Posts from febrero 2011.

DEMÉTER Y KORE. Por José Manuel Colubi Falcó

 

Christoph Schwartz

München

1545- 1592

 

«Todos los hombres tienden por naturaleza a saber», dice Aristóteles en su Metafísica. Desde que el mundo es mundo, el hombre busca explicación a los fenómenos naturales, y el mito, cuyos protagonistas son dioses y héroes, le da la primera, aclarando cómo aquél llegó a ser, cómo impera en él un cosmos, un orden inexorable, que acabará por legarle, en la tradición, su nombre, que será también el de la belleza. Así hasta que, en Mileto, Tales introduce la razón en la investigación de la naturaleza.

   Los mitos son nuestros primeros cuentos. Y como la primavera llega, bueno será recordar uno, viejo y hermoso, fuente de inspiración para artistas del cincel, del pincel y de la pluma: el de Deméter y Kore.

   Damáter, Deméter, «Tierra Madre», es la diosa de la agricultura, de la tierra fértil, llamada por los romanos Ceres, quien con sus dones, los cereales, nutre a los humanos y permite que los olímpicos reciban de éstos los honores debidos. Es la primera que remueve la gleba con el corvo arado, la primera que da a las tierras frutos y alimentos en sazón, la primera legisladora. Y madre también de «la niña», de Kore, Perséfone, la Proserpina romana, indisolublemente unidas ambas, «las dos diosas» por la historia del rapto de Proserpina: jugaba la niña con sus amigas en los prados de Enna, en Sicilia, cuando la tierra se abre y su tío, Plutón, herido por el dardo de Eros, la rapta, llevándola a los Infiernos –él es su rey, y ella será la reina- en un carro tirado por negros caballos. Inútil el grito de Kore…

   Deméter, enloquecida, recorre el mundo, preguntando acá y allá por su hija, hasta que el sol, «omnividente», le da razón del rapto y del raptor. Airada, no vuelve al Olimpo y, sentada en la piedra «sin risa», resuelve, vengativa, negar fertilidad a la tierra: no germinan las simientes, los bueyes tiran en vano de los corvos arados, el calor agosta las plantas o las malogra la lluvia, los pájaros comen las semillas sembradas… Alterado el orden, Zeus, propicia un acuerdo: la niña no puede volver para siempre con su madre –comió unos granos de granada en la mansión infernal y el Hado impide el regreso-, pero sí repartir el año entre Plutón, su marido, y Deméter. Y ésta sonríe, es feliz, cuando en primavera su hija abandona aquel reino sombrío y sube para vivir con ella hasta que llegue la estación de la siembra, la hora en que ha de regresar al Infierno, llenando de tristeza a la Tierra Madre, a Damáter.

   Mito del ciclo de las estaciones, de la germinación, Proserpina, la semilla, baja a las profundidades, para renacer, cada año, en primavera.

 

CUANDO EN EL HORIZONTE. Lauro Gandul Verdún

Cuando en el horizonte

Los barcos lejanos

Como formales sombras

Se ofrecen a la vista

Conforman un cosario

Un catálogo de dibujos

Entre el mar como suelo

Y el cielo como fondo

Vuelo

Tiempo

Vertical y aspirante

Los barcos grandes y los botes

Los barcos con multitud

Y los que flotan con un hombre solo.

HERIDO POR EROS UN CUERPO. Lauro Gandul Verdún

 

Herido por Eros un cuerpo

En plena carne

Siempre se abrirá

Por puro cosmos

¡Sea derramada la sangre de los poetas!

¡Sea su tinta sola

Y sólo su sangre como tinta!

Siempre hasta la muerte, o nunca,

Que es muda.

«HISTORIAS DE LA OTRA RAZÓN» DE TOMÁS VALLADOLID. Por Antonio Medina de Haro (con dibujo de Javier García)

Señoras, señores, compañeros todos,  ésta es una alta ocasión para mí y la celebro con el miedo lógico de la incompetencia.  Pues bien, a pesar de la modestia que soy en el sentido de poca cosa… voy a cometer la inmodestia de expresar un cuerpo de doctrina que creo se corresponde con el espíritu de la letra de Historias de la otra razón.

            Si hago memoria de mis debilidades intelectuales –entiéndase preferencias- me encuentro con que, por ejemplo, a los quince años me entusiasmaba Óscar Wilde. Leía yo, por entonces, El retrato de Dorian Gray.

             Hay un tremendismo intelectual en la obra que le va a los revoltosos. Yo sentí el azote de la verdad descarnada cuando contemplaba al hombre que se deteriora, se desmorona y nos deshace a fuer de sinceridades. Fue un dandy, ¡por lo menos!

             El reconocimiento del pecado propio resulta más edificante que la crítica metódica y ortodoxa… ¡Dios no pasa factura! Cualquier alusión a Historias de la otra razón sería como querer vender ejemplares y mi intención es convocar a la insurrección ideológica –como prédica para el libro- para rasgar el velo de falsedades y estéticas estrafalarias de la burguesía intelectual.

             Yo tengo algunos santos de mi devoción, que creo deben ser tenidos en cuenta para no ir adocenado con la filosofía de los santos sabios. Por ejemplo, Gerardo, que cambió su nombre por el de Erasmo Desiderio de Rótterdam.

             El testimonio de este hereje, para los miopes en sinceridad, siempre me atrajo porque hay que ser valiente para decir con el proverbio: «Si no te alaban, alábate a ti mismo». Esto es mejor que tener el bufón pagado que te ríe la gracia y se encarga de recitarte las mentiras.

             La razón de aquí es lisonjera, halagadora y traicionera. La otra (la del libro) te indispone, acusa y desgarra… Pero si la hacemos nuestra compañera será un bálsamo y una sauna liberadora.

             Hacer las cosas bien y con una ética distinta a la estulticia a que nos tienen acostumbrados, es una necesidad que impone. Hay que enderezar entuertos siguiendo el camino del entuerto… El hic et nunc no nos sirve. Aunque sea con la polémica, inventemos o imaginemos otra realidad.

             Baudelaire en su obra «Flores del mal» a través de paraísos artificiales, Spleen e Ideéal y la Revolte la cual se entendió en su tiempo como un ultraje a la moral pública y las buenas costumbres, nos propone en esta especie de poesía maldita una ascética y comportamiento social que es una rebelión contra la grotesca exaltación de lo burgués, contra el mal gusto de la aristocracia, y contra el ingenuo hombre de bien. Mientras no emitamos mensajes de este tipo, por muy molestos que nos parezcan, estaremos en el campo de la falacia.

             Ahora se habla de que estamos en una situación abierta, en distintos aspectos. Bueno, pues este libro nos ofrece la ocasión de mantener, aunque sea con esfuerzo, una constante imagen original y provocadora. Debemos –como el dandy- aspirar a ser sublimes sin interrupción:

 

Debemos vivir y morir

Ante el espejo

 

            Como decía Baudelaire, en un texto-confidencia que escribe a su madre un  día y que llevaba por título «Mi corazón al desnudo». Yo he sentido con la lectura del libro de Tomás Valladolid Bueno, el vértigo que se experimenta cuando te ves sumido en el compromiso de renunciar a tu cultura actual y tener que resucitar en un cementerio de preguntas vinculantes.

             El autor no es un Rimbaud precoz, fugaz y meteórico, sino que arrastra y dan ganas de recitar aquello de Le batteau ivre:

 

La tempéte a béni mes éveils maritimes, ou bien,

Je sais les cieux crevant en éclairs, et les trombes

Et les ressacs et les courants: je sais le soir

L’aube exaltée ainsi qu´un peuple des colombes,

Et j´ai vu quelquefois ce que l´homme a cru voir!

 

            Yo me he sentido tragado por la insalvable incomodidad de algunos textos del libro. Son remolinos intelectuales que me han succionado y acusado hasta producirme dolor: ¿Me vuelvo a repetir si digo que este libro se ha escrito con sangre? Ciertamente, da tarascadas naturalistas, a lo E. Zola, al realismo moderado al que nos aferramos constantemente.

            Quizá mi apreciación sea poco acertada y esté lejana de aquilatar toda la trascendencia del libro, pero he sentido el aliento del hombre que más intensamente vivió el recuerdo que no el olvido. Aquel que convirtió en Yelmo de Mambrino la bacía de un barbero manchego. Aquel que transfiguró los rostros de unas manoseadas mozas de venta, en damas de alto copete:

 

Nunca vi caballero

De damas tan bien servido

 

             Diría el siempre amable y recordante Don Quijote.

            Las actitudes de viejos incordiantes como Valle-Inclán, Baroja o Ángel Ganivet, se simultanean con el mensaje rasposo de este libro, a la vez tan espiritual y tan lírico en intenciones. Y, por último, si es cierto que entre los grados de la belleza debemos contar con la fealdad, no es menos cierto que la poesía limita con la filosofía.

 

El libro «Historias de la otra razón» de Tomás Valladolid Bueno fue editado en 1993, y presentado el mismo año por Antonio Medina de Haro, en Alcalá de Guadaíra. El texto de su conferencia fue publicado en El Alcalá (núm. 54, febrero 1996)

«CIELOS» DE AUXILIADORA LÓPEZ. Por Olga Duarte Piña 2011

COMO perfil del horizonte, un castillo; unos pinos. Como espejo de un azul invertido, unos molinos; unos peces. Como lecho del cielo, una ciudad que titila. Crepúsculos en espacios sin fin, donde se adentra la imaginación dejándose envolver por amarillas nubes, vientos anaranjados, vapores violetas. Y allá, en las espesuras, en los eucaliptales, entre la piedra, el viento. En esta inmensidad donde se estiran los cielos, más allá de lo perceptible, la realidad surge de nuevo. Pienso en lo eterno, en las estaciones que van y vienen, en su rumor. La inmensidad llena el pensamiento, lo hace vivo, se renueva contemplando estos cielos.

Auxiliadora López ha sabido ver lo infinito de los cielos, lo infinito de sus reflejos, su sobrehumano silencio. Generosamente entrega a nuestras miradas sus emociones. Ahí están su asombro, su predilección, su sobrecogimiento, la dulzura, la quietud, el misterio.

Siento ante estas acuarelas que Auxiliadora López ha tenido en sus manos los instantes últimos del día, mas en sus pinceles dejó guardados los destellos de cualquier tarde alcalareña.

___________________

25 DE FEBRERO DE 2011, INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN «CIELOS» DE AUXILIADORA LÓPEZ, A LAS OCHO DE LA TARDE EN LA CASA DE LA CULTURA DE ALCALÁ DE GUADAÍRA

ANACARSIS ESCITA. Por José Manuel Colubi Falcó

 

Xilografía de los Siete Sabios de Grecia

realizada por Hartmann Schedel para el «Liber Chronicarum»,

impreso en Núremberg

en 1493

 

Dice Diógenes Laercio, en sus Vidas de Filósofos, que Pitágoras fue quien acuñó el término filosofía, que se llamó a sí mismo filósofo y dijo que ningún hombre es sabio, sino que sólo Dios lo es. Y añade que pronto aquélla llamóse sabiduría, y sabio el profesante que habría laborado con esmero en la excelencia del espíritu; que filósofo es el que ama la sabiduría, y que los sabios eran llamados sofistas, pero no ellos solos, sino también los poetas.

   Con ello entramos en la historia de los «Siete sabios de Grecia», que, según se nos contaba antaño en la escuela, eran hombres amantes del saber, gobernantes o legisladores, y fueron: Tales de Mileto, Solón de Atenas, Periandro de Corinto, Cleobulo de Lindos, Quilón de Esparta, Bías de Priene y Pítaco de Mitilene. Siete en total, pero en la repesca se añaden otros: Anacarsis escita, Misón queneo, Ferecides de Siros y Epiménides de Creta. Algunos pretenden incluir a Pisístrato, tirano de Atenas.

   Veamos que nos dice de Anacarsis la historia: Escita de sangre real y madre griega, conocía ambas lenguas y le fue fácil visitar Grecia. En Atenas gozó de la hospitalidad, amistad y doctrina de Solón, y luego, helenizado, regresó a su tierra, donde murió «asesinado –dice él- por la envidia».

   El mar no le inspira confianza, pues, habiéndose enterado de que el grosor de las naves es de cuatro dedos, dice: «Tanto distan de la muerte los que navegan»; o cuando uno le pregunta si son más los vivos o los muertos, demándale él en qué lugar sitúa a los navegantes; y, en fin, consultado sobre qué naves considera más seguras, responde: «Las varadas en la orilla».

   Contado entre los legisladores, de sus dichos se deduce que en el vino no veía –como los más de aquéllos- atenuante. Así, dice que en la cepa hay tres racimos: el primero, del placer, el segundo, de la embriaguez, y el tercero, del desplacer; que en las tabernas mienten incluso quienes prohíben mentir, y que el único medio de no ser borracho es tener ante los ojos las indecencias de los borrachos.

   Hombre universal, templado, amante de la verdad, a un ateniense que se le mofa por ser escita, responde: «Mi patria es mi vergüenza, pero tú eres el deshonor de la tuya»; le sorprende que compitan los artistas y que sus críticos no sean artistas, y predica la moderación en el vientre, el sexo, la lengua. En fin, profundo conocedor de esa lengua, que es lo mejor y lo peor que hay en el hombre, dice que el ágora (donde se celebran asambleas, mercados y se administra justicia) es lugar definido para mutuos engaños y fraudes.

 

JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE PRIMERA). Por Rafael Rodríguez González

 

 A usted, si es que leyó en ESCAPARATE (1) este verano pasado lo que se publicó sobre Fabrizio Cobertori Ilmanta «Un italiano en la corte de Joaquín el de la Paula»), puede que le interese lo que viene a continuación, donde se relatan hechos ciertos, comprobados y comprobables, que alguna relación guardan con aquello.

 

 

 Andrés Asido fue funcionario de Correos entre 1901 y 1926. Era Andrés persona de grandes inquietudes, gran aficionado a la lectura, a las ciencias, a todo, en fin, lo que supusiera ejercicio intelectual. No obstante, en lo que más destacaba era en el celo que ponía en sus funciones. Ni una carta extraviada, ni un despacho sin arribar a su destino, ni un encargo irrealizado, ni un usuario desatendido. Amaba su trabajo (la comunicación humana, decía él) y lo demostraba día a día. Asido estaba considerado por los vecinos como una de las tres personas imprescindibles del municipio. Decir que las otras eran los enterradores no es desmerecer la figura de Andrés, más bien lo contrario. Dos lo eran para despachar a los muertos, Asido para atender a los vivos.

 

Un paquete para Fabrizio Cobertori

 Un día, pasados ya dos meses desde la partida de nuestro italiano, quiero decir del que vivió en Alcalá durante tanto tiempo, y cuando ya se conocían las irreparables consecuencias del naufragio del Until Here, llegó a la oficina de Correos, sita entonces en la calle de Juan Abad (2), un paquete dirigido a Fabrizio Cobertori Ilmanta. Andrés observó que el envío procedía de Barcelona y que el remitente era un tal Jean Rien de Colombey-les-Deux-Églises, indicando como lugar de residencia una casa de huéspedes en el número 17 de la calle del Bisbe, llamada «Pensión Corbacho».

            Asido dudó qué hacer con el paquete. ¿Devolverlo al remitente?, ¿abrirlo por si contenía algo de interés sobre el difunto Fabrizio o su señora, en el sentido de tener que realizar algún trámite o comunicar con alguien? Andrés optó por lo segundo. Asido era hombre curioso, pero de ningún modo por estar afectado de propensión al fisgoneo. Su interés era movido por el ansia de servir, de ser útil a quien lo necesitara, porque Andrés no era un simple y acomodadizo funcionario, sino un verdadero servidor público. Todo el mundo sabe que ejemplos de ese tipo nunca han abundado (véase la nota 2).

            Abrió por fin el probo funcionario el atadijo y se encontró con dos libros y una carta. Como estaba escrita en italiano (los libros en francés), y aunque le resultara en gran parte inteligible, decidió ponerla en manos de su amigo Jaume Lluis Traster de Forniqué y Pons, profesor en la Universidad de Sevilla (este hombre veraneaba cada año en Alcalá, de ahí su amistad con Asido). Andrés quedó confuso tras la lectura de lo traducido, porque… pero leamos la carta de Jean Rien y seguiremos después.

 

«Barcelona, 29 de Febrero de 1920

 

Admirado amigo:

 

            Después de casi dos años sin noticias suyas, he sabido de su estancia en Alcalá de Guadaíra. Se lo debo a un viajero que subía al tren en Barcelona, muy apresuradamente, para dirigirse creo que a Madrid. Oí de labios de ese señor, al despedirse de otro que desapareció entre el gentío del andén antes de poder dirigirme a él, que Fabrizio Cobertori residía en tan pintoresco lugar de Sevilla, recomendándole encendidamente, o al menos así me pareció, que le frecuentara. Ni que decir tiene que albergo todas las esperanzas de que se encuentre bien de salud y a seguro resguardo de sus pérfidos perseguidores, que tan ridícula pero gravemente han estado haciéndole a usted la vida poco menos que imposible.

            He tenido el atrevimiento de enviarle mis dos últimos libros. En Lo desmedido de lo transcendental en la cotidianeidad incesante he querido mostrar (usted en su sabiduría juzgará si acertadamente o de frustrada manera) la enorme distancia existente en todas las épocas entre la entrega del hombre a una causa, en el caso de ser noble, y las posibilidades reales del éxito de esa dedicación. En el más reciente, obra sobre todo divulgativa, De la pretensión generalizada de la sabiduría, me refiero a una presunción común a todos los seres humanos, a saber: sabemos de todo, aun sin saber lo que es saber, tampoco lo que es todo y mucho menos de qué se compone ese todo ni cada una de sus partes en sí y en relación al todo en su conjunto y a las demás. 

            ¡Cuántos de sus admiradores, diría que todos si no hubiera algunos que le creen sin vida, esperamos un  nuevo libro de usted! El último que llegamos a conocer, La impronta contingentista en el pensamiento relativista alemán del primer lustro del siglo XVIII, nos dejó a todos tan admirados que leerlo una y otra vez se ha convertido en un placer del que gozamos a diario. Permítame la osadía de considerar esa obra incluso superior, si es que tal cosa fuese posible, a la que de entre las suyas siempre se ha tenido por cimera: Historia de la relación entre iguales subjetivos a través de condicionamientos preestablecidos en el curso de la Reforma.

            En estos momentos, por motivos que me resultaría muy enojoso contarle, me es imposible desplazarme hasta Sevilla, de modo que espero poder mantener la correspondencia que siempre me ha resultado tan grata y necesaria. Le agradeceré que en su primera carta me indique su domicilio, para no tener que recurrir nuevamente a la fórmula que en esta ocasión he empleado, y que no es otra que confiarse a la suerte de que en la oficina de correos haya alguna persona que se preocupe de hacerle llegar el envío.

            Le expreso mi más ferviente deseo de que cuanto antes pueda reintegrarse a la luz pública y seguir así aportando a la Humanidad todo su saber, libre ya de ser objeto de odios absurdos. Por si en algo le sirviere de consuelo, me place comunicarle que el general Encabritiatto, según me han informado algunos amigos de fiar, está gravemente enfermo. No obstante, algunos de sus catorce hijos siguen en sus trece y no cejan en sus lamentables propósitos.

            Le reitero mis más sinceros saludos y el más exaltado deseo de bienestar.»

 

 

 

1. También puede encontrarlo en este mismo blog.

 

2. El conocimiento de que la oficina de Correos se hallaba entonces en dicha calle se lo debemos a nuestro paisano Juan Manuel Benítez Díaz, que fue hasta hace unos años eximio cartero, uno de los pocos que ha destacado a gran altura en el desempeño de la labor funcionarial, heredero o continuador, por tanto, de Andrés Asido en ese aspecto. En la memoria de muchas personas ha quedado la elevación y el relieve que alcanzó Juan Manuel Benítez durante los fecundos años de su desempeño en cargo de tanta talla y envergadura..

 

_________________________

 

JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE SEGUNDA). Por Rafael Rodríguez González

POBLACIONES (POEMA III, con dibujo de Zsolt Tibor y traducción al francés de Claude Dubois). Vicente Núñez

POEMA III DE POBLACIONES. Vicente Núñez

___________________

«CARMINA» Nº 2

FLORIDO FLUJO DE ODIO. Tomás Valladolid Bueno

Foto: ODP

ABRACADABRA. «VOCABULARIO DE LA FÁBULA» 1845. Por Don Santos López Pelegrín (1801-1846)

 

ABRACADABRA. Nombre que servía para formar una figura supersticiosa, a la cual atribuían la virtud de evitar enfermedades y curarlas. Las letras de este nombre debían estar dispuestas del siguiente modo:

 

 

            Estando compuesta esta figura principalmente del nombre ABRACA, lo mismo que Abracax o Abraxas, que se creía ser el más antiguo de los dioses, era reverenciada como una deidad.

 

CLEOBIS Y BITÓN. De «Vocabulario de la fábula» 1845 (por Don Santos L. P.)