SEGUNDO AVANCE: UN HOMBRE DE TALLA. Alberto González Cáceres (2009). Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)

 

 

En Mairena

Foto ODP

2010

 

 

Ha muerto José Luis de la Avena Nuño, no obstante haber sido un hombre al que nadie hubiera tenido por objeto de tan insalvable tránsito. Tan pleno de vigor y tan falto de incidencias patológicas estuvo toda su vida, que era una persona a la que en cada celebración de su cumpleaños nunca se le dirigía el consabido ¡Y que cumplas muchos más!. Y es que a todo el mundo le parecía obvio que así sucediera. O sea, que siempre se daba por descontado que los cumpleaños se sucederían y se sucederían y se sucederían… eternizándose la sucesión, como si de algunos mandatos políticos al servicio del pueblo se tratase. Tanto es así que las dos únicas indisposiciones por las que pasó, y que para cualquiera hubieran representado un verdadero via crucis, para José Luis fueron como reclamarle a Hacienda la devolución de algún cobro indebido; un asunto molesto, pero resuelto al cabo de un período prudencial; un trámite administrativo, más que un trasiego entre batas y sábanas blancas y verdes, sobre las que resaltaba agradablemente la morenez de José Luis.

 

 

         

En Herreros

Foto: ODP

2010

 

 

            José Luis ha muerto con el consuelo que tan necesario resulta ser para los creyentes: ahora estará en presencia del Altísimo. Yo le hice notar más de una vez el contraste en que se iba a ver inmerso. Él, con su teología de andar por casa, me respondía que en el Paraíso todo el mundo está a la misma altura. «¿Tan bajos son allí los techos?», le insistía yo. (Diré de paso, y sin venir a cuento, que José Luis quizás haya sido la persona que más veces me ha dicho que mi madre es muy santa).

           Aunque no existe un ser sobre la Tierra que pueda acusar de algo grave a José Luis de la Avena, no podemos ocultar que cometió dos faltas de cierto relieve.

           Una es la de no haber dejado escritas sus memorias (que tal vez podría haber titulado así: «De Herreros a Mairena. Las calles de mi vida»). Este hombre, que fue concejal en el Ayuntamiento elegido en 1979, donde desempeñó el cargo de delegado de Cultura, podría habernos dejado unos sustanciosos recuerdos de aquella época en que se relacionó con personas muy estimables y con otras muy notables, éstas en el sentido de que ya se les notaba lo que después quedó clarísimo que eran. También conoció gente que le hizo comprender que para tener algún relieve en la política no es necesario ser especialmente inteligente, ni poseer una cultura siquiera sea de usar y tirar (y no digamos de la que se tiene en la sangre), sino que basta, con independencia del partido en que se esté, con servir para eso. Uno de los detalles de aquella etapa que más gustaba de recordar era el de que a él (y a algunos más, hay constancia), le costó el dinero la labor municipal. Que la etapa edilicia no resultara idílica (etílica sí lo fue para algunos), como también se encargaba él de demostrar en sus recuerdos orales, no se debió a eso del dinero, sino a otra clase de hechos y de no hechos. No obstante, José Luis ha mantenido hasta sus últimos días la esperanza, o la fe, más que la convicción razonada, de que con la participación electoral en general y la prédica de buenos sentimientos, también en general, pueden conseguirse algunos de los cambios que necesita el mundo humano. En realidad, toda su vida fue en sí misma una esperanza.

           Podría habernos hablado también de sus tiempos en el Equipo Corresponsal Guadaira, durante los últimos años del régimen anterior, en el que, junto a algunos jóvenes (él ya frisaba los cuarenta) contribuyó a alentar algunos movimientos antidictatoriales, cosa que hicieron tantos (¿tantos?) cristianos sinceramente imbuidos de espíritu evangélico. Entre esos seguidores del Espíritu (admirable sentido de la orientación) se encontraban algunos de esos curas que dejaron de serlo, en su mayoría, que no todos, porque no les iba ni la curia ni la incuria en que sus vidas corrían el peligro de sumirse. (Que quede claro que no digo que por sus creencias; que si no…).

           La segunda cosa censurable es el cierre de su mercería. Con ello dejó sumidos en la desorientación a un amplio número de fieles-amigos, llegando algunos al extremo, lo que resulta muy comprensible, de experimentar un amargo sentimiento de orfandad. Pasar por la calle sin entrar en su tienda para entablar un diálogo (en el que siempre José Luis llevaba la voz cantante) constituía un pecado que muchos resolvían volviendo sobre sus pasos para cumplir con norma tan sagrada como restauradora. Pasar de largo era como ir a la Meca y no ponerse a dar vueltas alrededor de La Kaaba, llegar a Jerusalén y no lamentarse, o estar en París y andar con la mirada por el suelo con tal de no ver la torre Eiffel, esa mala copia de las de la plaza de la Almazara. Charlar en la tienda con José Luis, o, más exactamente, oírlo charlar, era encontrarse en camino de alcanzar la erudición de un Espasa, la amplitud de miras de un Rodrigo de Triana y la espiritualidad de un San Juan de la Cruz (sobre todo cuando éste trataba de asuntos carnales). ¡Cuántas dudas, elucubraciones, equívocos y errores vitales y trascendentes se han resuelto en esa tienda, gracias a la perspicacia de José Luis, convertido en luz en sus rotundos monólogos! Pero hubo que reconocer, muy a pesar de la variopinta tropa de oyentes, que el cierre era inevitable, y que lo que quedaba era deambular, casi perdidos, sin poder hallar otro consuelo que el que pudiera conseguirse en el intento de estar a su altura, por inalcanzable que pudiera considerarse la tarea.

           En los últimos tiempos, internet absorbió gran parte del interés de José Luis: prácticamente fue a lo único que se dedicó desde el cierre de la tienda (desde su deserción, al decir de un amigo), la misma que ahora, tras la ausencia de José Luis, se nos antoja simbólica capilla ardiente con carácter permanente hasta que alguien arriende el local (perdurará por tanto el actual estado). Con su dedicación a internet nos demostró a todos, una vez más, que podía estar a la altura de cualquier circunstancia, incluso de las que se desarrollan por los niveles más elevados, causantes de mareante vértigo.

           José Luis de la Avena Nuño, que en el momento de su muerte tenía el mismo nivel de conciencia que tuvo durante toda su vida, conservó hasta el fin la presencia de ánimo y la vitalidad que siempre le hicieron destacar de entre el común de las gentes. Por eso fue que en los instantes del transterminar pasaron por su ya translúcida mente, lúcida y lucidamente, como si creados por ella misma fuesen, los versos del de Metapa:

 

                                                            

Pasa un murciélago.

Pasa una mosca. Un moscardón.

Una abeja en el crepúsculo.

No pasa nada.

La muerte llegó.

(…)

Ego sum lux et veritas et vita.

 

 

Rubén Darío

(1867-1916)

 

 

 

 

PRIMER AVANCE: LA LEJANÍA DEL PODER. Alberto González Cáceres (2009). Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)

TERCER AVANCE: LA DESTILACIÓN DE LA VIDA. Alberto González Cáceres (2009). Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)

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