Juglar, 1949. V.N. (tinta sobre papel, 20×14,99). Texto Publicado en Revista de Feria. Aguilar de la Frontera, (Córdoba).
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A menudo nos relata Virgilio cómo Aeneas, héroe romano, tenía el don de lágrimas; cómo ellas se derramaban naturalmente sin ser retenidas, ante circunstancias que no exigían, ni podían, ni querían tener otra respuesta que las mismas.
Más aún, Aeneas no dice que ciertas cosas sean lloradas por el hombre, sino que las cosas mismas y no sólo las dolorosas tienen sus lágrimas; y que quizá pudiera suceder que no sólo sean aplacadas, conocidas o amadas de otra forma que por ellas…
«Sunt lacrimae rerum»
Hay lágrimas en las cosas, escribe Virgilio en un hemistiquio dulcemente trágico, y es precisamente trágico porque las cosas son, y esa res que nosotros reservamos para esas otras combinaciones imposibles ya de repetir son en la cultura romana Todo, nuestro todo.
Crátera, 1991; V.N. (Tinta sobre papel 17,5×12,07). Texto Publicado en Ánfora Nova
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Así como la pleita se desata y abrocha hasta prolongar sus espirales más allá de sí misma mordiendo el espacio, donde Cernuda había extraído los cristales laminados de su verticalidad; Vicente Núñez lleva al extremo una de sus más firmes convicciones, la inestabilidad de la forma.
Advertido como estaba por los preludios parisinos, en los que Nijinski había encontrado el abrazo insondable de la muerte por el hecho de haber relegado y llevado más allá lo movible; Vicente horada el sepia, y su corteza, como retorcida lava, se rastrea y hocina en la cotidianidad, donde siempre encontró el cetro de sus signos.
Cuando Vicente dibuja, reemplaza la persistencia de cualquier tipo de transcendencia por una modulación que arranca de la materia y extrae de ella su deterioro y sentido extensor. Los dibujos, estos dibujos se organizan entonces en función de sí mismos respondiendo al dictado donde la pluma se rinde al papel y, anfractuosamente, lo transporta consigo.
Unos dibujos que no buscan su término, inconclusibles, que corren a su propio impulso y por eso exploran, rápidos, que devienen, sin estudio ni preparación previa. Unos dibujos propios de tabernas.
Vicente traslada el fenómeno pictórico a la atmósfera plausible que emana de todo ello. Su luz era la luz desolada de los encuentros con lo mínimo, la persuasión de que sólo en la transformatividad, en la pequeña inclinación o clinamen, adquiriríamos el verdadero sentido de lo eterno.
Cuando la forma tiende a este estado de atrenzo, hay algo que escapa de ella misma. Los cristales se encuentran ahora constituidos, pero la llama que los hizo posibles está ya, como siempre estuvo, en otra parte.