REGRESANDO A MACHADO (Sobre héroes, villanos y tumbas). Por Enrique Martín Ferrera. Octubre de 2008

(Es foto está considerada como, posiblemente, la última foto del poeta vivo, tomada el 27 ó 28 de Enero de 1939 por su amigo Corpus Barga, en Port Bou, camino de Francia, en esa misma frontera donde un año después se suicidaría Walter Benjamin para no caer en manos de los nazis.)

 

«Piedras ensimismadas vueltas hacia qué patrias del silencio»

(Ernesto Sabato)

Desenterrar a Antonio Machado, hacer que sus huesos crucen de nuevo, siete décadas después, la frontera francesa, caminito del sur. Es la última ocurrencia de algún iluminado del Ayuntamiento hispalense, un prestidigitador que abre el pañuelo y, en lugar de una paloma, echa a volar un silogismo: si tenemos sitio en nuestro cementerio de San Fernando, y si su infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, qué diablos hace este hombre en Collioure.

            Para la madre, Ana Ruiz, enterrada junto al poeta, no existe pronunciamiento oficial; aunque esa indiferencia hacia los parientes de la celebridad por parte de las autoridades municipales no debe sorprender a nadie: esos otros huesos, tan poco rentables, que se los queden los gabachos. Eso sí, las gestiones para hacer más cercana y democrática, al alcance de todos, la tumba de don Antonio se iniciarán de inmediato.

            Y Machado es sólo un primer paso, una tesela del mosaico; pues se tiene en mente un proyecto más ambicioso: la creación del parque temático de los poetas andaluces en el camposanto sevillano. El reclamo turístico, amen del mausoleo del susodicho, lo constituirán, según la nota de prensa, las nuevas tumbas previstas para Bécquer, Fernando de Herrera, Al Mutamid, Villalón y Blanco White, entre otras posibles adquisiciones. Ya va siendo hora, habrán pensado nuestros avispados políticos, de poner en valor estas vacas sagradas; incluso después de muertas pueden seguir produciendo leche.

            Se trata en esencia de cosificar a los poetas, simples fetiches convertidos en algo tangible, como la Giralda o la Torre del Oro. No me cuesta nada imaginar ese escalofriante futuro de excursiones organizadas para la tercera edad, de manadas de turistas en pantalón corto, de grupos escolarizados de zopencos en visita obligada… «La repugnancia de las piaras humanas» (que diría Cioran) y el advenimiento en la necrópolis hispalense de un inusitado fervor literario, tan sincero como las flores de plástico.

            Los artífices de este delirio, que no creo sean lectores de Machado, deben ignorar su deseo de ser enterrado en tierras castellanas, en el Espino de Soria, junto a Leonor, donde «el muro blanco y el ciprés erguido». De ello nos habla en uno de sus sonetos de Los Complementarios:

Mi corazón está donde ha nacido,

no a la vida, al amor: cerca del Duero.

            Hace tiempo leí o escuché decir a García Montero que «escribir poemas no es tener ocurrencias o decir tonterías». Le faltó aclarar que para eso ya está nuestra devaluada clase política, que incluye concejales expertos en rentabilizar a los difuntos y miembras del consejo de ministros que ven el fantasma del machismo, agazapado, incluso entre los rudimentos de nuestra gramática.

            Creo que la ocurrencia del consistorio de Sevilla no cae porque sí, llovida del cielo, sino que constituye una secuela más de la progresiva mercantilización de la literatura, una consecuencia de todo este proceso galopante de mercadeo sin alma; del lastimero panorama de los jugosos concursos literarios y del auge del marketing aplicado a las ferias del libro; de la creciente desaparición de los verdaderos libreros, abocados al cierre o la jubilación, sustituidos por tenderos de papel y palabras, por esos sosos dependientes de esta mercadería con tapas.

            En cuanto a motivaciones, también habría que considerar la precipitación de los escritores de hoy, a menudo impacientes y ávidos de riqueza súbita, que no de páginas artesanales y perdurables. En el parnaso del siglo XXI no está de moda escribir una obra maestra, sino ganar el premio gordo de la rifa planetaria. Lo que se lleva ahora es tener un nombre -aunque esté hueco- y amigos agradecidos en el lugar adecuado; garabatear en demasía, siempre pensando en el público, pues hay que acomodarse a sus gustos, aunque resulten infumables, burdos o morcilleros; y vender muchos, muchos ejemplares, por supuesto.

            Qué preciso se nos hace en estos tiempos de industrialización de las letras recordar las palabras de Rilke: «Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas.» (Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge).

            Así las cosas, entre naufragio y estercolero, va siendo hora de replantearse el dogma de fe de las bondades de la lectura. Sé que, al decir esto, algunos querrán quemarme en la hoguera, por bárbaro o heterodoxo; pero quiérase o no, es cierto: leer puede resultar contraproducente, sobre todo si lo que leemos son principalmente ocurrencias o tonterías.

Tumba de Brodsky 
Cementerio de la isla de San Michele
(Venecia)

            El poeta Joseph Brodsky sostenía, en su ensayo Cómo leer un libro, que no se puede leer a ciegas, pues «todos somos moribundos y leer libros consume tiempo». Hay que escoger con acierto. Pero cómo no errar al hacerlo. El nobel nos enseña que «la brújula para navegar por el océano de lo publicado es educar nuestro propio gusto», y finalmente, pues siempre se debe arrimar el ascua a la sardina de uno, que «el modo de conseguir un buen gusto literario consiste en leer poesía». Entiéndase el consejo referido a la gran poesía, pues no creo recetara el poeta ruso la lectura de ripios destinados a enaltecer al santo o a la patrona de la villa; ni el consumo de rimas baratas, boberías versificadas, letrillas para lerdos y otros estupefacientes. Así pues, leamos sólo poesía con grandeza para cultivar un buen gusto que nos sirva de lazarillo; y volvamos a Don Antonio Machado.

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Entierro de Antonio Machado
Collioure
1939

            Quienes han estado en el recoleto cementerio galo de Collioure, saben que el camino no está indicado (también es placentera la búsqueda); que no suele haber turistas haciendo cola ante la tumba del español y su madre; y que hasta allí, salvo en esporádicos intentos de politizar su figura, sólo llegan peregrinos, atraídos no por la fama de un nombre huero; sino por amor a una obra, leída y admirada.

            No se va hasta el viejo camposanto del pueblecito de los fauves por necrofilia o por curiosidad morbosa; no por una pose (lo habitual será hallarse a solas), no para narrar luego gestas y andanzas al vecino (abriría mucho los ojos y se mofaría luego en privado de tus extravagancias). En cuestiones así, mejor el recato: de nobis ipsis, silemus.

            Entre el homenaje y la elegía, hay tantas motivaciones personales para visitar esa tumba en Collioure… Uno siente que acompaña a alguien que nos es, al mismo tiempo, tan respetado como querido y familiar; porque sus libros están en nuestro casa, porque nos proporcionó horas placenteras de lectura; porque nos dejó ver el resplandor de esa luciérnaga que llamamos Arte; nos dio a probar ese bebedizo y nos hizo participes del enigma…

 

Tumba del poeta y su madre

            Quienes formamos parte de esta cofradía de lunáticos (sin sede ni censo de asociados) sufrimos algún serio trastorno del sentido de la utilidad, pues no nos importa emplear algunas horas -aunque la estancia en Venecia dure menos de lo deseado- recorriendo la isla-cementerio de San Michele, en busca de la tumba del denostado Ezra Pound, donde la hiedra se alimenta de sus silencios; o tratando de localizar la losa en basto mármol blanco que tiene escrito el nombre de Brodsky, para leer ese epitafio grabado al dorso, Letum non omnia finit; esa verdad de la que damos fe cada día sus fieles lectores.

 

Donde Kafka yace 
Praga

            Tarde o temprano, el peregrino de Collioure ampliará sus horizontes, y puede que llegue hasta el distrito de Strasnice, a las afueras de Praga, y que pise por fin ese otro cementerio judío – el que no sale en las postales, ni recibe cientos de turistas cada hora- para poner una piedrecita en la tumba de Kafka, o para dejar algún insulto sobre la del supuesto amigo, Max Brod. Y llegará un día también para tocar al timbre del Cimitero Acattolico de Roma, en busca de esa placidez rodeada de gatos donde yace cierto poeta inglés, «uno cuyo nombre está escrito en el agua».

 

Keats
Cementerio protestante
Roma

            O se pateará de arriba abajo el parisino Cimetière du Montparnasse, para hablar un rato a solas con Cortázar sobre jazz, sobre literatura, o sobre la pintura de Piero di Cosimo… O buscará, en ese mismo espacio, el último refugio elegido por una norteamericana llamada Susan Sontag, a la que querrá agradecer sus ensayos, o sus películas, o su ejemplo de vida; y comprobar con sus propios ojos que es cierto, que desde su tumba se puede ver la de Baudelaire: ¿cabría pedir mejor acompañante para la eternidad?.

Tumba Ezra Pound. San Michele. Venecia

Los torturados huesos del poeta estadounidense Ezra Pound
Isla de San Michele
 Venecia

            Andando el tiempo, los más enganchados al jaco de la literatura, se aventurarán subiendo a los Alpes, para alcanzar el pueblecito de Rarogne, en el cantón suizo de Valais. Querrán ver con sus propios ojos el escudo labrado, y estremecerse leyendo en la piedra aquello de «Rose, oh reiner widerspruch…» Antes del fin, también tuvo tiempo de detenerse en ese rincón del mundo el poeta catalán Marià Manent, tan exquisito como poco leído y recordado. Allí escribió un hermosísimo poema titulado, sencillamente, La Tomba de Rilke. En el nos habla del «viento alpino que barre la nieve», del «miedo y el azul» de unos ojos de niño, y de «un pecho que ignoraba la paz».

Tumba de RILKE. Rarogne -Valais- SUIZA

Tumba de Rilke
Rarogne
(Valais)
Suiza

            Supongo que a Manent, de estar vivo, y a todos los que forman ese club de viajeros siempre dispuestos a encontrar la tumba de un artista que les es caro; estas ocurrencias del Ayuntamiento de Sevilla, este andar trasladando huesos y proyectando parques temáticos para los poetas muertos, les parecerá un insulto, un asalto de felones; cosa de villanos.

            La tumba de don Antonio que conocemos hoy (que no es la original donde recibió sepultura un miércoles de ceniza del 39 y donde permaneció de prestado casi dos decadas) fue construida en 1.958, en suelo donado por el consistorio de Collioure, cuando los franceses se convencieron, a la vista del tiempo transcurrido, del desinterés de España por aquellos restos; cuando además el viejo enterramiento era ya solicitado por sus legítimos propietarios, a los que también iba llegando su postrera hora. Al coste de este nuevo sepulcro se hizo frente con una colecta, contribuyendo al buen fin de la iniciativa gente como Pau Casals, Albert Camus y André Malraux. Es una tumba nacida del afecto, del respeto y de la admiración. No es fruto de la mercadotecnia aplicada a la promoción de las modernas metrópolis, ni fue excavada en aquel lugar por un interés bastardo.

Cementerio de Montparnasse

El cementerio de Montparnasse desde la Torre del mismo nombre
París

            Y Machado, qué pensaría Machado de todo esto. Dicen que, en las últimas y desoladoras jornadas de su reciente exilio, le gustaba salir del modesto hotel Bougnol Quintana para dar cortos paseos hasta la playa, donde se quedaba contemplando el Mediterraneo en silencio, largo rato. Cuentan también que pocos días antes de morir, mirando ese mar, dijo a su hermano José: -«¡Quién pudiera quedarse aquí, en la casita de algún pescador, y ver desde una ventana el mar, sin más preocupaciones que trabajar en el arte!».

            «¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?», se preguntaba Cernuda en un verso de sus Birds in the night; ese poema, áspero y de afilados cuernos, que creo escribió un dolido Luis pensando en sí mismo, aunque cambiara su propio nombre por el de dos libertinos poetas franceses, Verlaine y Rimbaud. También él, sevillano de nacimiento, reposa muy lejos, al otro lado del Atlántico, en tierra mejicana; así que no podemos descartar alguna nueva propuesta de nuestras autoridades políticas para darle una despedida con mariachis, hacerse con sus huesos y regresarlos a la ciudad de Sevilla; esa que se convirtió muchos años atrás para el poeta en una arcadia del pasado, sin nombre y sin ruta de retorno.

            Ocurrencias, paparruchas, necedades… Ya difunto, tanta murga sobre uno debe resultar un fastidio; así que, una vez muerto, mejor se pierda, por lo menos, el oído. Aunque para sordos, los del Ayuntamiento. ¿Alguna vez oyeron en la Casa Grande aquello que decía Machado a través de su Abel Infanzón? Qué dura sentencia, más cuanto aciertan a hacer buena, año tras año, la experiencia y los hechos, los vicios de unos y las culpas de otros, el narcisismo de la ciudadanía y las pifias de quienes les gobiernan:

¡Oh maravilla,

Sevilla sin sevillanos,

la gran Sevilla!

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