Me gustan los tangos con locura. Cuando yo los oía, de niño, en los años treinta, adquirí el sentido futuro de la poesía. Son poemáticos, por el ambiente, la atmósfera, los abandonos, el romanticismo, la modernidad… Qué palabras tan inasibles para un niño español de provincias como fané o descangayada… A mí, después de Gardel ya no me sorprendió nada… Ni Rubén Darío, ni Bécquer, ni nada. Tanto le debo al tango que una vez vino a verme a Aguilar Ernesto Cardenal y entonces estaba yo obsesionado con un descubrimiento: le había aplicado a una rima, la 33* de Bécquer, la música de «Silencio en la noche» de Gardel. Y encajaba perfectamente.
Me hubiera gustado, y sé que no lo he conseguido, ser un poema. La vida es lo que importa. Ser un poema, no escribirlo. Yo no necesito escribir más que en tanto me aparto de la plenitud del amor, de la existencia. La literatura sólo es fruto del fracaso y, por eso, es más humana que el hombre.
La plenitud es plenitud y sólo plenitud. No se sabe lo que es. Si la describiera, ya sería otra vez literatura. Cuando uno vive en la plenitud, entonces el lenguaje brilla por su ausencia, que es cuando de verdad debe brillar el lenguaje.
La literatura nos hunde, porque nos salva. Sin hundimiento no hay renovación. Bienaventurados los hundidos porque de ellos surgirá la luz.
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*RIMA XXXIII, DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Es cuestión de palabras, y, no obstante,
ni tú ni yo jamás
después de lo pasado convendremos
en quién la culpa está.
¡Lástima que el Amor un diccionario
no tenga dónde hallar
cuándo el orgullo es simplemente orgullo
y cuándo es dignidad!
Es que ustedes no tienen nada que decirse?
Qué barbaridad, Lauro, qué maravilla el rescate de estos textos. Por no llamarlos textículos.
Un saludo.
A.L.
Posted by A.L. on julio 7th, 2011.
Nadie ha tenido más textículos, nunca.
L.
Posted by L on julio 7th, 2011.