Posts from julio 2010.

POBLACIONES (POEMA I, con dibujo de Zsolt Tibor). Vicente Núñez

 

POBLACIONES (POEMA I, con dibujo de Zsolt Tibor y traducción al francés de Claude Dubois). Vicente Núñez

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«CARMINA» Nº 2

ALLÍ UNA LÍNEA DEFINITIVA. Poema de Lauro Gandul Verdún

 

 

 

Allí una línea definitiva

marca una frontera.

Más allá la confusión:

el desierto.

Acá capto la íntima intuición

de un orden, pero llueve

sin descanso desde hace mucho tiempo.

 

 

 

TORERO (ÓLEO SOBRE LIENZO). Pintura de Luis Caro

 

DIBUJO DE ZSOLT TIBOR EN «CARMINA» Nº 1. Páginas 12 y 13 (2004-2005)

 

«CARMINA» nº 1

CARRERA DEL DARRO, DE LA SERIE «CORAZÓN MALHERIDO». Fotografías de Lauro Gandul Verdún (Granada, 2010)

                                               

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ME LLAMO BARRO AUNQUE MIGUEL ME LLAME. Centenario de un nacimiento: 1910-2010. Por Enrique Martín Ferrera (Julio de 2010)

Miguel Hernández y Josefina en Jaén
 Marzo 
 1937 

 «Ya sé que en esos sitios tiritará mañana mi corazón helado en varios tomos». Cierro el libro y salgo de la biblioteca. Vuela ahora el pensamiento. Le imagino declamando sus poemas en la plaza pública, o en la trinchera, o en la fraternal  intimidad de la casa de Velintonia, 3.  «He oído a muchos poetas decir sus versosrecordaba Vicente Aleixandre-. Pocos me han dado esta sensación tan completa de hombre expresado en acto, desde la desnuda garganta.». Así le imagino, derrochando ímpetus, entregado a la poesía, sin renunciar al compromiso con todo lo humano: él era viento del pueblo, viento que pasa soplando a través de sus poros.

            También le imagino ya cruzada la raya, en su huida camino de Lisboa, menesteroso, vendiendo en Santo Alexo, como último remedio, el reloj de oro que le regalara el amigo el día de su boda, sin imaginar que con el tiempo sería elemento propiciatorio de su fatal detención por la policía salazarista. Le imagino en sus penas, en ausencia del vientre preñado de Josefina, soñando con el rostro del hijo y aguardando la luz y el calor del sol. Le imagino preso, y ya moribundo, en pantomima de forzado matrimonio canónico ante el cura de la cárcel.  

  

Velintonia, 3
La casa madrileña de Vicente Aleixandre

            Le imagino otras veces en circunstancias menos adversas, un año antes de la guerra, en la Biblioteca Nacional, copiando durante horas antiguos textos taurinos por encargo de José Mª de Cossío, o escribiendo él mismo las biografías de aquellos viejos toreros (Tragabuches, Espartero, Lagartijo…) Y le imagino en el breve intervalo de libertad de septiembre del treinta y nueve, antes de ser encausado en el sumario 21.001. Ahí está, escribiendo una carta desde la Orihuela de sus cuitas. Va dirigida, como otras, al artífice de la que luego sería celebrada enciclopedia de «Los Toros»: «Pienso en su tierra de Tudanca, y estoy dispuesto a trabajar en ella, a pastorear sus vacas, a lo que sea un trabajo manual, con tal de sacar mi familia, numerosa y necesitada,  adelante», le dice a Cossío en una desesperada cuartilla, breve misiva pergeñada con la tinta azul de la maquina de escribir del amigo muerto, Ramón Sijé. 

             Tudanca. La carretera que baja hasta el valle del recóndito pueblecito montañés es una interminable sucesión de curvas. Es tierra cántabra, de foramontanos; tierra muy alejada de las actuales rutas turísticas. Allí, enclavada en un lugar inefable, sigue estando La Casona, la mansión del XVIII que hizo construir un rico indiano y que luego sería propiedad de José María de Cossío. La casa conserva una atmósfera mágica, las huellas y los ecos de los muchos poetas y artistas que por allí pasaron en vida de su último dueño. En su biblioteca (con más de 25.000 libros y documentos) se conserva, delicadamente encuadernado en media piel, uno de los dos únicos ejemplares que se salvaron de la edición valenciana del treinta y nueve de «El Hombre Acecha», aquella primera publicación que devoró el fuego de los vencedores. Dicen que este libro era estimadísima reliquia para Cossío, más por una cuestión sentimental que por su rareza bibliográfica. Allí, por esas páginas que acariciaba y leía furtivamente el asesor literario de Espasa-Calpe, continúa pasando El tren de los heridos, y desde allí sigue Miguel llamando a los poetas. Es la misma biblioteca que atesora diecisiete de las cartas que dirigiera el oriolano a aquel académico que demostraría ser, junto a Aleixandre, su más fiel benefactor.

 

Retrato de José María de Cossío, por Gyenes

               «¿Quién amuralla una voz?» -nos dice Miguel Hernández en un verso. Él cantó a la vida, al amor y a la muerte. ¿Existen acaso otros veneros? ¿Hay otras heridas sobre las que nos sea posible escribir? «Era confiado y no aguardaba daño. Creía en los hombres y esperaba en ellos.», dejó escrito de él su amigo y mentor, Vicente Aleixandre. Aunque no alcanzó a cumplir los treinta y dos, en esas escasas tres décadas hizo por la palabra más que muchos longevos escritores y poetas nonagenarios. Ni siquiera en esa pobreza, tan odiada, en la que nació y creció, ni siquiera en las perennes desdichas y penurias padecidas, ni siquiera en sus presidios… Nunca cedió ante el abismo. Aún vuela sobre él con la gracia aérea de un soneto:

    Sonreír con la alegre  tristeza del olivo.

Esperar. No cansarse de esperar la alegría.

Sonriamos. Doremos la luz de cada día

en esta alegre y triste vanidad del ser vivo.

 Aleixandre

Vicente Aleixandre
ante el nicho de Miguel Hernández,
donde le escucharon pronunciar aquellas palabras: 
«Tú, el puro y verdadero, tú, el más real de todos, tú, el no desaparecido.»
Alicante
1952 

MONSERGA POST-MUNDIAL PARA NIÑOS CIEGOS (A Dolorcita, lavandera). Unas letras de Rafael Rodríguez González, 2010

 
 
PRIMER TIEMPO

 

Yo soy la bandera.

 

Yo el balón.

 

(Al balón ya lo han chutado.

La bandera permanece inmóvil, reservada)

 

Bandera, ábrete y ondea,

que tus colores me vean,

dice el balón, medio en broma, juguetón.

 

Tú calla y rueda,

le responde la bandera,

áspera, inane y queda.

 

Vale, contesta el balón, algo molesto.

Lo mío es el movimiento.

A veces estoy por el suelo; otras,

más arriba que el más alto de tus mástiles:

con sólo una patada que me den

destaco y tremolo

mucho más que tú.

Los hombres me persiguen,

me toman en sus manos,

chocan sus frentes conmigo;

y en ocasiones, de alegría,

 me abrazan y otra patada me asestan.

Que yo entre o no entre lo decide todo.

Tú… atada a un palo, te mueves sólo

si al viento le da por soplar.

Si es que no, ahí te quedas, lacia perdida.

¿De qué te la das,

trapo coloreado,

si hasta el retal del linier

manda y sirve más que tú?

 

ACABADA LA PRÓRROGA…

 

Yo soy La Bandera.

 

Soy La Bandera.

 

La Bandera.

 

Con palo o sin palo

me agitan y flamean.

Me besan, me adoran.

Estoy por todos lados.

Me veo en todos sitios.

Me llevan, me traen,

vuelvo, vengo, voy.

No me canso, porque no hago nada:

a mí todo me lo hacen.

Conmigo cubren sus cuerpos,

me sacan en carros y balcones,

Me gritan sus canciones.

Conmigo adornan sus cabeceras

y tapizan sus sillones.

Hasta en los cuartos de baño me ponen.

Estoy siempre muy oreada, yo,

muy reconocida y laureada, yo,

muy vista y rameada, yo.

Yo soy la triunfante,

yo tengo la corona,

mía es la gloria flamante.

Yo.

 

(El balón, en una esquina,

desespera de que lo saquen

en un córner inexistente)

 

La bandera, toda perfil de moneda,

 lo mira y ríe:

YO SOY LA BANDERA,

el trapo coloreado, ¿te acuerdas?

Mientras tú eras golpeado,

lanzado y despedido,

yo estaba reclinada en un palo,

sin dar un palo al agua,

y sin que me lo dieran.

Hoy soy la reina.

Yo soy la bandera.

¡Soy la bandera! ¿Te enteras?

¡Soy la madre superiora!

¡La madre espiritual de tela de todas las madres!

¡Y de todos los padres!

En mí se reconocen.

En mí se emocionan.

En mí viven y esperan.

 En un trapo de colores.

 

 

 

DEL OTOÑO A LA PRIMAVERA (150×150 cms. Óleo s/tela). Gema Atoche, 2010

 

MAQUETA DEL AFORO DEL TEATRO «MONTPARNASSE» (RUE DE LA GAITÉ, PARÍS). Fotografía de Lauro Gandul Verdún, 2008

 

 

 

 

 

 

RAMIRO RUIZ GANTERO EN CUATRO PARTES (3ª). De la serie «Personajes imaginables en hechos reales». Por Raúl Roca Gales, Delegado en Sevilla de Caja Luna Lunera, Sociedad Filantrópica Global. Compilación de Rafael Rodríguez González, 2010

Doña María de las Mercedes de Borbón Dos Sicilias
1910-2000

TERCERA PARTE

Un día supe que andaba contando que su madre lo había tenido en el hospital de la Cruz Roja, donde hubieron de hacerle la cesárea. Resulta que en esos días estaba en Sevilla doña María de las Mercedes de Borbón,esposa de don Juan de Borbón y madre de nuestro anciano rey Juan Carlos. La señora, que vivía en Portugal, o alternativamente en Portugal y Suiza, había ido a Sevilla a ver a su padre, ya moribundo. Total, que doña María de las Mercedes visitó también el hospital de la Cruz Roja. Una vez en él, de entre todos los recién nacidos sólo cogió en brazos a uno, precisamente a Ramirito. Y Ramiro va haciendo gracias por ahí diciendo que es «hermano de brazos» de Juan Carlos, porque si hay hermanos de leche, de sangre, de cría, etcétera, también los hay de brazos. Y que él y Juan Carlos lo son. La cosa tendrá gracia o no la tendrá, lo que pasa es que el niño protagonista de hecho, que ocurrió el 24 de Marzo de 1955, dos días después de haber sido extraído por cesárea, no fue Ramiro Ruiz Gantero, sino un servidor, Raúl Roca Gales, que había nacido en las circunstancias descritas. Soy yo, por tanto, quien ostentaría el título de hermano de brazos de Juan Carlos I. Que Ramiro se apropiara de esa forma de lo que me había sucedido vino a demostrarme con rotundidad que lo que hace Ramiro no es escuchar y discernir, sino que lo suyo es absorber lo que flote, circule o vibre por el aire, convirtiéndola en una más de las cosas de Ramiro, que, dicho sea de paso, nació en la misma casa donde vive, en 1949 y sin distocia de ninguna clase.

Recuerdo ahora cuando lo jubilaron anticipadamente en la fábrica de vidrio en la que estuvo durante veinticinco años. Hace de eso unos diez. Fuí a recogerlo con el coche porque después íbamos a Sevilla. En la puerta estaban el gerente, todos los de la oficina (donde trabajaba) y los encargados de los talleres, observando al prejubilado mientras se alejaba de la factoría. No sé si lo que hacían era despedirse de un querido compañero o si comprobaban su partida por parecerles increíble. Ya en Sevilla, y yendo los dos por una casi desierta calle Trajano en busca de la gestoría en la que Ramiro tramitaba un asunto, dos jovenzuelos se cruzaron con nosotros, casi a la carrera, preguntándonos en ese momento: «¿Sabe usted cómo va España?». «¡España va bien!», gritó Ramiro. Los chavales echaron a reír con estrépito. Era el día, y la hora, en que la selección española de fútbol se las veía con la de Dinamarca. Esas ocurrencias, que de todas formas prodiga poco, son las que hacen que a veces merezca la pena estar a su lado.

A Ramiro le exasperan las molestias impuestas e innecesarias. Leonardo me contó que una tarde, serían las tres y media, sonó el teléfono. Lo cogió Teresa. Era una de esas odiosas llamadas comerciales y la hermana de Leonardo, disculpándose, colgó de inmediato. A las cuatro volvieron a llamar. Esta vez, al ver que de nuevo aparecía en el reconocedor la leyenda «NÚMERO PRIVADO», nadie cogió el aparato. A las cuatro y diez sonó de nuevo el repiqueteo y esta vez fue Ramiro a contestar, haciéndolo de esta manera: «Señorita, ¿está su jefe ahí cerca?». Parece que la señorita siguió con su trascendental tarea informativa sin hacer caso de la pregunta de Ramiro. «Pues mándelo usted a la mierda de mi parte, señorita». Pero la tal vez atada al desesperante parloteo siguió perorando sin desmayo, de modo que Ramiro, sin alterarse demasiado, le soltó, colgando después: «Pues vaya usted a la misma mierda que su jefe, señorita». Totalmente excesivo, y, por desgracia, tan inútil como querer detener el oleaje del mar. Antes podremos acabar con el mar que con su oleaje.

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SEGUNDA PARTE


CUARTA PARTE