PILLAJE CULTURAL. Tomás Valladolid Bueno (30 de abril de 2011)

 

 

Ayer visité a Honoré

en las ruinas de un páramo claustral

con espíritu triste, monótono y sombrío

lo abandoné en la nuda desnudez del silencio

en las puertas de su melancólica casa

ayer lo saqueé.

 

Leí El túnel de Ernesto Sábato cuando yo todavía estaba, si es posible, más presionado por la influencia de la estupidez, sobre todo moral, de lo que sigo estándolo hoy en día. El libro vino a caer en mis manos al igual que un gran número de otros que, con el paso de los años, he ido leyendo: por puro azar que sólo es tal porque es buscado. Me atrapó, de modo que cada día volvía a leer todo lo ya leído en los días anteriores, sólo que en cada relectura subrayaba lo que mi perspectiva existencial, entre poética y filosófica, bien me daba a sentir y entender. Al acabar la lectura de toda la novela, compré un cuaderno para anotar, de forma concatenada, todas aquellas partes del texto que había ido resaltando. El resultado fue una extracción o enajenación de sentido que para bien o para mal transmutó en la construcción de un nuevo y muy breve texto; reconstrucción textual como resultante de haber hilvanado todas aquellas frases del libro de Sábato con el hilo de mis vivencias primordiales. A alguien a quien amaba le leí en voz alta aquel texto mío, que lo fue a causa del pillaje, y lo hice como si en su contenido estuviese incluido el quid de nuestra existencia. El ejemplar del libro lo regalé y el cuaderno de anotaciones desapareció de mi fondo de papeles. Compré, bastante más tarde, un nuevo ejemplar de la novela, pero ya no he vuelto a releerla ni a rapiñarle frases y sentidos. Y no es porque no haya amado como amé, ni vivido el amor como entonces lo viví. Es, simplemente, que los libros también compiten entre sí. Y sin embargo, este de Sábato, junto al Yo acuso de Émile Zola, el Lobo estepario de Hermann Hesse y el Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, ocupan un sitio tan prominente en la estantería de mi alma  que muchas veces pienso no estar haciendo otra cosa sino robarles y robarles lo que por ser suyo es ya también nuestro. Algún día, tal vez cuando …, podré dilucidar qué encontró mi espíritu de alimento en dichas obras. Para ayudarme me serviría, además, de ese magnífico estudio que Foucault realizó sobre la parresía. Pero para ello tendría que volver también sobre los profetas de Israel, y para entonces… no sé, no sé. De todos modos, si esta clase de pillaje no es para pedir perdón, sí debe uno hacerlo por las veces que se dejó vencer por la estupidez moral, aunque no se fuese ni tonto ni imbécil moral o inmoral.

 

 

2 comments.

  1. Adiós a otro gran escritor. Otra luz que se apaga, y no son muchas las que realmente alumbran. Hará ya casi una década, pero recuerdo de forma viva el brillo de esa luz en una conferencia: su voz cansada de nonagenario, su humildad, la lucidez de sus palabras, lo que dijo sobre el hombre moderno y sobre la condición humana, sus reflexiones en voz alta sobre la lectura de Kafka y de Dostoievski, lecturas que nos hacen cambiar para siempre… Y su mano temblorosa firmando una dedicatoria en mi ejemplar de su Abaddon, ese pequeño tesoro que guardo en mi biblioteca y, como dice Tomás tan acertadamente, en la estantería del alma.

    Creo que Sabato pudo al final alcanzar su paz, esa paz de la que nos hablaba en Abaddon, cuando Bruno, su personaje, visita el cementerio de Capitán Olmos y tiene una visión, y lee en una lápida:

    Ernesto Sabato
    Quiso ser enterrado en esta tierra,
    con una sola palabra en su tumba
    PAZ.

    Hay allí, en las postrimerías del libro, un pasaje tan doloroso como difícil de olvidar:

    «En cualquier caso, fuera como fuera, era paz lo que seguramente ansiaba y necesitaba, lo que necesita todo creador, alguien que ha nacido con la maldición de no resignarse a esta realidad que le ha tocado vivir; alguien para quien el universo es horrible, o trágicamente transitorio e imperfecto. Porque no hay una felicidad absoluta, pensaba. Apenas se nos da en fugaces y frágiles momentos, y el arte es una manera de eternizar (de querer eternizar) esos instantes de amor o de éxtasis; y porque todas nuestras esperanzas se convierten tarde o temprano en torpes realidades; porque todos somos frustrados de alguna manera, y si triunfamos en algo fracasamos en otra cosa, por ser la frustración el inevitable destino de todo ser que ha nacido para morir, y porque todos estamos solos o terminamos solos algún día: los amantes sin el amado, el padre sin sus hijos o los hijos sin sus padres, y el revolucionario puro ante la triste materialización de aquellos ideales que años atrás defendió con su sufrimiento en medio de atroces torturas; y porque toda la vida es un perpetuo desencuentro, y alguien que encontramos en nuestro camino no lo queremos cuando él nos quiere, o lo queremos cuando él ya no nos quiere, o después de muerto, cuando nuestro amor es ya inútil; y porque nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día, y nuestra casa de infancia ya no es más la que escondió nuestros tesoros y secretos, y el padre se muere sin habernos comunicado palabras tal vez fundamentales, y cuando lo entendemos ya no esta más entre nosotros y no podemos curar sus antiguas tristezas y los viejos desencuentros; y porque el pueblo se ha transformado, y la escuela donde aprendimos a leer ya no tiene aquellas laminas que nos hacían soñar, y los circos han sido desplazados por la televisión, y no hay organitos, y la plaza de infancia es ridículamente pequeña cuando la volvemos a encontrar.»

    (Abaddon el exterminador)

  2. EMF,

    Antes de leer EL TÚNEL había leído ABADÓN EL EXTERMINADOR, y antes EL CASTILLO de KAFKA o EL EXTRANJERO de Camus. Leer a Sábato fue el descubrimiento de que en español era posible caer de bruces ante la existencia a través de una novela… y sobrevivir más que nunca.

    L.

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