Algunos creadores literarios, en un número indeterminado pero no por esto menos elevado, pasarán a formar parte de esa memoria acumulativa que se mueve más por la noticia que genera un premio que por «un mundo poco conocido, aunque rico en tragedia y comicidad, rico por su individualismo, su sabiduría, su insensatez, su locura y su bondad», que diría BASHEVIS SINGER. Dicho de otro modo: numerosos literatos perduran en el recuerdo del común de los existentes más por ser lo triunfadores del mundo que por haber osado inaugurar nuevos modos de existencia.
Junto a este épico modo de atrapar a los creadores de obras literarias se encuentra rabiosamente enfrentado otro que, dirigiendo la mirada a lo olvidado por la información noticiera, consiste fundamentalmente en un estudio especializado que se conoce como teoría literaria.
Si al primer modo de relacionarse con la literatura se le ha considerado, despectivamente, como una hermenéutica calificada de burda y plebeya, al segundo se le ha tildado de filología aristocrática, siguiendo esta última valoración las directrices de una reacción populista. Con todo, ni las deficiencias de la masificación cultural ni las autocomplacientes excelencias del saber elitista agotan el conjunto de perspectivas que ayudarían a realizar la tarea que consiste en acercarse o adentrarse en la espesa zona en la que convergen la narración literaria y la construcción poética.
La cultura (a la que pertenecen la política, la religión, la literatura, etc…) es un fenómeno social e histórico y, en cuanto tal, es susceptible de convertirse en fuente de noticias comercializables y consumibles. Más allá o más acá, según se mire, la cultura, además de producto científico, es también objeto de un tratamiento científico. En efecto, salvo algunos que aún permanecen anclados en un cientificismo reduccionista, todos los que de un modo o de otro desean no sólo coexistir con la realidad sino que además desean tomar conciencia del lugar que ocupan en ella, reconocen la legítima pretensión de hacer una ciencia que tenga por objeto la política, la religión o la literatura. Sin embargo, lo que en verdad resulta problemático en la aceptación de cualquier intento de reflexión cultural que por no ajustarse ni a las pautas de la vulgaridad ni a los cánones de la nobleza intelectual, es descalificado como filosofía de la cultura. Todo lo que sobrepasa los en verdad nada fijos límites de las ciencias sociales, en otros tiempos ciencias del espíritu, como les ocurre a la filosofía política, la filosofía de la religión, la filosofía de la historia o la filosofía del arte, cae bajo la sospecha de ser una actividad propia de chamanes. Mientras que la cultura de masas, haciendo valer un grosero relativismo, rechaza cualquier sentido práctico-moral del análisis reflexivo, la oficialidad de las ciencias literarias, hisopadas con las sucias aguas de una supuesta neutralidad, no admiten más orientación normativa que la derivada de una preceptiva técnico-constructiva. Este constante menosprecio por las reflexiones filosóficas es causa de que éstas se vean obligadas a dedicar gran parte de su actividad a la elaboración de un discurso previo y legitimador de sí mismas. A pesar de este esfuerzo no dejan de ser vistas como simples elaboraciones ideológicas que nada dirían sobre el objeto estudiado sino que lo desfigurarían, se piensa, escudándose tras una verborrea que en realidad enmascara una falsa profundidad.
Contando con los riesgos que se derivan de un planteamiento filosófico de la literatura, este ensayo queda ubicado en un tal análisis de la creación literaria. El hecho de que haya tenido gentil cabida en una revista de poesía, como «CARMINA», constituye, por lo dicho anteriormente, un motivo especial de agradecimiento. Que un análisis filosófico de la cultura literaria aparezca en convivencia con la mismísima obra poética, sin que se autodiluyan ambas formas intelectuales es, cuanto menos, signo de una ilustrada osadía poco común en los tiempos que corren y una virtud que deberíamos reconocer en sus editores, y no porque hayan rendido pleitesía al pretencioso saber filosófico sino por mostrarnos la existencia de artistas que no miran exclusivamente hacia su ombligo.
Parto, pues, del supuesto según el cual las fronteras de los distintos saberes no encuentran su expresión adecuada en la exclusión sino en la modelación de una franja interseccional. En mi opinión, existe un espacio indeterminado que está allende la teoría social y, al mismo tiempo, aquende la filosofía social, si se me permite decirlo así. En este espacio incierto nos moveremos aquí pretendiendo esclarecer la idea de creación literaria. En ésta emerge un mundo y al hacerlo interpela a nuestra más inquieta atención. El interés filosófico no se dirige tanto al mundo que la obra literaria levanta delante de nosotros sino a lo que supone, desde el punto de vista práctico-normativo (ético-político), el acto creador de nuevos existentes. En la medida que la acción de crear va inevitablemente unida a la acción de destruir, el objeto de esta reflexión será la idea misma de creación y sus derivaciones dialécticas.
Siguiendo este supuesto, cabe pensar que en dicha idea está ya dada una visión de la realidad concordante con un concepto de lenguaje que incluye, en su más íntima determinación, la idea de democracia. Dicho bruscamente: la creación literaria es en sí misma expresión del modo de ser democrático por mucho que el contenido material de todas las obras no responda nunca a la exigencia democrática que se deriva de la forma creativa. Así como se establece la distinción entre texto y contexto, para separar la validez de una obra respecto de la insuficiente bondad personal de su autor, también aquí podemos postular la existencia de un precontexto formal y ontológico que actúa como clave reguladora, es decir, normativa del propio acto creador.
Plantear la cuestión de esta manera tiene la ventaja de que al menos estamos en una situación óptima para escapar de la concepción esencialista del arte y, también, de la idea positivista del mismo. Aunque de modos distintos, tanto una como la otra, acaban materializándose en un ensayo de preceptiva literaria, mientras que la postulación de una estructura ontológico-lingüística propia de la creación artística sólo hace hincapié en una exigencia que lejos de cualquier determinismo se manifiesta, a través del análisis filosófico, como una regulación de nuestra actitud creadora. Es por esto que no pretendo buscar en este ensayo unos principios generales de estética literaria ni reglas particulares que nos permitan sistematizar la diversidad de obras de arte. Arranco de la simple constatación de que la literatura es el resultado de aquello que hacen los creadores literarios, pero al mismo tiempo es algo más. Este excedente se refiera a lo que presupone lo que hacen sea cual fuere el resultado que nos entreguen. En el hacer mismo, en tanto abstracción no esencialista, reside el constituyente ético-político por el que se interesa el análisis filosófico que aquí orienta sus pasos hacia lo literario. Es decir: la idea misma de creación y lo que ello presupone desde una perspectiva práctica ilustran el objeto de este ensayo.
LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA CREACIÓN LITERARIA 2
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Posted by CARMINA Blog Literario — LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA CREACIÓN LITERARIA 2 (Consideraciones filosóficas sobre poesía y democracia). Por Tomás Valladolid Bueno para «CARMINA LUSITANA» on septiembre 4th, 2011.
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Posted by CARMINA Blog Literario — LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA CREACIÓN LITERARIA, y 3 (Consideraciones filosóficas sobre poesía y democracia). Por Tomás Valladolid Bueno para «CARMINA LUSITANA» on septiembre 4th, 2011.