En la epístola número 47 que dirige a Lucilio, Séneca felicita a su amigo porque vive familiarmente con sus siervos, hecho acorde con su prudencia y conocimientos. El filósofo recurre a un diálogo ficticio: «Son siervos», dice y repite un anónimo interlocutor, y él responde: «Sí, y también hombres, y camaradas de habitáculo, y amigos humildes, y compañeros de esclavitud (conservi, «consiervos») si consideras que a Fortuna le está permitido lo mismo respecto de unos y otros, de siervos y libres». Y se ríe del necio que considera torpe cenar con su siervo. «Tantos enemigos tenemos cuantos siervos», dice el refrán, pero el cordobés insiste: «No los tenemos como enemigos, sino que los hacemos». Y así sucede que hablan mal del dueño esos a quienes no es lícito hablar delante del amo, mientras que «aquellos cuya boca no era cosida, que hablaban no sólo en presencia del dueño sino con los mismos dueños, estaban dispuestos a ofrecer su cuello por el amo y desviar hacia su cabeza el peligro que le amenazaba; hablaban en los convites, pero en el tormento callaban.»
Y Séneca prosigue: «Tú quieres pensar que ese a quien llamas siervo tuyo ha nacido de las mismas simientes (que tú), disfruta del mismo cielo, respira igual, vive igual, ¡y muere igual! Tanto puedes verlo tú a él ingenuo (libre) como él a ti siervo… Ésta es la esencia de mi precepto: vive con el inferior tal como quieras que el superior viva contigo. Siempre que te venga a la mente cuánto te es lícito respecto del siervo (tuyo), venga también a ella que lo mismo le está permitido a tu dueño respecto de ti. “Mas yo –dices- no tengo ningún amo”. Buena es tu edad: quizá lo tendrás. Vive clementemente con el siervo, amablemente también, admítelo también a tu conversación, y a tu consejo, y a tu intimidad… “¿Qué, pues? ¿Llevaré a mi mesa a todos los siervos?” No más que a todos los libres. Yerras si crees que yo rechazaré a algunos so pretexto de que su trabajo es más sórdido, por ejemplo, al mulatero, al boyero. No los valoraré por sus servicios, sino por sus valores morales: cada uno se da su moral, los servicios los asigna el azar…No hay razón para que busques un amigo sólo en el foro o en la curia; si te fijas diligentemente, lo hallarás también en casa… “Es un siervo.” Pero quizás libre de espíritu. Muestra quién no lo es: uno lo es de la lujuria, otro de la avaricia, otro de la ambición, todos de la esperanza, todos del temor…»