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EL SOL. María del Águila Barrios

Sol en nube

[Foto: LGV 2015]

Es la estrella alrededor de la cual gravitan los planetas del sistema solar del que forma parte nuestra tierra. Para nosotros el sol es la estrella de las estrellas. Comparada con otras es de las pequeñas, pero de nuestro sol depende directamente la vida terrestre. También es la única estrella que mejor podemos observar, la más cercana, por eso los astrónomos conocen a las otras estrellas porque, sabiendo del sol, se conducen al conocimiento de los astros lejanos. El sol es el día, la luz frente a las tinieblas. Llega la noche cuando se ha ido el sol y todo oscurece. Es el calor, el abrigo, frente al frío y lo inhóspito. Pero nos puede abrasar y, cuando no nos regala el cielo la lluvia, el sol destruye los campos y viene cargado de daño y desastre. El sol es un dios principal en las civilizaciones antiguas, de él dependían ritos, cosechas, ciclos. A él se dedicaron templos, sacrificios, tumbas…

   Hay expresiones que tienen al sol como metáfora: decimos «hace un sol de justicia» cuando nos cae de plano y no hay refugio alguno; al niño que se quiere se le llama «sol de mi vida», y alabamos al otro diciendo «eres un sol». Las localidades de la parte de la plaza a la que le da el sol durante la corrida, el tendido de sol, son las más baratas. Quien «hace un brindis al sol» no se compromete a nada. Y hay quienes se arriman «al sol que más calienta». Pero los que «están de sol a sol», desde que amanece hasta el ocaso, no se dejan vencer por el astro, éstos son imprescindibles.

   El sol luce para todos pero parece que ahora poco va a lucir para muchos, y mucho se lo van a apropiar unos pocos, lo que va acompañado de la catástrofe para el campo, para nosotros, que nos quedamos sin la tierra porque están llenando miles de hectáreas de placas solares, pero sobre éstas escribiré en otras entregas porque lo que se nos viene encima, acompañado de ansia y especulación energética, aunque sea solar, no tiene nada de ecología ni sostenibilidad, sino que está suponiendo una monstruosa destrucción de nuestras fecundas tierras, desplazamiento de fauna y pérdida irreversible de nuestro patrimonio paisajístico, arqueológico o agrícola.

   Me hago algunas preguntas: si, lamentablemente, las autoridades acaban aprobando los proyectos para la explotación de miles de hectáreas como estaciones de energía solar ¿quién sabe si se podrán recuperar las tierras una vez que los promotores abandones sus placas instaladas?, ¿quién retirará todo ese material?, y ¿a dónde irá toda esa basura? En lugar de utilizar tierras infecundas ¿por qué la tierra fértil que nos rodea la quieren matar, tal vez de manera irreversible?

   Delante de nuestros ojos está naciendo una nueva burbuja: la de las placas solares.

[La voz de Alcalá, 2021]