Pepe, en plena actividad con uno de sus asiduos clientes
El mismo cliente asiduo de Pepe, en esta ocasión, como tal y asiduo pero de otro «venditor fortuna» que, como el primero, desenvuelve su propalación de suerte en la misma calle alcalareña conocida desde siempre, a pesar de los sucesivos nombres oficiales según el régimen, como de Mairena
(Nota del editor)
Ahí lo tienen. Es Pepe, el cuponero. Le mana la simpatía y le rebosa la amabilidad. Podría añadir que lo que también le rebosan son los premios, pero mentiría. Más bien lo rebasan. Aunque también los da algunas veces, pero es que eso no depende de él, por muchas tonterías que tanta gente diga. De lunes a viernes, todas las mañanas, en el lugar que le han asignado, la parte baja de la calle Mairena, su voz pregona con fuerza e insistencia: ¡Pa hoy, pa hoy, pa hoy, pa hoy! Antes de vender cupones fue guardacoches. Pero de los de verdad, o sea, no de los que guardan el sitio hasta que llega el <<cotizante>> y… fuera, a otra clase de rollo. No, Pepe cumplía siempre y todo el tiempo y de ahí que todo el mundo lo considerara bien. Aún alguna gente lo recuerda como el guardacoches «formal», aunque el apelativo cariñoso entre los parroquianos de los bares próximos era «El Vareta». Desde hace cuatro años se ha convertido en una de las pocas alegrías de la calle Mairena, y su estentórea y franca risa llena a menudo el espacio circundante. Es, en definitiva, una figura estelar de la céntrica calle.
La calle Mairena
…………A sus treinta y ocho años de edad -ahora tiene treinta y nueve- ya fue abuelo de una niña que seguro que ganará en belleza física a Pepe. Pero ojalá que le alcance en belleza interior, que siempre, afortunadamente, sale al exterior. Porque Pepe es buena persona. Nunca ha levantado su mano derecha contra nadie, aunque se sabe que la izquierda le ha servido en alguna ocasión para dar su merecido a algún pérfido, a algún infecto, a algún infame. Incluso, con unas cervezas de menos (de menos del total que se llegó a tomar), para atrapar a una rata durante un instante. Un instante, porque las ratas muerden, vaya si lo sabe él.
…………El más garboso y bizarro de los vendedores, perdón, de los agentes de la ONCE, este que vale por doce, es, además de abuelo, de amable y de simpático, contador de chistes malos. Ah, en relación a lo de garboso, un maledicente le soltó el otro día: «Anda, Pepe, que estás más malamente hecho que las barcas del Cachucho». Pero vamos a ver, el garbo no depende de las hechuras, sino de cómo éstas se manejen; y la bizarría, de los pares, honradamente hablando, que se le echen a la vida. Volviendo a lo de los chistes, si usted quiere acceder voluntariamente al sacrificio de oír alguno de ellos, pues usted allá y que se lo cuente él mismo. Aunque, para muestra y prueba de que no miento ni exagero ahí va uno de los que él cuenta hasta la extenuación de los que, por obligada proximidad, han de oírlo una y otra vez (a él con sus chistes, no es mismo de éstos, porque variedad sí tiene). Se escapa un loco del manicomio y echa a correr a más de mil. Un loquero va tras él. Un kilómetro, otro, y durante la carrera el loquero le grita repetidamente al fugado: ¡loco, párate! ¡loco, párate! hasta que el huidor, sin cesar en su carrera, vuelve la cabeza y le dice al ya exhausto batablanca: ¡párate tú, que no te persigue nadie! Hay que reconocer que, teniendo más o menos gracia según la consideración de cada cual, una cierta dosis intelectual sí que tiene.
…………Se podrían contar tantas cosas de Pepe… ¡no es menester que la gente sepa tanto! Sólo un apunte: Pepe sabe lo mala que es la sal para el organismo, y no tiene la tensión alta ni nada de eso. Pero lo que yo encuentro más destacable entre todas las cualidades que Pepe posee, y no por ser superior a las demás, sino por su singularidad, es la de su conocimiento del latín. Hombre, no es que sea émulo correspondiente de Numa Pompilio, de Tulo Hostilio o del emperador Claudio (que es al que más se parecería por la célebre serie televisiva), pero si lo comparamos con la inmensa mayoría de las personas que se cruzan, y que no se cruzan, con él, Pepe es el mayor «homo sapiens» de latín que tenemos al alcance de la mano, por muy hienipanense que su latín sea.
…………¿Es que ustedes creen normal que un cuponero reclame que le compren sus boletos al grito de «alea jacta est»; o que, aprovechándose de la ignorancia de los circulantes, proclame «cogito ergo sum»? ¿E igualmente que cuando ya es la una del mediodía más o menos (más o menos tanto lo de la una como lo de la exactitud de la frase cuando él la pronuncia) le diga a los más próximos: «tempus est iam hinc abrire me», y se marche a otro lugar estratégico?
…………Cuando con tan hasta frecuencia se ve rodeado de moscones que en ocasiones espantan al público, o cuando algún cliente le dificulta el trabajo o quiere cobrar un cupón sin premio, o en fin, ante cualquier molestia causada por algún impertinente, Pepe no tarda en exclamar: «¿Quid venisti?»; o bien: «¿Quosque tandem abutere patientia meam?»
…………Seguro que Pepe no perderá la paciencia y seguirá pregonando, mientras piensa casi contínuamente en su nieta: ¡Pa hoy, pa hoy, pa hoy, pa hoy, «alea jacta est» ! Ojalá que la aléa, como él pronuncia, siempre le sea favorable.
…………«Qua prudentia es, nihil te fugiet» (dada la prudencia, nada se le escapará). Esa máxima no la sabe Pepe, pero debería saberla y aplicarla, además de a otras cosas sobre las que yo sé que la aplica, a su adicción al tabaco: fuma como un condenado. Pepe: «paucis ego te volo, cessa». Para que veas a tu nieta hecha una mujer, idiota.