Posts matching “Marx”.

MARX RELOADED. De la serie «RECORTES», Nº 114. Por Pablo Romero Gabella

 
Paranavaí 2005 12 LGV

Serie: Miradas de paranavayenses

(Foto: LGV Brasil 2005)

 

«Nos hemos quedado estancados en un modelo cultural generado  a mediados del siglo XIX. Todavía el marxismo sigue dominando el discurso cultural, lo cual resulta extraordinario si pensamos que casi nadie se declara abiertamente marxista. Pero esa forma sórdida y prosaica, puramente mental y utilitaria de ver la vida, parece ejercer una extraña atracción negativa en muchos de nosotros. En un momento de la historia se construyó una Gran Descripción de las Cosas (que la emoción es irracional, que el romanticismo es reaccionario, que le mundo interior es una fantasía, que sólo existen el cerebro y la economía, que el ser humano es una bestia, que la belleza es fascista, etcétera) que por estúpida y arbitraria que sea se ha quedado enquistada en una visión oficial del mundo que nadie se atreve a cuestionar, en parte por miedo y en parte por simple desidia. La izquierda era moralidad. Para mí, Marx representa una narrativa liberadora emancipadora. Cree en el individuo lo quiere liberar del capitalismo.  En los años treinta del pasado siglo la izquierda abandonó para siempre el concepto de libertad para abrazar el de igualdad. Marx odiaba que el individuo sólo será sí mismo cuando el capitalismo sea vencido. Mientras tanto, los que no necesitan la cultura para nada, es decir, los banqueros y la grandes fortunas, se van apoderando poco a poco del mundo.»

[Andrés Ibañez, «Yoga nidra», ABC Cultural, 26 diciembre de 2015, pág. 2/ Yanis Varoufakis, entrevistado por Xavi Sancho en Icon, nº 23, enero de 2016, pág. 79]

 

«EL TENIENTE GUSTL» O LOOR A LA MUERTE Y A LA CARNE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 14). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Cementerio de los personajes ilustres
(Kerepesi Temetö)
Budapest
2000
Foto: LGV

 
 
 

64 páginas 64. Ésta es la extensión de El teniente Gustl, pieza de aparente minimalismo de Arthur Schnitzler (1862-1931), médico y escritor vienés, ejemplo del intelectual judío finisecular del Imperio. Contemporáneo de Sigmund Freud (que lo admiraba), Mahler o Zweig, pero también del antisemitismo que se cernía sobre Austria y sobre Viena en particular gracias a personajes como Karl Lueger, alcalde de la capital imperial. Esta pequeña joya escrita en 1900  (editada primorosamente, como es usual, por Acantilado en 2006 con traducción de  Juan Villoro) es un monólogo interior (uno de los primeros de la literatura) que bulle en la mente de un joven oficial imperial durante el ocaso de un día primaveral y el orto del siguiente. Parte de una velada musical en un teatro de la capital y termina en un café, cómo no, pasando por una noche de duermevela en el parque del Práter, el mismo lugar que luego haría famoso El tercer  hombre[1]

   Tal como hemos visto en otras entradas de Noticias de un Imperio, en la literatura del final del imperio austro-húngaro ocupa un lugar muy destacado el ejército y dentro de este, los jóvenes oficiales. En las obras ya reseñadas de Lernet-Holenia [2], Marai [3] y Roth [4],  los protagonistas son jóvenes oficiales que educados en la tradición del imperio son testigos y a la vez actores de su desaparición. El ejército austro-húngaro es, junto al viejo emperador, el elemento cohesionador del imperio. Para William M. Johnston (en su imprescindible obra El genio austrohúngaro. Historia social e intelectual (1848-1918), Oviedo, 2009) los militares daban «lustre a la vida social» y proporcionaban la dosis de «patriotismo» imperial necesaria para los soldados de diferentes pueblos y nacionalidades. No obstante y así lo vemos al comienzo de esta obra, los militares austríacos se aferran a un código del honor anacrónico, son arrogantes con los civiles y rechazan la modernidad. Todas esas características las asume nuestro teniente Gustl, desprecia a los burgueses y a los judíos, así como a los socialistas (aunque los austromarxistas fueron paradójicamente defensores del Imperio). Esta forma del ver el mundo, anclada en los esquemas aristocráticos del Antiguo Régimen es el factor que hace que se produzca el hecho principal de la novela, que por supuesto no vamos a desvelar y donde jugará un papel destacado un panadero. Estas ideas, sin embargo, no son solo propias del Imperio austro-húngaro en los inicios del siglo XX, era una cultura común en toda Europa. Esto lo estudió Arno J. Mayer en su obra La persistencia del Antiguo Régimen (1981). Un mundo de valores que hoy nos resultan algo absurdos e incomprensibles y que también están recogidos en la novela de Ford Madox Ford titulada El buen soldado (1913), donde de nuevo, en un lugar central encontramos la figura del oficial. Gustl es un tipo que, como ya hemos dicho, es arrogante, pagado de sí mismo, conquistador de damas y damiselas además de refractario a judíos y socialistas. Schnitzler crea un personaje arquetípico: proviene de una buena familia de provincias y tras pasar un periodo de servicio en Galitzia es trasladado a Viena, al servicio de Dios y del Káiser. Su historia es la historia de muchos que más tarde acabarían sirviendo en las filas de la Werhmacht al  mando de otro austríaco de provincias: Adolf Hitler.

   En sus meditaciones Gustl reconoce que de todas las experiencias vitales echaba en falta una: la guerra. El relato escrito en 1900, nos revela ese ambiente de preguerra que aún no pasaba de mero deseo, de ensoñación entre romántica y salvaje que muchos europeos vivían. La guerra como solución al aburrimiento de la rutina diaria. Gustl es uno de aquellos «sonámbulos» que en palabras del historiador Christopher Clark se dejaron llevar por sus estados y monarcas a las trincheras de la Gran Guerra (Sonámbulos. Cómo fue Europa a la guerra de 1914, 2014). Esa idea de exaltación de las virtudes terapéuticas de la guerra, que tan bien nos la narró Joseph Roth en las páginas finales de La marcha de Radetzky [5], iba de la mano de esa moral aristocrática y aparentemente guerrera a la cual nos referimos antes (el ensayo de Arno J. Mayer tenía el esclarecedor subtítulo de Europa hacia la Gran Guerra).

   La guerra era una especie de gran duelo colectivo donde enjugar honores mancillados. En ella, como en el duelo (Gustl, como no podía ser de otra forma también es un duelista), la muerte es una opción y si uno no es capaz de aguantar la vergüenza, no queda otra que el suicidio. Guerra, duelo, honor, suicidio…. todo nos conduce a la muerte, otro gran tema de la novelita de Schnitzler, un autor que podríamos considerarlo parte del grupo de escritores impresionistas tal como lo incluye en su obra Johnston. Esta corriente impresionista de intelectuales fue así definida por el Arnold Hausser, famoso teórico del arte  nacido como súbdito del imperio en 1892 y muerto como ciudadano de la república socialista de Hungría en 1978. Schnitzler era uno de aquellos intelectuales que de alguna manera disfrutaron siendo notarios del «apocalipsis feliz» de un mundo. No eran creadores de algo nuevo, no ofrecían soluciones, al igual que sus contemporáneos de nuestra Generación del 98. Para ellos la vida era evanescencia, flujo de sensaciones, esteticismo y decadencia. En esta obra que reseñamos todo esto se encuentra a través de los pensamientos inmediatos, no tanto reflexiones, del teniente Gustl. Todo es ahora, no existe ni tanto el ayer ni el mañana, todo ocurre en el momento. Un mundo de impresiones donde no hay nada totalmente verdadero pero tampoco falso.  En palabras del autor «cada instante implica morir un poco y a la vez volver a nacer».

 
 
 

La muerte se lo lleva
Kerepesi Temetö
Budapest 
2000

(Foto: LGV)

 
 
 

   Volvemos a la muerte, ya que es el culmen de ese mundo de impresiones. La muerte «libera» a los vivos de sus represiones y miedos, tal como le ocurría al joven Gustl. El elemento psicológico es la gran novedad técnica de nuestro relato y  por esto lo hacía tan cercano a Freud, pero también a toda una corriente de pensamiento que podemos llamar austríaca, donde la muerte tiene un lugar especial. Para los austríacos la muerte era un motivo de creatividad y es conocida su querencia por todo lo que la rodea: funerales, cementerios, ceremonias, etc… Baste recordar el episodio sobre el cementerio de Viena que nos cuenta Claudio Magris en su odiséica obra El Danubio (1986) o esos «hermosos cadáveres» de la familia imperial en La Cripta de los Capuchinos. La muerte es el fin del hastío y por eso tiene un gran poder, tal como lo dejó por escrito Hugo Hofmannsthal, un escritor marcado especialmente por ella.  Es relativamente conocida la carta que Mozart escribió a su padre sobre este tema cuatro años antes de morir:

   «Al ser la muerte, pensándolo con detenimiento, el verdadero objetivo de nuestra existencia, en los últimos años he establecido con ella – la mejor y más fiel amiga de la humanidad- una relación tan estrecha que ahora su imagen, lejos de aterrorizarme, me tranquiliza y consuela».

   Los muertos «permanecen entre los vivos», escribió Schnitzer. Ya hemos visto esto en las obras ya comentadas de Alexander Lernet-Holenia [6], donde el mundo de los  muertos tiene tanta o más importancia que el de los vivos. Por esto, un vez muerto el Imperio siguió para muchos aún vivo y sobre todo en la literatura y el arte hasta nuestros días.

   Y por último, nuestro protagonista vive la unión del Eros y el Thanatos. El erotismo y el sexo van unidos a la muerte, integrantes todos de los paraísos artificiales que pontificó para la modernidad el poeta Charles Baudelaire. El sexo y la muerte nos alejan del mundo, como así lo vivía el joven teniente Gustl que mezclaba en sus pensamientos sus conquistas eróticas y la fantasía de su muerte. Un mundo de morbosidad que fue tan querido al modernismo literario español, comenzando por Juan Ramón Jiménez. Algo tiene esta corta novela de loor a la muerte y a sus cercanías, pero también de loor a la carne, la carne mortal, liberadora y a la vez esclavizadora.

   Loor a la Carne,
Que al arder mitiga los cruentos martirios de la Vida humana.

 
 
 

Juan Ramón Jiménez
(1881-1958)

 
 
 
[1] https://revistacarmina.es/?p=40583

[2] https://revistacarmina.es/?p=39376

[3] https://revistacarmina.es/?p=39553

[4] https://revistacarmina.es/?p=40095

[5] https://revistacarmina.es/?p=40854

[6] https://revistacarmina.es/?p=39541
 
 
 
__________________________________
 
 
 

EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella

LA SAGA DE LOS TROTTA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 13 – 1ª Parte). Por José Miguel Ridao

 
 
 

PEPE ORDÓÑEZ, EDITOR DE «ESCAPARATE». De la serie «Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2005

 
 
 
Pepe

Pepe Ordóñez
[Foto: ODP Alcalá 2005]

 
 
 

José Antonio Mallado, Javier Jiménez Rodríguez, Vicente Romero Muñoz, Vicente Romero Gutiérrez, José Luis Pérez Moreno, Antonio García Mora, José Manuel Benítez Díaz, Joaquín González Moreno, Rafael Rodríguez González, Mª del Águila Boge, José Rubio Álvarez, Antonio Claret García Martínez, José Antonio Sánchez Araújo, Isabel Asensio, Javier Caraballo, Juan Pérez Mercader, Ignacio Díaz Pérez, Luis Caro, Francisco Mantecón Campos, Mónica Gata, Antonio Bulnes Al-guadaíra, Luis Romera, Pepe Recacha, Javier Hermida, Pablo Romero Gabella, Ramón Núñez Vaces, Marcos Fernández Gómez, Francisco López Pérez, Juan Portillo y muchos más son sujetos u objetos de textos que desde hace más de diez años aparecen editados en las páginas de papel satinado de Escaparate: historiadores, poetas, escritores, pintores, científicos, diletantes, humanistas, archiveros, periodistas, heterónimos, pseudónimos, políticos, ecologistas, cronistas, etc., alcalareños, o vinculados de alguna u otra manera con este pueblo derramado (o desparramado, desde hace unos años) entre estos cerros vetustos y, a veces, duros, donde la hermosura al menos de las ideas, los sueños y los deseos consigue hacerse visible en la revista que Pepe Ordóñez dirige, compone, distribuye y gestiona, moviéndose de aquí para allá como sea, o a pie o motorizado; aunque lo feo vaya dominando, a impulsos de recalificación urbanística y de enmiendas a las normas públicas, por encargo de los oligarcas de la promoción inmobiliaria, verdaderos titulares del poder en este inmenso poblado de la periferia sevillana, en que algunos han convertido lo que era una hermosa villa y que, tal vez, algún día sólo nos sea posible encontrarla en los contenidos de las escasas publicaciones alcalareñas que, como Escaparate, se proponen la titánica tarea de impedir el olvido.

   Pepe Ordóñez es una persona que sabe escuchar, que es la mejor manera de aprender; que sabe ver, que sabe esperar y nadie nunca le va a ganar en perseverancia y pugna por conseguir una foto, un texto, un nombre, para sus ediciones, sin subvención municipal, sin adulaciones, sin protocolos banales, con la enorme dignidad del autodidacta. Si se le pregunta quién fue la persona primera en su vida que le ayudó a entrar en los ámbitos del periodismo alcalareño responde sin dudarlo que su padre, José Ordóñez Romero, hijo de un alguacil conocido como El Manco, nacido en 1917, que sirvió como funcionario durante más de cuatro décadas en el departamento de Intervención del Ayuntamiento de Alcalá, transcriptor al Libro de Actas de los acuerdos municipales, por su bella caligrafía que, además, para poder mantener a cinco hijos se pluriempleó como representante de las máquinas de escribir de la Hispano-Olivetti, como agente de la casa de seguros Mutua General de Seguros, o como delegado de la firma de la mantequilla asturiana La Vaquita que le remitía por correo paquetes de mantequilla sin sal que llegaban a la callejuela del Carmen, ¡sin derretirse!, desde Oviedo. Pero, además, José Ordóñez Romero era corresponsal en Alcalá de los diarios ABC y El Correo de Andalucía, y de las emisoras La Voz del Guadalquivir y Radio Sevilla. Pepe Ordóñez no olvidará nunca a su padre trabajando en su casa con un bolígrafo largo de dos tintas, en rojo y azul, que le servía para distinguir los titulares del resto del artículo que, o bien mandaba por correo a los periódicos, o bien leía por teléfono a cobro revertido. También daba la crónica en directo telefónicamente para las radios. En su casa había una biblioteca con muchos libros sobre temas de Alcalá y sobre todo diccionarios y enciclopedias ilustradas. Él ayudaba a su padre cuando era niño si tenía que pasar alguna cosa a máquina o buscarle algún libro. El padre le hacía partícipe de todo; así, recuerda cuando lo llevó al hotel de Oromana a fines de los sesenta, con siete u ocho años, porque la selección española de fútbol estaba allí alojada y le presentó a todos los jugadores, que le estrechaban la mano a aquel pequeño ayudante de corresponsal, que aprovechaba para pedir autógrafos a los futbolistas y que, también, pudo conocer a un joven periodista deportivo llamado José María García, que se había desplazado a Sevilla para cubrir el partido España-Rusia y que se hospedaba con los deportistas en el hotel alcalareño.

   El padre muere en 1978 y la madre en 1985. Con 23 años, sin sus padres, recuerda que le costó trabajo, que sufrió, a la hora de tener que tomar decisiones sobre qué formas seguir, qué caminos, para ganarse la vida que fueran compatibles con lo que a él le tiraba con tanta fuerza: ser periodista; y aunque Pepe Ordóñez quería serlo, tuvo que trabajar en lo que caía, de camarero en bares, como en el café Roberto o en el bar del Instituto, el que llevaba María. Unos años antes, y en el contexto de los valores del movimiento católico obrero que regían en los Salesianos de entonces, se vinculó a una asociación pionera en la Alcalá de la transición más pura, que era conocida, sin el calificativo previo de asociación, como el CUPO (Cultura Popular), donde germinaron análisis de la realidad social y económica desde el punto de vista marxista y de la cultura, en general, de izquierdas. Recuerda Pepe Ordóñez aquella experiencia como su iniciación en la incipiente democracia española, escuchando mucho, repitamos sus palabras, que es la mejor manera de aprender, y trabando amistades, echándose amigos para toda la vida, porque el CUPO, aunque fuera el lugar por donde pasaron todos los partidos de la transición, para dar su programa mediático, fue para Pepe Ordóñez, sobre todo, el lugar donde conoció a José Luis García, el Cuqui; al Villa , Rafael Villa Fuentes; al Pato, Carlos Burgos Gil; a Juan Carlos Ortiz García Donas, a Francisco Pérez Moreno, antes conocido como el Quico y hoy como Paquito, a Paco García Cordero o a Javier Hermida. Pepe Ordóñez pertenece a una fértil y pública generación de alcalareños.

   A principios de los ochenta, con 17 o 18 años gestiona él solo su primer encargo para obtener la publicidad suficiente para una emisión de radio. Durante los años que siguen va a trabajar como publicista en los primeros canales de radio y televisión locales, y en Alcalá Semanal, periódico fundado en 1984. A fines de esta década se queda sin trabajo en Alcalá y aprovecha su cartera de clientes para ofertar publicidad en Sevilla a través de distintos medios como Los 40 principales, Cadena Dial o Antena 3.

   En 1990 sale el primer Escaparate, con cuatro páginas y todas de publicidad. No pasó demasiado tiempo para que empezara a introducir otras con textos ya vinculados a la Semana Santa, ya a la feria, o a la Navidad, cuando iban llegando esas fechas, con lo que aumentó su número. También añade una agenda cultural y una guía de teléfonos para que no fueran páginas de usar y tirar, para que se quedara unos días más en las casas. Los anunciantes le pedían más contenidos y, en un principio, era él mismo quien los redactaba. Hasta que llegó el momento de pensar en hacer una revista al estilo de las de feria de Alcalá, reanudando y combinando la labor de Fernando de los Ríos Guzmán y la de Curro Cariño, para lo que se documentó en números de las antiguas revistas de feria, sobre todo los de 1919 y 1923, y las de los años sesenta y setenta, añadiendo su propio estilo y dando nombre a secciones que se han convertido en fijas y que las toma, en realidad, de las tradicionales que se seguían en aquellas revistas. Desde el año 96 a este 2005 no ha faltado en Alcalá Escaparate, un auténtico fenómeno editorial, que Pepe Ordóñez nos ha servido en una contribución impagable a la memoria de nuestro pueblo.

 

[La voz de Alcalá, 1 al 14 de julio de 2005, año XIV, nº 180]

 
 
 

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Gustav Klimt (el beso)

El beso
Gustav Klimt
1862-1918

 
 
 

Para mi el vals combina vida y muerte, sonrisas y lágrimas. Tiene la nostalgia y la melancolía característica del final de un imperio. Estas  palabras pertenecen a Riccardo Muti, director del Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena de 2018 (recogidas en El País, 30 diciembre de 2017). Un Concierto que celebraba el centenario del fin del Imperio austro-húngaro, que a la vez fue el del artista símbolo de aquella Viena: Gustav Klimt. Y dentro de ese imaginario que estamos explorando en Noticias de un imperio no podía faltar la referencia al vals, quintaesencia musical de un mundo que se derrumbaba pero que no dejaba ni por un minuto de bailar.

   «Vals» proviene de la palabra alemana «walzen» que significa «dar vueltas»  tiene su origen en las danzas populares de los pueblos del sur de Alemania y el Tirol («deutscher Tanz» y «laender») que tomaron plaza en Viena desde la segunda mitad del siglo XVIII y  ejercieron su soberanía absolutista durante todo el siglo XIX [1]. Algo tuvo que ver en esta transformación de baile social a baile de salón el también vienés Franz Schubert. Dando vueltas y vueltas, el vals ha quedado para simulacros (a veces patéticos):  desde ser el comienzo del baile nupcial hasta ser carne de cañón de certámenes, que cuando mutan en programas televisivos con  bailarines famosos son, además de patéticos, risibles. Por tanto, poco queda de esa vida y muerte o de esa nostalgia y melancolía a las que Muti se refería.

   Sin embargo para nuestros propósitos el vals es un elemento central en la sociabilidad de aquel mundo de ayer que fue el Imperio. El musicólogo francés Roland de Candé (1923-2013) dice algo al respecto:

   Las danzas y las canciones no se crean para durar. Cada generación suscita otras nuevas. Sin embargo los dos Johann Strauss, padre e hijo, dieron al vals vienés tal encanto y tal calidad que nunca han pasado de modaPero, a pesar de todo, el vals resulta hoy un poco anacrónico. Es inseparable de las criolinas, de las cinturas de avispa, de la luz de las bujías; tiene un perfume de sensualidad hipócrita y de galantería caduca; nos hace soñar en una vida anterior (Invitación a la música. Pequeño manual de iniciación, Madrid, 1997, págs. 224-225, 1ª edición en francés de 1980).

   El vals es parte fundamental del esteticismo vienés que algunos denominaron «edelkitsch» o cursilería aristocratizante, algo que también achacan muchos, comenzando por Claudio Magris, a la literatura del fin del Imperio. Pero como bien explicó Stefan Zweig en su obra capital El mundo de ayer (y que traeremos como uno de los platos principales a este festín de decadencias) Viena estaba marcada por el fanatismo por el arte, que no era exclusivo de los aristócratas. De tal forma interpretar música, bailar, actuar en el escenario, conversar, exhibir modales elegantes y obsequiosos en el comportamiento, todo eso se cultivaba como un arte especial En Viena  y por extensión en toda Austria el vals y la opereta, por su origen popular ya citado, hacían de este Imperio, devenido luego a pequeña república, en una democracia con estilo, en palabras del escritor vienés Hermann Broch (1886-1951). Estos géneros musicales hacían de la frivolidad un arma política, tal como dejó escrito el historiador William Johnson en su vademécum austrohúngaro  titulado The Austrian mind (1972). Aunque pueda parecer superficial esta última afirmación, no se puede negar el papel aculturador del vals vienés, como agente cohesionador del Imperio multiétnico y que se imponía sobre otras variantes nacionales de vals. Para ilustrarlo podemos volver a una obra ya reseñada por nosotros: Los días contados del húngaro Miklos Banffy. En ella uno de sus personajes nos dice: ¡Al buen húngaro le gusta el juego húngaro, no el vals austríaco!.

   Pero también tiene su lado oscuro el vals , ese narcótico placentero que tomado en exceso podía llevar a la muerte. Algo de ello lo reflejaría nuestro poeta Federico García Lorca en su poema «Pequeño vals vienés» (Poeta  en Nueva York, 1929). Unos versos cargados de melancolía, amor, desamor, deseo y muerte.

   En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

   Mortal y rosa es el vals, como ya vimos en aquel baile espectral de El Barón Bagge de Alexander Lernet-Holenia. Lo mórbido, algo muy querido por la cultura austríaca, va unido a lo erótico o lo sensual de esos cuerpos que enlazados giran y giran. Volviendo a la novela de Banffy, éste nos ofrece un catálogo completo de escenas de baile donde, como en la película de Sidney Pollack Danzad, danzad, malditos (1969,) los personajes no dejan de bailar un vals infinito que los acerca, consciente o inconscientemente, al inexorable final.  En sus páginas nos deja múltiples ejemplos de esa voluptuosidad mistérica del vals. Tomemos esta descripción del baile de una de las protagonistas:

   Se deslizaba inclinada hacia delante, volaba por el hielo en espiral, movida por un vértigo voluptuoso que lanzaba de una mano masculina a otra, riendo, con el cabello suelto. No, no era el baile de la diosa virgen. Se dejaba llevar por una ferocidad inconsciente, por una locura que anhelaba amor, parecía más bien una ménade que bailara la danza de la pasión y embriagara su cuerpo en un frenética bacanal. Sus labios bebían el filtro milagroso de la velocidad, sus miembros jóvenes y fuertes rebosaban alegría. Era un espectáculo encantador que, debido a la poca luz, tenía un aire misterioso.

   Este fragmento nos transporta a  la famosa danza de los velos de la ópera Salomé de Richard Strauss, de otra estirpe de Strauss, que tanto éxito tuvo en Austria, como su también célebre El caballero de la rosa donde los valses se multiplicaban para glosar una visión nostálgica y «edelkisch» del Imperio. Siguiendo la máxima marxiana, el opio del pueblo no era la religión para los súbditos del Emperador, sino el arte en general y la música en particular y dentro de ella, en un lugar preeminente, el vals. Los sones de los Strauss, al contrario de lo nos pudiera parecer, eran un elemento democratizador y a la vez aristocrático que marcaba la vida de ese Imperio de burgueses que jugaban a ser aristócratas y viceversa. Claudio Magris, en su enmienda a la totalidad del mito habsbúrgico que escribió en 1963, dijo que todo esto suponía una evasión al pasado que no era más que producto de la insatisfacción por el presente. No obstante, años después en su maravilloso libro El Danubio (1986) nos explica que en la sede que IBM tiene en Viena hay una placa donde dice que fue allí donde se interpretó por primera vez El Danubio azul de Johan Strauss; la misma música que Kubrick utilizó en su película 2001, una odisea en el espacio (1968) y donde un ordenador, HAL (acrónimo juguetón, ya que no pudo utilizar el de IBM) se rebelaba contra sus creadores. Y esto le sirve para reflexionar con la levedad del ser:

   En el eterno retorno del vals hay algo eterno, no sólo el eco el pasado-de la era de Francisco José, que acabó, según una vieja ocurrencia, con la muerte de Strauss- sino la continua proyección de aquel pasado en el futuro, como las imágenes de acontecimientos remotos que viajan por el espacio y que son ya, para alguien que las recibirá quién sabe dónde y quién sabe cuándo, el futuro.

   El vals se inserta en nuestro mundo a través de una cultura popular y masiva que tiene muchos actores: Kubrick y sus naves danzando en el espacio exterior o Leonard Cohen con su versión de los ya citados versos de Lorca en Take this vals y sobre todo en el Concierto de Año Nuevo. Terminemos donde empezamos, con Riccardo Muti cuando concluye diciendo que el vals entra naturalmente en tantos hogares, pues encaja perfectamente en la atmósfera de la mañana del 1 de enero; hay esperanza hacia lo que viene, pero también nostalgia por lo que fue.

________________________________

[1]  Estos datos no son de procedencia wikipedíca sino del Diccionario de la Música de Alberto González Lapuente (Madrid, 2011).
 
 
 

concierto-de-ano-nuevo-de-vienaConcierto de Año Nuevo en Viena

 
 
 
EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

FUE MI MAESTRO: POR GILLES DELEUZE. Antonio Luis Albás, (2016)

Sartresimone

      Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir

Tristeza de las generaciones sin “maestros”. Nuestros maestros no son sólo los profesores públicos, si bien tenemos gran necesidad de profesores. Cuando llegamos a la edad adulta, nuestros maestros son los que nos golpean con una novedad radical, los que saben inventar una técnica artística o literaria y encontrar las maneras de pensar que se corresponden con nuestra modernidad, es decir con nuestras dificultades tanto como con nuestros difusos entusiasmos. Sabemos que en el arte, y aun en la verdad, hay un solo valor: la “primera mano”, la auténtica novedad de lo que decimos, la “musiquita” con la que lo decimos. Sartre fue eso para nosotros (para la generación que tenía veinte años en el momento de la Liberación).

Por entonces, ¿quién si no Sartre supo decir algo nuevo? ¿Quién nos enseñó nuevas maneras de pensar? Por brillante y profunda que fuera, la obra de Merleau-Ponty era profesoral y dependía en muchos aspectos de la de Sartre (a Sartre le gustaba asimilar la existencia del hombre al no-ser de un “agujero” en el mundo: pequeñas lagunas de la nada, decía. Pero Merleau-Ponty las consideraba pliegues, simples pliegues y plegamientos. De ese modo se distinguían un existencialismo duro y penetrante y un existencialismo más tierno, más reservado). Camus, ¡ay!, era la virtud inflada o el absurdo de segunda mano; Camus reivindicaba a los pensadores malditos, pero toda su filosofía nos remitía a Lalande y a Meyerson, autores que los bachilleres conocen muy bien.

Los nuevos temas, un cierto estilo nuevo, una manera nueva, polémica y agresiva, de plantear los problemas, todo eso vino de Sartre. En medio del desorden y las esperanzas de la Liberación, lo descubríamos, lo redescubríamos todo: Kafka, la novela norteamericana, Husserl y Heidegger, los interminables ajustes de cuentas con el marxismo, el impulso hacia una nueva novela… Si todo pasó por Sartre, no fue sólo porque como filósofo tenía un sentido genial de la totalización sino porque sabía inventar lo nuevo. Las primeras representaciones de Las moscas, la aparición de El ser y la nada, la conferencia El existencialismo es un humanismo fueron acontecimientos: en ellos aprendíamos, después de una larga noche, la identidad entre el pensamiento y la libertad.

 

Los “pensadores privados” se oponen de algún modo a los “profesores públicos”. Hasta la Sorbona necesita una anti-Sorbona, y los estudiantes sólo escuchan bien a sus profesores cuando tienen también otros maestros. En su momento, Nietzsche dejó de ser profesor para convertirse en un pensador privado. También lo hizo Sartre, en otro contexto, con otra salida. Los pensadores privados tienen dos características; una especie de soledad que les pertenece siempre, cualesquiera sean las circunstancias; pero también una cierta agitación, un cierto desorden del mundo en el que surgen y en el que hablan. Y también sólo hablan en su propio nombre, sin “representar” nada; y lo que le reclaman al mundo son presencias brutas, potencias desnudas que tampoco son “representables”. Ya en ¿Qué es la literatura?, Sartre dibujaba el ideal del escritor: “El escritor retomará el mundo tal cual es, totalmente en crudo, sudoroso, maloliente, cotidiano, para presentarlo a los libertados sobre el cimiento de una libertad. No basta con concederle al escritor la libertad de decirlo todo. Es preciso que escriba para un público que tenga la libertad de cambiarlo todo, lo que significa, además de la supresión de las clases, la abolición de toda dictadura, la renovación perpetua de los cuadros, la continua perturbación del orden tan pronto como tienda a fijarse. En una palabra, la literatura es, por esencia, la subjetividad de una sociedad en revolución permanente”.

Desde el principio, Sartre concibió el escritor bajo la forma de un hombre como todos, que se dirige a los demás desde un solo punto de vista: su libertad. Toda su filosofía se insertaba en un movimiento especulativo que impugnaba la noción de representación, el orden mismo de la representación: la filosofía cambiaba de lugar, abandonaba la esfera del juicio, para instalarse en el mundo más colorido de lo “prejudicativo”, de lo “sub-representativo”. Sartre acababa de rechazar el Premio Nobel. Continuación práctica de la misma actitud, horror ante la idea de representar prácticamente algo, aunque sean valores espirituales o, como él dice, de institucionalizarse.

El pensador privado necesita un mundo que incluya un mínimo de desorden, aunque más no sea una esperanza revolucionaria, un grano de revolución permanente. En Sartre hay, en efecto, cierta fijación con la Liberación, con las esperanzas decepcionadas de esa época. Hizo falta la guerra de Argelia para reencontrar algo de la lucha política o de la agitación liberadora, y aun así en condiciones tanto más complejas cuanto que nosotros ya no éramos los oprimidos sino aquellos que debían alzarse contra sí mismos. ¡Ah, juventud! Ya no quedan más que Cuba y los maquis venezolanos. Pero, más grande aún que la soledad del pensador privado, está también la soledad de los que buscan un maestro, los que querrían un maestro y sólo podrían encontrarlo en un mundo agitado.

.

El orden moral, el orden “representativo” se ha cerrado sobre nosotros. Hasta el miedo atómico adoptó los aires de un miedo burgués. A los jóvenes, ahora, se les ofrece a Teilhard de Chardin como maestro de pensamiento. Tenemos lo que nos merecemos. Después de Sartre, no sólo Simone Weil sino la Simone Weil del simio. Y sin embargo no es que en la literatura actual no haya cosas profundamente nuevas. Citemos al voleo: el nouveau roman, los libros de Gombrowicz, los relatos de Klossowski, la sociología de Lévi-Strauss, el teatro de Genet y de Gatti, la filosofía de la “sinrazón” que elabora Foucault…

Pero lo que hoy falta es lo que Sartre supo reunir y encarnar para la generación anterior: las condiciones de una totalización: aquella en la que la política, lo imaginario, la sexualidad, el inconsciente y la voluntad se reúnen en los derechos de la totalidad humana. Hoy nos limitamos a subsistir, con los miembros dispersos.

Sartre decía de Kafka: “Su obra es una reacción libre y unitaria contra el mundo judeocristiano de Europa central; sus novelas son la superación sintética de su situación de hombre, de judío, de checo, de novio recalcitrante, de tuberculoso, etcétera”. Pero es el caso de Sartre mismo: su obra es una reacción contra el mundo burgués tal como lo pone en cuestión el comunismo. Expresa la superación de su propia situación de intelectual burgués, de ex alumno de la Escuela Normal, de novio libre, de hombre feo (puesto que Sartre a menudo se presentó de ese modo), etc.: todas cosas que se reflejan y resuenan en el movimiento de sus libros.

Hablamos de Sartre como si perteneciera a una época caduca. ¡Ay! Somos nosotros, más bien, los que hemos caducado en el orden moral y conformista de la actualidad. Sartre, al menos, nos permite la esperanza vaga de los momentos futuros, de las reanudaciones donde el pensamiento puede reformarse y rehacer sus totalidades como potencia a la vez colectiva y privada. Por eso Sartre sigue siendo nuestro maestro.

.

El último libro de Sartre, Crítica de la razón dialéctica, es uno de los libros más bellos y más importantes que se hayan publicado en estos últimos años. Le da a El ser y la nada su complemento necesario, en el sentido en que las exigencias colectivas vienen a consumar la subjetividad de la persona. Y si volvemos a pensar en El ser y la nada, es para recuperar el asombro que supimos sentir ante esa renovación de la filosofía. Hoy sabemos aún mejor que las relaciones de Sartre con Heidegger, su dependencia de Heidegger, eran falsos problemas que descansaban en malentendidos. Lo que nos impactaba de El ser y la nada era únicamente sartreano y servía para medir el aporte de Sartre: la teoría de la mala fe, donde la conciencia, en el interior de sí misma, jugaba con su doble poder de no ser lo que es y de ser lo que no es; la teoría del Otro, donde la mirada del otro bastaba para hacer vacilar el mundo y para “robármelo”; la teoría de la libertad, donde ésta se limitaba a sí misma constituyéndose en situaciones; el psicoanálisis existencial, donde recuperábamos las elecciones básicas de un individuo en el seno de su vida concreta. Y, cada vez, la esencia y el ejemplo entraban en relaciones complejas que le daban un nuevo estilo a la filosofía. El mozo del bar, la chica enamorada, el hombre feo, y sobre todo mi amigo Pedro-que-nunca-estaba, formaban verdaderas novelas en la obra filosófica y hacían palpitar las esencias al ritmo de sus ejemplos existenciales. Por todas partes brillaba una sintaxis violenta, hecha de rupturas y estiramientos, que nos recordaba las dos obsesiones sartreanas: las lagunas de no-ser, las viscosidades de la materia.

El rechazo del Premio Nobel fue una buena noticia. Al fin alguien que no trata de explicar la clase de paradoja deliciosa que es para un escritor, para un pensador privado, aceptar honores y representaciones públicas. Ya hay muchos astutos que tratan de sorprender a Sartre contradiciéndose: le atribuyen sentimientos de despecho porque el premio llegó demasiado tarde; le objetan que algo, de todos modos, siempre representa; le recuerdan que sus logros, de todos modos, fueron y siguen siendo logros burgueses; se sugiere que su rechazo no es razonable ni adulto; se le propone el ejemplo de aquellos que lo aceptaron rechazándolo, sin perjuicio de destinar el dinero a buenas obras. No les conviene provocarlo demasiado; Sartre es un polemista temible. No hay genio que no se parodie a sí mismo. Pero, ¿cuál es la mejor parodia? ¿Convertirse en un viejo adaptado, una coqueta autoridad espiritual? ¿O bien querer ser el retrasado de la Liberación? ¿Verse como un académico o bien soñarse como resistente venezolano? ¿Quién no ve la diferencia de calidad, la diferencia de genio, la diferencia vital entre esas dos opciones o esas dos parodias? ¿A qué es fiel Sartre? Siempre al amigo Pedro-que-nunca-está. Ése es el destino de este autor: hacer correr aire puro cuando habla, aun si ese aire puro, el aire de las ausencias, es difícil de respirar.

.

Periódico Página/12. 24 de Junio 2002. Revista Arts, 28 de Noviembre de 1964.

PETROGRADO-CARACAS, ENERO 1918-2015. De la serie «RECORTES», Nº 113. Por Pablo Romero Gabella

 

1-Xopi

Gafas

Xopi

2008

 

«El próximo lunes, 4 de enero de 2015, iniciará sus funciones el inédito Parlamento Comunal, un organismo que el oficialismo ha rescatado de la chistera de las leyes comunales que Hugo Chávez hizo aprobar en 2010. El Gobierno de Maduro no ha escondido su intención de utilizar este Parlamento paralelo conformado en su totalidad por representantes de comunas chavistas— como contrapeso a la asamblea burguesa, así como de destinarle recursos y competencias. En estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. El socialismo era un ideal del futuro, afirmó Lenin. Cuando los diputados de la Asamblea Constituyente se reunieron en enero de 1918, el Gobierno Obrero y Campesino estaba firmemente establecido en Petrogrado, y era improbable que abdicara a favor de un cuerpo que representaba los confusos sentimientos de las áreas rurales dos meses antes. La asamblea escuchó mucha oratoria poco concluyente. Avanzada la noche se levantó la sesión; y el Gobierno impidió por la fuerza que volviera a reanudarse. Este fue un momento decisivo. La revolución había dado la espalda a las convenciones de la democracia burguesa. Hegel dice en algún parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.»

[Ewald Scharfenberg, «La oposición de Venezuela desafía el intento de golpe encubierto de Maduro», El País, 2 de enero de 2016, pág. 3 / Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Madrid, 2003, pág. 13, publicado por primera vez en 1852/E.H. Carr, La Revolución Rusa. De Lenin a Stalin, 1917-1929, Madrid, 1988, págs. 18-19, traducción de Ludolfo Paramio, 1ª edición inglesa en 1979]

 

«TODOS LOS DEMÁS TAMBIEN»: EL CHAV-ISMO O LA POLITICA CHANDALERA. Por Pablo Romero Gabella

 

pompasdejabón M. Verpi (Granada 2013)

Como pompas de jabón

[Foto: Manuel Verpi . Granada 2013]

 

Yo te prometí hacer deporte 

pero era una mentira 

para robarte un tal vez

Andrés Calamaro

[Fragmento de «Todos los demás también»

del disco Honestidad brutal, 1999]

 

El joven historiador británico Owen Jones en su libro Chavs. La demonización de la clase obrera (2011, publicada en España por la Editorial Capitán Swing, Madrid, 2012), ponía en la centralidad de su análisis social a los «chavs». Un término que podríamos asimilar a nuestros «canis» sureños y que algunos engloban dentro del mundo «nini». Jóvenes de extrarradio (aunque también es significativa su rama rural) fácilmente reconocibles por su pelo corto, pendientes de brillantes, sus «oros», tatuajes y sobre todo, por su ropa deportiva, especialmente por sus «chándales» ( a ser posible blancos como los trajes de novias antiguas). Fueron la tropa de choque de las revueltas en los extrarradios parisinos y londinenses de hace unos años. Una especie de «lumpenproletariat» postmoderno, si nos ponemos un poco marxistas. Esta estética «chav» asociada a la sempiterna gorra deportiva de raigambre yankee ha alcanzado su institucionalización en la Venezuela chavista.

   En las elecciones de 2013 los candidatos a la presidencia (el chavista y luego vencedor: Maduro y el opositor Capriles) compitieron con ferocidad  por llevar el chándal donde se viera desde cien kilómetros, al menos, la bandera venezolana. Se trataba de demostrar «quién es más venezolano», o más bien, para demostrar quién era el más cercano al «pueblo», al sacrosanto pueblo. Por ello inundaron las pantallas con la exuberancia caribeña de sus atuendos en una guerra cromática que parecía anunciar el fin y, a la vez, la continuación de la lucha de clases. Porque de lo que se trataba con esta «política chandalera» era desterrar la idea de que la confrontación política era entre ricos y pobres, entre «bienvestidos» y «chandaleros». Parece que la herencia del «socialismo del siglo XXI» de Hugo Chaves, Cristo Redentor de los pobres y líder de la revolución bolivariana,  va a ser la instauración del chándal como prenda nacional. Realmente es sorprendente que no fuera exhibido en su lecho funerario con su chándal y su boina roja. Sin embargo, en España, a sus admiradores de PODEMOS no los hemos visto mucho por la labor de vestir chándal: ni Iglesias, ni Monedero y ni siquiera el púber Errejón ha aparecido con tal guisa.

   Podemos pensar que esta lucha simbólica es una versión tropicalizada del pensamiento orteguiano expuesto en «El origen deportivo del Estado». Un texto publicado en 1966 que decía: «la actividad deportiva como la primaria y creadora, como la más elevada, seria e importante en la vida, y la actividad laboriosa como derivada de aquélla, como su mera decantación y precipitado. Es más, vida propiamente hablando es sólo la de cariz deportivo, lo otro es relativamente mecanización y mero funcionamiento.» No obstante, dudo que tanto Maduro como Capriles partieran de las ideas de nuestro filósofo, más bien se inspiran en la tradición contracultural que nació a finales de los 60 en los campus norteamericanos y que se extendió por Europa Occidental a partir de mayo del 68. La contracultura (fase superior del infantilismo consumista del izquierdismo, si nos ponemos leninistas) enemiga del uniforme como símbolo de opresión capitalista y reaccionaria acabaría sucumbiendo al influjo de la uniformización de la moda cool que comenzó en el uniforme maoísta (hoy representada en la moda retro comunista-monárquica norcoreana), pasando por las guayaberas cubanas, las camisetas del Che Guevara (que todo buen «progre» debe tener como fondo de armario para las «manifas») y terminando en el chandalarerismo de la fase terminal de castrismo que recogió Hugo Chaves en sus periódicas peregrinaciones a La Habana. Los filósofos canadienses Joseph Heath y Andrew Potter en su obra Rebelarse vende. El negocio de la contracultura (2004, publicada en España por Taurus en 2005) ponían de manifiesto las contradicciones de la «pseudorebeldía contracultural» al decir que «paradójicamente, el uniforme es tan democrático como elitista, ya que simultáneamente revela y oculta un determinados estatus. Al resto del mundo le comunica el estatus de una persona dentro de un determinado grupo, pero dentro de dicho grupo suprime todas las indicaciones externas de estatus o posesión».

   Y ya que estamos en la previa a las elecciones andaluzas, esto me recuerda al cambio de indumentaria del líder sureño del PP, Javier Arenas, en las últimas campañas electorales andaluzas, cuando desterró la estética pija de la camisa de manga larga (a lo sumo remangada en sus puños cuando se superara los 40º) por la camisa de manga corta (o «pesquera», como decía mi abuelo). Arenas intentaba de alguna manera hacer lo mismo que Capriles: ganar la batalla simbólica, en ese caso con la camisa de manga corta (que dicho sea de paso es mucho más cómoda para los calores andaluces) patrimonio del sindicalista, del obrero o del maestro progre. Sobra decir que no le surtió los resultados esperados. ¿Hará lo mismo su sucesor Juanma Moreno (Bonilla)?

 

BENDITOS «APÓSTATAS». De la serie «RECORTES», Nº 105. Por Pablo Romero Gabella

 

 tirandominiXOPI2010Tirando

Xopi

2010

 

«En enero de 1985, Mahmud Mohamed Taha, un intelectual que pretendía revisar algunos puntos del dogma del Islam, fue ahorcado públicamente. Preconizaba una “segunda misión del Islam” basada en los versículos más antiguos del Corán, revelados al Profeta en La Meca. Los consideraba como “un llamamiento a la responsabilidad y a la libertad”, en oposición a los versículos más recientes, revelados en Medina, relacionados con las contingencias de la época, en el momento en que el Profeta fundó un Estado. Esta interpretación fue considerada hereje por los ulemas tradicionales, por lo que fue acusado de apostasía.

   »Otra víctima fue el universitario Nasr Abu Zeid, acusado también de apóstata basándose en sus escritos. En diciembre de 1992, este profesor de la Facultad de Letras de la Universidad de El Cairo, presentó sus trabajos para acceder a  una cátedra. Basándose en un informe desfavorable emitido por otro profesor, también predicador y próximo a los Hermanos Musulmanes, se le negó el cargo con el pretexto de que el autor, antiguo marxista, no podía pretender escribir sobre el Islam. Nasr Abu Zeid proponía en efecto una lectura del texto coránico que, aunque consideraba que era una creación divina, estaba formulada con un lenguaje y unos conceptos propios para que fueran comprendidos en una sociedad del siglo VII y que, por tanto, podían ser objeto de una interpretación contemporánea que no fuera literal (por ejemplo, la esclavitud). Este planteamiento fue considerado sacrílego, tanto por su contenido como porque procedía de una personalidad laica y, a pesar del apoyo de numerosos intelectuales y universitarios, fue objeto de ataques virulentos de los miembros del establishment religioso próximo a los Hermanos Musulmanes. En mayo de 1993, con el pretexto de que se le había denegado la cátedra, unos abogados islamistas presentaron una demanda exigiendo la separación del matrimonio Abu Zeid, argumentando que este último, como apóstata, no podía seguir estando casado con una musulmana. Rechazada en un primer momento por el tribunal por el hecho de que los que habían presentado la demanda no tenían ninguna fuerza legal en el asunto, ésta fue finalmente instruida en nombre de una disposición de la sharia, la hisba, que estipula que todos los musulmanes pueden “dirigir el bien y perseguir el mal”. En junio de 1995, el tribunal de apelación de El Cairo divorció de oficio (y sin su consentimiento) a la pareja, que se refugió en los Países Bajos al mes siguiente, donde sigue viviendo actualmente.

 

   »Unos piensan en el camino de la religión,

otros creen estar en la vía cierta.

Temo que un día se levante una voz:

¡oh ignorantes!, la vía no es aquélla ni ésta».

 

[Gilles Kepel, La yihad. Expansión y declive del islamismo, Barcelona, 2002, págs. 397, 599 y 600 (traducción de Marga Latorre), 1ª ed. francesa, 2000/Omar Jayam, Rubaiyat, Madrid, 2007, pág. 169, traducción de Clara Janés y Ahmad Taherí, original en persa del siglo XII que se publicó íntegro por primera vez en Calcuta en 1859]

 

«LUMPENTERRORISMO». Por Pablo Romero Gabella (con una pintura de Carmen Palop de la serie «Con los ojos cerrados» 2012)

 

carmenpalop20141[Técnica mixta sobre papel]

 Carmen Palop

 

Uno de los hechos que más nos siguen perturbando de la matanza del 11-M es la participación decisiva en la «célula yihadista» de elementos provenientes del mundo de la delincuencia, incluso de la pequeña delincuencia. Tal como describe Fernando Reinares en su obra ¡Matadlos! Quién estuvo detrás del 11-M y por qué se atentó en España (Barcelona, 2014). Además de terroristas con formación universitaria vemos que quienes al final realizaron la ominosa tarea fueron ladrones, traficantes de droga, y demás ralea que tenían su centro de actividad en el barrio madrileño de Lavapiés. Despectivamente se les ha llamado en los algunos medios «los moritos de Lavapiés», porque son todos de origen marroquí (concretamente de las zonas más deprimidas de Tánger o Tetuán). Jóvenes delincuentes liderados por «El Chino» que acabaron volando por los aires en un piso de Leganés, cercados por la policía. Chicos del lumpen, carne de presidio que un buen día se convirtieron en fanáticos religiosos. Un proceso donde tuvo mucha importancia una congregación religiosa y asistencial, mitad ONG, mitad cofradía: «Tabligh Jamaar» (TJ). Según el profesor Reinares «sus adeptos aspiran en última instancia instaurar y extender un dominio islámico».

Pero no solo con piedad se cambia al lumpen, es necesario y fundamental el dinero y para eso contaban con toda una red, extendida por Europa, África y Asia, de financiación de terroristas. Hombres de negocios (legales e ilegales) sustentaban la vida sin oficio de esta plebe frumentaria. Al desarticularse la célula terrorista del 11-M se les encontró más de un millón de euros en efectivo y en droga. Curiosa forma de financiar el rigorismo moral y el ascetismo. Los caminos del señor y del terror son inescrutables. Lo cierto es que los defensores del orden conservador y reaccionario de los regímenes islámicos son los que promueven esta movilización de un lumpenproletariat que nunca pensamos que fuera tan letal para nuestras sociedades.

Y es esto algo que ya estudió Carl Marx en su obra El 18 brumario de Luis Bonaparte(1852). Justamente un año antes, Luis Napoleón era proclamado por las masas mediante sufragio universal «emperador» del II Imperio (1851-1871). ¿Cómo consiguió esto un tahúr cuya mayor baza era su apellido? ¿Cómo consiguió tanto el respeto popular como el de las clases conservadoras burguesas? ¿Cómo lograr corromper a la II República Social que nació de la Revolución de 1848? La respuesta es simple: convirtiéndose en «príncipe del lumpemproletariado». En 1849  Luis Napoléon fundó la «Sociedad del 10 de Diciembre», una sociedad de beneficencia dedicada a las clases más pobres. También ellos tenía su TJ, su cofradía. Pero no era más que una máscara que cubría una red «de sociedades secretas, cada una dirigida por agentes bonapartistas, y un general bonapartista a la cabeza de todas». ¿Quiénes formaban su particular ejército? Marx lo resume en  la «hez, desecho y escoria de todas las clases, la única clase en que puede apoyarse sin reservas». Y también lo concreta en un párrafo memorable de su obra:

«Junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos…»

…………Un mundo que nos resulta muy familiar en la trama del 11-M, que conectó a los delincuentes de Lavapiés con los de Asturias; tipos sin escrúpulos que vendían explosivos que se utilizaban en las minas y que celebraban sus reuniones en puticlubs. Todo muy casposo y grasiento, pero terriblemente mortífero.

Volviendo a Bonaparte, gracias a sus células de la Sociedad de 10 de Diciembre paradójicamente logró presentarse ante la clase respetable como el garante del «orden, la religión, la familia y la propiedad». Un mundo de valores morales que se sustentaba en el estercolero social de la «sociedad del desorden, la prostitución y el robo».

         La historia de Napoleón III y su uso del lumpen ya no es familiar, demasiado, en el ejemplo de Hitler y el nazismo. No vamos a incidir en algo ya muy trillado: de cómo un tipo del lumpen como era el joven Hitler vive su conversión, a través de la Gran Guerra, en un fanático iluminado que tiene una misión que cumplir; en cómo organiza a gran parte del lumpen en sus «camisas pardas» o SA, y que luego cuando se presente como defensor del orden y de la sagrada nación alemana elimine en la «noche de los cuchillos largos».

 Como he dijo es bastante conocida esa historia. Veamos cómo los continuadores de las ideas de Marx en la praxis política, veían en el lumpen un elemento positivo para su acción revolucionaria. Para  ello he encontrado las referencias de dos libros que casi se escribieron al mismo tiempo, en 1960. Me refiero a Doctor Zhivago de Borís Pasternak y a Vida y destino de Vassili Grossman.

          Porque en ciertos momentos históricos el lumpen se convierte en instrumento de la revolución, como instrumentos de Alá eran los de la banda de “El Chino”. Tipos dañinos, rencorosos que acaban siendo héroes. Fijémonos en cómo describe Pasternak-Zhivago a un comunista de la primera hornada:

«En aquellos días hombres como el soldado Pamfil Palyj que sin necesidad de propaganda alguna, experimentaban un odio feroz y exacerbado por los intelectuales, los señores y los oficiales, parecían raras excepciones a los intelectuales de izquierda y eran llevados en palmas. Su falta de humanidad parecía un prodigio de conciencia de clase, su crueldad un modelo de energía proletaria y del instinto revolucionario. De esta clase era la gloria de Pamfil, que gozaba de la mayor estima entre los capitanes partisanos y los dirigentes del partido».

Algo muy similar de lo que cuenta Grossman a través de su personaje Liudmila, intelectual comunista convencida, que tras experimentar la bajada a los infiernos de la sociedad siente algo doloroso y oscuro:

………«Y aquellos a los que Liudmila con esperanza y amor había creído estar ligada por los vínculos familiares de las dificultades, las necesidades, la bondad y la desgracia era como si hubieran conspirado para no comportarse como seres humanos. Como si se hubieran puesto de acuerdo para desmentir la opinión de que el bien se puede encontrar infaliblemente en los corazones de aquellos que llevan la ropa manchada y la manos negras por el trabajo».

¿ESPAÑA CONTRA CATALUÑA?: EL MAL USO PÚBLICO DE LA HISTORIA. Por Pablo Romero Gabella

http://www.youtube.com/watch?v=1dIznsAdTOE#t=251

Destino

Salvador Dalí

1904-1989

 

Expongamos los hechos. Entre el 12 y el 14 de diciembre pasados se ha celebrado en Barcelona un simposio histórico con el título «España contra Cataluña: una  mirada histórica (1714-2014)». Su organización se debe al Centro de Historia Contemporánea de Cataluña, organismo público de la Generalitat (que depende del Departamento de la Presidencia) y a la Sociedad Catalana de Estudios Históricos, filial del Instituto de Estudios Catalanes, institución académica privada que funciona, desde 1980, gracias a las aportaciones del propio Presupuesto de la Generalitat. En el folleto informativo los organizadores explican que el objetivo de este encuentro científico de historiadores es estudiar de forma transversal la «acción política, siempre de carácter represivo, del Estado español con respecto a Cataluña» y más específicamente «las condiciones de opresión nacional que ha padecido el pueblo catalán a lo largo de estos siglos, lo cual no ha impedido el pleno desenvolvimiento político, social, cultural y económico». Las veintidós conferencias anunciadas se organizan en cuatro bloques: la represión institucional, la represión económica y social, la represión cultural y lingüística y el exilio.De los veintidós conferenciantes, la mitad provienen de la Universidad Autónoma de Barcelona, tres de la de Gerona, dos de la Pompeu Fabra, uno de la de las Islas Baleares y uno de la de Valencia. A estos se le unen tres integrantes de las instituciones organizadoras. A resultas: todos los integrantes son catalanes o de su área de influencia cultural (Baleares y Valencia).

Estos son los hechos, pasemos a analizarlos desde nuestro particular punto de vista. En el ámbito de los estudios históricos el debate (o si queremos decirlo de manera más directa: la provocación) es el motor del conocimiento histórico. Y el título, no me lo negaran, es provocador. Un ejemplo de provocación en el mundo académico de la historia reciente que se me viene a la memoria es la última biografía de Hernán Cortés del hispanista Christian Duverger, en la cual afirma que fue éste y no el anónimo soldado Díaz del Castillo el autor de la afamada crónica sobre la conquista de México. Sobra decir que su publicación ha generado un intenso debate historiográfico. Sin embargo,  la provocación de este simposio en Barcelona tiene un sentido que no es del todo historiográfico y que concierne a lo que el pensador alemán Jünger Habermas ha llamado uso público de la historia, o lo que es lo mismo, una utilización de la historia que supera el ámbito de la objetividad y que pasa a un uso interesado o directamente a una manipulación. Este concepto proviene curiosamente de otra provocación histórica: la «Historikerstreit»querella de los historiadores alemanes de 1986 en torno a la interpretación del nazismo.  Y es que hay que admitir algo obvio  pero que a veces se olvida: los historiadores no viven en un limbo aséptico, ahistórico y apolítico. Al contrario, los historiadores viven en una época y sociedad determinadas, con su particulares problemáticas políticas, sociales, económicas y culturales. Pongamos un ejemplo, el de Lorenzo Valla, historiador del siglo XV que es considerado como uno de los padres de la historia como práctica científica. A él se debe su célebre obra Declamatio donde, utilizando las herramientas de la crítica histórica y filológica, demostraba la falsedad de un pretendido documento histórico (la «Donación de Constantino») que legitimaba el poder del Papa sobre los Estados Pontificios. Pero lo que también hay que conocer es que era una obra de encargo del rey de Nápoles Alfonso V, enemigo del Papa por el control de Italia. Esto nos lleva a pensar a que nadie está libre de pecado en esto de la historia. Por tanto, nos podemos preguntar ¿está condenado el trabajo del historiador a servir al poder? Podríamos decir que en sociedades como las del Renacimiento sí, pero como hemos dicho antes, el historiador vive en una época determinada, y la nuestra es bien diferente, ya que vivimos en el siglo XXI y en un régimen democrático. Una cosa es que el historiador no vive en una urna de cristal apartado de la realidad y cosa bien distinta es que viva en la urna que le es creada por el poder. Y en el caso del simposio al cual nos referimos parece el segundo caso.

Volvamos a los hechos. El simposio al que nos referimos es organizado por y para un poder, en este caso la Generalitat y está conformado en su totalidad por historiadores de su ámbito sin que haya, al parecer, representantes que rebatan lo ya establecido. Es decir, epistemológicamente el hecho histórico parece ya establecido; esto es: la existencia de una represión de «España» sobre «Cataluña». No hay debate, solo aceptación. Ni siquiera se ha puesto interrogante al problema a estudiar, sólo se afirma. Y así vemos que el leiv motiv del congreso es el más puro victimismo. Si no, veamos los títulos de algunas ponencias: «La apoteosis del expolio: siglo XXI», «Destruir la lengua, destruir la nación», «La falsificación de la historia» (¡!), «La larga represión de los medios de comunicación»… La cosa está clara: establecer un continuo entre la política centralista de Felipe V a principios del XVIII con la actualidad. Y prueba de ello son ponencias, nada inocentes tales como «la españolización del mundo educativo» o «la humillación como un desencadenante de la eclosión independentista». Las referencias a la Ley Wert o al proceso soberanista iniciado por CiU-ERC son evidentes.

Hagamos ahora una comparación con otro congreso histórico que conozco de primera mano ya que participé en él. Me refiero a las X Jornadas Nacionales de Historia Militar centradas en la Guerra de Sucesión, celebradas entre el 13 y el 17 de diciembre de 2000. Dichas jornadas las organizaba la Cátedra «General Castaños», dependiente de la Región Militar Sur. Visto su organizador (el Ejército) podríamos pensar que dominarían las ponencias realizadas por militares.  Analicemos esto. Del total de sesenta y una ponencias y comunicaciones las realizadas por militares suponen el 16% frente al 41% debidas a autores que no proceden directamente ni del ámbito militar o universitario (profesores de Secundaria, archiveros, historiadores vocacionales o profesores-escritores como el caso del conocido doctor José Calvo Poyato). En cuanto al ámbito universitario, el 15% proceden de la Universidad de Sevilla (sobre todo en temática americana, uno de los puntos fuertes de la Hispalense), el 18% de universidades no andaluzas (Complutense de Madrid, Navarra, Zaragoza, UNED, Islas Baleares y una aportación de la lejana Universidad de Letonia) y el 10% del resto de universidades andaluzas (Almería, Córdoba, Málaga). Es significativo el trabajo presentado por la teniente Carmen Rosario Peso sobre la represión borbónica sobre las instituciones culturales catalanas. En su conclusión la militar afirma: «todas estas medidas calaron muy hondo en la mayoría del pueblo catalán e hicieron que los catalanes se mostrasen posteriormente reacios al linaje borbónico» debido a que provocaron «una regresión en la vida cultural catalana» y con ello la identificación de todo lo borbónico con imposición y represión (pág. 1046). Doy fe de que el debate estuvo abierto.

        Concluyamos. El simposio que se ha celebrado en Barcelona dista mucho de un debate verdaderamente historiográfico. Excepto en la conferencia inicial del historiador marxista Josep Fontana (titulado «España y Cataluña, trescientos años de conflicto político») el resto de las aportaciones, como las ya  mencionadas, basculan a un descarado presentismo, que incluso llega a esbozar futuros simposios, como es el caso de la ponencia (curiosamente de un Catedrático de Historia Medieval) titulada «España contra el País Valenciano». Un testigo que, según qué mentes, podría continuar con otros tales como «España contra Andalucía» o si nos ponemos hiperbólicos «España contra Alcalá». Una senda muy en la línea del actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, con sus particulares comparaciones históricas con Martin Luther King o Gandhi…o, quién sabe, con Madiba Mandela. Porque al parecer todo vale con tal de provocar.