Jorge Guillén
1893-1984
Peludos, tristemente naturales,
En inmovilidad de largas crines
Desgarbadas, sumisos a confines
Abalanzados por los herbazales,
Unos caballos hay. No dan señales
De asombro, pero van creciendo afines
A la hierba. Ni bridas ni trajines.
Se atienen a su paz: son vegetales.
Tanta acción de un destino acaba en alma.
Velan soñando sombras las pupilas,
Y asisten, contribuyen a la calma
De los cielos –si a todo ser cercanos,
Al cuadrúpedo ocultos- las tranquilas
Orejas. Ahí están: ya sobrehumanos.