EFORIE NORD (Playa del mar Negro), 2003. («Para un cuaderno de fotografías», Lauro Gandul Verdún)
PERROS
ATROZ es el destino de los perros vagabundos de la ciudad vieja
Como el de los viejos con chaleco y sombrero negros
Como el de las barrenderas nocturnas de la plaza mayor
Como el destino
De las gitanas con criaturas en los brazos que van pidiendo unas monedas
Mientras el niño lo ignora todo porque a él aún no le importa el destino
Y una mira unos ojos y unos gestos
De los que le nace a una
Una enorme tristeza
Tan grande o más
Que la hermosura de esta ciudad vieja.
MUCHACHAS
RÍEN las muchachas en las terrazas tomando sus copas finas
Los taxis las esperan para llevarlas a los hoteles
Muy bellas
En sus formas perfectas también se ve cómo pesa
Ir así
Casi desnudas
Con el deseo de conseguir el futuro
Aunque sea en forma de perfume francés o lápiz de labios.
ATARDECER
REGRESAN de las imponentes montañas unas bandadas de cuervos
Sobrevuelan ahora la destartalada fábrica de imbrincadas tuberías
Donde anidan
Regresan los carros con sus cargas inverosímiles de paja
Los carreteros se persignan ante las cruces de los caminos
Los sauces lloran en las riberas del río cansado
Cae la tarde.
SIN TÍTULO
LAS buhardillas ojean la plaza.
MERCADO DE ABASTOS
EN los puestos del mercado venden sandías los hortelanos
Queso fresco los cabreros y yogur
Y paprica las hortelanas.
El sacrificio del artista
EL PINTOR se queja de que una gran parte del arte contemporáneo resulta ininteligible para muchos. Frente a ese mal él propone -y a sí mismo se aplica como principio- que hay que realizar un esfuerzo, que el artista debe sacrificarse, aunque le resulte doloroso, por hacer su arte más entendible, más digerible. Porque ello es necesario. Él no cree que la mayoría de los artistas quieran tomarle el pelo a nadie sino que, las más de las veces con buena fe -por creer que sólo deben crear para otros artistas, o espectadores tan iniciados que alcanzan la comprensión de ellos-, no se esfuerzan en un momento clave del acto creativo, aquél en que surge la forma por la cual el caos previo, que exige ser expresado siempre a la conciencia del creador, toma al fin una concreción con una clara impronta definitiva; pues es en ese momento y ahí mismo, ante y sobre la forma surgida, cuándo y dónde debe el creador pegar un salto más hacia el fondo, hacia un encuentro con las personas siempre, los simples espectadores, un salto consistente en traducir esa forma para hacerla interesante para mucha gente que no es artista, para muchos que creen que el arte no les es necesario, para muchos que quieren entender el arte y que quedan decepcionados cuando ese arte que quisieran comprender no está en un lenguaje que pueda pertenecerles y, por tanto, no consiguen franquear la puerta que desean poder abrir de veras.
Manuel Domínguez Guerra considera que no es el espectador quien tiene que asumir ese sacrificio, sino el creador, a quien, respecto de su obra pura por el concebible pero no dable a los otros aún, corresponde exclusivamente la obligación de traducirla como obra para comprender, única ofrecible a los demás, surgida de la obra misma, sino dejar de contener en su forma última, verdaderamente definitiva, la expresión del propio ser del artista.
Una obra es inimitable
En otro orden de cuestiones, nos refiere que, afortunadamente, en el mundo occidental es más fácil el acceso a la cultura y, por tanto, al arte, lo que explica que, por ejemplo, en la Florencia del siglo XXI haya más artistas que en la de los siglos del renacimiento.
En relación a internet opina que es un instrumento extraordinario pero que hay una parte negativa consistente en la mayor uniformización que se aprecia en el arte que realizan muchos, sobre todo los más jóvenes. Se tiende a imitar una obra de tal o cual artista lo que supone una renuncia a la propia personalidad porque cada obra está vinculada a una vida concreta, a una biografía particular de la que va generándose una obra realmente inimitable. Todos se nutren de otros pero no debe notarse: las influencias sólo han de incorporarse por quienes tengan afianzada su manera de ser.
La sociedad y los artistas
Denuncia que la sociedad aplique un doble rasero al arte y a los artistas: por un lado son menospreciados y por otro son endiosados los autores y sus obras.
Los políticos, en verdad, consideran ineficaz el arte, o lo que es lo mismo, que la sociedad no puede ser transformada por el arte y sí por la política y la economía. El no puede estar más en desacuerdo habida cuenta de que, si bien los cambios que marcan estos órdenes son más evidentes, a la postre no suponen el cambio verdadero y profundo, que sólo puede llegar a la sociedad a través de los humanistas y de los artistas. Lo que siendo así, no impide que artistas como Picasso o Dalí hayan contribuido a la banalización del arte al dar como válidas obras que no eran verdaderamente representativas de su ser artístico y ello por fines púramente mercantiles.
Para Manuel Domínguez Guerra el arte se nutre de la capacidad del artista de apiadarse de la realidad, de su capacidad de amar. Nunca como ahora es más necesario y últil. Acaso sirva para conducirnos a la belleza en un mundo donde cada día resulta más horrorosa la vida. Para esa victoria podemos contar con el entusiasmo que nos suscitan las obras de artistas como éste. Él nos enseña que sólo va a brotar el entusiasmo cuando nos rindamos a lo que nos emocione, y así vencer a lo que niega la existencia y el ser.