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TÉRMINO. Por José Manuel Colubi Falcó
El dios Término
(1497-1543)
Entre las muy numerosas acepciones de este término que nos ofrece el DRAE, se leen, en primerísimo lugar, aquellas que podrían considerarse originarias: último punto hasta donde se extiende una cosa, último momento de la duración de algo, límite o extremo, mojón o señal permanente que fija los linderos, línea divisoria de estados, provincias, distritos, etc. En suma, la idea de fin o confín como fundamental.
Término tiene también su historia, que se remonta a aquellas edades en las que todo es común y no existen las formas de posesivos mío y tuyo. Elogiadas y añoradas por poetas y prosistas (e. gr. Hesíodo y Cervantes), son los tiempos en que Saturno es rey; mas esas edades tocan su fin cuando la avaricia, la ambición, la codicia, hace su aparición entre los hombres, promueve usurpaciones y suscita pleitos y procesos. De ahí que la diosa de los campos, Ceres, la griega Deméter, intervenga y sancione por ley que aquéllos sean distinguidos unos de otros mediante indicadores de sus límites, las más de las veces cipos, mojones o hitos (conservamos topónimos y apellidos e. gr. Piedrahita, Piedrafita en español, y en otras lenguas peninsulares, especialmente en el lenguaje agrícola, v. gr. la expresión valenciana la (pedra) fita). Este indicador, por ser creación de una diosa, entra a formar parte del elenco de divinidades, es denominado Terminus —y terminator quien lo pone— y recibe culto, en Roma, desde el rey Numa.
Dios rústico desde sus orígenes, sus representaciones serán elementales —teja, piedra, tronco de árbol, que aún se conservan hoy—, aunque en el transcurso del tiempo se intenta superar ese estado de cosas dándole la figura de hombre carente de extremidades erigida sobre un cipo con forma de pirámide. Y, naturalmente, tiene sus fiestas, que llevarán su nombre, Terminalia (Terminales), celebradas el día 23 de febrero de cada año; en ellas, los propietarios de fundos limítrofes se reunían junto al hito, cipo, mojón que indicaba el límite de sus tierras y allí, en buena armonía, hacían ofrendas (guirnaldas) y sacrificios cruentos (corderos, cerdos) al dios Terminus. Y también su leyendas: es inmutable porque, cuando el último rey etrusco Tarquinio el Soberbio quiso erigir el templo de Júpiter Óptimo Máximo en el Capitolio, las divinidades le cedieron el lugar donde tenían sus capillas, todas menos una: Terminus, que hizo inútiles los esfuerzos por desplazarlo de su sitio, porque las lindes de los campos son sagradas y no se pueden cambiar ni transgredir.
Pino del Término
[De los singularizados pinos del mundo por tener nombre propio]
Dedicatoria para Isabel Castro y Luis Gandul
(Foto: Manuel Verpi [Alcalá 2014])
CON PERMISO DE PEÑAFIEL. Por Parco Lacónico
(Foto: La Vanguardia)
La recepción real, o real recepción, que no sé cómo realmente se dice, celebrada en el Palacio de Almudaima, en Palma de Mallorca, el 7 de agosto pasará a la Historia como la más multitudinaria y costosa de la época de los Borbones y supongo que también de la de los Austrias. Allí estaban todos los inframundos: el del Deporte (así, hipermayestáticamente), parte del de las Finanzas, el del tinglado político-institucional, el de los homosexuales lacayunos lacayunamente exhibidos y, en fin, una amplia representación no precisamente de lo mejor de España. No sé —he estado hospitalizado y no me suministraban periódicos— qué ha dicho Jaime Peñafiel, pero a mí me parece que es la primera manifestación de lo que va a ser el reinado de esa plebeya llamada Letizia, esa misma que le va a traer más de una cefalalgia al hijo de Sofía de Grecia, que es una señora, casi nunca carne de revistas y cotilleos televisivos. Ésta de ahora desde luego no tiene nada que ver con Sofía, mucho menos con María de las Mercedes y no digamos con Victoria Eugenia. Y para compararla con Isabel II no creo que dé la talla, ni las carnes y otras cosas. En sus aspiraciones, visto lo visto, sí podría asemejarse a la esposa de Napoleón III, la emperatriz chulesca y dominadora Eugenia de Montijo (dominadora sobre todo de su Bonaparte de su alma y sus dineros). Ninguna circunstancia, de las de entonces, le acompaña. Pero ya se verá, ya se verá… Las plebeyas nunca traen nada bueno a los sitios reales.
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Si quiere leer más del escritor Parco Lacónico en «CARMINA» pinche en su nombre
COLOQUIOS (267). Gabi Mendoza Ugalde
(Foto: Manuel Verpi 2014)
—No escribir, porque no soy nadie. Si no escribo es la máxima expresión de la pereza. Éste es mi caso.
—Te equivocas, de nuevo. En este agosto, si a realidad hemos de referirnos, tú no existes.
—Entonces, ¿a quién le hablas? A ver si eres tú quien se ha quedado sin ser.