Un hombre no necesita a dios para destruir a otros hombres: se basta a sí mismo. Esa saña suya es suficiente.
Lo infinito o dios, incluso los océanos, son inofensivos.
Esa estirpe no es de sangre; se aprende.
Y tiene doctores, y universidades, y multinacionales, que la han propagado por el mundo.