Como siempre me ocurre cuando las cosas se mueven al unísono, yo ante los fenómenos de amor universal, deseos de paz y bondades sin límite, me pregunto con miedo: ¿qué hay de auténtico en todas estas manifestaciones?
Para no ser destructivo puedo empezar por fiarme de todos los sentimientos íntimos de cada cual. Pero para que yo me convenza de esto, tendría que ver que nuestra manipulación deja de funcionar y que el latir de los corazones no está acelerado por los impulsos expresivos de una información llena de connotaciones muy estudiadas para la situación y el contexto social.
La misma literatura me decepciona. Aunque ella no es culpable de nada porque es fruto del que la hace. No puede rebelarse y asiste impotente a la trágica alucinación, o al espejismo de que estamos pero no somos.
Lo accidental y anecdótico siempre se diferencian de lo esencial y trascendente. Perdonen que me ponga tan serio, pero siento un profundo disgusto cada vez que contemplo el espectáculo y la mascarada de nuestras intenciones. No nos cansamos de mentir y somos auténticos maestros en crear instituciones, valores, personajes que se encargan de encarnarlos, con una falacia solemne, incluso, una imagen exultante de la realidad aun a sabiendas de que no hay correspondencia con la verdad.
Hacemos ver lo que no es… es el arma histórica de las fuerzas y eminencias grises, que siempre han sido las dominantes e interesadas en conducirnos. No es fácil renunciar al determinismo y es, verdaderamente desesperante, ver lo bien montado que está todo, para que la historia no cambie y se pueda decir con absoluto convencimiento aquello de: donde manda patrón no manda marinero.