Como en una ópera verista italiana el pequeño pedía «¡sangre, sangre!», quería lavar la suya con la de su agresor. Al sacarlo de un tumulto jadeante, deseoso de que se cumpliera su grito, su mirada hacia mí fue de un odio terrible, arremetió como un animal acosado, como una bestia acosada arremetía contra todos…contra todos.
Nunca antes había visto el odio tan cerca como cuando hoy he visto los ojos de ese niño de doce o trece años. Nunca el odio me pareció tan material. Nunca el odio se concentró en un cuerpo tan pequeño. Nunca pensé que los dictados que hago a mis alumnos de esa misma edad sobre Los Miserables tuvieran encarnadura en cuerpo tan pequeño, en un odio tan grande.
Recuerdo cuando les contaba a mis alumnos la historia de Jean Valjean, unos días antes, cómo les explicaba que por «!un cacho pan, maestro!» había sido condenado a la cárcel. Y que allí, amarrado como una bestia, condenó con su odio a la sociedad, porque de ella solo recibió eso y «¿por cacho de pan, maestro?» No, había más, como decía Víctor Hugo:
Los hombres no lo habían tocado más que para maltratarle. Todo contacto con ellos había sido una herida. Nunca, desde su infancia, exceptuando a su madre y a su hermana, nunca había encontrado una voz amiga, una mirada benévola. Así, de padecimiento en padecimiento, llegó a la convicción de que la vida es una guerra, y que en esta guerra él era el vencido. Y no teniendo más arma que el odio, resolvió aguzarlo en el presidio, y llevarlo consigo a su salida.
Es cierto, carece de empatía, de la más mínima sensibilidad por una palabra, por un gesto amable que le lanzó en la sala, mientras rumía entre sollozos su vendetta atávica.
Ahora pienso de nuevo en Jean Valjean:
«Había demasiada ignorancia en Jean Valjean …estaba en las tinieblas; sufría en las tinieblas; odiaba en las tinieblas…»
¿Podemos hacer algo?. Vuelvo a Víctor Hugo, dicto:
Al hombre, creado bueno por Dios, ¿puede hacerlo malo el hombre? ¿Puede el destino modificar el alma completamente, y hacerla mala porque es malo el destino? ¿No hay en toda alma humana, no había en el alma de Jean Valjean en particular, una primera chispa, un elemento divino, incorruptible en este mundo, inmortal en el otro, que el bien puede desarrollar, encender, purificar, hacer brillar esplendorosamente, y que el mal no puede nunca apagar del todo?