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Al alba, cuando las primeras luces hacen surgir de la nada los perfiles del poema.
A mediodía, cuando las chicharras hacen sentir, con la monótona prosodia de su canto, la extrema sequedad de la tierra; cuando casi nos ciega la luz algarvia y nos deslumbra el espejo de la cal; cuando todos los versos comienzan y concluyen con la palabra pureza.
Al ocaso, cuando nuestros ojos, exangües como el sol que declina más allá de los límites de la Ría Formosa, se posan, ahítos de azul, sobre la perfección de una línea sostenida en el horizonte.
A medianoche, con sombras de luna llena, en el altozano aledaño a la fortaleza, frente al albor de un mar calmo, hechizante; espejismo encalado al que cantan en su sueño los grillos.
Pero siempre la misma Cacela, el mismo poema, moldeado por el tiempo; la misma música limpia, repetida con pequeñas variaciones, que, en aria da capo, retorna siempre al principio.
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La cal, la luz, los grillos… Y estas chumberas de Cacela, que son tan viejas como aquellas de mi niñez.
Sus higos envueltos en espinas, las manos de mi abuelo… Cuánto me gustaba verle preparar aquellos frutos que luego nos ofrecía para comer, aquella manera suya de separar hábilmente, salvando las púas, la gruesa piel de los chumbos de su carne jugosa.
En el sabor de aquellos higos siguen estando aquellos veranos míos del cada vez más cercano ayer.
Pasear por Cacela, a la recherche du temps perdu…
Pero la pequeña Cacela Velha es también lugar para otros grandes encuentros, buscados o inesperados; encuentros que, como el de la propia infancia, dan sentido al viaje.
Si tiene que ocurrir ocurrirá y tu camino se cruzará con el de algún poeta en este rincón del sur.
Tal vez tropieces con Sophia de Mello mientras deambulas por estas calles de líricos ecos.
Sophia de Mello Breyner Andresen.
A la derecha la escritora en 1964
De Sophia conviene llevar bajo el brazo, como quien porta un tesoro, su «Livro Sexto», un poemario publicado en 1962, con el que obtuvo el Gran Premio de Poesía de la Sociedad Portuguesa de Escritores en 1964. Del almuerzo organizado por sus colegas lusos con ocasión de la entrega del premio nos quedó su discurso, luego incluido en esa luminosa pieza en prosa llamada «Arte Poética». De esas páginas proceden estas palabras suyas:
«Mesmo que fale somente de pedras ou de brisas a obra do artista vem sempre a dizer-nos isto: Que nao somos apenas animais acossados na luta pela sobrevivência mas que somos, por direito natural, herdeiros da libertade e da dignidade do ser.»
Hay un poema en ese «Livro Sexto» que recoge la huella que Cacela dejó un día en ese espíritu griego:
LA CONQUISTA DE CACELA.
Las plazas fuertes fueron conquistadas
Por su poder y fueron sitiadas
Las ciudades del mar por la riqueza
Pero Cacela
Fue deseada sólo por la belleza
Sí, un encuentro con Sophia de Mello Breyner Andresen es uno de esos grandes encuentros que uno nunca olvida.
A la izquierda, Eugenio de Andrade en bronce por Lagoa Henriques (1964)
y a la derecha en pintura por Emerenciano (1988)
Puede que en tu caminar por Cacela halles a otro poeta. Posiblemente esté a la espalda de la Iglesia, silencioso, ensimismado en su mirador, más que contemplando, en dialogante actitud con el océano y el sol. Si encuentras a ese solitario -«emperador de su alma», como él mismo gustaba autoproclamarse, citando a Melville- debes saber que se llama José Fontinhas, aunque para firmar su obra eligió otro nombre: Eugénio de Andrade.
Tanto en la vida como en las letras, siempre tuvo predilección el poeta por lo magro y lo seco, por esa sencillez tan difícil de alcanzar que él practicó en su poesía. Detestaba cualquier forma de exhibicionismo:
«Nacido en tierras donde la luz de la noche era de aceite y el pan tenía el color de las piedras, todo exceso me parece una falta de gusto, todo lujo una falta de generosidad.»
Sin excesos, sin artificios vacíos, sin ropajes estrafalarios, sin exhibiciones; qué plenitud encuentra uno en la desnudez de su voz.
La escritora Marguerite Yourcenar comparaba los poemas de Eugénio de Andrade con los preludios y fugas de «Das wohltemperierte Klavier» de Johann Sebastian Bach.
Tal vez esa música interior que sustenta su poesía nació de la relación del poeta con ciertos rincones esenciales de Portugal, como Cacela Velha, a la que dedicó unos versos en «Escrita da terra», aquel libro suyo de 1974:
CACELA
Está de ese lado del verano
donde de mañana temprano
pasan barcos, cercada por la cal.
De las dunas desiertas tiene la perfección,
de los palomos el rumor,
de la luz la difícil transparencia
y el rigor.
Hasta hace bien poco las calles de Cacela no tenían nombre. Cacela, ¿poema anónimo? Será por eso que unos cuantos poetas quisieron regalar el suyo a cada uno de sus rincones. Mira, ese es el largo de Ibn Darraj.
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En la Cacela musulmana del año 958 nació Ibn Darraj al-Qastalli. Sin embargo, su nombre quedaría unido para siempre al de Córdoba, como poeta oficial de la corte de Almanzor.
Considerado por algunos el «Mutanabbí» de Al-Andalus, a veces en sus casidas Ibn Darraj se revela incluso muy superior al propio maestro, según nos dice el editor de su Dīwān, Mahmūd Makki.
A su cancionero pertenece un poema, en el que, aun no citando expresamente a Cacela, ésta está presente en la evocación de esos lugares donde transcurrió su infancia. Embriágate con sus versos en esta versión en lengua portuguesa ofrecida por el poeta Adalberto Alves:
Diz à Primavera:
estende as nuvens do teu manto
e abre os teus véus
sobre os lugares onde brinquei
na minha infância.
Não me desiludas, Primavera
as minhas lágrimas vão no teu encalço
em longas vagas.
Mistura o perfume da minha saudade
a humidade das nuvens
para aspergires aqueles a quem amo.
Debruça – te sobre Córdova e estreita – a
como eu a estreitaria contra o peito
depois,
sobre os vales e colinas que são seus
espalha flores
que anunciarão através de ti
que lhe mando a mensagem.
Cacela, «a la recherche du temps perdu…»
Foto:EMF
Lugares
tantas veces revisitados, revividos.
Como aquel otro sur, más mío…
En lo hondo, la infancia.
Torrente humilde, nunca lejano,
presto siempre a aliviar con su agua fresca
los pies cansados de este caminar.
Albercas y vuelos de vencejo,
insectos y asombros,
nubes donde dibujábamos el mundo…
Cacela Velha, ¿por dónde cae exactamente ese continente a explorar?
Buenas noches, CARMINA.
Lettreferit.
Posted by Lettreferit on septiembre 20th, 2010.
Lettreferit,
No mucho más allá de Ayamonte.
Aunque desde otro punto, estaría lejísimos de Ayamonte o de cualquier otro lugar, incluso de la propia Cacela Velha.
L.
Posted by L. on septiembre 21st, 2010.
Como siempre, Enrique, mi agradecimiento por tus amables y eficaces comentarios enviados a MI SIGLO.
Siempre me sirven mucho tus aportaciones y te las agradezco
Un abrazo
José Julio
Posted by José Julio Perlado on septiembre 21st, 2010.
Lettreferit: http://pt.wikipedia.org/wiki/Cacela_Velha
Posted by EMF on septiembre 21st, 2010.
José Julio, lo que pueda aportar yo nunca estará a la altura de tus enseñanzas, como las de esas ricas charlas tuyas con Mujica Lainez y otros grandes de las letras: http://misiglo.wordpress.com/2010/09/14/conversacion-con-mujica-lainez/
EMF
Posted by EMF on septiembre 21st, 2010.