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LA EXPOSICIÓN DE RAFAEL LUNA (1952-2010) EN EL MUSEO DE ALCALÁ. María del Águila Barrios

 
 
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Sin título
(Acrílico sobre papel)
Rafael Luna

 
 
 

He encontrado en mi archivo una foto de un cuadro sin título y sin fecha (e incluso sin firma) pero, inconfundible, de Rafael Luna. El Melville de Moby Dick , la Voz Humana de Cocteau, botellas con mensaje, un buque zozobrando en medio de un océano embravecido. No sabemos si nuestra ballena Perla fue un cetáceo tan terrorífico.

   Tenemos al pintor en el Museo de Alcalá hasta el 2 de noviembre próximo. Muerto en 2010, su familia promovió en Sevilla una gran exposición de su obra en 2013. Desde entonces ningún acontecimiento. Ninguno. Ahora tenemos la oportunidad histórica de contemplar una obra enorme, variada, original, innovadora, generadora, creativa, humana…, ¡y mil adjetivos más!. Una obra que es una jungla, y, a la vez, una tierra fecundada por él, que suscita fertilidad, y un efecto multiplicador en el alma de quien a ella se acerque  y respire el aire, el agua, el fuego, la tierra y el mundo que brotan de sus composiciones, de sus series, de sus relatos pictóricos…

   Permitidme que haya pedido a mis íntimos amigos, Olga y Lauro, para que me presten algunas de las palabras, frases y versos a los que pusieron voz en el acto de presentación de la exposición el pasado 1 de octubre en la explanada delante del Museo.

   Elijo del texto de Olga Duarte lo siguiente:

   «Era Fafi un buscador, un ser que amaba lo cotidiano, que se detenía a observar lo que le rodeaba, no despechaba nada, todo le importaba y le importaba porque veía vida en el objeto desechado, gracia en la sonrisa imprevista de quien se cruzaba con él. Adoraba el día a día porque le nutría su creatividad. (…) Fue un pintor que descubrió cómo hacernos observar el mundo con sus ojos, que dejaban de ser los nuestros ante un cuadro suyo. y planteaba enigmas, y acontecimientos, que sólo él podía ver y los traducía en sus obras para nuestro descubrimiento. La calle Bailén, el cine Nevería, las Meninas, las Giraldas, las máquinas de escribir, las bibliotecas, las sillas de barbero, sus versiones de obras históricas de Velázquez, Murillo o Goya. Todo transformado, deconstruido, convertido en otra tesitura, en multiplicadas realidades.»

   Y de Lauro Gandul:

   «(..) De las puertas encajadas o entreabiertas, de una ventana,/ La baranda pequeña de un balcón. Trozos de interiores. Un viejo ropero,/ Un suelo de cuarto con geometrías simpáticas./ Y la memoria del ojo de un alma de espejo e imán.» (…)

   »Mientras se te ocurre un buen día ese regreso tuyo,/  Tendré que ponerte al tanto, aunque no sea fácil (…)

   »(…) Ningún miembro de la familia de Carlos IV se ha bajado/ De su silla roja ni ha soltado su paraguas azul./ La monja de tus Meninas aún no ha descendido de su ascensión./ Todavía no se ha dado cuenta Baltasar Carlos que ese no es su cuadro.»

 
 
 [La voz de Alcalá, 2020]

 
 
  
 
  
 
  
 
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LA MUERTE. María del Águila Barrios

 
 
 

[Foto: LGV, Gandul 2009]

 
 
 

Tal vez, en un sentido estrictamente político, no haya nada más democrático que la muerte. Y, además, la tenemos en medio de la vida, por todos lados, por mucho que cada uno de nosotros se esfuerce vitalmente, incluso, en quererla apartar de sí y de los demás, en particular de los suyos (su familia, sus amigos, sus correligionarios, sus colegas…), la muerte se nos va colando por todos los intersticios de la vida. Aunque para vivir con alegría puede hacerse como si no existiera. «Ojalá vivamos de manera que no temamos a la muerte de aquí; y ojalá muramos de modo que no temamos la muerte de allí» (P.J. Bailey, 1816-1902).

   Pero la ley de la muerte es inexorable y todos los linajes, sin distinción, mueren. Preguntar qué es, sólo sirve para contestar que el final de todo. ¿La nada?, ¿el no ser? ¿la última línea del dibujo de las personas y de las cosas, en un lugar y un tiempo dados?

   La vida es el bien supremo donde se alojan el resto de los bienes, que sólo sea la muerte la que acabe con la vida no es posible, sólo es puerta a otra vida si la que concluye agotó la humana capacidad. La vida vence a la vejez y a la muerte porque la convierte en más vida, en otra vida. He encontrado estos versos de Juan Rufo (1547-1620): La vida es largo vivir,/ y el morir fin de la muerte./ Procura morir de suerte/ que comiences a vivir.

   Hay que saber que el valor que se ostenta, si está basado en el amor, nos hace valientes. Héroes de la odisea de la vida de cada cual, y no cobardes. Con afán enfrentar la existencia hasta el último momento. Y no huir de los combates.

   He querido, hoy, escribir sobre la muerte porque está muy presente con la pandemia que sufrimos. La muerte ha dejado de estar en el ámbito de las personas para pasar al de los políticos que hasta la muerte quieren controlar. A mí me preocupa que la hayan convertido en una estadística diaria, que la manipulen y que quieran legislarla. ¡Qué osadía! La muerte es un hecho muy serio y pertenece a cada persona y a nadie más. De este mundo nadie ha escapado vivo y todos los muertos están en este mundo, ninguno salió. Así que aprendamos de las enseñanzas de la muerte y soñemos con la hermosura de la vida.

 
 
 [La voz de Alcalá, 2020]

 
 
  
 
  
 
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LA SERVIDUMBRE. María del Águila Barrios

 
 
 

[Foto: LGV (El Término, Gandul, 2009]

 
 
 

Los siervos a los que vengo a referirme en mis palabras de hoy no son aquellos que sufrieron la esclavitud en otras épocas más o menos remotas, y contra los que todo le estaba permitido al señor. «Los esclavos también son hombres; han mamado la misma leche que nosotros, aunque un triste destino los abrume», clamaba Petronius Arbiter. Para estos auténticos esclavos aun les quedaba la esperanza de que algún día su servidumbre impuesta sería el recuerdo que justificaría la libertad conquistada. Ahora, aunque el principio de derecho romano haya sido abolido formalmente, las democracias modernas lo han reformulado y lo mantienen bien en vigor, pero tampoco voy a tratar sobre estos otros esclavos.

   Sí me interesan los que siéndolo no lo saben. También aquellos esclavos de otros, serviles, a su vez dedicados a esclavizar a quienes se les ponen a tiro. Lameculos o quitamotas por doquier. Los esclavos de mi artículo se hincan de rodillas ante los poderosos y los pelotean, aunque ostenten protocolos aparentemente propios. Esta servidumbre es la que denuncio. No son esclavos que merezcan piedad, sino todo lo contrario, hay que defenderse de ellos porque han venido a esclavizarnos.

   Me imagino que el dicho popular me sirve de palo ardiendo al que agarrarme: «La cabeza servil no tiene ningún derecho». Hemos debido aprender que guardando el orden lograremos que el orden nos corresponda con el amparo de sentirnos guardados por él. Pero, infelizmente, la imaginación no llega a la realidad, pues los lacayos no soportan el Derecho ni el orden. Como no son libres nos endeudan de mil formas porque para ellos su triunfo es nuestra amarga esclavitud.

   Decía Séneca que no hay servidumbre más vergonzosa que la voluntaria y ser esclavo de sí mismo es la esclavitud más pesada. Estas máximas tan antiguas aún tienen vigencia en una sociedad de masas posmoderna que ha creado a los nuevos esclavos relativistas, buenistas, materialistas, consumistas, snobistas, enfermizos, ideologizados…, y lo peor es que no saben de su esclavitud. Servidumbre que se sirve a sí misma en un ecosistema social perfecto donde se abandona la cultura y la educación o se las convierte en un parque de atracciones, o en un espectáculo de masas. Ni siquiera deben considerarse ocio o un negocio, por mucho que se empeñen los servidores del poder político y económico en degradarlas. No. Por muchos gozos que aseguren al humano las acciones culturales y la educación, insertarlas en el ocio es la manera de pervertirlas y convertirlas en cáscaras de basurero.

 
 
 [La voz de Alcalá, 2020]

 
 
  
 
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LA DESTRUCCIÓN. María del Águila Barrios

 
 
  
 
 

[Foto: LGV, Sevilla 2015]

 
 
 

¿Prestigia destruir? Una no reconoce que haya de premiarse al destructor, pero una está sola… ¡Maldición, estamos rodeados de destructores! ¡Y están muy organizados! No en bandas de asalto, como en otras épocas, sino en auténticos partidos o corporaciones de naturaleza dispar.

   A éstos por sus destrucciones les reconoceréis, pues, además de competir intensamente entre ellos, desde sus asientos conquistados democráticamente, sus castillos en dádiva a los que mucho corrieron para convertirse en siervos de alcaides con más fuste y fusta. Como aceptaron su propia ruina humana sólo aspiran a ruinar el pueblo al que además fustigan con sus podercillos asignados.

   El prestigio de los poderosos consiste sobre todo en la mayor cantidad de dinero con el que se cobran lo suyo en un periquete. Destruir acrece sobremanera el capital de los poderosos que promueven las demoliciones. Aunque luego no saben donde gastarlo en una ciudad que soporta el asedio de los que ostentan su representación y que sólo buscan devastarla, convertir en escombros su cultura, como los que se amontonan por las excavadoras en las construcciones que ordenan echar abajo, por muy bellas que sean y por mucho que muchos les pidan que no lleven a efecto su tropelía. También practican la destrucción por abandono vil. O arruinando el campo de placas solares.

   De progreso nos empachan con sus soflamas cuando algo se traen entre manos, sus negocios, sus planes secretos, sus maquinaciones. Se manejan muy bien con los micrófonos y no les importa hablar impropiamente, porque ellos son así de populares y de sociales. Ni les importa hacer lo que haga falta para vestir el muñeco, para apañar sus fines que en fraude de ley se cubren con la bruma de la estafa y la confusión.

   Están muy estimulados los destructores y tienen un punto de romanticismo, realmente del maldito, que podría denominarse el espíritu del pionero que lo arruinó todo y a él le corresponde levantar plazas sin árboles, monumentos estúpidos a panaderos y aceituneras donde no han dejado en pie ni una sola panadería ni almacén de aceitunas. Realmente, los que nos han echado de nuestra casa común del encuentro, los que han quemado los cuartos donde la vida se creaba en familias y canciones, para no sustituirlo por nada nuevo que fuera mejor que aquella arquitectura o aquel urbanismo.

   Cuando sólo se trata de ser originales se aleja el ser humano tanto de su origen que se convierte en un monstruo que derrocha y consume, y que vive a fuer de impulsos irracionales y no de ideas que iluminen el camino…

 
 
 

[La voz de Alcalá, 2020]

 
 
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