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…DESDE el rango que impuso en ti aquel siglo
cuya informe tarea
hoy nos levanta indemnes
sobre el escombro que enguirnalda el Betis,
piedra y dominio, poderoso río,
vencidos ante ti, te mortifican.
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No con veloces ojos de codicia
o de ilegal donaire
llegues, tú que de urgencias
te creíste insaciable:
un canon de amargura semejante a la tuya
implantarías entre quienes, vivos,
cruzan bajo las bóvedas con más suaves cadenas.
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Ellos, sujetos a distinto curso,
ni tienen en ti parte ni gradúan
la soledad de quien, devuelto al tiempo,
halla usurpada su mansión antigua
por un linaje inmune a la venganza.
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Perder, un viejo frente, sí; pero, abatidos,
sin igualar justicia a vencimiento,
aquellos muros no se allanan, viven,
vuelven a alzar su enseña y desmesura
en un campo contrario
a la hostil convivencia.
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Inútil es entonces encararse
a lo que, como restos,
permanece invencible. Su semilla
ya no germina en nuestros corazones;
los infecta y arrasa, cuando ella
sólo pudo formarse a expensas nuestras.
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¿No es en este remanso más grave la belleza?
¿O pasa, como el agua
entre la red, desnuda y fugitiva
tras la bodega, el canalillo, el foso,
la aceña y los senderos que conducen al dique?
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Pues aquí la belleza silbó bajo los arcos,
y era una cinta indómita su brío.
Vino cargada y no advirtió su yugo,
y, todavía, ligera,
tomó en el duro hierro del gimnasio
un sorbo matinal de compostura.
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Su cuerpo entonces no transige
más que consigo mismo,
y por eso es tan ágil su abrazo en la mañana.
Su cuerpo no consume
más que instantes o espumas,
y elástico y siniestro, en la argamasa justa
de todo cuanto impone desdén hacia la muerte,
levanta irresistible su parteluz sonoro.
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Ajeno al fatigoso botín de los sentidos,
que medra en torvas cámaras
donde rige el hastío,
surge recién salvado de esa muerte que ignoras:
punto y recinto a la congoja tuya,
que ha vuelto transitorias tales eternidades.
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Y así, si, en el encuentro con la belleza, acaso
una ínfula sólo de su estéril tocado
rozó tu vida, cede.
Y, escombro de ti mismo,
mira perdidos, desde
un extremo a otro extremo,
la gloria de aquel siglo
y el día en que la cantas,
canto tú de ninguno.
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