¿TODOS CORRUPTOS? De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (III). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
Alejandro_Lerroux_García

Alejandro Lerroux Garcia
(1864-1949)

 
 
 

La interinidad política del sanchismo comenzó el 1 de junio de 2018 cuando triunfó la moción de censura contra el Presidente del Gobierno Mariano Rajoy. El motivo:  la Sentencia 20/2018  de la Sala Penal de la Audiencia Nacional sobre el caso Gürtel de 24 de mayo de 2018. En dicha sentencia (página 1078) se decía que Rajoy (junto a otros políticos del PP) carecía de «credibilidad» al negar la existencia de la famosa caja B, con B de Bárcenas.

   Cinco años antes, concretamente el 6 de febrero de 2013, envié un articulo al periódico La Voz de Alcalá (que fue publicado en la segunda quincena de febrero, creo) titulado «El estraperlo de Rajoy». En éste me refería al problema que la corrupción le podría suponer al por entonces  presidente del Gobierno y por extensión a su propio partido. Luego llegaría Vox.

   Reproducimos íntegro el citado artículo:

 

   En el debate de investidura como presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en respuesta a la diputada Rosa Díez, afirmó ufano entre aplausos de los suyos que «no acepto  de ninguna de las maneras que se diga que hay una corrupción generalizada en la política (…) en absoluto voy a aceptar ese tipo de afirmaciones porque no son verdad». Esto ocurría el 19 de diciembre de 2011; un año después los hechos parecen desmentir sus palabras: el caso Blanco, los ERES, Urdangarin, las corruptelas de los nacionalistas catalanes, el caso Gürtel  y por último (por ahora) los supuestos sobresueldos a políticos del PP que ensucian la imagen de honestidad del presidente del gobierno. Un gobierno que salió de las urnas con el propósito de sacar a España de la peor crisis económica de una democracia con 6 millones de parados. Un gobierno que pide día sí y día no esfuerzos a una población cada día más empobrecida y desmoralizada. Si ya la confianza de la ciudadanía en sus políticos estaba bajo mínimos, esto parece darle la puntilla. Porque la base de la democracia no es otra que la confianza que los ciudadanos han dado a sus representantes de forma provisional. Como bien dice el filósofo Javier Gomá  en su obra  Ejemplariedad pública (de obligada lectura para todos, especialmente para los políticos): «La confianza no se compra, no se impone, no se fabrica: la confianza se inspira». Y es que este gobierno ya no inspira confianza, porque como dice el mencionado filósofo lo que cuenta en el político «es que predique con el ejemplo, puesto que en el ámbito moral, sólo el ejemplo, predica, de modo convincente, no las promesas ni los discursos, los cuales sin el ejemplo, carecen de convicción y aún un mínimo de verdad». Es desalentador escuchar al presidente, ante Angela Merkel en Berlín , decir que “«lo referido a mí y mis compañeros no es cierto. Sólo algunas cosas». Aunque los papeles de Bárcenas, ese Moriarty de la contabilidad negra, fueran  apócrifos la confianza en los políticos, y en concreto en este gobierno, ha caído por los suelos. La idea que se han hecho en el PP de ser un partido honesto, liderados por profesionales bien remunerados en la esfera privada y que actúan por servicio a la nación se ha desdibujado. Su respuesta ante el escándalo ha roto definitivamente la imagen de pijos-pero-honestos. Parece demostrarse que no son ni lo uno ni lo otro, porque no puede ser nada más chusco y cutre que la visión de una contabilidad de usurero con manguitos y dedos manchados de tinta y de unos sobres que van de mano en mano. Realmente patético. Y es que se me viene a la memoria otro caso patético y cutril, la del estraperlo en la II República. En 1935 un negociante holandés llamado Strauss intentó introducir en España, donde estaba prohibido el juego, una especie de ruleta: el «straperlo» (que provenía de los nombres de sus inventores: Strauss y Perl). Para ello inició gestiones para untar a diversos políticos de todos los colores, incluyendo a personalidades del partido gobernante: el PRR (Partido Republicano Radical) liderado por el viejo republicano Alejando Lerroux.  Al fracasar, intentó hacerle chantaje y como tampoco dio resultado pasó a enviar una carta de denuncia al principal enemigo político de Lerroux:  el presidente de la República Alcalá de Zamora. Este no dudo en pasarlo a la Fiscalía y promover una Comisión de investigación en las Cortes que juzgara la posible corrupción. En octubre de 1935 se filtraron a la prensa fotocopias de documentos, telegramas, recibos, cheques y facturas que apuntaban al pago de sobornos a los líderes del PRR. Antes que esto ocurriera (ojo al dato) Lerroux había abandonado su cargo como presidente (luego también lo haría como ministro de Estado del siguiente gobierno). Tras agrios debates Lerroux resultó exonerado de culpa y solo quedo como posible «coecho impropio» un reloj de pulsera regalado al ministro de Gobernación. Todo este escándalo provocó el fin del PRR como partido, para muchos historiadores el único partido de centro-derecha realmente republicano y democrático. Su puesto sería ocupado por la CEDA de Gil Robles, una formación reaccionaria y autoritaria. Lo que ocurriría a partir de las elecciones de febrero de 1936 lo conocemos todos. En estos momentos críticos no necesitamos políticos que defiendan antes a su partido (tanto para defenderse de la acusación de corruptos como para atacar de forma irresponsable al contrario) que a España,  ya que fuera de la democracia y sus reglas no queda nada, bueno sí queda algo y lo sabemos. ¿Queremos realmente eso? Terminemos como comenzamos, con las palabras de Rajoy en aquel  debate de investidura: “la clase política representa a la soberanía nacional, hay gente que no da la talla”. Pues eso.

 
 
 

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