DE «LA ANDALUCÍA DE VALERA». Por Rafael Porlán (Córdoba, 1899-Jaén, 1945)

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…………«Pero ¿y los Toros? Hemos visto correrse uno de cuerda tras la procesión del Sábado de Gloria y otro en la madrugada de Santo Domingo; hemos escuchado ponderar a unos vaqueros, en noche de tormenta, rodeando la lumbre, lo bravo del ganado que criaban, profetizando los apuros en que había de poner a Lagartijo y a Frascuelo; esto, tan poco, es lo que se trasluce de la fiesta castiza en toda la castiza y veraz Andalucía que paso a paso hemos ido mirando.


…………Los Toros, sin embargo, no eran poco visibles en la vida de entonces. Al contrario, como hasta ahora poco, determinaban la condición y traza de los hombres, los juegos de los niños, los sueños y refranes y disputas de todos; desde su manantial resplandeciente llegaban  a meterse por las entrañas de las cosas como venas y canalillos que decisivamente las coloreaban e influían e igualmente la totalidad de las circunstancias se reflejaban y entrañaban en los Toros. El mismo año en que nació Valera, toreando en Madrid Juan León y el Sombrerero, concluyó la corrida en reyerta campal al dividirse el público en dos bandos: el que aplaudía a Juan León como miliciano nacional y el que aclamaba al Sombrerero como acendrado absolutista. Siempre hemos visto un ardor combatiente, movido allá en su fondo por los más inesperados y distantes resortes, latiendo y llameando en torno de los Toros; siempre se dividieron los tendidos en frascuelistas y lagartijistas, esparteristas y guerristas, bombistas y machaquistas, belmontistas y gallistas. No queremos decir que ello arranque estrictamente de la pasioncilla política, que para estos efectos es de poca monta; el caso recordado no es más que un ejemplo de infiltración en la fiebre taurina de las tantas y tantas pasiones, intuiciones, ensueños, vislumbres, arranques y corazonadas del alma,  y el color del cuerpo, y del modo de andar, y la forma de la boca y las manos, y las mil otras fuerzas y fuercecillas que obligan a cada cual a hacerse partidario de Roma o de Judea, de Sicilia o de Cartago, de Racine o de Tirso. La cuestión de los Toros está en saber si han de mirarse con ojos anteriores o posteriores de la Era Cristiana, si son cosa para ser cantada por Píndaro o voceada por Goya. Y cada firmación de uno y otro bando se funda en el misterio y la pasión.»


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One comment.

  1. […] la indiferencia frívola y jaranera de la capital andaluza. Recuerdo ahora a Collantes de Terán, a Rafael Porlan y Merlo, a Justo Sierra, a Rafael Laffon, a Romero Murube… Todos ellos con aire de torerillos […]

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