El 20-N por la noche sabremos, entre otras, las siguientes cosas: 1) Cuántos escaños habrá obtenido cada una de las bandas que sirven a los bancos y demás entidades delictivas; 2) Cuántos inocentes -y no- habrán apoyado a esas cáfilas; 3) Cuántas personas lo habrán hecho por otras opciones, a sabiendas de resultar minoritarias; 4) Cuántas de las incluidas en el censo no habrán votado.
Las personas que estén conformes con lo que padecemos y sus causas, o que les dé igual lo que hagan con su voto, votarán por el PSOE o por el PP. Los que lo hagan por este último se sugestionarán queriendo creer que votan por el cambio (¡sí, de uno por el otro!). Los que voten al PSOE lo harán por las fantochadas electorales de Rubalcabarín de los bosques. ¡Allá ellos!, dirán algunos. ¡No!, allá nosotros, porque cuanto más votos consigan las dos caras del mismo euro peor nos irá a todos, o a casi todos.
Hay más candidaturas, claro que sí. Y habría más si el Congreso de los Diputados no hubiese modificado hace poco la Ley Electoral para impedir la concurrencia a las elecciones de partidos o coaliciones que actualmente no estén presentes en el Parlamento (pero a los ultranacionalistas vascos y de donde sean no les afecta la reforma). Entre los que sí pueden presentarse y se presentan está IU, esa deformidad especializada en deformarse continuamente y en emplearse en disputas por la sobrevivencia en los cargos, en vez de por aclararse si quiere ser una organización rompedora o un pobre mecanismo sacaconcejales y poco más. (Digo rompedora en vez de revolucionaria, no sea que se asusten, digo los de IU; y si se asustan, lo mismo puede ser porque no conozcan el significado del término como porque sí). IU podría ser el protagonista de ese anuncio televisivo que habla de desaprender; es lo que ha hecho desde hace un montón de décadas. Sin embargo, las recientes movilizaciones han servido de revulsivo, hasta cierto punto, en tan autodiezmada deformación. Es decir, que puede que aprendan algo de lo que pasa en la calle y que los diputados que logren sirvan al menos de altavoz (si quieren y saben, que si no tampoco). Si usted es de esas personas que de ninguna forma optará por no votar acuérdese de la opción que he mencionado. Al menos protestará usted en el buen sentido, e incluso (hagamos un alarde de optimismo), puede que sirva para algo más.
Sin embargo, la opción más útil es la abstención. Mejor dicho, el no votar, que no es lo mismo. Si -como han hecho cientos de miles el 15-O en las calles- millones de personas manifestarán así su profundo rechazo al actual estado de cosas, en el sentido de repudiar todo lo que lo causa, se lograría que el Gobierno que hubiera de formarse lo fuese con la aquiescencia resignada de una mínima parte de la población, con lo que no podrían, ninguna de las dos facciones en liza, alardear de representar a la mayoría, cosa que, por supuesto, nunca han hecho, ni siquiera juntas. La cuestión: hacerles el vacío. La cosa se pondría más seria, y la posibilidad de forzar un proceso constituyente alcanzaría la categoría de probabilidad.
Se habría ganado así un round muy importante.