¿POR QUÉ TE DISCULPAS?. Por Rafael Rodríguez González

No me ha parecido bien, hermano, que te hayas disculpado. Ya sé que te habrán atosigado con eso de que hay que dar una respuesta, que hay que calmar a tantos como ladran, que hay que cuidar de la imagen… Parece mentira que hasta un rey tenga que soportar ese tipo de servidumbres. De todos modos, hermano, creo que podrías haber resistido la presión de tantos hipócritas.

¿Cuál es el máximo deber de un rey? Pues está clarísimo: vivir como un rey. ¿Qué es lo que has hecho tú desde siempre, incluidos esos días pasados en tierras de negritud? Clarísimo también: cumplir con tu deber. Y los hipócritas, los sepulcros blanqueados, los que está siempre acechando para soltar las frases que satisfagan a sus clientelas, te critican. ¡Por cumplir con tu deber, hermano! ¡Qué gente más falsa, Juan!

Siempre se ha dicho de alguien que vive muy bien que lo hace a cuerpo de rey. Es como decir que esa persona se da a sus caprichos, que disfruta del momento, que usa los medios que tiene para vivir… a cuerpo de rey. El rey que no cumple con su deber merece ser destronado. ¿Para qué querríamos un rey que no se comporte como tal? ¿Qué quieren algunos, un oficinista que se limite a firmar lo que le lleve el Gobierno y a decir palabras protocolarias en actos oficiales? Pues no; un rey, entérate bien, hermano –que algunas veces parece que estás en la inopia-, es, ante todo, el principal individuo del reino, a elevada distancia de todos los demás, y por eso mismo tiene unos derechos individuales muy distintos a los del común de los mortales. ¿Cómo y por qué un rey, en este caso tú, ha de pedir disculpas por irse a cazar elefantes, pavos reales o lo que le dé la gana? De verdad que me resulta inconcebible.

¿Sabes, Juan, lo que has conseguido con tus disculpas? Que algunos digan que cuando has afirmado lo de que no se volverá a repetir deberías haber añadido: «porque ya no estoy para esos trotes». La gente es muy mala. Yo estoy convencido, hermano, de que debes pasar a la ofensiva. O sea, poner a toda esa gente ante la disyuntiva: ¿queréis rey o no?; porque si lo queréis tiene que ser verdaderamente un rey, es decir, tiene que vivir como lo que es: de yate en yate, de palacio en palacio, de cacería en cacería. Si no, atreveros a poner la cuestión en manos del pueblo mediante un referéndum, que ya veréis el tiempo que vais a tardar en ser arrojados al mar, atajo de hipócritas. Venga, venga, que le pregunten al pueblo. No te amilanes, Juan. Ser rey o no serlo, esa es la cuestión.

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(*) He de explicar por qué tuteo al rey y le llamo hermano. El caso es que su madre, doña María de las Mercedes, me tuvo en brazos recién nacido, en la visita que hizo al hospital de la Cruz Roja en marzo de 1955, siendo yo el único de los niños que recibió aquel privilegio: soy, pues, «hermano de brazos» de Juan Carlos. Conste que nunca he querido aprovecharme del parentesco.

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