UN ABRAZO IMPORTANTE. Antonio Medina de Haro (1936-1997)

Foto: Miguel Ángel Olivero

No es un espectáculo muy usado el ver cómo un hombre llama a otro, por su nombre, y atravesando la calle a todo correr se funden en un abrazo sincero, con los ojos llenos de gozo y una risa llena de satisfacción. Esto, hoy día, es raro y elogiable.

             No es común que la cordialidad auténtica y no ecodemasociopolitizada (me lo he inventado) se utilice a diario.

             Estamos tan persuadidos de que la imagen está antes que la verdad, por eso, no nos abrazamos con sinceridad y alegría de forma frecuente.

             No es habitual que los encuentros entre nosotros sean motivos de explosión de sentimientos. A lo sumo los dejamos para ofrecer un paisaje de concordia, pagado por unas fechas como pueden ser las navidades…

             No es normal que nuestras lágrimas broten de manera sencilla y repetida –aunque sea a intervalos- ante el dolor y la soledad de los incivilizados y diferentes a nosotros.

             Es más, dada la presencia de nuestra egolatría, de nuestra agresividad, de nuestra hipocresía (metámosnos todos y sálvese quien pueda), de nuestra insolidaridad, cada vez es más imposible concebir la convivencia y el entendimiento, por mucho que la prediquemos de boquilla. Estamos demasiado orgullosos de la sociedad que estamos construyendo y, por tanto, ciegos.

            Es absolutamente innegable que es tal la sordera que padecemos que somos maestros en hacer paradigmática la sentencia evangélica aquella que decía: «Vemos la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el nuestro.»

            Yo tengo una solución para todos estos males: practicar la virtud y no olvidar. Recordar es evocar sentimentalmente y resulta hasta literario: Pero no caer.

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