Emilio Prados, José Moreno Villa y Luis Cernuda en la década de los cincuenta
Tres Cruces, 11
Coyoacán
México, D.F.
México
Abril 8, 1959
Querido Vicente Núñez:
Le ruego acepte el testimonio de mi pesar por la muerte de su madre. No supe nada de su desgracia hasta que usted mismo me enteró de ella en su carta del 2. Lamento su mala salud y confío se vaya restableciendo como me indica.
Sí recibí hace tiempo Los días terrestres y me disculpo por no habérselo dicho antes, como dice usted en su carta; creo que a veces las circunstancias aparecen demasiado entre estos versos, restándoles entonces algo de la energía que la experiencia poética, nacida de aquellas circunstancias, debe darles. Pero eso, si es que ocurre como le digo, no impide que en no pocos poemas del libro éstos escapen a sus circunstancias, imponiéndose al lector por sí mismos, como fruto de una experiencia poética y humana. Así ocurre, por ejemplo, en el poema «La casa vacía» o «Hora del llanto», «Bajo el palio secreto», «El capitán Calandria», entre otros a citarle.
Le digo eso con bastante temor y recelo, porque sé que los veintitantos años de edad, por lo menos, que nos separan, son un obstáculo grave: el poeta joven puede apreciar al poeta viejo, si éste se conserva vivo como poeta; pero el poeta viejo, por vivo que se conserve como tal poeta, raramente puede apreciar la novedad que aporta el poeta joven. No sé si le aludí alguna vez a mi experiencia desastrosa con J.R.J., quien no se daba cuenta de eso y, lo que es peor, hacía política de sus elogios o censuras para con los jóvenes de mi tiempo.
Ayer le envié certificado, por correo ordinario (tardará en llegarle unas ocho semanas), su ejemplar de La realidad y el deseo.
«El Tiempo» de Bogotá dedicó una página a la publicación de mi libro, y en ella había un largo extracto de su estudio publicado en aquel número de «Cántico». Yo le había regalado ejemplar del mismo a un amigo colombiano y le dije que el trabajo de usted era el que más satisfacción me daba.
Saludos afectuosos de
Luis Cernuda
Perdone la mecanografía poco limpia de esta carta.
De «Epistolario inédito», recopilado por Fernando Ortiz
Sevilla
1981
***
Dibujo de V. N.
LA CASA VACÍA
LA casa está vacía. Veintinueve de octubre.
Un mastín de abandono vigila sus estancias.
Quiero aspirar la vida que sollozó aquí un día,
sentir en los postigos del ventanal la lluvia,
adivinar las rotas atalayas del cerro
en la bruma uniforme del mar y de los árboles.
Quiero asir nuevamente esas lámparas ciegas,
encender esos tallos de luz asesinada,
rozar aquellas ropas, tendidas en los ángulos
más íntimos y claros de la gran azotea.
Quiero alzar un puñado de sol y desgranarlo
contra mustios espejos y tenues desamparos
desde los cuales todo lo que pasó regrese.
Quiero tocar y muero, palpándome tras ellos:
volver es como irse pudriendo de misterio
entre la lozanía pueril de la memoria.
Quiero su voz, no el eco de unos pasos caídos;
mi muerte, si es que puedo llegar por fin a ella.
La casa está vacía. Viento largo; ¿lo sientes?
Alguien debe morirse al compás de esta noche.
La cena se inaugura con la gentil ruina
de las flores, las copas y el grueso candelero.
«El sol de la mañana era suave y violeta;
veremos si progresa con él tu bronceado.»
Y todo continúa… Ahora distribuyo
el vino con sus aros de luz amortiguada.
Las sillas, por si vienen. Qué noche tan oscura,
qué nube en el magnolio como un globo apacible.
Desataré los perros si llaman a la puerta
(¿o estarán con el nudo del espanto y del sueño?);
no se puede turbar la mesa de un fantasma.
Las tres. Nada. La calle agoniza despacio
bajo el péndulo hiriente de los gallos lunares.
Una vela se funde sobre el mantel marchito
y se cierra el cuaderno vivo de las paredes.
Oh, sí; era cierto, he vuelto. La casa está vacía.
Nadie vendrá; un pájaro atusa con las alas
el inmenso y antiguo fleco de los estores.
Nadie vendrá; mi alma se arroja al vencimiento,
y el patio la recibe con sus deltas de fango
bajo un toldo mojado de ramas corroídas.
Oh, qué inútil viaje; oh tiempo recobrado
de golpe y con la vida manchada de los días.
No he de poner de nuevo mi ilusión en vosotras,
torres a cuyas cúspides la vanidad nos lleva.
Me quedaré en la noche baja que ven mis ojos,
hundido en las pisadas que han de volver seguras
cuando el último tramo del vivir desentierren.
La casa está vacía. Quizás no vine en vano.
Alguien llama a la puerta: vida o muerte, es lo mismo.
***
De Los días terrestres (1957)
Poesía. Ed. Diputación Provincial. Córdoba, 1986; págs. 61 y 62
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Posted by CARMINA Blog Literario — LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González on febrero 28th, 2012.