¿GALENO, O PODENCO?. Suave diatriba de un (im)paciente dolido. Por Rafael Rodríguez González (2009).

galeno (wikipedia)Claudio Galeno. Liografía de Pierre Roche Vigneron, ca. 1865

Que el hábito no hace al monje es una verdad axiomática. Que el título no hace al médico es una verdad, más que axiomática, axiomatiquísima, que diría un hijo de Mairena. El no va más de lo incontrovertible.

Lo que un fraile haga, lo sea con o sin hábito, o no lo sea con o sin él, es poco probable que pueda representar un peligro, al menos en estos tiempos. No así el médico, que lo mismo puede ser un salvador que un agente patógeno de mucho cuidado.

Abundan los ejemplos de buenos médicos, igual que no faltan de mediocres, de resignados, de amargados, de abrumados, de rebosantes de hastío. Los hay incluso de sorprendidos ellos mismos por enfermedades que descubren en los demás, lo que no implica que sean unos inútiles, pero por lo menos sí que inapetentes de su propia salud. Hay médicos de toda condición, de todas clases y categorías. También los hay sin condición, sin clase y sin categoría. Médicos hay muchos, aunque muchas veces no lo parezca, ni lo parezcan.

hipócrates (wikipedia)Busto de Hipócrates en el Pushkin Museum

Hay médicos que mueven la cabeza, da igual si de arriba abajo o afirmativamente al estilo albanés, mientras se les habla y miran con la boca entreabierta la pantalla del ordenador, quizás comprobando la hora, o, en el caso de que el aparato esté apagado, su reflejada silueta; médicos que preguntan una y otra vez al paciente si es ahí donde le duele, si está seguro de que es ahí, pero que si es ahí, es ahí ¿no?, tal vez para tener tiempo de recordar qué órgano o qué músculo o qué diablos hay donde dice el paciente que le duele, ¿pero es aquí?, hasta que es el médico el que aprieta donde le están indicando y el encogimiento y la queja del dueño del dolor ya no le deja más hueco, aunque sí, porque puede seguir preguntando, que si es ahí donde hace tiempo le dolió, y qué le dijeron entonces, ah, que no le ha dolido antes, ¿está seguro?…

Los hay que si llegan más de media hora tarde al despacho, también llamado consulta, es debido a que no hay aparcamiento por ningún lado, aunque hace algo más de media hora sí lo hubiera; médicos que asienten a todo lo que el paciente les dice, para luego preguntar casi todo lo que acaban de oír, soltando al final una prédica en nada relacionada con lo antes tratado, consiguiendo entonces dejar desorientado al enfermo más centrado; médicos que se limitan a oír y a recetar, sin más explicaciones y poniendo una cara que logra que el paciente desista de interesarse sobre lo que le atañe, sobre todo si el médico le ha mirado dos veces, una al llegar y otra para que se vaya.

Médicos, en “la privada”, que te van recetando, visita tras visita, mil cosas, hasta que por fin te sanan con un tratamiento que se comprueba palmariamente que podrían haber aplicado desde el primer momento. Es tan raro este proceder que verdaderamente se hace difícil hallarle explicación.

LeMedecinMalgreLui (wikipedia)
Le médecin malgre luy, grabado de una edición de 1719 (Fuente: W.)

Hay doctores que parecen haber salido de la obra de Molière “El médico a palos”: es como si les hubieran obligado a sacarse la carrera, si no a garrotazos, sí a golpe de inyecciones dinerarias de los padres, con tal de que el niño sea médico, que hay que ver, Pepa, lo mal que nos está dejando delante de las amistades. Antes se obligaba a hacer la mili, con la diferencia de que la mili duraba un año o año y pico, y lo de ser médico es para toda la vida (dicen que para dedicarla a la de los demás). También hay médicos que podrían dar título a la primera parte de una de esas trilogías mercadotécnicas de tanto éxito: “Los médicos que olían los orines de las mujeres”. Enseguida sabrán por qué lo digo.

Hay médicos simpáticos, incluso divertidos, que hablan amistosamente, que hasta cuentan algún chiste de médicos, que preguntan, porque lo conocen a uno, por el trabajo, por este o aquel familiar o amigo. Muy bien, qué bien, pero al diagnosticar es como si lo hicieran con un enemigo. Los ha habido que a un aquejado de catalepsia producida por hipoglucemia severa lo han querido enviar al psiquiátrico, aun sabiendo de la condición insulinodependiente del anonadado, confundiendo además catalepsia con catatonía; o galeno, en urgencias, que ha diagnosticado trombosis al que acaba de sufrir una rotura fibrilar, sencillamente porque vio varices en la sufrida pierna del doblemente asustado paciente. Es como si en esa pierna, a modo de espejo, el médico viera reflejado su coagulado entendimiento.

Fue hace unas semanas cuando Margarita, una mujer que ha pasado ya por 31.960 días (no hay que decir los años de una dama), fue visitada por el médico. Yo no estaba presente, pero conocí después con todo detalle lo ocurrido. Las fuerzas de Margarita ya llevan tiempo batiéndose en retirada, precisando, lógicamente, de todas las atenciones. Toma su buena ración, por copiosa, de medicamentos. Aun así todavía tiene el oído en perfectas condiciones y es capaz de concentrarse cuando le parece, le conviene o le da la gana. Como debe ser.

Margarita estaba acatarrada. La fiebre, no demasiado disparada, había hecho su molesta y siempre alarmante aparición. Se hizo lo correcto: llamar al médico. El que fue a ver a Margarita lo hacía en sustitución del suyo de cabecera. Era un hombre alto, más calvo que cubierto y frisando los cincuenta; es decir, que poseía las mejores condiciones aparentes para que las tres personas que lo contemplaban lo supusieran un aventajado escolano de la de Hipócrates.

Cuando llegó el doctor, Margarita se encontraba en la mayor y más útil de las tazas de la casa, y fue allí mismo donde el médico la examinó. La garganta no mostraba señal de estar sufriendo la presencia de gérmenes patológicos. El doctor no comprobó la térmica de la anciana, sino que dio por buena la toma que la noche anterior se le había realizado (ahora eran las doce del mediodía). Nada más. El galeno abrió el bloc y extendió una receta. Adiós, adiós, buenas tardes, espere, que le abro. No, perdonen, antes el médico había visto, en el pañal que en ese momento tenía Margarita a la altura de las pantorrillas, señales inequívocas de contener absorciones procedentes del líquido para cuya absorción se ponen los pañales. Después de tan aguda observación (¡qué digo después: inmediatamente!), el licenciado manifestó que Margarita tenía infección en la orina. Fue entonces cuando dispensó la receta y sucedió el adiós y el espere, que le abro…

Tres días estuvo Margarita con diarrea, hasta que, después de leerse por autoridad casera competente el prospecto del medicamento recetado, se suspendió el tratamiento. Al día siguiente de la suspensión había disminuido la diarrea a niveles casi inapreciables. El catarro persistió por cinco o seis días más: era un resfriado de lo más corriente. Los ancianos deben cuidarse de los resfriados, pero no más que cuando van a realizar alguna actividad que en la práctica les está vedada o va a serlo próximamente: bajar un escalón sin mirar, hacer algo en la cocina, levantarse de la cama, colgar (bien) el teléfono…

Pero el antibiótico bautizado Ciprofloxacino no le fue prescrito a Margarita por estar acatarrada, suponiendo que el galeno se hubiera dado cuenta de ello, sino por la infección en la orina que el doctor había descubierto. ¿Cómo había llegado el doctor a conclusión tan inquietante? Ya lo he dicho, créanlo: nuestro hombre determinó que lo que impregnaba el pañal estaba más oscuro de la cuenta y desprendía un olor que denotaba… infección.

El Ciprofloxacino está indicado para ir contra la enteritis bacteriana grave (1), la osteomielitis o infección de los huesos, la gonorrea aguda y la septicemia o infección de la sangre, entre otras patologías. Las contraindicaciones de ese medicamento no son para tomarlas a broma, ni las precauciones deben ser menospreciadas. Nunca, pero mucho menos cuando se trata de una paciente camino de convertirse en protagonista de 32.950 días de vida. ¿Preguntó acaso el visitador si Margarita es alérgica a algún tipo de medicamento? ¿Lo hizo sobre si apunta en ella, dada su edad y el número de compuestos que ingiere, algún trastorno gástrico? No.

¿Pasósele por la cabeza, esa que seguramente tiene afectada de helmintiasis (2), que la orina no es un tejido corporal, sino una excrecencia, y que, por tanto, en el caso de apreciársele infección, ésta ha de proceder forzosamente de algo malo que esté aquejando a algún órgano o tejido, mal que hay que descubrir antes de echar mano al recetario?.

Manuscrito bizantino del siglo XI en el que está escrito

el Juramento Hipocrático en forma de cruz.

Biblioteca Vaticana. (Nota de edición in fine)

Que algunos salen de la Facultad facultados nada más que para andar a tientas y a olidas es axioma (otro) irrefragable. Lo que resulta inaudito (y que jamás lo será para este medio médico tan confiado en su olisqueo) es que dictaminara la existencia de gérmenes nocivos en la orina valiéndose única y exclusivamente de la “exploración” visual y olfativa, realizada, además, no sobre una muestra tomada ex profeso, sino sobre los residuos contenidos en la compresa o pañal. Ni siquiera puede hablarse en este caso de hipótesis de trabajo: el segundo elemento no existe (análisis clínico); el primero tampoco: certeza absoluta y no hipótesis “previa a” es lo que rige en la práctica diagnóstica y terapéutica de este médico que, cual general romano de vodevil, vio, olió y recetó. Hasta la caca y el pis de un niño chico presentan olores y tonos visuales diferentes según lo que haya comido y dependiendo de si la digestión ha sido plácida o trabajosa (también de quien huela y vea: si es la madre, la caca y los meados de la criaturita estarán como el niño: para comérselos). ¿Qué esperar del líquido mingitorio de una persona que se acerca a los 1.080 meses vividos? ¿No influyen en el color y en el olor de los orines la toma de determinados medicamentos? ¿No es lo que sucede también con algunas cosas de comer? Piénsese por ejemplo en los espárragos. (¿Sabría identificar también nuestro olisqueador galeno, después de oler la meada de alguien que los haya comido, si los espárragos son de cultivo o silvestres, y si de éstos, de Portugal, de Villaverde del Río o del Rincón de Alcalá?).

¿Será mucho pedir que ese licenciado sepa que toda materia orgánica (y la inorgánica también), con el paso del tiempo, por muy breve que éste sea o por lento que sea el paso, se modifica incesantemente y produce del mismo modo su propia descomposición, lo que, por consiguiente, llega a manifestarse en el olor, el color y el sabor propios del estado en que en cada momento se halla?.

¿Se imaginan la que podría formarse en España si el Ministerio de Sanidad y las consejerías del ramo que hay en cada uno de los gobiernos autonómicos se encontraran con montones de médicos como el que visitó a Margarita? El ahorro en tubos, en botes para los meados y en tiras reactivas sería enorme; la rapidez en los análisis (eso sí, sencillos), de vértigo…

Lo que debería hacer este médico más podenco que galeno es abrir una consulta privada y usar como publicidad una leyenda que rezara más o menos así: Fulano de tal y tal. Especialista en medicina visual y olfativa. Diagnósticos infalibles y al momento. Y que ponga el anuncio en las páginas amarillas. No huelen a meado, pero son casi del mismo color.

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(1) Enteritis: Inflamación de parte o de toda la mucosa del intestino. Corrientemente, aunque no siempre, va acompañada de diarrea.

(2) Helmintiasis: Infestación por gusanos, que generalmente tiene lugar en el intestino. Si aquí se habla de helmintiasis cerebral es porque se supone que el intestino y el cerebro del doctor en cuestión es la misma cosa, realizando, por consiguiente, las mismas funciones…

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(Nota de edición): Texto de la Declaración de Ginebra adoptada por la 2ª Asamblea General de la A.M.M. en Ginebra, Suiza, en septiembre de 1948 y enmendada por la 22ª Asamblea Médica Mundial Sydney, Australia, agosto 1986 y la 35ª Asamblea Médica Mundial Venecia, Italia, octubre 1983 y la 46ª Asamblea General de la AMM Estocolmo, Suecia, septiembre 1994 y revisada en su redacción por la 170ª Sesión del Consejo Divonne-les-Bains, Francia, mayo 2005, y por la 173ª Sesión del Consejo, Divonne-les-Bains, Francia, mayo 2006.

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EN EL MOMENTO DE SER ADMITIDO COMO MIEMBRO DE LA PROFESIÓN MÉDICA:

PROMETO SOLEMNEMENTE consagrar mi vida al servicio de la humanidad;

OTORGAR a mis maestros el respeto y la gratitud que merecen;

EJERCER mi profesión a conciencia y dignamente;

VELAR ante todo por la salud de mi paciente;

GUARDAR Y RESPETAR los secretos confiados a mí, incluso después del fallecimiento del paciente;

MANTENER, por todos los medios a mi alcance, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica;

CONSIDERAR como hermanos y hermanas a mis colegas;

NO PERMITIRÉ que consideraciones de edad, enfermedad o incapacidad, credo, origen étnico, sexo, nacionalidad, afiliación política, raza, orientación sexual, clase social o cualquier otro factor se interpongan entre mis deberes y mi paciente;

VELAR con el máximo respeto por la vida humana;

NO EMPLEAR mis conocimientos médicos para contravenir las leyes humanas, incluso bajo amenaza;

HAGO ESTAS PROMESAS solemne y libremente, bajo mi palabra de honor.

(Fuente: Wikipedia)

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