HADES. Por José Manuel Colubi Falcó

 

Hades
Agostino Carracci
S. XVI

 

Mes de noviembre, mes de los difuntos –los que han consumido su día–, consonante con la Naturaleza, adormecimiento, hojas caídas… Todas las religiones tienen mundo de los muertos; la griega también: el Hades.

 

            ¿Quién y qué era Hades? El Invisible, el dios de los infiernos –lugares inferiores–, y su reino, por metonimia, llamábase Hades. Hijo de Crono, con sus hermanos Zeus y Posidón se reparte el mundo, y como es el más chico, le toca lo peor: el reino de allá abajo, lóbrego, tenebroso, adonde nadie quiere ir. De ahí que sea célibe a la fuerza durante mucho tiempo: ninguna diosa quiere casarse con él, hasta que, harto, recurre a la violencia y rapta a su sobrina Perséfone, Proserpina, hija de Deméter, en uno de los más hermosos mitos griegos. Aunque, como la Tierra guarda en su seno inagotables riquezas, es llamado también Plutón, «el rico».

 

            Ese reino –al que los poetas llamarán también Orco y Érebo– tiene un guardián, el can Cérbero, de tres cabezas, que impide la entrada a los vivos y la salida a las sombras de los muertos. Los nombres de los ríos que lo riegan ya lo dicen todo: el Aqueronte, el Cocito, el Piriflegetonte, el Estigio, ríos de la aflicción, del lamento, de las ígneas llamas, el odioso, y también el de su fuente, Lete, del olvido, cuyas aguas beben los muertos para olvidarse de su vida en la tierra. El barquero Caronte cruza  con ellos el Aqueronte  –previo pago, claro, del billete, un óbolo, que llevan en la boca– y los deja en la otra orilla, en manos de Hermes (Mercurio), quien los presenta a un tribunal de tres jueces, Minos, Éaco y Radamantis, que juzga sus hechos en vida: los buenos serán conducidos a los Campos Elíseos (Campos de los beatos, de los felices, de los bienaventurados), los malos, arrojados al Tártaro.

 

            En el Elíseo, los bienaventurados viven en verdes prados tachonados de flores, halagados sus oídos por los trinos de los pájaros, sin penas ni enfermedades, acariciados por dulces brisas y disfrutando de una tierra fecunda que les da triple cosecha anual sin esfuerzo. El Tártaro, en cambio, es la cárcel de los malos, custodiada por las Furias, que inmisericordemente los azotan con sus látigos, y rodeada por el Pirigefletonte a modo de foso; residencia de toda suerte de enfermedades, miserias, fatigas, males, allí están las Arpias, y, cómo no, los célebres malvados como Tántalo, siempre sediento y persiguiendo, en vano, las aguas que escapan de él.

3 comments.

  1. Gracias D. José Manuel. Y gracias poeta.

  2. Enrique,

    Y gracias a La Voz… de Enrique Sánchez.

    L.

  3. […] por la picadura de una serpiente y, loco, osa bajar al mundo de los muertos, a los Infiernos, al Hades; su canto y su música enternecen a Cerbero, que le deja entrar. Dicen que la rueda de Ixión […]

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