– Algunos se han propuesto incorporar a sus discursos razones objetivas para que, verdaderamente, puedan constituir una opinión.
– No siempre lo consiguen.
– Bueno, pero son peores los muchos sujetos que cuando se pronuncian en público, en el ejercicio de su legítimo derecho a la libertad de opinar, no sólo no pretenden las razones objetivas, sino que ni siquiera se esfuerzan en lograr las subjetivas, y mucho menos reconocerán que la suya no es, propiamente, una opinión.
– Tú no respetas los sacrosantos principios de la democracia.
– Cuanto más laicos, más invocáis lo sagrado para cualquier cosa.
– ¡Anatema!