– Escotado el vestido, la carne de su busto descubrimos cuando se nos sentó la hija de un amigo junto a Lagoa Henriques, que se quedó prendado de la joven a quien habló sobre la moral física. ¿Te acuerdas?
– Sí. Primero la muchacha se ruborizó. Luego pasó de la complacencia a la duda: no sabía si el maestro la elogiaba o la advertía de funestos peligros.
– Creo que era una advertencia para ella, y para todos nosotros. ¿No te parece?
– Estoy contigo. Ese día, allí, nos estaba dando una lección. Además, no olvido la blancura y la frescura de aquellas carnes.
– Yo tampoco.