cosas— alargar de forma artificial una apariencia de vida representada por seres y cantes que no son más que maquetas sin nervio.

     

            Juan Fernández Vargas nació en Dos Hermanas. Su padre, hermano de Joaquín el de la Paula, se había trasladado a pueblo tan pródigo en aparceros (mayetos), al resultarle más favorable para el trato de caballerías, porque Agustín Fernández Franco («Agustín Talega»), que también cantaba, y bien, era un tratante ni muy chico ni muy grande, pero por lo menos lo suficientemente dotado para sacar adelante la familia sin demasiadas estrecheces. Que Juan viviera ochenta años, diez más que su primo Enrique y casi veinte que su otro Manolito María, puede que se debiera, entre otros factores, a que sus años de niñez y adolescencia lo fueron, por lo menos, de mejor alimentación, e incluso mejor aireados. 

            El padre de Juan era tan aficionado al cante como su hermano Joaquín. Pero si éste era la «anarquía vital» —en cuanto tenía dos perras gordas ya estaba en Triana—, Agustín tenía casa donde recibir a otros cantaores gitanos de renombre, amigos suyos, de manera que Juan aprendió «lo que no había en los escritos», y nunca mejor dicho. Fue así que Juanito supo de Tomás el Nitri, de los Cagancho, de la Andonda, del Fillo, de la Serneta, de Paco la Luz… Con su tío Joaquín y Manuel Torre la relación fue, como diríamos ahora, en vivo y en directo, ¡qué maravilla, qué sueño! Vamos, que tuvo un aprendizaje igualito que el que ahora se quiere dar en los colegios a unos niños super alimentados y  ansiosos por llegar a casa y encender el ordenador, sin absolutamente nada que ver, no ya con la sociedad en que surgió el flamenco, sino incluso a años luz de la que le contempló durante algo más de cien años. O que el que pretenden impartir algunos «talleres» de flamenco para adultos (el término entrecomillado espanta, por muy léxicamente correcto que sea), a treinta y seis euros la hora.

            Juan siguió con el oficio de su padre, ocupación que fue yendo a menos a medida que pasaban los años. Camiones, furgonetas y tractores fueron sustituyendo a las bestias de carne y hueso y cuatro patas. Ya por entonces a Juan lo buscaban para cantar en reuniones y fiestas, reclamado por señores —señoritos y no— verdaderamente aficionados al cante bueno de los gitanos. Esta dedicación, durante los años cuarenta y primeros cincuenta, hizo, por un lado, que Juan, siempre admirado (mas no siempre igualmente recompensado), pudiera llevar a su hogar un dinerillo bastante necesario; por otro, que su prestigio cantaor fuera creciendo, hasta llegar a ser considerado como el heredero, o el transmisor, de los grandes cantaores gitanos de la «media antigüedad»; sobre todo, que no únicamente, por soleá, seguiriyas y tonás. 

            Pero ni se arrimaría uno a ser justo si a Juan Fernández Vargas se le calificara, e instituyera, simplemente como gran heredero y excelente transmisor. Porque si el medianillo, el imitador, el falto de sello propio, puede permanecer a caballo de la historia por unos cuantos años —y ni uno más—, los cantaores que cuando cantan sienten la sangre en la boca perdurarán para siempre en la memoria y el paladar de los aficionados (distingamos siempre entre aficionados y público).

            Porque Juan Talega aportó al cante gitano, como muy pocos otros, ese «algo» que eleva a los intérpretes a un lugar destacado, a distancia del común. Valgan unos pocos ejemplos. ¿Quién podrá cantar las bulerías de Manolito María, aquellas que empiezan: «Coje una silletita, por Dios primita, siéntate enfrente…»? (letra ésta tomada de unas sevillanas antiquísimas). ¿Quién tendrá en la voz y en el sentío el poderoso quebrao de Manuel Torre? ¿Quién como él, «el acabareuniones», la facultad asombrosa de hacer que algunos esperaran decenas de horas con tal de «cogerle bueno», es decir, enloquecedor? ¿Quién como Fernanda Jiménez Peña aquello de «en la ventanita, dejaba yo las llaves…»? ¿Y lo que le salía por soleá y por seguiriya a Juanito Mojama? Ya sabemos la respuesta, ¿verdad? Pues pasa igual con Juan Talega: él era de esos pocos que para cantar no tenían más que abrir la boca, ¡y encima siempre cantaba bien!, y muchas veces mucho mejor que muy bien. Y ni a Juan ni a esos otros hay que darles mérito alguno: cantaban así, como el agua brota del manantial. ¿Quién como él podría decir aquello de «Oleaítas del mar, que fuerte venéis…»?.

            El cante de Juan estaba ensamblado en mimbres tan  fuertes y flexibles como los de los cantaores más arriba mencionados, lo que pasa es que los grandes hacen con lo recibido de otros su sello propio, así, sin más, sin ni siquiera saberlo, dotados de cabo a rabo de su personalidad. Todo el mundo tiene personalidad, ¡pues claro que sí!, pero no todo el mundo la tiene a un nivel tan alto, encumbrado y olímpico.

***

 

 

Las majaderías que se han escrito sobre el flamenco y sus personajes no cabrían en los cajones de dos o tres cómodas de las antiguas. Una de ellas la he leído recientemente: ¡que Juan Talega no aprendió a cantar con guitarra sino ya maduro, casi viejo! Aun siendo un gran disparate merece la pena refutarlo, porque será hacerlo sobre una visión del flamenco (y me estoy circunscribiendo al gitano) que es casi la imperante, incluso entre algunos que pasan por eruditos. Visión de corto alcance, antievolutiva, de piñón fijo, de llave 10/11. Es decir, de menos vuelo que una gallina clueca.

            Está clarísimo que el cante gitano existía mucho antes de que la bajañí entrara en escena, en esa escena. La guitarra se fue incorporando al cante y al baile por medio de elementos no gitanos a medida que los calés asentados en pueblos y ciudades fueron abriéndose al resto de la población, y viceversa: lugares comunes en que se vivía, relaciones laborales y comerciales, etcétera. Como no podía por menos que ocurrir, unos y otros se influyeron, y así fue desarrollándose una correspondencia que durante poco más de ciento cincuenta años produjo, entre otras cosas, esa especie de regla de aligación, magnífica y profunda, entre cante e instrumento.

            Pero conste que al cante nunca le ha sido imprescindible el acompañamiento de la guitarra, como se puede demostrar en cualquier momento. Fueron los tocaores los que se adaptaron, en un ejercicio más que admirable, al cante; los que, inspirados en el sentir sonoro del cantaor, lograron tan inmensamente bella aportación al arte flamenco, abriendo un gran diorama del que hemos podido disfrutar durante tantos años.

            Un amigo mío añadiría que lo bueno y lo malo siempre conviven en todo tiempo y en toda forma viviente, y que por consiguiente la aportación de los guitarristas también ha servido para acelerar la deformación que, seguramente inevitable, se ha ido produciendo hasta nuestros días. Y que ha habido y hay guitarristas, famosos y no, pa matarlos. Por mi parte, y en cuanto a la trabazón cante-toque de la que han podido disfrutar aficionados y público, he de reconocer, a pesar de tener que coincidir con mi amigo, que actualmente y desde hace ya bastantes años, gran mérito tiene el cantaor que logra cantar a compás cuando es acompañado por un guitarrista que se esfuerza (¡es que se esfuerzan!) en no tener ni ritmo, ni compás ni nada de nada. Y cuando el cantaor es de la misma cuerda que el tocaor, ¡apaga y vámonos! Como diría mi amigo: transmiten menos que un cable desenchufao.

            En fin, esa atrocidad, la de afirmar que Juan no supo cantar con guitarra hasta bien entrado en años, es, por supuesto, totalmente absurda, pero es que no se tiene en pie en cuanto le escuchamos: tanto la guitarra más torpe y mostrenca como la más enjundiosa enloquecían de placer acompañando a Juan, guiándose por él, llevando a sus cuerdas el compás, la sencilla frondosidad, la cadencia y la Harmonía de su cante. Pero bueno, algunos han pisao la flor de la tontería, qué le vamos a hacer.

***     

Lo que no llegó a hacer hasta avanzada edad fue impresionar su voz. La admiración y el interés que Antonio Mairena tenía por sus cantes «transmisibles» hizo que pudieran llegar al conocimiento de los aficionados, aunque en número escaso de grabaciones; sometidas éstas, además, a las condiciones nada favorables de los estudios, tan extrañas para nuestro personaje. Sin embargo, el cante de Juan nos estremece por igual: ¡el manantial siempre fluía, puro en cualquier circunstancia! También quedó Juan registrado en aquella memorable colección de la casa Ariola que en tantas personas de mi edad hizo surgir el enamoramiento por ese arte. La participación de Juan en los festivales que entonces cobraban vida afirmó el aprecio de cuantos descubrían la figura venerable de aquel portador de la verdad flamenca.

            La relación que desde mucho antes había tenido Juan con Diego del Gastor se hizo prácticamente cotidiana en los años sesenta, cuando el antiguo tratante se convirtió en uno de los más asiduos de las fiestas, o reuniones, o juergas, que se celebraban en Morón de la Frontera, tanto en la finca del norteamericano Pohren como en Casa Pepe y otros lugares cuyas paredes, aún hoy, parecen querer transmitirnos algo de lo que presenciaron. Las grabaciones realizadas en aquellos recintos, domésticas pero de gran calidad, dan fe del capítulo más glorioso del cante gitano antes de su definitivo ocaso.

***

Ahora voy a referirme al orgullo, al amor propio que algunas veces cualquier persona ha tenido que dejar de lado porque las circunstancias obligan. Estando Juan al borde de la despedida, llegó a verlo un señorito, conocedor del trance que en poco tiempo Juan estaba llamado a cumplir. Cuando el moribundo oyó el nombre del visitante se negó rotundamente a recibirle: que no entrara, que se fuera, que no, que ni pensarlo, que de ninguna manera.

            El motivo de tan drástico rechazo se remontaba a años atrás, cuando Juan, siendo un hombre más que maduro, fue lanzado a una alberca por tres o cuatro borrachos, después de una fiesta en la que había estado cantando, como dice la letra, «por lo que me quieran dar». Uno de los «bromistas» fue el señorito que ahora quería ser recibido, puede que sintiendo un sincero arrepentimiento. Yo no lo sé. Lo que sí sabemos es que tuvo que irse sin verlo.

            La persona a la que oí el relato del suceso decía comprender la actitud de Juan, pero sólo «hasta cierto punto», pues le parecía dura en exceso, demasiado tajante, incluso desagradecida. Mas yo digo, ¿es que ni a la hora de la muerte puede uno plantarse y mandar al diablo servidumbres enojosas?.

COLOQUIOS (106). Gabi Mendoza Ugalde

– He leido que el PP al final ha aprobado subir el IRPF con el sólo apoyo de CIU

– Sí, eso le pasa por los problemas de la mayoría absoluta; si no, hace tiempo que hubiera aprobado lo que tenía que hacer.

– …

COLOQUIOS (105). Gabi Mendoza Ugalde

– ¿Qué hora es?

– Las doce y un minuto; las once menos un minuto en las Islas Canarias.

– …

COLOQUIOS (104). Gabi Mendoza Ugalde

– El mar es todo. No puedes venirme con que todo es nada.

– Sí. Pero no te preocupes por nada.

– …

«33». Poema de Sandra Dugan (Gibraltar 1942-Madrid 2001). Moscú 1994-1997

Revisando el diario de Sandra Dugan, para extraer otro fragmento que pudiéramos publicar en esta revista[ESCAPARATE], encontramos una fotografía junto a una hoja suelta con el poema. Justo en las páginas donde están guardados aparece el relato de su estancia en Moscú. Sabemos que permaneció allí por tres años, desde 1994 a 1997, trabajando en la biblioteca del departamento de español de la universidad de Lomonósov.

«En el mes de agosto se empezaron a vender los libros de la biblioteca. Las autoridades universitarias habían anunciado que no tenían fondos y pretendían hacer dinero poniendo en  venta los libros con los que los distintos departamentos habían ido formando sus bibliotecas.

»Recibí una llamada telefónica para que fuera seleccionando aquellos que podían incluirse en lotes y sacarse a subasta. También los que pudieran venderse a los interesados que se acercaran por allí. Esa tarde salí de la universidad disgustada. Al pie de la escalinata una vieja me ofreció una matrioska, que por unos rublos compré. Me pareció hermoso el color azul que la decoraba y los trazos blancos que la dibujaban. Cuando la abrí vi que sólo tenía tres piezas, faltando el resto. Presentí que esas tres piezas eran los tres años que yo ya había pasado en Moscú.

»La avenida tan rectilínea que siempre me conduce a mi casa hoy se hunde bajo mis pies. Siento que Moscú se acaba para mí.»

Este apunte está escrito detrás del poema no datado. Intuimos que al estar junto a la foto podemos pensar que fue escrito en ese verano último de Sandra Dugan en Moscú. Algún lector avezado en poesía podría pensar que no parece el texto propio de una escritora de cincuenta y cinco años, pero ha de indicarse que la obra poética de nuestra autora, además de breve, casi toda ella consistió en poesía experimental, más propia de la vanguardia de la primera mitad del siglo pasado cuando los jóvenes poetas europeos ocupaban su tiempo tratando de encontrar nuevas formas para la expresión de la literatura, en contraposición con los postulados métricos y estéticos de la tradición clásica. Sandra Dugan siguió la tradición vanguardista.

Olga Duarte y
Lauro Gandul

1

VAN a entrar en sus avenidas

Muchos vehículos como desde hace muchos años

Muchos vehículos van a entrar en una ciudad

Cualquiera

Muchos vehículos han salido


Es de noche mas la autovía está bajo las luces

De sus focos alumbrada

Veloces pasan miles de vehículos

Por cada carril miles

Es de noche

Regresan cansados los conductores

A algunos los acompañan pasajeros

Quisieran dormir

Están fatigados del día

Pero aceleran pisando el pedal correspondiente

Aceleran fascinados como ciegos

Proyectados hacia la gran curva

Que se los traga a todos

En la ciudad cualquiera se distribuyen


Van a dormir

Rápido rápido rápido

Van a parar

Van ciegamente rápido rápido

La curva se los traga a todos

En la ciudad arde oscura la llama del viejo carbón.


2

FUEGO que quema

Sol

Fuego de carbón

Arde el carbón

Llama

Quema la hoja del sol

La hoja del uno

Rápido rápido rápido

Arde la hoja del sol

Arde la hoja del uno


Aceleradamente arden

Rápido rápido rápido

La curva se traga sin atragantarse

Como una enorme tráquea capaz

Los vehículos

Rápido rápido rápido


El viejo carbón vegetal como donde se cruzan las avenidas

Húmedos los transeúntes

El asfalto

Los vehículos ardientes

Rápido rápido rápido


Arde la hoja de las estrellas

Arde la hoja del ojo

Arde la hoja de la llave

Rápido rápido rápido


Arde la hoja de la ventana

Arde la hoja del árbol

Arde la hoja de la mano

Arde la hoja del ave

Arde la hoja del muñeco

Arde la A

Arde la hoja del coche

Arde la hoja de la mujer desnuda


Arde la hoja de la boca

Arde la hoja de la espiral

Arde la hoja del corazón

Arde la hoja del libro abierto


Arden arden arden

La hoja de la hoja

La hoja del cálculo imposible

La hoja del limón

La hoja de la botella y el vaso

Rápido rápido rápido


Arde la hoja de un dios

Arde la hoja de un garabato

Arden las avenidas húmedas


Arde el pie su hoja

Arde la música su hoja

Arde la rueda su hoja

El teléfono


Arden el león

El mar

La margarita

El 33

El 33

El 33

El 33

Rápido rápido rápido

Tan rápido como lento el pálpito de la ceniza del infinito


Noche espectralmente eléctrica

Rápido rápido rápido

Otra vez el 33

Otra vez el 33

Otra vez el 33


Arde la luz de los semáforos

De los rótulos

De los focos que alumbran desde…

***

A PROPÓSITO DE SANDRA DUGAN (1942-2001). Por Lauro Gandul Verdún y Olga Duarte Piña

COLOQUIOS (103). Gabi Mendoza Ugalde

 

– Prefiero las pequeñas localidades, porque sus bares son grandes.

– Pues yo prefiero los pequeños locales de las grandes ciudades.

– Va a ser difícil que coincidamos en una taberna.

– …

13 DE MAYO DE 1969. Rafael Rodríguez González

Quedaban pocos minutos para que el timbre del colegio nos mandase a todos no a paseo sino a nuestros respectivos domicilios: a almorzar y, dos horas después, vuelta a clase. Todavía sentados en los pupitres oímos el picado del avión y enseguida la explosión. Recuerdo perfectamente que hasta don Julio, nuestro venerable profesor de Ciencias Naturales, dio un brinco, algo quizá impensable en persona de tanta edad y templanza. El timbre libró a aquel hombre tan pedagógico de tener que explicarnos qué era lo que probablemente había sucedido. «No os atropelléis corriendo», fue la recomendación que hizo a la estampida.

Ya fuera de las aulas y del propio colegio, ya puestos los pies en la calle Mairena (rotulada General Franco), fuimos muchos los que corrimos hacia los Grupos Viejos, lugar en el que decía la gente que había caído el avión. Nuestras jóvenes piernas, apenas adolescentes (casi todos tenían trece años, catorce los repetidores, entre los que me encontraba), recorrieron la distancia en menos que tarda una tormenta en desatarse.

Pero nada más llegar al lugar del terrible hecho y percibir el pestilente olor, el chillante llanto de las mujeres, los lamentos aquí y allá, los comentarios hirvientes, nuestra velocidad se tornó en desasosiego, en profundo malestar, en sobrecogido desconcierto. Y cuando vimos al que todo el mundo conocía como «el Pipón» —no estoy seguro de si entonces era el enterrador— tirar con todas sus fuerzas del paracaídas en el que lo que quedaba del cuerpo del piloto se hallaba enganchado, a la vez que veíamos pequeños trozos de carne esparcidos por el lugar, a todos, creo que a todos, se nos quitaron las ganas de continuar en aquella escena. Yo no almorcé aquel día. De la cena… no me acuerdo. Soñar sí, soñé con aquello durante varias noches. Por otro lado, que aquel día fuese martes y 13 nunca me ha inducido a la superstición.

José Miguel Antequera Roldán, que así se llamaba el teniente de las Fuerzas Aéreas españolas con destino en la base de Morón, había estado paseando aquella mañana por los cielos de Alcalá (por los bajos cielos, habría que precisar), para orgullo propio y supongo que disfrute de su novia, que observaba las piruetas del reactor desde la azotea de los pisos de San Francisco. Nunca se sabrá si aquel hombre de 27 años era consciente en esos momentos del peligro que él mismo corría y hacía correr a cuantas personas trabajaban, estudiaban o circulaban por el pueblo. Pero de que se comportó como si lo ignorara no hay ninguna duda.

Las circunstancias —eso que algunos llaman suerte, buena o mala— determinaron que el daño no fuese mucho más cuantioso y extendido. Cualquier alcalareño de por lo menos mi edad puede recordar algunas de esas circunstancias: la hora, que no cayera el avión en el colegio…

Sin embargo, y aunque «el accidente» se saldó «sólo» con cinco o seis heridos, uno de ellos, el de mayor gravedad, cuya vida fue salvada in extremis, arrastró —sí, arrastró— durante toda su existencia las imponentes y penosas secuelas de aquel paseo aeronáutico trocado en tragedia.

Manuel Carreño Martínez tenía entonces 18 años. Algunos (iba a decir muchos) de los lectores lo recordarán. Falleció hace unos años, después de llevar una vida repleta de desgracias, de abandono, de maltrato, de desesperanza total, de sufrir el desprecio, de intentar alivios engañosos, de soportar males que en algunos oídos pueden sonar a broma. Aún me parece ver, a la vuelta de una esquina o al entrar en algunos de los bares donde recalaba, solo o muy mal acompañado, su desfigurado rostro, su figura maltrecha. Desde aquel 13 de Mayo nunca, ¡jamás!,  pudo verse una sonrisa en la cara del Quemáo, como siempre se le conoció. No puedo recordar ahora si Frasquito, su padre, un hombre pobre, tan apocado como su débil corazón, murió antes o después de aquella fecha. ¡Ojalá que fuese antes!, me gustaría decir si sirviera para algo.

No sé si a alguien le parecerá excesivo, o improcedente, referirse a tan aciaga historia en estos días de celebraciones. Yo creo que debemos acordarnos de quienes, sobre todo por culpas ajenas, nunca han tenido ni un minuto de fiesta. Y de los comportamientos que hacen que tantas veces ocurra algo parecido.

URDIMBRES. Rafael Rodríguez González

—¡Oiga, que el cliente siempre tiene la razón!

—Pues yo no he conocido a ninguno que la haya tenido, en cincuenta años que llevo dentro de un mostrador.

—Pues le vuelvo a repetir que el cliente siempre tiene la razón, ¡siempre! ¡Vamos que si es así!

—A ver si eso lo ha aprendido usted de su mujer cuando le habla de sus clientes. De los de ella, digo.

***

¿Envidia sana? Para envidia sana la que siente uno de sí mismo después de haber alcanzado lo que enseguida se quiere volver a alcanzar.

***

—¡Jiménez! ¡Despierte, caramba! Vamos a ver… explíquenos el principio de Arquímedes.

—Pues… Arquímedes… Arquímedes… nació en Grecia, sí, en Grecia, y allí… pues… pues… fue aprendiendo a ser científico… y descubridor, sí, descubridor, y después llegó a ser famoso.

—¡Jiménez, por Dios! Le he preguntado por el célebre principio de Arquímedes, el de que un cuerpo sumergido… A ver, continúe, continúe.

—Pues que… si un cuerpo sumergido no sabe nadar se ahoga, don Eutimio.

—¡Jiménez! ¡Salga usted inmediatamente de la clase!

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Muchos querríamos ser islandeses, antes que reses.

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Cuando algunos dicen alcauciles quieren decir alcachofas, y cuando alguno dice alcachofa quiere decir ducha. ¡Lo que va del plural al singular!

***

La máxima Maravilla del Mundo es que unos miles de personas determinen cómo, de qué y dónde tienen que vivir o malvivir los miles de millones que son el resto. Es la única maravilla del mundo que hay que derruir, destrozar, acabar con ella para siempre.

***

La felicidad consiste en ayudar al débil, en lograr que te oigan cuando denuncias al malvado, en tener la conciencia tranquila pero insatisfecha, en contribuir a hacer algo edificante, en dar y recibir quereles… ¡Ay, si yo, además de pensarlo y decirlo, lo hiciera!

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El sexo opuesto, dicen. ¿Cómo es eso, si de la coyunda de ambos ha ido naciendo tanta gente y además se buscan y se siguen buscando, sin descanso, posesos del afán de poseer el supuesto opuesto? Pues lo peor es que ya hay gente que dice «el género opuesto». Pero con algunos no podrán: los idiotas son nuestros opuestos, sean del género y el sexo que sean.

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Si Julio César hubiera sido sevillano —en realidad lo fue un tiempo— lo que le habría dicho a Bruto en aquel trance tan sangriento hubiese sido esto: «¿Tú también, mi arma?». Y el apuñalador habría respondido más o menos así: «¿Po no lo , hijo puta?».

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—¡Qué bien estás! ¡No pasan los años por ti! ¡Si estás más joven!

—Pues si vieras el retrato que tengo en casa…

—¿Qué?

—No, , eso, que lo que tengo es fachá.

***

Los movimientos literarios se reducen a los de los dedos: sea con pluma, con bolígrafo, con la máquina clásica o al teclado del ordenador. Lo otro son sentires, manías, estrategias, coincidencias raras o no, convergencias interesadas, fábulas bonitas…,  y más cosas, por supuesto.

***

—¿Le parece a usted bonito pegarle a un perro?

—¿Y a usted que se mee en mi puerta?

—Pero es que es un animal inconsciente.

—Entonces usted es un perro. ¡Tome, tome, y aquí no se le ocurra mearse!

***

Casi siempre, lo más cercano a la realidad es lo peor. Y todo puede empeorarse.

***

Un tonto con un cargo es de lo peor que hay en el mundo. Y si encima es ladrón… ¡Oiga, oiga! ¿En quién está pensando?

***

—¿Usted cree que me recibirá el alcalde?

—Claro, hombre. Bueno, según. Vamos a ver ¿usted qué quiere?

—Yo es que tengo un problema, es que necesito…

—¡Pero vamos a ver!, ¿usted quién es?

***

La escena que le faltó a Buster Keaton, aquel atleta con planta de esmirriado, fue la de estar con Harold Lloyd en el reloj, uno en cada manilla. Yo sé que a los dos se les ocurrió, pero hubo problemas de horario.

***

Uno encuentra decenas de pelmazos a lo largo de la vida; lo malo es cuando encuentras una decena a lo largo de una calle.

***

Es más fácil que un banquero entre por el ojo de una aguja que en el televisor salga un camello diciendo por qué las cosas son como son y no como debieran ser. Y si sale es porque todavía no ha sonado el despertador.

***

―¿Es usted el encargado?

―¿De qué?

―¿De qué va a ser?, de esto.

―¿Cómo de esto?

―Eso, de todo esto.

―¿Y usted para qué quiere saberlo?

―Para saber a quién le tengo que agradecer que no haya denunciado a mi hija por robar aquí.

―Pero… su hija quién es, ¿la de la trenza que viene algunas veces con usted?

―Esa.

―Pues aquí no ha robado nada.

―Ea, a ver cómo doy yo con el supermercado que ha sido.

―….

―¿No puede usted encontrarlo por intenné?

―Señora… me voy, que me están llamando.

―¡Ay, Dios mío de mi alma! Y esta niña, que me va a matá.

***

Cuando el horario de apertura comercial sea ilimitado podremos estar pensando a todas horas en qué podríamos comprar.

***

Lo mejor de estar siempre solo es que casi nunca lo notas. Y cuando lo notas te haces el longui (o lo notas pero no lo denotas).

***

—Cualquiera que nos vea nos va a tomar por locos.

—Pues yo que me alegraré.

—¿Por qué?

—Porque estamos locos, yo por ti y tú por mí. Ven p’acá

LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González

Málaga, 1933

¿Quién fue más sevillano?,

¿quién más triste de serlo?

Max Aub

En este de 2012 serán 110 años los que Luis Cernuda Bidón lleva con nosotros. Son dos los propósitos que me animan en tan temprana fecha (nació el 21 de Septiembre) a señalar el hecho. Uno es que sea «CARMINA», si ella quiere, el primer ente mundial en anunciar el festejo. El otro, pedir a otros, a esos otros que pueden hacerlo bien, adecuadamente, con sapiencia, que en el transcurso del año recuerden, aquí o donde les plazca, a ese sevillano errante. Que aporten sus presentes en tan señalada fecha.

Fue en 1963 cuando el cuerpo de Cernuda comenzó a hacerse polvo. Pero como sucede con el polvo de estrellas (¿o es la lluvia?), el de los grandes poetas no deja de caer sobre nosotros, eterna y levemente. Que lo queramos ver es otra cosa.

Dos de sus poemas arman este pobre homenaje en el CX aniversario del que tenía, quiero decir tiene, perfil de ocnos y aire de quimera. (Homenaje pobre, pero, recuerdo, puede que el primero en todo el orbe; pobre pero difícil, porque elegir dos poemas… al fin se echa mano del azar. Y se siente un repeluco).

COMO LEVE SONIDO

(Los placeres prohibidos)

Como leve sonido,

Hoja que roza un vidrio,

Agua que acaricia unas guijas,

Lluvia que besa una frente juvenil;

Como rápida caricia,

Pie desnudo sobre el camino,

Dedos que ensayan el primer amor,

Sábanas tibias sobre el cuerpo solitario;

Como fugaz deseo,

Seda brillante en la luz,

Esbelto adolescente entrevisto,

Lágrimas por ser más que un hombre;

Como esta vida que no es mía

Y sin embargo es la mía;

Como este afán sin nombre

Que no me pertenece y sin embargo soy yo;

Como todo aquello que de cerca o de lejos

Me roza, me besa, me hiere,

Tu presencia está conmigo fuera y dentro,

Es mi vida misma y no es mi vida,

Así como una hoja y otra hoja

Son la apariencia del viento que las lleva.

Con Gerardo Carmona
Málaga
1933

«Cuando alguna vez que otra le dije, siendo yo un adolescente presuntuoso, que no estaba de acuerdo con que comenzara todos y cada uno de sus versos con mayúscula, porque confundía a casi todos los lectores, o al menos les dificultaba la lectura, especialmente a los menos ejercitados, él me decía, sonriendo con rara benevolencia y golpeándome el hombro: “Ay, Jaime, mira que eres delicado, pero cateto lo eres más, ¡qué cateto eres!”, y entonces rompía a reír en breve carcajada. Era caprichoso, pero de forma natural, ¡si él era un capricho de la Naturaleza!».

Jaime Tarafa Lor

Memorias de un cateto

páginas 32-36

Editorial Oriente

Buenos Aires

1965

LO NUESTRO

(Variaciones sobre tema mexicano)

«Apenas pasada la frontera, en el primer pueblo desastrado y polvoriento, donde viste aquellos niños pidiendo limosna, aquellas mozas con trajes y velos negros, comenzaron a despertar en ti, penosos, los recuerdos. Recuerdos de tu tierra, también pobre y también grave. Y te sentiste tentado de volver a cruzar, sin más, el otro lado de la frontera.

El primer contacto con aquel ambiente, que es tu ambiente, fue difícil después de tantos años. Sólo veías ya su desolación y su miseria, contra las cuales querías protegerte negando cuantas posibilidades, a pesar de todo, pudieran surgir tras ellas. Mas sobrepasado el primer movimiento de rencor atávico, comenzaste a entrever, a recobrar algo bien distinto.

Aquella tierra estaba viva. Y entonces comprendiste todo el valor de esa palabra y su entero significado, porque casi te habías olvidado de que estabas vivo. Acaso el precio de estar vivo sea esa pobreza y duelo que veías en torno; acaso la vida exija, para estar viva, ese abono ruin de miseria y tristeza, entre las cuales ella, como una flor, crece acrisolada. ¿Sofismas? Nada quedaba allá de la trivialidad y el vacío de la vida en las tierras de donde venías.

¿Riqueza a costa del espíritu? ¿Espíritu a costa de la miseria? Ambos, espíritu y riqueza, parece imposible reunirlos. Mas no eres tú, ni acaso nadie, quien ahí pueda decidir. Piensa sólo, si lo que te importa es el espíritu, adónde debes inclinar tu simpatía. Aunque sin tu decisión racional, ya aquélla, sin vacilar un momento, se te va instintivamente a un lado. Oh gente mía, mía con toda su pobreza y su desolación, tan viva, tan entrañablemente viva.»

Con Gerardo y Darío Carmona
Málaga
1933
***
CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS». Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)