Las consecuencias de la guerra
Rubens
1577-1640
Hoy la mitología nos ocupará, una vez más, el espacio. Y también el tiempo. Veremos quién era el dios Jano. ¿Por qué éste? Sencillamente, porque desde hace no poco he leído y oído, en periódicos y en tertulias radiofónicas, citas frecuentes, al menos relativamente, del mismo. Algo raro, y más en los tiempos que corren. Aunque agradable y esperanzador.
Pues bien, ¿quién era Jano? Una divinidad genuinamente romana, de origen y tradición sólo romanos, según unos mitógrafos, por más que otros lo hayan hecho mortal oriundo de Tesalia, en Grecia. Culto y civilizador, cuéntase que nuestro personaje inventó las naves, precisamente para trasladarse desde aquel país hasta el agreste Lacio, donde se instaló, acogido en Roma por Cameses –rey mítico del que poco, el nombre, o nada sabemos-, y llegó, también él, a reinar. Habitaba en una de las colinas, llamada en su honor Janículo, en una ciudad fundada por él en la misma cima, y fue padre de varios hijos, entre ellos Tíber, el epónimo del río de Roma, el que le da el nombre. Magnánimo y agradecido, hizo con otros lo que aquel mítico rey había hecho con él: dar acogida, cobijo, hospitalidad a desterrados. Entre éstos se cuenta el mismo Saturno, quien, huido o expulsado de la Hélade por su hijo Zeus, halló refugio en Roma y gobernó monárquicamente una ciudad que lleva su nombre, Saturnia, sita también en lo alto de otra colina, el Capitolio.
El curriculum de Jano es brillante. Conocedor del pasado, del presente y del futuro –don de un Saturno agradecido a su generosidad-, culto y civilizador, Jano está en el centro de la Edad de Oro, da leyes a los rudos, agrestes y nómadas aborígenes –los primeros habitantes del Lacio-, les enseña la agricultura y a vivir una vida honesta y justa, y les inventa la moneda para facilitar sus transacciones. Esto al menos parecen decir monedas romanas primitivas cuyos anverso y reverso mostraban, respectivamente, una imagen de Jano y la proa de una nave.
Divinizado a su muerte, se le representa como un joven de doble cara (o cuádruple), que mira hacia delante y hacia atrás, que ve lo que llega y lo que pasa, con una llave en la mano derecha para abrir la puerta –ianua, cuyo inventor es, y de ahí que su mes sea Ianuarius, enero- y un báculo en la izquierda, como señor de las vías. Su templo, obra de Numa, estaba cerrado en tiempo de paz y abierto en guerra, para que el dios saliera a salvar a los romanos, conmemorando que Jano los había salvado de los sabinos.