Miguel Servet
29 de septiembre de 1511-27 de octubre de 1553
«Para ir a Italia, Servet debía pasar por Ginebra, y como en esta ciudad vivía su peor enemigo, Calvino, cada vez más poderoso, tomó el partido de fingirse italiano y tomar otro nombre: Miguel Vilamonti. Estas preocupaciones no le valieron, pues una vez en Ginebra tuvo la debilidad de ir a escuchar la voz del propio reformador en la catedral de San Pedro. Reconocido por uno de los espías de Calvino, llamado Lafontaine, éste le hizo prender y procesar por heresiarca. La captura se llevó a cabo el 13 de agosto de 1553. Siete días después de su arresto, Calvino iba propalando por todas partes que Servet sería quemado vivo. Para mayor pena, se le rehusó todo: los alimentos, los vestidos y hasta un defensor que pleitease su causa. Entre tanto, Calvino predicó en San Pedro contra él, pintándole como un monstruo de abominación, indigno de compasión alguna. La causa se debatió en 11 sesiones, durante las cuales los enemigos de Calvino, dirigidos por Perrin y Berthelier, hicieron cuanto pudieron por sarvar a Servet. En la última sesión, celebrada en la noche del 26 de octubre, viendo Perrin que de todos modos se quería condenar a muerte a Servet y que los partidarios de Calvino formaban la mayoría del llamado Pequeño Consejo, ante el cual se veía el proceso, presentó la proposición, de acuerdo con las antiguas leyes de Ginebra, de que la causa se llevara al Gran Consejo de los Doscientos. Esta proposición fue violentamente rechazada por Calvino, quien hizo votar, por los 17 miembros que le eran adictos, que Servet fuese quemado vivo, con sus libros, en Champel, en los alrededores de la ciudad, al día siguiente, por la madrugada, y a pesar de ser domingo. Servet aparecía anonadado; no habría creído nunca que llegase a consumarse la horrible sentencia. Calvino tuvo la crueldad de visitarle en la cárcel, en la madrugada del 27 de octubre. Servet pedía el hacha y no la hoguera, y a ello Farel le respondía: Confiesa tu crimen y Dios se apiadará de tus errores, cuando era Calvino quien podía libertarle. Se le ató a una columna clavada fuertemente en el suelo, se le puso en la cabeza una corona de pámpanos untada de azufre y al lado un ejemplar de su libro Christianismi Restitutio.
El suplicio duró dos horas, porque la leña estaba húmeda del rocío de la noche, y algunos circunstantes, compasivos, se lo abreviaron echándole leña seca. Murió el 27 de octubre de 1553, constituyendo su ejecución el más triste ejemplo de instransigencia y fanatismo por parte de los calvinistas.»