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CUENTO INFANTIL. De la serie «RECORTES», Nº 75. Por Pablo Romero Gabella (con escultura de Manuel Melquisedec)

 

bambina (terracota) Manolo López

Bambina

(Terracota)

 

«El juez José Castro abrió una exhaustiva investigación fiscal a la infanta Cristina para determinar si cometió algún delito fiscal o de blanqueo de capitales. Pero no se limitó a pedir un informe de la Agencia Tributaria sino que amplió el alcance de la investigación al reclamar más de media docena de indagaciones, análisis y cómputos tributarios y financieros, así como informes sobre los bienes, y fondos de la Infanta, incluyendo datos de todas sus cuentas corrientes en España y otros países. Castro dio otro paso más al incorporar las 10 declaraciones de la renta de la hija del Rey. 

         Esa noche la mandó llamar a su estudio situado detrás del gran salón. En la pared había empotrado una caja fuerte de hierro que utilizaba para guardar sus documentos privados. La puerta de la caja fuerte estaba  abierta, y las llaves pendían de ella. Entonces dejó caer ante ella un montón de papeles.

            -Toma asiento y hazme compañía. Quizás te divierta mirar esto.

            -¿Qué son?

            -Valores diversos. Papeles que valen mucho dinero… Creo que te interesarán.

            -Sí, lo haré…Algún día.

          -¡Tonterías! Míralos ahora. Debes aprender un poco de estos asuntos. Una joven dama de buena educación no puede ignorar por completo las cuestiones monetarias. Supón que un día te quedas viuda con los títulos de propiedad de tu marido en tus manos…

            -¡No digas eso, padre!

           -Quizás cuando tu educación sea respaldada por lo que representan estos papeles y a éstos los respalde a su vez otro montón semejante además de su poseedor, los hombres como el de esta mañana piensen que eres algo más que la hija de un vejete.»

[Andreu Manresa, «El juez somete a un exhaustivo escrutinio fiscal a la Infanta», El País, 25 de marzo de 2013 / Thomas Hardy, Los habitantes del bosque, Madrid, 2013, págs. 101-103, traducción de Roberto Frías, 1ª ed. inglesa 1887]

 

BAMBINA Y GORDA ALCALAREÑA. Dos esculturas de Manuel Melquisedec (Fotos LGV, Alcalá 2012)

bambina (terracota) Manolo López

Bambina

(terracota)

*

gorda alcalareña (eboduro) Manolo López

Gorda alcalareña

(eboduro)

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OBRA ESCULTÓRICA DE MANUEL MELQUISEDEC EN «CARMINA»:
ESCULTOR MANOLO LÓPEZ (Fotos LGV, 2008)

UNOS OJOS. Esculturas de Manuel Melquisedec

 

 

ERES OJOS NEGROS. Lauro Gandul Verdún (2019)

 
 
 

Escultura de Manuel Melquisedec
2012

 
 
 

Eres ojos negros,
abiertos
como las noches en el campo.
Es transparente
el negro de tus ojos.

Eres ojos negros,
y cabellos negros,
morena piel,
y tu corazón un pozo encalado
en cuyo fondo
son cristalinas las aguas,
como estrellas
donde brillan tus ojos negros.

 
 
 

AL PRINCIPIO ERA EL VERBO. Juan 1, 1-18

 

caos (mármol) Manolo López

Caos

(mármol)

Manuel Melquisedec

 

1 Al principio era el Verbo,
y el Verbo estaba en Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba al principio en Dios.
3 Todas las cosas fueron hechas por Él,
y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho.
En Él estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz luce en las tinieblas,
pero las tinieblas no la abrazaron.
Hubo un hombre
enviado de Dios,
de nombre Juan.
Vino éste a dar testimonio de la luz,
para testificar de ella
y que todos creyeran por él.
No era él la luz,
sino que vino a dar testimonio de la luz.
Era la luz verdadera
que, viniendo a este mundo,
ilumina a todo hombre.
10 Estaba en el mundo
y por Él fue hecho el mundo,
pero el mundo no le conoció.
11 Vino a los suyos,
pero los suyos no le recibieron.
12 Mas a cuantos le recibieron
dioles  poder de venir a ser hijos de Dios,
a aquellos que creen en su nombre;
13 que no de la sangre,
ni de la voluntad carnal,
ni de la voluntad de varón,
sino de Dios son nacidos.
14 Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros,
y hemos visto su gloria,
gloria como de Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
15 Juan da testimonio de Él clamando:
Éste es de quien os dije:
El que viene detrás de mí
ha pasado delante de mí,
porque era primero que yo.
16 Pues de su plenitud recibimos todos
gracia sobre gracia.
17 Porque la Ley fue dada por Moisés,
la gracia y la verdad vino por Jesucristo.
18 A Dios nadie le vio jamás;
Dios unigénito, que está en el seno del Padre,
ése nos le ha dado a conocer.

 

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LA ANUNCIACIÓN DE JESÚS. Lucas 1, 26-38

LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS. Mateo 2, 1-12

FICCIÓN DE NAVIDAD. De la serie «RECORTES», Nº 103. Por Pablo Romero Gabella

ZAGALEJOS, VENID AL PORTAL. Poema de autor anónimo del siglo XVII con fotografía de Manuel Verpi 2014

PORTALICO DIVINO (1606). Francisco de Ávila

ERES NIÑO Y HAS AMOR. Fray Íñigo de Mendoza (1425-1507)

NAVIDAD, 2014. Antonio Luis Albás y de Langa

NAVIDAD. 100 AÑOS DE «PLATERO Y YO». Homenaje de «CARMINA» al poeta Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR. Luis de Góngora y Argote (1561-1627)

LA PALMERA. Gerardo Diego (1896-1987)

NATIVIDAD. Vicente Núñez

PALIQUES DE LA VIRGEN EN LA MAÑANA DEL NIÑO (AÑO DE 1954). Vicente Núñez

NACIMIENTO DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA GRAVIDEZ DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

JOSÉ VA A EMPADRONAR A SU FAMILIA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA ANUNCIACIÓN (1472-1475). Pintura de Leonardo da Vinci (1452-1519)

NAVIDAD 2013, Antonio Luis Albás

LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

 

«TÓ» EL MUNDO ES FEO. Por Rafael Rodríguez González

 

esculturademanololópez 2012(Escultura de Manuel Melquisedec López)

2012

 

La fealdad, igual que la belleza, es subjetiva. Yo no lo creía así, pero desde que comencé a tratar a Manolito me he convencido de lo contrario.

            Manolito es bajito. Y feíto. Su pelo, que en el centro de la cabeza siempre está de punta, más erguido que un legionario en una revista, es de un color de difícil definición. Y más desde que le asoman, ofensivas y propagadas, las canas. Lo que está claro es que, de bonito, nada. La piel de su cuello y de su cara, incluida la frente, está surcada de arrugas desde antes incluso de llegar a la cincuentena (ahora ya está cerca de ser sexagenario). Es una piel que parece de campesino de los de antes, sólo que como si por las noches también hubiese habido Sol y él recibido los rayos. Pero no es moreno; es, como los pelos, de un color indefinible, ambiguo, ni que sí ni que no. Raro, en todo caso.

            Es menudo, y sus andares se asemejan a los movimientos de un bartolito, o cristobita, de esos de madera que respondían al tiro de una guita.

            Viste aseado, pero en ese cuerpo nada resplandece ni sienta bien. Es decir, que nunca ha podido, puede ni podrá decir eso de «es que yo, con cualquier trapito que me ponga…». Lo de la mona y la seda sí, eso sí.

            A sus ojos, miopes pero no demasiado, les pasa otro tanto que al pelo y la piel. No habrá quien asegure su color. Ni quien pueda afirmar que tienen brillo ni intensidad, y no digamos grandeza, ni siquiera volumen. Y encima los entorna cada vez que va a decir algo que él cree importante. También cuando no le da ninguna importancia a lo que oye. ¿Y las cejas? Dos leves hilos de pelillos, entre rubicundos y níveos.

            A veces, muchas veces, toma una postura como la de un gallo entre gallinas. Pero es difícil imaginar que Manolito fuese el triunfador en la contienda que llegados a cierta edad mantienen los pollos para hacerse con el corral. O sea, que Manolito, de ser gallo, no cobijaría una gallina bajo de sí ni soñando (que no sé si los gallos sueñan; Manolito seguro que sí).

            Pues bien, este ser destartalado, de características semejantes a un galeón sacado a flote después de siglos, este conjunto emblemático de infortunio físico, esta relación antológica de escaseces de atractivo, siempre pone por feo a cualquier otro hombre. Y no quiero abundar más, porque no lo he visto desnudo, ni quiero. Pero seguro que sus piernas, de acuerdo al cuerpo que han de sostener, tienen que ser pajizas; no ya por el color, sino porque no necesitan sino ser pajas. Otras partes… Seguro que lastimosas, a menos que Manolito sea un ser monstruoso en esas partes, y eso no vale para nada, salvo para ser exhibido en una atracción de feria, es decir, en internet. Sería la desgracia completa.

            Decía que siempre califica de feo a todos los hombres. Sin ir más lejos, a mí. Quien me conozca y esto lea habrá comenzado a reírse. ¡Decirme feo a mí! Pues créanlo, amigos, por increíble que parezca: esta especie de monicaco, este espécimen inclasificable, este defecto genético, este catálogo de rugosidades, dice que estoy viejo y feo. ¡A mí! Lo de viejo sea, a qué dudarlo, pero feo…

            Yo lo aprecio, incluso lo quiero, pero, claro, como se quiere a un hijo malogrado o a un barco desconchado.

             Uno de estos días contaba que le había dado un presupuesto a una señora de buen ver (Manolito es pintor de brocha gorda, mono único y escalera corta), y decía: «Ella está muy bien, pero el marido es el más feo del mundo». Yo estuve a punto de decirle que en ese caso él podría considerarse subcampeón mundial en la categoría, pero opté por la lisonja: «A ver si cuando estéis solos ella se te lanza… Pero ten cuidado, no sea que aparezca el feo». Y Manolito, muy pagado de sí mismo, me dijo que sí, que ya tendría él cuidado. Y yo pensé: como no sea de no caerte de la escalera…

            Días después, por una casualidad, conocí al «feo». Mejor dicho, no conocí, sino que supe quién era el marido de la mujer a quien el pintor había dado el presupuesto, y en efecto pintado el piso. Se trata de un hombre que conozco desde su adolescencia, cuando acompañaba a su padre cada sábado y cada domingo a desayunar en mi lugar de trabajo. Algo más de 1.80 cm., moreno de verde luna (excúsenme la licencia), bien hecho e incluso fornido, simpático, con un aire lánguido, un cabello exultante a pesar de sus cuarenta años, unos dientes de anuncio, dos ojos como aceitunas gordales de Benaburque y, por si fuera poco, inteligente. O sea, un ser admirable, digno de cuidarlo, y un cuerpo que para sí quisiera, no ya Manolito, sino más de uno y más de cien mil. Pues ese era el feo, un ejemplar que se disputarían miles de mujeres. Y de hombres ni os digo, amigos  míos.

            Manolito es un caso. Perdido, por supuesto. Si lo será que un día estuvo a punto de atropellar a una pareja —no por su culpa, sino porque tanto ella como él son de esos que se arrojan al paso de peatones como si fuera el sofá de sus casas—, y, lo que pasa con seres de mentes esmirriadas, la pareja se lanzó a protestar, e incluso insultaron a Manolito, sobre todo la fémina, una de esas que parecen querer vengar, aunque sea injustamente, tanto de lo sufrido por las mujeres, mientras nuestro conductor tragaba saliva, aún no repuesto del susto. Yo fui testigo presencial, o directo, no sé cómo se dice. Vamos, que estaba allí. Y entonces Manolito le gritó a la increpante: «¡Señora, que se ha casao usté con el más feo del pueblo!». Y siguió su camino, no sin antes dirigirme una sonrisa, satisfecho. Desde luego no era una beldad, pero en el pueblo hay diez mil más feos que aquel baldragas.

            Es una obsesión, lo de los feos. Lo que más me sorprende es que nunca diga de una mujer que es fea. Con la cantidad que hay de esa clase.

            Ve a un hombre de la China, es decir, un chino: «¡No es feo el chino ese! Ése y todos, porque son todos iguales». Ya eso me subleva. Va a pasar la furgoneta por la ITV y vuelve proclamando que el tío escudriñador de vehículos es más feo que pegarle a un padre. Y así prácticamente todos los días: es feo el barrendero, el pescadero, el de la carne en el supermercado, el repartidor de bombonas, cualquier cliente de cualquier bar que Manolito frecuente, el médico que le atiende en el centro de salud, el joven que pasa corriendo…

            Pero una mañana de abril, estupenda por fina y amable y con una temperatura que ya quisiera uno poder disfrutar todo el año, Manolito, también estando yo presente, dijo, al poco de pasar una pareja de jóvenes cuya pinta no me gustó nada: «Ojú, que tío más feo». No el tío, sino la tía, que tendría un oído tan fino como el mío, se volvió como se revuelve el caballo de un rejoneador y le gritó a Manolito, mientras el «tío», a muy poca distancia, se sonreía, que él sí que era feo, más feo que una multa y más estropeáo que las ruinas de la Expo, y que las Tres Mil Viviendas, y que… Y ahí ya no sigo porque los padres de Manolito salieron, más bien fueron sacados, al baile.

            Pero Manolito no escarmienta. Cuando los domingos sale con algunos amigos a pasear por el campo, no falta que le oigamos decir, al paso de algún carrerista: «¡Sabe que no es feo ese tío!». Cuando alguna vez le den un guantazo no seré yo quien lo devuelva.

            Y Manolito sigue así, como si el sentido de su vida se resumiera en esa especie de máxima: «Tó el mundo es feo». Menos él. Según él.

UNAS POCAS PALABRAS. Poema de Vicente Aleixandre (1898-1984)

caos (mármol) Manolo López

Caos
(mármol)
Manuel Melquisedec

 

   Unas pocas palabras

en tu oído diría. Poca es la fe de un hombre incierto.

Vivir mucho es oscuro, y de pronto saber no es conocerse.

Pero aún así diría. Pues mis ojos repiten lo que copian:

tu belleza, tu nombre, el son del río, el bosque, el alma a solas.

 

   Todo lo vio y lo tienen. Eso dicen los ojos.

A quien los ve responden. Pero nunca preguntan.

Porque si sucesivamente van tomando

de la luz el color, del oro el cieno

y de todo el sabor el poso lúcido,

no desconocen besos, ni rumores, ni aromas;

han visto árboles grandes, murmullos silenciosos,

hogueras apagadas, ascuas, venas, ceniza,

y el mar, el mar al fondo, con sus lentas espinas,

restos de cuerpos bellos, que las playas devuelven.

 

   Unas pocas palabras, mientras alguien callase;

las del viento en las hojas, mientras beso tus labios.

Unas claras palabras, mientras duermo en tu seno.

Suena el agua en la piedra. Mientras, quieto, estoy muerto.

 [De Poemas de la consumación (1968)

Vicente Aleixandre (1898-1984)

Ed. Plaza & Janés, S.A. Barcelona, 1978.

Págs. 33 y 34]

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LUIS CERNUDA, EN LA CIUDAD. Por Vicente Aleixandre (*)

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Dos variaciones de 1982 sobre «Unas pocas palabras» de Vicente Aleixandre:

«Un cuerpo el viento» Poema Juan Enrique Espinosa Flores

 

«Es la luz de tus pupilas» (versión de 2000) Poema de Lauro Gandul Verdún