PANEGÍRICO CONTRA EL DESALIENTO (A propósito de lo que prometía ser una exposición de Ressendi). Por Enrique Martín Ferrera. Octubre, 2008.

 

Las tentaciones de San Jerónimo

<<Tenemos el arte para no morir de la verdad>>, decía un viejo filósofo.

Como para mí esas palabras siguen vivas hoy, la buena nueva del periódico me sorprendió bastante a estas alturas, ya resignado como todos a la grisalla del paupérrimo panorama cultural sevillano.

En las páginas del diario se prometía una generosa dosis del único bálsamo que puede hacer soportable el resto: Arte con mayúsculas, una gran exposición de Ressendi, ¡en Sevilla!, patrocinada por la Bienal de Flamenco para “ilustrar” las nuevas composiciones de un afamado guitarrista, al que esos lienzos, parece ser, habían servido de inspiración.

Confieso que me relamí de gusto imaginando aquel festín de pintura para ‘gourmets’. Bienaventurados los pacientes, porque ellos serán saciados, me dije, poseído por un arrebato de optimismo.

Aquella euforia mía estaba más que justificada si se tiene en cuenta que uno es devoto del artista en cuestión desde los años ochenta, cuando la fortuna puso ante sus ojos un boceto al óleo de sus “Tentaciones de San Jerónimo”.

Consideremos además que los museos –incluido el sevillano de Bellas Artes- ignoran concienzudamente a Ressendi, que su obra sólo sabe de lonjas para subasteros y colecciones privadas, y que esa circunstancia hace inalcanzable su contemplación para el común de los mortales.

Y añadamos un detalle intimista, quien esto escribe no se daba a la gula, en lo que al gran Baldomero se refiere, en muestra-banquete de envergadura, desde 1.992, léase Sala Imagen y Caja San Fernando; dejando a un lado esas modestas, y no por ello menos honrosas, exposiciones auspiciadas en años más recientes por la Fundación de aparejadores hispalense (qué mérito, a ver si toman nota otros colegios profesionales) y el Ayuntamiento alcalareño; simples entrantes para abrir el apetito.

El locutorio de S. BernardoEl locutorio de San Bernardo

Otro autorretratoAutorretrato

Así, jubiloso y confiado, me encaminé una mañana de septiembre hasta el Real Alcázar de Sevilla. A sus puertas, la ausencia de cartelería que diera cuenta de la exhibición no presagiaba nada bueno.

Una gitana se empeñó en venderme una ramita de romero, mientras otra me acosaba para que le comprara una banderita española con el toro de Osborne. -El payo esaborío no es guiri-, dijo por fin la primera, y me zafé sumándome a una manada de disciplinados japoneses que entraban en palacio, encabezados por su cicerone, una pelirroja rolliza que caminaba a ritmo marcial, abriéndose paso entre los demás turistas, con un paraguas en alto. Yo miraba su ancho culo y maldecía una vez más esta detestable forma de viajar, domesticada, que hace furor en nuestros días.

La danza de los pavosLa danza de los pavos

 

En el control de acceso abordé a una joven azafata reclamando información. ¿Ressendi?, jamás había oído hablar de ese señor. ¿Pinturas?, ella no sabía nada de ese asunto. Desconcertado insistí, pues el recorte del periódico, que yo le mostraba con contenido enojo, no dejaba lugar a dudas. Además, las guías culturales lo confirmaban: cuadros de Ressendi, Sevilla, el Alcázar, Sala Alta del Almirante… Se fue para regresar poco después acompañada de un hombre que me espetó con sequedad que aquel “evento” se había anulado. Ante mi protesta –venía desde fuera expresamente para ver la exposición y aquello me parecía una broma pesada- el sujeto se encogió de hombros y me dedicó una mueca sardónica. Opté por una retirada pacífica para no hacer el ridículo, pues mi ofuscación iba ‘in crescendo’ y podía terminar, en el mejor de los casos cumplimentando una absurda hoja de reclamaciones, y en el peor voceando improperios contra los responsables del chiringuito, con un público surrealista formado por aquellos dóciles nipones que sonreían al pasar a mi lado.

Quise calmarme, apagar los rescoldos de mi indignación con un café, así que me fuí hasta lo que queda del antiguo Bar Laredo. Sentado en una de sus mesas se me ocurrió pasar de regreso por el Casino de la Exposición del 29. Supongo buscaba culpables y quería volver a quejarme, pues había oído que allí se hallaba la sede principal de la Bienal. ¿No eran acaso sus organizadores los responsables últimos de aquella frustración?.

Sí, eso creía; así que me fuí para allá y, sin preámbulos, nada más entrar en el gran salón del Casino, en un ‘stand’ que ofrecía folletos informativos le solté a un joven con patillas de bandolero y gafas de intelectual:

-¿Me puede decir usted qué ha pasado con lo de Ressendi?

-Espere, que voy a consultar la programación –dijo-. Ressendi, Ressendi, Ressendi… ¿cantaor o bailaor?

Reflexioné antes de contestar: frutos tan maduros sólo pueden proceder de nuestra actual Universidad, así que para qué esforzarse. Le diría que se trataba de un guitarrista, o mejor aún, de un palmero; y volvería a salir por la misma puerta que había cruzado instantes antes, sin aspavientos, estoicamente.

Los condenadosLos condenados

 

Pero, al volverme, vislumbré al fondo del salón lo que bien podían ser unos cuadros. Y presentí el milagro, echando a andar hacia ellos, sin despedirme de aquel lumbrera. Pude reconocer de inmediato la autoría (no era difícil) de aquellos cinco lienzos de buen tamaño, junto a dos pequeñas ‘gollerías’, como Ressendi las llamaba. La iluminación prevista para las obras no es que fuera inadecuada, simplemente no existía. Podía pensarse que los cuadros habían sido dejados allí, sin más, como restos sobrantes de un decorado que nadie sabe donde ubicar.

No cesaba de entrar gente, pues acababan de anunciar la presentación a los medios del nuevo espectáculo de algún artista flamenco. Público, turistas y curiosos se movían por allí sin reparar en aquellas pinturas solitarias, colocadas sobre unos caballetes, al igual que una serie de reproducciones de antiguos carteles de la Bienal; desmerecidas por tan hostil disposición, sin luz, sin un mísero panel explicativo, sin un folleto o simple listado, sin ni siquiera una plaquita que las acompañase para dar cuenta a neófitos y admiradores de su procedencia, del título, de la fecha en que salieron del taller de Ressendi.

El papa negroEl Papa negro

Allí estaban aquellos cuadros, pobres, aunque sólo en número, y sin más abrigo que la gran cúpula de aquel salón desangelado: el asombroso lienzo de Los condenados, con el desgarro de unos rostros que surgen de la oscuridad y miran hacia un cielo demasiado lejano; El Papa Negro, retrato, ya de viejo, del matador Manuel Mejías “Bienvenida”, con su capote sobre los hombros, enorgullecido de la faena de su vida, iluminado por el halo de la gloria del ayer, esa que aún trata de sujetar firmemente con sus manos; y otro torero de perfil con un cigarro en la mano, creo que era “El Chimenea”; y dos autorretratos del propio pintor, uno de ellos el del barbudo con grandes gafas que nos mira con los ojos alucinados de quien ha visto antes, dentro de sí, el relámpago de aquello que después se esforzaría por llevar a su obra.

Autorretrato ojos alucinadosAutorretrato con gafas

No había más, fin de la cacareada gran exposición. Eran escasos cuadros, mostrados en terribles condiciones, pero aun así, cómo se defendían por sí solos, qué poderoso aliento residía en ellos, qué capacidad para remover las entrañas del observador.

En los lienzos de Ressendi nunca hallaremos amables escenas de costumbres, ni bucólicos paisajes concebidos para decorar las paredes del buen gusto; pero sus pinturas poseen esa plenitud, ese absoluto, esa fuerza sin imposturas, esa verdad que uno siente palpitar también en las mejores páginas de Shakespeare, en los personajes atormentados de Dostoyevski, en las melodías infinitas de Wagner, en el saxo de Charlie Parker –Bird y sus ‘jam sessions’-, en esa belleza que extrajo del mármol el divino Miguel Ángel, o en las esculturas de ese asceta del Arte llamado Alberto Giacometti.

Ya se sabe que <<el arte es largo y la vida breve>> (Rf. Hipócrates), pero qué infame trato institucional el que allí se dispensaba al más grande pintor que vio nacer Sevilla después de Velázquez y Valdés Leal; cosa que hay que atreverse a decir, aun a riesgo de ser tachado de sedicioso, ignorante o desmemoriado por los miopes, los mecenas de la mediocridad y los que hace tiempo se sienten dueños del huerto.

Sí, el gran Romero Ressendi, ese perfecto desconocido cuya excelencia sólo ha sabido apreciar (suena a tópico) una inmensa minoría. Pintor deslumbrante, concibió varias obras maestras, cumplida expresión de su genialidad: qué valentía hay en su Locutorio de San Bernardo, qué lección de técnica y anatomía en su Flagelación de Jesucristo, o en el Descendimiento; y qué libertad artística reivindica su humanizado y provocador San Jerónimo de Las Tentaciones…

ToreroTorero

Un pintor cuya obra apenas puede ser vista, salvo en fotografías. Además, se cuentan por ahí chascarrillos y anécdotas, reales e inventadas; pero qué se ha escrito sobre él y su pintura. Casi nada. Buscar en librerías o bibliotecas algo sobre Ressendi resulta descorazonador.

Para mayor afrenta, hace pocos meses, en la sección de libros de saldo de unos céntricos grandes almacenes sevillanos, se vendía por una quinta parte de su precio original el hermoso libro de Covelo editado por Guadalquivir. Es la única monografía dedicada al artista que se ha publicado hasta el día de hoy. Oferta especial, rezaba el cartel encima de la portada de La danza de los pavos. Profeta en su tierra, un tratado a liquidar que no tuvo los esperados compradores en la ciudad natal del pintor. Sobra decir que aproveché para hacerme con ejemplares adicionales al que ya atesoraba en casa, desde que había aparecido en unas pocas librerías de la ciudad ocho años atrás. Ahora pensaba regalar aquellos a unos cuantos amigos que sabrían apreciar en su justo valor un libro así. Precio y valor, la lección machadiana ejemplificada una vez más en los libros de lance.

Flagelación de Jesucristo

Pobre Baldomero, pensé, mientras echaba una última mirada a cada uno de aquellos cuadros suyos. Qué desdén oficial tan feroz. Oprobio e indolencia es el pago que recibe aquí tu genio, me dije. Contemplando su autorretrato se me iluminaron en la cabeza, como en un fogonazo, aquellos versos que Cernuda dejó escritos a sus paisanos: <<sujeto -se decía en ellos el poeta- al viento del olvido que, cuando sopla, mata>>. Así se recompensa en Sevilla a los grandes, y luego, con los años, alguna moda foránea o conveniencia de mercaderes termina por hacer surgir <<la farsa elogiosa repugnante>>.

Al dejar el Casino de la Exposición, sentí primero rabia, como ese personaje ressendiano, el del cráneo desnudo que se muerde la mano tras la reja del locutorio; luego, caminando, me dominó una tristeza resignada, una pena de borracho ahíto que acorcha sus sentidos para no seguir viendo cómo esta ciudad, monstruoso Saturno, devora fieramente a otro de sus mejores hijos.

DescendimientoDescendimiento

5 comments.

  1. Magnífico artículo, Enrique, sobre un genio de la pintura española.

  2. […] PANEGÍRICO CONTRA EL DESALIENTO (A propósito de lo que prometía ser una exposición de Ressendi)…. […]

  3. Gracias por sus comentarios sobre el genio RESSENDI.
    Aparentes entendidos del arte se atreven a criticar la obra de este genial artista. Muchos fueron los aparentes amigos,los que supieron valerse de su sencillez para hacerse con su obra. Ellos para valorar aún más el valor de sus adquisiciones, se inventaron palabras como PINTOR MALDITO. Luego, están los políticos que con su aparente vanguardia educan a una sociedad ya de por sí falta de cultura, confundiendo el arte con la vanguardia,
    excluyendo artista como Ressendi.
    Pobres ignorantes. Un admirador profundo de RESSENDI

  4. Bendito pintor maldito, tras años viendo casas repletas de cuadros, con febril afición, tengo fresca en mi memoria la maravillosa patada a mis sentimientos, que recibí al enfrentarme, a un magistral Ressendi grande como un furgón blanco aparcado en un callejón. Literalmente “devoraba” al resto de obras, enseres , antigüedades , y observadores que lo rodeaban , y te hacía comprender la importancia de un artista “de verdad” , ¿ que puede ser mas importante que retorcer las entrañas, el pensamiento y el intelecto de los demás décadas después de tu muerte? Solo una magistral obra. ¡Que acierto, soltura, valoración, misterio, calidad! …..Grande Ressendi

  5. Monstruoso pintor, inmenso. Me sumo a la tristeza que destila el artículo, pero consolado por el reconocimiento que dedicas al artista y por la calidad del texto. Gracias.

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