ALCALAREÑOS SIN SUERTE EN EL BICENTENARIO DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1808-2008). Pablo Romero Gabella (mayo de 2008)

Goya. Las tragedias (horrores de la guerra)

«No podían creerlo. Ellos, solo ellos, sabían qué había significado su vida, y por eso no comprendían y no creían que pudieran quitársela. Pierre decidió otra vez no mirar, pero de nuevo, como si de una horrible explosión se tratase los disparos le obligaron a hacerlo. Vio lo mismo: humo, sangre, caras pálidas asustadas y manos temblorosas»

León Tolstoi, Guerra y Paz, edición original de 1866, 7ª parte, XVIII

A mis compañeros y alumnos por cuatro años con suerte

ALCALAREÑO, DEMASIADO ALCALAREÑO

Este año se cumple el bicentenario de la Guerra de la Independencia (1808-1814), y esto me llevaba a preguntarme: ¿qué podría aportar más sobre este tema? Me encontraba en la situación del personaje del poeta rossiniano de la ópera «El turco en Italia»: no sabía si escribir un drama o una comedia. La respuesta la encontré cuando mi mujer reparó en una pintada en uno de lo pisos de Rabesa que decía «Alcalareño sin suerte, guerrillero hasta la muerte». Ya tenía tema, eso sí histórico, muy histórico y por supuesto alcalareño, muy alcalareño.

ELLOS Y SUS CIRCUNSTANCIAS

La guerra que conmemoramos comenzó el dos de mayo de 1808 por obra y muerte de un puñado de españoles, madrileños a más señas, sin suerte. Arturo Pérez Reverte lo ha glosado en la que es quizá su mejor obra Un día de cólera (Ed. Alfaguara, Madrid, 2007). Eran los conocidos como la gente baja: artesanos, mozos de almacén, golfines, manolas con delantal y un cuchillo entre los dientes, aprendices, albañiles, empleadillos, modistillas como la de la canción de Perales y el lumpenproletariat barojiano de los barrios castizos del sur de Madrid: delincuentes, ladrones de poca monta, prostitutas, mendigos, pedigüeños con iglesia fija y gente sin trabajo que lo encontraría en luchar contra los invasores franceses. A estos habría que sumar los primeros héroes: el capitán sevillano Daóiz y el teniente Velarde, que tampoco fueron unos tipos con suerte, mezclando su sangre con la gente baja en la primera de las innumerables pilas de cadáveres, hasta un millón, que dicha guerra generó y de las cuales Goya tomó singular acta en sus «Desastres de la Guerra». La Guerra de la Independencia legó a España un desastre demográfico, económico y social nunca conocido en nuestro país. Como referencia baste recordar que la Guerra Civil de 1936 tuvo 600.000 muertos. España entraba sin suerte en la Edad Contemporánea. No obstante, la suerte en las guerras cambia, y así de aquella experiencia germinaría el guerrillero como modelo histórico. Es el soldado sin suerte, sin preparación para luchar contra el mejor ejército del mundo (la Grande Armee de Napoleón) que se trocaría en mujer, anciano, adolescente, pastor, campesino o niño siempre presto para atacar al enemigo. Así aparecen los mitos de Manuela Malasaña, Agustina de Aragón, el Empecinado, Espoz y Mina, el Cura Merino o de guerrilleros menos conocidos como los sevillanos Bartolo o El Mantequero. De todos ellos, pocos tuvieron fortuna al acabar la guerra, ya que como antes dijimos la suerte en la guerra cambia y no siempre para mejor.

EL FRANCÉS ES UN LOBO PARA EL ESPAÑOL….Y VICEVERSA

Nuestra Guerra de la Independencia vino a traer un nuevo tipo de guerra: la guerra total, donde el campo de batalla se ampliaba a las ciudades, a las propias casas, a sus habitaciones. Cualquier lugar era potencialmente una barricada , una posición estratégica, un puesto de tirador, una trinchera. Las razones de esto tenían que ver con cuestiones tan básicas como qué comer, dónde dormir, con qué calentarse, con qué alimentar a los caballos, dónde beber. Los ejércitos napoleónicos vivían del terreno, saqueaban, robaban, etc… En Guerra y Paz , León Tolstoi resignado escribía «ya hace mucho tiempo que nadie cree en los héroes». La fascinación por la guerra caballeresca había acabado, ya que como decía uno de los héroes (o ¿no habían desaparecido?), el príncipe Andrei: «ahora la guerra es otra cosa. Ahora cuando ha llegado a Moscú, a nuestros hijos, a nuestros padres, todos estamos listos. No hace falta que nadie nos mande a la guerra. Estamos listos para matar. Hemos sido ofendidos»“. Estaba claro: «la única razón aquí es para entender que lo único que me exhorta a luchar es la brutalidad. Sobre ella se fundamenta todo. No hacer prisioneros, el que esté preparado para ello como yo lo estoy ahora, ese debe guerrerar, en caso contrario que se quede en casa…», Andrei dixit. Pero en este punto contradecimos a nuestro querido príncipe. La guerra, esta nueva guerra, no entiende de vidas de los otros, ni de puertas sagradas. En aquellos tiempos solo la suprema justicia de la Suerte decidía quién sería o no víctima. Los franceses se enfrentaban a una situación desconocida hasta entonces, como bien nos dejó constancia el oficial del 2º Regimiento francés de húsares Jean Michelle Albert Rocca. Éste nos ha dejado uno de los múltiples testimonios de militares franceses sobre la traumática experiencia de España, «la maldita guerra de España» según el propio Napoleón. Para Rocca había una gran diferencia entre «la guerra de tropas arregladas y la guerra de resistencia que una Nación puede oponer a ejércitos de línea conquistadores». Por ello «los franceses no podían mantenerse en España sino por el terror: estaban a cada momento en la necesidad de castigar al inocente con el culpable y de vengarse del poderoso con el débil». Rocca dixit. En Andalucía se vivió entre los años 1810-1812 una cruel guerra de resistencia que enfrentaba a las partidas guerrilleras y las tropas regulares del general Ballesteros a resguardo de la serranía de Ronda, contra las tropas imperiales franco-españolas del mariscal Soult, héroe de Austerlitz. Éste ante la diaria sangría de sus tropas ordenó aplicar la máxima pena a todo el que se opusiera al nuevo poder. Para Rocca«si se hubiera querido poner en ejecución el decreto del mariscal Soult contra los españoles insurgentes hubiera sido necesario ajusticiar a casi toda la población del país.»

CON RAZÓN O SIN ELLA…AL PAREDÓN

En Alcalá la ocupación francesa transcurrió entre el 27 de enero de 1810 y el 27 de agosto de 1812. Ya conocemos, comenzando por la obra del Padre Flores ( Memorias históricas de la villa Alcalá de Guadaíra, 1833), los desmanes que provocaron los franceses en iglesias y conventos. También nos relata el caso de alcalareños sin suerte que fueron asesinados, en francés ajusticiados, dándonos , en un ejercicio de memoria histórica, sus nombres: Bartolomé de los Santos, Antonio Rodríguez, Alonso Vallecillo, Fray Benito Calero que apareció muerto de un balazo en la hacienda de San Benito el mismo día en que los franceses salieron de aquí , y tres bandidos, en español guerrilleros. Y seguramente fueron más los cadáveres anónimos que aparecieron en calles, caminos y a los pies de tapias agujereadas. De los dos primeros nombres citados conocemos casi todos los detalles periciales de su caso a través de tres fuentes: el mismo Padre Flores, la Gaceta de Sevilla nº 42 (11 de mayo de 1810) y los interrogatorios practicados por el alcalde de la villa que se guardan en el legajo 389 de Policía del Archivo Municipal de Alcalá de Guadaíra. El mal fario para nuestros protagonistas comenzó a las 11 de la noche del día 15 de abril de 1810 cuando de improviso y entre grandes voces entraron dos soldados franceses en la casa de Antonio Rodríguez, vendedor de aguardiente, y de su mujer María Senepe en la calle Cano. Según testimonio de la mujer, recogido por el alcalde Francisco Caraballo un día después (recordemos que en Antiguo Régimen el alcalde tenía poderes judiciales de primera instancia) «eran dos soldados franceses y que uno tenía unos calzones blancos, la agarraron por las naguas (sic) diciéndole vamos a la durma (sic) vamos». Marido y mujer, según sus palabras, pudieron zafarse de los intrusos y salieron a la calle en busca de auxilio. La mujer fue a casa de su cuñada Isabel Rodríguez, en la calle San Sebastián, encontrando por el camino al hornero Francisco Díaz Herrera, que a la puerta de una taberna «estaba bebiendo un vaso de vino”. Éste le acompañó a dar cuenta de lo sucedido al cuerpo de guardia que tenía establecido la Guardia Cívica en la Plaza de San Sebastián. Por su parte, el marido corrió hacia la casa de su cuñada María Senepe Abrí que vivía junto a una viuda en la calle San Sebastián. Ambos, junto a Bartolomé de los Santos, que los alumbraba con un candil, llegaron a la casa encontrándose todos con el cuerpo de un soldado muerto y cuatro mozos que huían amparándose en la oscuridad de la noche. ¿Quiénes eran? Según declaró Antonio Rodríguez, al salir a la calle a pedir auxilio encontró a cuatro jóvenes que identificó como Ricardo Baquero, Jesús Mateo de “oficio del campo”, “un mozo del cortijo de Antonio Maestre” y un cuarto al que no conocía. De estos nada se dijo con posterioridad y nada se supo. Cuando llegaron una patrulla de franceses y de la Guardia Cívica alcalareña al mando del cabo José Antonio de la Rosa todos los presentes fueron detenidos en la cárcel local. El 5 de mayo se celebró el Consejo de Guerra en Sevilla quedando en libertad el hornero Francisco Díaz y María Senepe Abrí. Antonio Rodríguez, el marido, junto a Bartolomé de los Santos, el del candil, fueron condenados a ser fusilados como culpables, como así ocurriría en día 15 de mayo (registrando su muerte en la parroquia de la Magdalena de Sevilla). En cuanto a la mujer atacada, María, fue condenada a un año por ser cómplice de asesinato. Y así acabó todo. Si van a la exposición del Museo del Prado “Goya en tiempos de guerra”, fijénse en los rostros de esos madrileños que van a morir en el cuadro de “Los fusilamientos del tres de mayo” y recuerden a aquellos alcalareños sin suerte. Unos tuvieron la inmortalidad enmarcada gracias al talento hecho óleo, otros murieron como nuestros protagonistas con pena y sin gloria. Aunque todos fueron, seguramente sin quererlo, protagonistas de una vorágine destructiva en la cual apareció la idea de nación que tomó la forma constitucional y el espíritu gaditano. Y por último no estaría mal reflexionar sobre lo escrito recientemente por el historiador Ricardo García Cárcel: “la sociedad española parece descubrir, por fin, que la historia no empieza en 1931 y 1936. Algunos no perdemos la esperanza de que pronto se constate que tampoco empezó en 1808 y que alguna vez se superará el síndrome de los mitos fundacionales» (ABC, 27-3-2008).

CONCLUSIÓN: SOLO SABEMOS QUE NO SABEMOS NADA

“El Consejo de Guerra permanente de la 1ª división del 5º cuerpo de España, en el celebrado el día 8 del corriente, erigido en virtud de los artículos 19 y 20 de la ley del 18 Brumario, año 6, y compuesto conforme a la ley del 13 Brumario año 5, contra Antonio Rodríguez, de edad de 45 años, Bartolomé de los Santos, de edad de 58 años, Francisco Díaz de edad de 50 años, María Senepe Abrí, de edad de 24 años, y María Francisca Senepe Abrí de edad de 21 años, todos naturales y domiciliados en la villa de Alcalá de Guadayra, acusados y complicados en el asesinato a dos soldados franceses, en casa de dicha María Senepe Abrí, de que resultó morir uno, y herido gravemente otro, ha condenado a el Antonio Rodríguez y Bartolomé de los Santos, convencidos del expresado delito, a la pena de ser fusilados; y a María Senepe Abrí, por cómplice, a un año de reclusión; y declarado la libertad de Francisco Días, y María Senepe Abrí, por no resultar culpables”.

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1 Véanse mis anteriores aportaciones: “Reclutamiento, milicias y esfuerzo bélico en Alcalá de Guadaíra durante la Guerra de la Independencia (1808-1812)”, VIII Jornadas Nacionales de Historia Militar, Sevilla, 1998; “Ecos de La Vendée en un Manifiesto de Soult (1812): guerra de opinión y guerra a muerte”, XII Jornadas Nacionales de Historia Militar, Sevilla, 2004; “Entre la revolución y la reacción: aproximación al significado histórico de la Junta Suprema de Sevilla en el contexto del fin del Antiguo Régimen en España”, en Spagna Contemporanea, nº 18, Turín , 2000; “Personajes y personajillos en la guerra contra el francés”. Escaparate. Revista de Feria, Alcalá de Guadaíra, mayo de 2002; “Gente corriente en guerra. Dos cartas manuscritas de soldados españoles de la Guerra de la Independencia”, Trienio, Ilustración y Liberalismo, Madrid, nº 46, noviembre 2005; “Don Pedro Galeazo, el garrochista: Bella Vita Militar?”, Escaparate. Revista de Feria, junio 2006“. Artículos publicados en La Voz de Alcalá : ”Luces y sombras de la Alcalá Napoleónica (1810-1812)” (2 partes), 15-II-1999 y 1-III-1999; “La génesis del recluta (1808-1812)”, 1-X-1999, “Alcalá: fortaleza napoleónica” (2 partes) 1-X-2002 y 15-X-2002.

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