POLÉMICAS ANTITAURINAS. Los principios ético-religiosos y la lidia de toros bravos. Por Antonio García Mora

 

Pío V por El Greco

 

La prohibición de las corridas de toros promulgada por el parlamento de Cataluña es sólo un jalón más en la larga disputa que los defensores y los detractores de la fiesta han mantenido a lo largo de la Historia. Posiblemente, la discusión sobre la naturaleza de la lidia parte de su mismo origen y no finalice hasta su extinción.

            En esencia, y siguiendo a José María de Cossío en su monumental obra Los Toros, existen tres grandes argumentos antitaurinos: los de índole ético-religiosa, los económicos y los relacionados con la sensibilidad ante la crueldad. Su importancia ha sido distinta según el momento histórico, aunque todos han aparecido de una forma u otra en los debates sobre la oportunidad o no de prohibir las corridas.

            En este caso vamos a describir los fundamentos ético-religiosos que se oponían a la fiesta y que predominaron en las primeras polémicas antitaurinas. Cronológicamente aparecen a finales de la Edad Media, coincidiendo con las mentalidades predominantes en las sociedades de la época.

            Aquellos que se oponían a la lidia por razones religiosas entendían que suponía una ofensa a Dios el hecho de exponer voluntariamente la vida por parte de aquellos que participaban directamente en la misma. A ello se sumaba los pecados y excesos que podían cometer los espectadores de los mismos, aprovechando las circunstancias como la complacencia en el riesgo ajeno, el placer en la contemplación de la sangre y de la muerte y la promiscuidad de los sexos en los graderíos. En resumidas cuentas, se considera totalmente inapropiado para la moral cristiana un espectáculo que jugaba con la vida y la muerte, sin justificación racional alguna. En 1489, el cardenal Juan de Torquemada, exponía tales ideas en su obra Summa de Ecclesia, iniciando un debate muy intenso que se alargaría durante siglos.

 

Santo Tomás de Villanueva

 

            Santo Tomás de Villanueva (1486-1555) arzobispo de Valencia, encabezó el bando antitaurino durante la primera mitad del siglo xvi, insistiendo en las ideas mencionadas y en la asociación de estos festejos con las venationes romanas, o juegos circenses consistentes en el  enfrentamiento entre un gladiador y un animal. Dicha relación fue muy común en aquellos tiempos y justificó todo tipo de censuras hacia la tauromaquia, a la que se hacía descender directamente de tan lejanas y olvidadas costumbres.

            El principio de autoridad que los escritos religiosos alegaban para la prohibición se basaba en la oposición de los primeros autores cristianos a los juegos del circo romano. Prudencio, San Agustín, Casiodoro, San Juan Crisostomo se opusieron firmemente a los mismos. Dentro de estas actividades las venationes se definían como «luchas en público con las fieras», lo que posteriormente se identificó con la lidia. La primera consecuencia fue la prohibición  a los clérigos a participar en dichas actividades. Posteriormente, la extensión del derecho romano en Occidente, donde esta identificación también existía, reforzó la posición de los antitaurinos que la consideraban como una reminiscencia cruel de la época de los gentiles, anterior al triunfo de cristianismo. De forma más o menos evidente se pretendía identificar la lidia con el paganismo y, por ello, desterrarla como contraria a las creencias religiosas preponderantes en la época.

            El debate sobre los toros llegó a las más altas instancias políticas del país y fuera de él. Las Cortes castellanas debatieron en tres ocasiones la posibilidad de su prohibición, en dos se elevó al rey la petición de supresión pero éste no accedió. No así, en Roma. El papa Pío V (1504-1572) promulgó la bula De salutis gregis dominici (1567) en la que prohibía la participación o asistencia a los festejos de toros bajo pena de excomunión. Los antitaurinos habían conseguido un triunfo rotundo y de su lado se inclinaba la mayor autoridad moral de la época. No obstante, la disputa continuó y pocos años después, en 1575, un nuevo papa, Gregorio XIII, hubo de dictar una nueva norma en la que suavizaba la anterior y excluía de la prohibición a los legos. Esta pequeña concesión desapareció en 1583 al ser repuesta en todo su rigor la prohibición a manos de un nuevo papa, Sixto V. Finalmente, cuando el siglo tocaba su fin, Clemente VIII, publicó el decreto Suscepti numeris en el que de nuevo se levantaban todas las prohibiciones y castigos. Desde aquel momento, los argumentos a favor o en contra de la tauromaquia cambiaron, del mismo modo que se estaban transformando las mentalidades. Lentamente los aspectos religiosos fueron dejando paso a los puramente éticos, económicos y de sensibilidad.

            Para finalizar una anécdota que muestra las paradojas de estas polémicas durante la Edad Moderna. ¿A qué no adivinan cómo se festejo, en 1658, la canonización de San Tomás de Villanueva, uno de los principales clérigos antitaurinos? Efectivamente, con una corrida de toros. 

 

Foto: LGV 2003 Sevilla

 

 

 

 

One comment.

  1. Se nota y mucho, donde hay un HISTORIADOR y este HISTORIADOR, es uno de los más brillantes que ha dado Alcalá y sin lugar a dudas, de los mas señeros en los últimos veinticinco años. Y además es mi amigo ¡Qué coño!

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