Jean Rien se entera de algunas cosas
Andrés Asido, puesto a escribir, no era corto a la hora de gastar tinta. Como ustedes comprenderán (y agradecerán) no hay aquí espacio más que para resumir la primera de las cartas de Asido a Rien; mejor dicho, no para resumir, sino sólo para entresacar algunas pocas de las cosas que a mi pobre juicio pueden parecer más dignas de serlo.
Jean Rien supo del Fabrizio que nunca llegó a conocer que durante su larga estancia en Alcalá había regentado, en consuno con su admirada y requetemirada esposa, una de las casas llamadas «de mala nota» (aunque decía Andrés Asido que todos los visitantes le daban una nota alta, incluso el sobresaliente); que sus juergas con los gitanos eran de lo más comentado; que había ofrecido dinero al Ayuntamiento para, entre otras cosas, adecentar los asientos del tren; también para dotar al Guadaíra de góndolas a su paso por el Parque (fue entonces y no años después, cuando un concejal dijo aquello de que también habría que traer góndolos, para que criasen); pero los munícipes siempre alegaron que si tal o cual competencia no les correspondía, que si esto y lo otro… Lo más cierto, creo yo, es que no quisieran aparecer ante los ojos de cierta gente como aliados e incluso socios de un industrial del goce réprobo. También pudiera ser que fuesen renuentes a aceptar algo que no se les hubiera ocurrido a ellos.
También le contó Andrés al francés que la actividad de la que el matrimonio Cobertori-Da Rimini se sostenía fue defendida, dado el acoso que sufría por parte de ciertas personas influyentes, ante el propio Alfonso XIII, ya que A.S.R., P.G.C. y R.B.M., prominentes industriales sevillanos (alcalareño uno de ellos), aprovecharon una visita del Rey a Sevilla para interceder en favor del negocio de la pareja italiana. Don Alfonso, como era natural en él, asintió y mostró su preocupación; pero luego, por medio de uno de los que después sería miembro del Directorio de Primo de Rivera, un general apodado «el Conde de Entremeto», mandó decir a los peticionarios lo siguiente: «Comprended, queridos súbditos, que por buenas que sean no puedo visitarlas todas, y que sería muy contraproducente ejercer mi influencia directa en este caso. De todas maneras, se hará lo que se pueda». Si las hizo, las gestiones del nieto de Isabel II no dieron resultado, como quedó patente a finales de 1919.
Andrés, en fin, informó a Jean Rien de la suerte que habían corrido Fabrizio, Francesca y las tres señoritas que le acompañaban tras su forzada salida de Alcalá, y de la honda impresión que tan luctuoso suceso había causado entre una gran parte de los hombres de Alcalá y de otras localidades. Añadió Asido que, si sería grande la admiración que alguna gente sentía por Fabrizio, y tan sincero el agradecimiento que querían manifestarle aunque ya sólo fuera en el recuerdo, que hubo quien cambió el nombre de su establecimiento: si hasta entonces se había llamado «Café Español», desde enero de 1920 (y hasta 1946) pasó a titularse «Café del Italiano». No faltó quien dijera, con gracia pretendida: «Po sabe que no se le va a poné frío el café al italiano…».
Asido se pone al día sobre el otro Fabrizio
Después de leer la carta de Andrés Asido, Jean Rien quedó bien sur de que el Fabrizio Cobertori Ilmanta que aquel viajero en Barcelona recomendó a otro visitar en Alcalá de Guadaíra, no era el mismo que él conocía y que ansiaba encontrar tras años de parecer desaparecido de la faz de la tierra.
Jean Rien de Colombey-les-Deux-Églises quedó admirado de la amabilidad del funcionario alcalareño y de todas las cosas que Andrés le había contado en su masiva misiva. Contestóle el francés al español en perfecto ídem. Y así pudo saber Andrés, entre otras muchas cosas, quiénes eran los peligrosos perseguidores que acosaban al Fabrizio que Jean Rien había supuesto en Alcalá, y por qué de tanta inquina.
La cuestión es que Fabrizio Cobertori, el intelectual, no el del negozio di lusso puesto en Alcalá, había mantenido relaciones ocultas con la única hija del general Giuseppe Encabrittiato Severi, jefe de la Casa Militar de Víctor Manuel III. A resultas de ello, la muchacha quedó embarazada, como pasaba casi siempre en aquellos tiempos. Fabrizio era ya entonces un hombre de más de cuarenta años, lo que soliviantó aún más a los familiares de la apenas veinteañera dama.
Fabrizio, que en este caso no era autor intelectual, sino material, del embarazo de Paola, que así se llamaba la signorina, puso tierra de por medio en cuanto supo del estado de la muchacha. Él, un hombre entregado a la indagación del pensamiento, al estudio del espíritu humano y de todo lo que representara especulación, meditación y conjetura no podía afrontar una carga que le hubiera maniatado de por vida, impidiéndole dedicar sus horas, aparte de a los oportunos desfogamientos, a buscar la verdad para revelársela a los demás mortales. Eso es lo que él pensaba o quería pensar, sin darse cuenta de que al huir vería limitada su vida a estar escondido, no sólo por dentro, sino también por fuera.
Doce de los hermanos de Paola (eran catorce, pero dos eran disminuidos psíquicos declarados oficialmente, no como los otros doce), juraron ante su padre, el general (1), que no descansarían hasta dar su merecido al autor de la para ellos deshonra de Paola.
Por si fuera poco, madre y niño fallecieron en el parto. Esta circunstancia llevó al paroxismo a los hermanos Encabritiatto Furiozzi, que se juramentaron de nuevo (2).
Tengo que interrumpir el relato. Señalaré, por último, que la correspondencia entre Andrés Asido y Jean Rien se mantuvo hasta 1926, cuando se produjo la muerte de nuestro paisano a causa del sarampión. Tenía 53 años. A partir de entonces fue mi bisabuelo quien continuó carteándose con el francés, hasta el fallecimiento de éste (3). De ahí que yo maneje algunos datos que a Andrés Asido le fue imposible conocer.
Hay muchas más cosas, quizás, no lo sé, más interesantes que las que he contado. Ya veremos. Les dejo ahora con una de las cartas que Andrés Asido envió a un su sobrino, y a la que he tenido el atrevimiento de poner título.
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Umberto I
1844-1900
1. Giuseppe Encabritiatto Severi fue ascendido a general bajo el reinado de Umberto I, después de haber participado en los sucesos de Milán de 1898, cuando, siendo coronel, dirigió la represión que causó más de cien muertos en un solo día. Casó con la sobrina del arzobispo de Palermo, Adelaida Furiozzi Pelagio. Esta señora, que murió al obrar su decimoquinto parto, del que precisamente nació Paola, expiró después de pronunciar estas palabras: «Ya he parido todo lo que tenía que parir». «¡Qué mujer!», dicen que dijo el general.
2. Fabrizio Cobertori Ilmanta vio la luz en Varese en 1875, dejando de verla en Famagusta una mañana de 1927, donde se hallaba escondido desde hacía tres años. Antes lo había estado en Berna y en Budapest. En la costera ciudad chipriota fue asesinado por dos esbirros enviados por los doce hermanos Encabritiatto Severi que, como decía Rien, seguían en sus trece.
3. Jean Rien había nacido en Nimes en 1865, encontrándole la muerte en Berlín en 1933 durante el incendio del Reichstag, al hallarse en las proximidades y ser atropellado por un coche de bomberos.
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