LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA CREACIÓN LITERARIA, y 3 (Consideraciones filosóficas sobre poesía y democracia). Por Tomás Valladolid Bueno para «CARMINA LUSITANA»

La actitud prejuiciosa que preside bastantes de nuestras relaciones interpersonales se prolonga hasta las palabras y los conceptos. Algo de esto es lo que sucede con el término creación. Por un lado se lo considera sospechoso dada su carga teológica o religiosa. Por otro, se tienen reticencias por cuanto al aplicarlo a actos humanos resulta, o puede resultar, excesivamente pretencioso. Salvaremos aquí estas u otras valoraciones negativas del concepto de creación y tendremos presentes las reflexiones realizadas por algún creador literario.

            El 13 de enero de 1935 FERNANDO PESSOA escribió una carta al crítico y ensayista CASAIS MONTEIRO explicándole el origen de los Heterónimos. En el contexto que nos interesa podemos leer lo siguiente en dicha correspondencia: «Desde niño tuve la tendencia a crear en torno de mí un mundo ficticio, de rodearme de amigos y conocidos que nunca existieron. Desde que me conozco como siendo aquello a que llamo yo, me acuerdo de precisar mentalmente, en figura, movimientos, carácter e historia, varias figuras irreales que eran para mí tan visibles y mías como las cosas de aquello a lo que llamamos acaso abusivamente, la vida real. Esta tendencia, que me viene desde que me acuerdo de ser un yo, me ha acompañado siempre, mudando un poco el tipo de música con la que me encanta, pero no alterando nunca su manera de encantar.»

            Estas palabras, a modo de confesión, ponen de relieve la íntima conexión que se da entre la autoconciencia del poeta y su acción creadora. Hasta tal punto, continúa PESSOA, «que esta tendencia a crear en torno de mí otro mundo, igual que éste pero con otra gente, nunca me salió de la imaginación.» Esto no es sino una clara enfatización del acto creador desde el cual uno se sabe poeta. Este carácter será aún, si cabe, más explicitado: «Creé entonces una coterie inexistente. Fijé todo aquello en moldes de realidad. Gradué las influencias, conocí las amistades, oí, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterios, y en todo ello me parece que fui yo, creador de todo, lo menos que allí hubo. Parece que todo ocurrió independientemente de mí.»

            Podríamos pensar que estas afirmaciones del poeta portugués responden exclusivamente a su modo particular de ver las cosas. Sin embargo, ese comprenderse como creador nos aparece en su verdadera extensión si tenemos presentes unas reflexiones del poeta JORGE GUILLÉN. Resultan importantes por cuanto constituyen la expresión, por boca de uno, del modo en  que se reconocen los poetas de la Generación del 27.

            Cuando se ha tratado de poner en conexión la actividad literaria con el concepto de creación ha aparecido un concepto mediador y diferenciador: producción. Con ello se quiere mantener la doble cualidad de la obra literaria: la de ser un acto creador en tanto que causa de algo nuevo, por una parte, y la de constituir un acto productor en tanto que causa actuante no desde la nada sino en y desde algo, por otro. Desde este cuadro conceptual cobra sentido decir que es en ese ser algo más que mera producción y algo menos que pura creación en donde se funda la autoconciencia del poeta o del narrador que le lleva a verse como algo más que un mero técnico del arte. Y así también, en mi opinión, cabe interpretar las siguientes palabras de GUILLÉN: «Por tantas vías y sin restricciones dogmáticas de escuela aquellos muchachos buscan una poesía que sea al mismo tiempo arte en todo su rigor de arte y creación en todo su genuino empuje (…). Arte de la poesía, pero ningún huero formalismo.»Y un poco más adelante nos aclara, a propósito del concepto valeryano de fabricación de la poesía: «Crear, término del orgullo, componer, sobrio término profesional, no implican fabricación.»

            No se realiza la creación literaria ex nihilo porque la poesía, nos dice GUILLÉN, «existe atravesando, iluminando toda suerte de materiales brutos. Y esos materiales exigen sus nombres a diversa altura de recreación. Sólo en este necesidad de recreación, coincide el lenguaje de estos poetas inspirados, libres, rigurosos.» Además, si puede ser «cierto que los materiales brutos se presentan recreados en creación, transformados en forma, encarnados en carne verbal» también lo es que lo hacen desde cierta nada. Para entender esto se hace preciso reformular el discurso del propio JORGE GUILLÉN.

            Hay en este poeta una especie de funcionalismo poético que será interpretado aquí como ontologismo democrático constitutivo de la creación poética y, por tanto, como el sustrato práctico al que más arriba hemos apuntado. En opinión de GUILLÉN «ninguna palabra está de antemano excluida; cualquier giro puede configurar la frase. Todo depende, en resumen, del contexto. Sólo importa la situación de cada componente dentro del conjunto, y ese valor funcional es el decisivo. La palabra rosa no es más poética que la palabra política. Belleza no es poesía, aunque sí muchas veces su aliada.» Pues bien, la creación literaria, frente a las creaciones que partiendo de cero o de un material dado y realizadas de acuerdo con un plan jerárquico de ideas, se muestra como una obra realizada sin apriorismos ónticos (ninguna palabra está de antemano excluida) y sin apriorismos ideales (belleza no es poesía).

            La creación literaria no es, desde este planteamiento, ni la restauración de un orden entre los entes concretos, ni la plasmación de un ser olvidado. No se trata de copias de lo real existente ni de lo ideal como fundamento de lo que es aquí y ahora. Tampoco se trata de una simple o compleja modificación de los materiales entregados. Más bien la creación literaria, siguiendo «el impulso de una voluntad de poesía como creación, de poema como quintaesenciando mundo», es tal que «la realidad no será reduplicada en copias sino recreada de manera libérrima», nos dice JORGE GUILLÉN. Estamos ante un modo de crear que es primordialmente desplanificación, pero en tanto que el creador literario, como dice de nuevo el poeta, «no se cree obligado a ejercer ningún sacerdocio, y ninguna pompa religiosa, política o social que acartona sus gestos», es razonable pensar que la creación literaria es, junto a la desplanificación, un acto de desviación.

            De otra parte, no menos importante, ese funcionalismo de GUILLÉN puede ser interpretado como un formalismo democrático en el cual se vuelven a repetir las notas de desplanificación y de desviación: «Bastaría el uso poético, porque sólo es poético el uso, o sea, la acción efectiva de la palabra dentro del poema: palabras situadas en un conjunto. Cada autor siente sus preferencias, sus aversiones y determina sus límites según cierto nivel. El nivel del poema varía; varía la distancia entre el lenguaje ordinario y este nuevo lenguaje, entre el habla coloquial y esta oración de mayor o menor canto. A cierto nivel se justifican las inflexiones elocuentes. Nada más natural, a otro nivel, que las inflexiones prosaicas, así ya no prosaicas. En conclusión, el texto poético tiene su clave como el texto musical. Absurdo sería transferir notas de La realidad y el deseo a Soledades juntas, a Jardín cerrado. Lenguaje poético, no. Pero sí lenguaje de poema, modulado en gradaciones de intensidad y nunca puro.»

            Pocos textos como este último pueden servir para expresar ese carácter constitutivo que hemos llamado práctico en contraste con los aspectos meramente técnico-productivos. Es en ese elemento donde cabe cifrar la nota democrática de la forma artística, porque democrática es la intención de salvaguardar el todo de la unidad (lenguaje de poema) frente a la aniquiladora unidad del todo (lenguaje poético). Y es por esto por lo que el discurso de GUILLÉN cobra un nuevo sentido. En esas coordenadas semánticas alcanza una nueva dimensión la siguiente advertencia del poeta: «sería falso imaginarse una doctrina organizada.» La creación literaria es una desplanificación frente a cualquier apriorismo lingüístico (lenguaje puro) y una desviación frente a cualquier uso establecido (lenguaje ordinario).

            En la creación literaria eso que hemos denominado desplanificación y desviación van tan entretejidas como lo están el ontologismo y el formalismo democrático antes referido. Quiere esto decir que entender la creación poética según este planteamiento supone pensar tales conceptos desde ellos mismos, a través de ellos mismos y de sus laberínticos lazos. Es por esto que para comprender la creación literaria nos veamos impelidos a mediarla con el concepto de destrucción y no de producción. En este cuadro comprensivo la acción del creador encuentra su imagen en el acto que consiste en tomar con nuestras manos una flor y retorcerla levemente para después dejarla caer en un fértil desmoronamiento que genera una mosaica desorganización sobre un sucio suelo, salvo que, preñada de sentido.

 «CARMINA» Nº 3

LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA CREACIÓN LITERARIA 1

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