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CÍRCULO «PODEMOS» DE CORIA DEL RÍO EN «CARMINA» (noviembre de 2014)

 

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO AL PARLAMENTO EUROPEO. Estrasburgo, Francia (martes 25 de noviembre de 2014)

 

francisco-en-estrasburgo

 

Señor Presidente, Señoras y Señores Vicepresidentes,

Señoras y Señores Eurodiputados,
Trabajadores en los distintos ámbitos de este hemiciclo,
Queridos amigos

Les agradezco que me hayan invitado a tomar la palabra ante esta institución fundamental de la vida de la Unión Europea, y por la oportunidad que me ofrecen de dirigirme, a través de ustedes, a los más de quinientos millones de ciudadanos de los 28 Estados miembros a quienes representan. Agradezco particularmente a usted, Señor Presidente del Parlamento, las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los miembros de la Asamblea.

   Mi visita tiene lugar más de un cuarto de siglo después de la del Papa Juan Pablo II. Muchas cosas han cambiado desde entonces, en Europa y en todo el mundo. No existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos, y se está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose soberanamente instituciones libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones que le han dado la geografía y aún más la historia».[1]

   Junto a una Unión Europea más amplia, existe un mundo más complejo y en rápido movimiento. Un mundo cada vez más interconectado y global, y, por eso, siempre menos «eurocéntrico». Sin embargo, una Unión más amplia, más influyente, parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida, que tiende a sentirse menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha.

   Al dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento.

   Un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa – junto a todo el mundo – está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida.

   Un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente. En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.

   Quisiera subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras: «dignidad» y «trascendente».

   La «dignidad» es una palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación en la segunda postguerra. Nuestra historia reciente se distingue por la indudable centralidad de la promoción de la dignidad humana contra las múltiples violencias y discriminaciones, que no han faltado, tampoco en Europa, a lo largo de los siglos. La percepción de la importancia de los derechos humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, hecho también de muchos sufrimientos y sacrificios, que ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino, sobre todo, en el pensamiento europeo, caracterizado por un rico encuentro, cuyas múltiples y lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente,[2] dando lugar al concepto de «persona».

   Hoy, la promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona, tanto en su seno como en las relaciones con los otros países. Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.

   Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, que no tiene el trabajo que le otorga dignidad?

   Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos.

   Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales – estoy tentado de decir individualistas –, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una «mónada» (μονάς), cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su alrededor. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma.

   Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.[3] En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias.

   Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelarse a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado;[4] significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor.

   Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas. Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.

   A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica.[5] El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos, los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer.

   Este es el gran equívoco que se produce «cuando prevalece la absolutización de la técnica»,[6] que termina por causar «una confusión entre los fines y los medios».[7] Es el resultado inevitable de la «cultura del descarte» y del «consumismo exasperado». Al contrario, afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.[8]

   Por lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes?

   Para responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.

   El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende.

   Precisamente a partir  de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona.

   Por ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia Católica, a través de la Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas (COMECE), para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con las instituciones de la Unión Europea. Estoy igualmente convencido de que una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque «es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia».[9]

   A este respecto, no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.

   El lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. En este sentido, considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces; liberándose de tantas manipulaciones y fobias. Poner en el centro la persona humana significa sobre todo dejar que muestre libremente el propio rostro y la propia creatividad, sea en el ámbito particular que como pueblo.

   Por otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza en la medida en que se ponen al servicio de todos. Es preciso recordar siempre la arquitectura propia de la Unión Europea, construida sobre los principios de solidaridad y subsidiariedad, de modo que prevalezca la ayuda mutua y se pueda caminar, animados por la confianza recíproca.

   En esta dinámica de unidad-particularidad, se les plantea también, Señores y Señoras Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia, la democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma… y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político. Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.[10]

   Mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento históri co, evitando que su fuerza real – fuerza política expresiva de los pueblos – sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece.

   Dar esperanza a Europa no significa sólo reconocer la centralidad de la persona humana, sino que implica también favorecer sus cualidades. Se trata por eso de invertir en ella y en todos los ámbitos en los que sus talentos se forman y dan fruto. El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles.

   Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. Numerosas son las potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente. Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente.

   Europa ha estado siempre en primera línea de un loable compromiso en favor de la ecología. En efecto, esta tierra nuestra necesita de continuos cuidados y atenciones, y cada uno tiene una responsabilidad personal en la custodia de la creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos de los hombres. Esto significa, por una parte, que la naturaleza está a nuestra disposición, podemos disfrutarla y hacer buen uso de ella; por otra parte, significa que no somos los dueños. Custodios, pero no dueños. Por eso la debemos amar y respetar. «Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la “custodiamos”, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar».[11] Respetar el ambiente no significa sólo limitarse a evitar estropearlo, sino también utilizarlo para el bien. Pienso sobre todo en el sector agrícola, llamado a dar sustento y alimento al hombre. No se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre, mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras mesas. Además, el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar dirigiéndome a ustedes.

   El segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos.

   Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos – causa principal de este fenómeno –, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos.

Señor Presidente, Excelencias, Señoras y Señores Diputados:

Ser conscientes de la propia identidad es necesario también para dialogar en modo propositivo con los Estados que han solicitado entrar a formar parte de la Unión en el futuro. Pienso sobre todo en los del área balcánica, para los que el ingreso en la Unión Europea puede responder al ideal de paz en una región que ha sufrido mucho por los conflictos del pasado. Por último, la conciencia de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los otros países vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea, muchos de los cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión del fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.

   A ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la identidad europea, de modo que los ciudadanos encuentren de nuevo la confianza en las instituciones de la Unión y en el proyecto de paz y de amistad en el que se fundamentan. Sabiendo que «cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva».[12] Les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.

   Un autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».[13] La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores, también pecados, pero siempre animada por el deseo de construir para el bien. Lo vemos en la belleza de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y de edificación humana común que constelan el Continente. Esta historia, en gran parte, debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.

   Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.

   Gracias.

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[1] Juan pablo II, Discurso al Parlamento Europeo, 11 octubre 1988, 5.

[2] Cf. Juan pablo II, Discurso a la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, 8 octubre 19883.

[3] Cf. Benedicto XVI, Caritas in veritate, 7; Con. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 26.

[4] Cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 37, 37.

[5] Cf. Evangelii gaudium, 55.

[6] Benedicto XVI, Caritas in veritate, 71.

[7] Ibíd.

[8] Cf. Evangelii gaudium, 209.

[9] Benedico XVI, Discurso a los Miembros del Cuerpo diplomático, 7 enero 2013.

[10] Cf. Evangelii gaudium, 231.

[11] Audiencia General, 5 junio 2013.

[12] Gaudium et spes, 34.

[13] Carta a Diogneto, 6.

© Copyright – Libreria Editrice Vaticana

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI. Con Ocasión del Viaje Apostólico a Alemania 2011. Visita al Parlamento Alemán. Antonio Luis Albás

 

FLAUBERT FOREVER. De la serie «RECORTES», Nº 101. Por Pablo Romero Gabella

 

Gustave Flaubert

Gustavo Flaubert

(1821-1880)

 

«Cuando se habla de la novela del siglo XIX me quedo estupefacto. Hay tantas novelas distintas en el siglo XIX, tan radicalmente experimentales en muchos casos. Oyes eso y te imaginas una novela robot, convencional, costumbrista… ¿Dónde está esa novela? Porque La educación sentimental no es así. Escritores como Gustave Flaubert, que puede no resultar muy original, pero que para mí y para muchos, aún es la referencia, incluso hoy, en el presente»

[Entrevista de Javier Rodríguez Marcos a ANTONIO MUÑOZ MOLINA, Babelia, 22 de noviembre de 2014/ Entrevista de Jesús Ruíz Mantilla a  JEAN ECHENOZ, El País Semanal, 23 de noviembre de 2014]

 

VICENTE NÚÑEZ XVI: Fragmentos. Antonio Luis Albás, (2014)

V.N.XVI from revistacarmina on Vimeo.

 

   Pero me llama la atención que todo este mundo pueda convivir junto con el de las tabernas, con las mesas de juego del dominó… con el mundo de tu pueblo…

Sí, es curioso lo que dices, pero eso también revela que los textos existenciales tienen una pesantez y una sintaxis no del todo conocida, ni sabida, ni asumida, ni estudiada; se impone por el espíritu sintáctico ordenador, ordenativo, que era el sujeto, el verbo y el predicado…

Una sintaxis no es mas que una voluntad de orden, eso se revela en una taberna… se impone; la voluntad de sintaxis… la desorganización de los elementos que están dispersos en cualquier ámbito pueden ser ordenados con una expresión superior a los de la literatura. La literatura ahí ya no tiene ahí nada que decir; se revela otro orden, otro lenguaje, otro discurso, otra lectura del texto de la vida. Las faltas garrafales pueden ser, en ese contexto, grandes éxitos de lenguaje, de expresión, de cinematografía, de posibilidad, de frescor, de comunicación.

Ahora mismo lo estoy yo percibiendo, qué duda cabe, no a través del silencio que se impone como un paréntesis obligado, sino de lo que intuyo y entreveo que hay dentro de ese paréntesis… que quizá tú no percibas porque no vives aquí, no frecuentas este bar. Ése paréntesis no está vacío, está lleno de un texto. Y hay un paréntesis sin duda, y de qué calibre; quizá irrepetible, quizá único o por lo menos irrepetible. Las irrepetibilidades imponen textos. Luego se ensueñan. Y el sueño lo borra todo. No. No lo borra, ¿del todo no… verdad?; ¿tú qué opinas?. Lo recrea. ¿Lo recrea…?

PÁJAROS, PINOS Y PERROS. Fotografía de Olga Duarte Piña 2014

 


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«TE ARM HOT TEL». Poema visual de Olga Duarte Piña 2013

INSTANTÁNEAS DESDE EL COCHE. Fotografía de Olga Duarte Piña 2013

MISERICORDIA. Fotografía de Olga Duarte Piña 2013

PERSPECTIVAS DE JUEVES SANTO. Fotografía de Olga Duarte Piña

REFLEJOS. Fotografías de Olga Duarte Piña 2012

AZULEJOS AL AZAR. Fotografías de Olga Duarte Piña (Lisboa 2012)

EL SOL EN LAS VENTANAS. Olga Duarte Piña 2012

ESQUELÉTICAS VENTANAS. Olga Duarte Piña 2011

VENTANAS EN LISBOA. Olga Duarte Piña

VICENTE NÚÑEZ. Fotografía de Olga Duarte Piña 2000

EL LÁTIGO EN LOS LABIOS (UN DIÁLOGO REAL CON VICENTE NÚÑEZ). Texto de Jesús Ferrero y fotografía de Olga Duarte Piña

JEUX DE LUMIÈRES. Serie París 15. 3 Fotografías de Olga Duarte Piña (2010)

 

LUIS CARO (PASTELES). Exposición del pintor en la Sala Talavera de la Casa de la Cultura de Alcalá de Guadaíra [Del 21 al 30 de noviembre de 2014]

 

El que vuelve al origen, llega al fin
[Lauro]

 


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CANTO RODADO CON DOS CARAS. Luis Caro (óleo sobre piedra 1988)

YUPIE ORIENTAL. Luis Caro

CARMONA (VISTA PANORÁMICA). Fotomontaje de Luis Caro, 2007

EL MAGO. Luis Caro

LAS CUATRO ESTACIONES Y EL RÍO. 4 pinturas de Luis Caro y 4 poemas de Lauro Gandul Verdún

VICENTE NÚÑEZ. Dibujo de Luis Caro 1991

EL ÚLTIMO FUMADOR. Pintura de Luis Caro

 

¿QUÉ PASA EN CATALUÑA? (GRANDES REFLEXIONES DE UN PEQUEÑO BURGUÉS LIBERAL). De la serie «RECORTES», Nº 100. Por Pablo Romero Gabella

 

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(Foto:  Manuel Verpi)

 

«Entusiasmo.  Entusiasmo. En ninguna región de España se sabe lo que es el entusiasmo si no es en Cataluña. Hay que reconocer que esos sentimientos que los catalanes exteriorizan de una manera tan contingente son típicamente multitudinarios y, en la medida de lo posible, unánimes. Entusiasmo multitudinario no hay más que uno en España: el de los catalanes. Decía alguien: “A nuestro pueblo le entusiasman estas grandes paradas de la ciudadanía (1). No se sabe pasar muchos meses sin provocar alguna. Pero acaso entre una y otra, aunque sólo mediasen tres o cuatro meses, tendría alguien que preocuparse de rellenar el tiempo con una tarea que tal vez no sea del todo superflua: la de gobernar, la de administrar, la de hacer por el pueblo algo más que ofrecerle ocasión y pretexto para estos deslumbrantes espectáculos”.

   Hoy me sería absolutamente imposible encontrar un solo anticatalanista. Hasta  los que votaron contra nosotros —me dicen los triunfadores—  participan del júbilo. No creo que todas esas gentes que en los pueblos de Cataluña engalanan sus casas con banderas catalanas sean de la Esquerra. El separatismo es una rara substancia que se utiliza en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo, y en los de Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras. Para saber más, para anticipar algo de lo que pueda pasar en Cataluña, habrá que buscar, no a las masas que gritan entusiasmadas en un momento dado y vuelven luego a sus tareas de siempre, sino a los hombres representativos del pensamiento de Cataluña, porque estos hombres a veces arrastran tras ellos a la multitud.

   En Cataluña no pasará nada. Es decir, no pasará nada de lo que el español no catalán recela. En Cataluña hay, por encima de todo, un hondo sentido conservador que se impondrá fatalmente. Yo no sé si los hombres de la Esquerra, profesionales casi de la revolución, se resignarán a aceptarlo. Si no lo hacen, peor para ellos. Estos hombres de la Esquerra que hace quince días aparecían a los ojos de las gentes de orden como unos terribles demagogos, apreciarán exactamente de dónde les ha venido el impulso que les lleva de nuevo al poder y cómo y por qué pueden perderlo. Puede ocurrir que los consejeros de la Generalidad no sepan desempeñar con la misma brillantez el papel de revolucionarios que el de gobernantes. Cuando algunos hombres de la Esquerra dicen que vienen a algo más no aciertan a decir exacta y concretamente qué es lo que ha de ser este algo más. Es sencillamente un difuso revolucionario, un arrastre sentimental de viejas rebeldías periclitadas, un no resignarse a reconocer que se ha pasado fatalmente al otro lado de la barricada. No queda más que una verdad; el sentimiento republicano autonomista e izquierdista del pueblo catalán, que ha llevado al triunfo a los hombres de la Esquerra. ¿Podrán éstos responder a lo que el pueblo catalán les pide al ponerse en sus manos?

   Reconozcamos que Cataluña tiene esta virtud imponderable: la de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas.  Los parlamentarios catalanes son malos, notoriamente inferiores a su edificio, porque un buen parlamentario no se improvisa ni se construye tan fácilmente como un Parlamento. No quiere esto decir que Cataluña sea incapaz de dar buenos legisladores. Con la instauración del régimen autonómico Cataluña se ha encontrado ante la necesidad de disponer de dos o tres stocks de legisladores. Hace falta un equipo para el Gobierno de la Generalidad, otro para mandarlo a Madrid, al Congreso, y otro, para constituir el Parlamento catalán. ¿ Quién convence a ochenta y tantos señores de que son absolutamente superfluos? ¿Quién es capaz de llevar el ánimo de unos hombres que cobran mil pesetillas mensuales la convicción de que deben dejar de cobrarlas? Porque la verdad es que el pueblo catalán, después de tener en la mano, como hoy tiene, las libertades tanto tiempo anheladas, lo que necesita urgentemente son hombres que sepan utilizarlas.

   Han sido pésimos abogados de su propia causa, han triunfado sólo porque detrás de ellos estaba todo un pueblo que manifestaba una vez y otra su invariable voluntad de poder. Los políticos catalanes son inferiores al pueblo. Los mejores hombres de Cataluña se consagran, por temperamento y por tradición, al servicio de la industria, las artes, el comercio y la pura especulación.

   Si a esto se une el egoísmo de las clientelas políticas, la codicia y el anhelo de conservar el poder en las mismas manos, el pueblo catalán no logrará ahora tampoco el alto exponente a que tiene derecho. Ochenta y tantos hombres que quieren seguir cobrando unas dietas no tienen derecho a restar calidad a un pueblo.

   —Por cierto, aquel periodista no sé quién será, pero sonaba a derechas, ¿no?»

 

[Manuel CHAVES NOGALES, ¿Qué pasa en Cataluña?, Córdoba, 2013, págs. 17-19, 21, 25, 39, 41, 56, 59. 76-79 (edición de la Editorial Almuzara que recoge los artículos escritos por este periodista sevillano entre febrero y marzo de 1936 en el periódico madrileño Ahora./ Intervención de Andreu Mas-Colell, Consejero de Economía de la Generalitat, donde hace referencia al periodista, en Diario de Sesiones del Parlamento de Cataluña, X Legislatura, 3er periodo, Serie P, nº 30, 20 de noviembre de 2013]

(1)Las palabras en negrita son mías.

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HISTORIA DE CATALUÑA. Juan Reglá (1917-1973) cita fragmentos de una carta de Galdós (1843-1920) a Narciso Oller (1846-1930)

¿ESPAÑA CONTRA CATALUÑA?: EL MAL USO PÚBLICO DE LA HISTORIA. Por Pablo Romero Gabella

¡QUÉ MANADA! Por Parco Lacónico

CIRCO PERO SIN PAN. Por Rafael Rodríguez González

TRACTO SOCIAL. De la serie «RECORTES», Nº 43. Por Pablo Romero Gabella

YENKACRACIA (IZQUIERDA, DERECHA, ADELANTE, DETRÁS…). De la serie «RECORTES», Nº 39. Por Pablo Romero Gabella

POLÉMICAS ANTITAURINAS. Los principios ético-religiosos y la lidia de toros bravos. Por Antonio García Mora

 

HOJAS Y LÁPICES. Pintura de Rafael Luna (de la serie «Aquellos niños del río» 2005 para un cuento de Olga Duarte Piña)

 

Nº 9 Hojas y lápices

 

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AQUELLOS NIÑOS DEL RÍO (fragmento) (Olga Duarte Piña, 2005)

«VIDA NOCTURNA» (HOMENAJE DE RAFAEL LUNA A EDWARD HOPPER 2005). De la serie «Aquellos niños del río»

EL DESPERTADOR DORMIDO. Pintura de Rafael Luna (de la serie «Aquellos niños del río» 2005)

 

ÁMBITO DEL ÁGUILA. Fotografía de Manuel Verpi 2014

 


ámbitodelÁguila2014M.V.

 


ámbitodelÁguila2014M.V.1

 

TRANSCURRE LA NOCHE Y DE MADRUGADA DUERMO. Poema de Lauro Gandul Verdún

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