Posts from noviembre 2008.

AUBADE de Philip Larkin, una versión en español con nota introductoria de su contrito traductor. Por Enrique Martín Ferrera.

Larkin 1

Philip Larkin en su biblioteca


AUBADE

By Philip Larkin

I work all day, and get half-drunk at night.

Waking at four to soundless dark, I stare.

In time the curtain-edges will grow light.

Till then I see what’s really always there:

Unresting death, a whole day nearer now,

Making all thought impossible but how

And where and when I shall myself die.

Arid interrogation: yet the dread

Of dying, and being dead,

Flashes afresh to hold and horrify.

The mind blanks at the glare. Not in remorse

— The good not done, the love not given, time

Torn off unused — nor wretchedly because

An only life can take so long to climb

Clear of its wrong beginnings, and may never;

But at the total emptiness for ever,

The sure extinction that we travel to

And shall be lost in always. Not to be here,

Not to be anywhere,

And soon; nothing more terrible, nothing more true.

This is a special way of being afraid

No trick dispels. Religion used to try,

That vast moth-eaten musical brocade

Created to pretend we never die,

And specious stuff that says No rational being

Can fear a thing it will not feel, not seeing

That this is what we fear — no sight, no sound,

No touch or taste or smell, nothing to think with,

Nothing to love or link with,

The anaesthetic from which none come round.

And so it stays just on the edge of vision,

A small unfocused blur, a standing chill

That slows each impulse down to indecision.

Most things may never happen: this one will,

And realisation of it rages out

In furnace-fear when we are caught without

People or drink. Courage is no good:

It means not scaring others. Being brave

Lets no one off the grave.

Death is no different whined at than withstood.

Slowly light strengthens, and the room takes shape.

It stands plain as a wardrobe, what we know,

Have always known, know that we can’t escape,

Yet can’t accept. One side will have to go.

Meanwhile telephones crouch, getting ready to ring

In locked-up offices, and all the uncaring

Intricate rented world begins to rouse.

The sky is white as clay, with no sun.

Work has to be done.

Postmen like doctors go from house to house.

Larkin 2

AUBADE de Philip Larkin, una versión en español
con nota introductoria de su contrito traductor
Por Enrique Martín Ferrera

«…y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento.»

D. Quijote de la Mancha (Parte 1ª, Capítulo 6º)

Miguel de Cervantes


«Aubade», la peculiar albada que escribiera Philip Larkin, sin Romeos ni Julietas despidiéndose morosamente al llegar el amanecer, no formó parte de ninguno de los poemarios publicados en vida por su autor. Este poema apareció impreso en el Suplemento Literario de The Times el 23 de Diciembre de 1.977.  En una ocasión, por esa época, en carta a un amigo, Larkin hizo referencia al mismo con un agudo símil: «Christmas without the baby». Ocho años después, otro mes de Diciembre, la muerte puso fecha, forma y lugar a ciertos interrogantes sobre su propio fin expuestos por él en este poema.

…………«Aubade» sí fue incluido, póstumamente, en «Collected Poems», en edición inglesa de 1.988 de «Marvell-Faber and Faber»; pero no existe ninguna edición española de los poemarios del bibliotecario de Hull que contenga esta brillante reflexión sobre nuestras vidas, escrita sin dejar de mirar de frente, a los ojos, a la propia muerte.

…………En mi concienzudo rastreo no he logrado hallar ni una sola versión española de «Aubade» que me sirviera de referencia. Sólo conozco una genial «Albada» en español, pero fue escrita por otro gran poeta, Jaime Gil de Biedma, varios años antes de que apareciera publicada la de Larkin en el «Times Literary Supplement». Así pues, lo mío, más que atrevimiento, es un doble salto sin red, al que me ha empujado mi admiración por este escritor, tan denostado por algunos, al que apodaron «el corazón más triste del mercado de postguerra». De ese fervor es en buena parte culpable el buen gusto de un viejo y gran amigo, con el que siempre tendré una deuda de gratitud por darme a conocer en una tertulia casera, ya remota en el tiempo, «El edificio» de Larkin: allí se me reveló por primera vez el poeta.

…………Ya lo decía Cervantes por boca del cura, al hacer, junto al barbero, escrutinio para la hoguera en la librería de Alonso Quijano; y a la misma conclusión llegó Voltaire: «Es imposible traducir la poesía. ¿Acaso se puede traducir la música?».

…………Si traducir un poema resulta imposible, versionarlo constituye un verdadero rompecabezas: la búsqueda del difícil punto de equilibrio entre la extrema fidelidad, exenta de gracia, al texto que nos sirve de patrón y el alzar el vuelo libremente, so pretexto de no dejar que se esfume el hálito poético que poseía el modelo. Quién no conoce ese repetido, manido, y todavía acertado adagio: «Traduttore, traditore».

…………Si toda traducción es en el fondo una traición al original, diré en mi descargo que no soy traductor profesional, y parafraseando al propio Larkin, que mi intención era ser –aunque dudo haberlo logrado- el menos traidor. Él, que era «the less deceived», detestaba los engaños; por eso tampoco tenía fe en las traducciones de poesía, de las cuales abominaba. Su exposición sobre este asunto en algunas entrevistas que concedió no deja lugar a dudas, así que es justo, ante todo, pedir disculpas a Philip por esta tropelía. Yo mismo sostengo vehementemente que un poema rara vez sobrevive en el exilio, que, al abandonar esa patria que es el idioma en el que fueron concebidos, esos versos quedan heridos de muerte, marchitos, desafinados…

…………Consecuentemente, si el lector puede afrontar el poema original en inglés que se acompaña, ruego olvide el lastimoso remedo en lengua extraña que sigue tras estas líneas.


ALBADA

Por Philip Larkin

Trabajo todo el día, y medio me emborracho por la noche.

A las cuatro me despierto en medio de una oscuridad insondable.

Fijo la vista. A su tiempo, al filo de la cortina acrecerá la luz.

Hasta entonces veo lo que realmente estuvo siempre ahí:

la muerte sin tregua, ahora un día más cercana,

impidiendo cualquier otro pensamiento, salvo cómo,

y dónde, y cuándo moriré.

Estéril interrogante, más el espanto

de morir y estar muerto,

relampaguea de nuevo para horrorizar, para poseer.

La mente desconcertada por el resplandor. No por remordimiento

– el bien no hecho, el amor no dado, el tiempo que se fue,

desgarrado y sin usar – ni porque, desdichadamente,

se precise mucho tiempo para remontar y liberar

una vida de sus errados comienzos, y puede que nunca se logre;

pero sí por el vacío total y eterno,

la extinción cierta hacia la que viajamos,

y en la que estaremos perdidos para siempre. No estar aquí,

no estar en ninguna parte,

y muy pronto; nada más terrible, nada más verdad.

Es una manera especial de sentir miedo,

que no se esfuma con ningún truco. La religión lo intenta,

ese vasto y apolillado brocado musical

creado para fingir que nunca morimos,

ese rollo engañoso que dice que ningún ser racional

puede temer a una cosa que no sentirá, apartando la mirada

de lo que tememos: no tener ojos, ni oído,

ni tacto, sabor u olor; nada en lo que pensar,

nada que amar o a lo que poder unirnos;

el anestésico del que nadie recobra el sentido.

Quedarse así solamente al borde de la visión,

pequeño borrón desenfocado, con un escalofrío continuo

que debilita y conduce hacia la indecisión cada impulso.

La mayoría de las cosas puede que nunca sucedan: ésta ocurrirá,

y lo certero de su cumplimiento nos hace enfurecer

cuando estamos atrapados en el horno del miedo,

sin compañía, o una copa en la mano. El valor es inútil:

dicho sea, no para que otros se asusten. Ser valiente

no permite a nadie librarse de la tumba.

Lamentada o combatida, la muerte es la misma.

Lentamente la luz se afirma, y la habitación toma forma.

Como un armario, resulta evidente lo que sabemos,

lo que hemos sabido siempre, el saber que no podemos escapar;

y aun así no podemos aceptarlo. Habrá que decidirse.

Entretanto, en oficinas cerradas, los teléfonos agazapados

se preparan para sonar; y todo el impasible,

intrincado y agrietado mundo comienza a despertar.

El cielo es blanco como arcilla, sin sol.

El trabajo nos reclama.

De casa en casa, como médicos, van los carteros.

Larkin 3

Tumba de Larkin en Cottingham, Inglaterra

POEMA DE PHILIPPE JACCOTTET (Editados en Sevilla -1982- por «Dendrónoma» con autorización de E. Gallimard, y traducidos al español por Antonio Lara Pozuelo). Con fotografías de L.G.V., Meiringen, 2008

 

4 jaccottet

 

2 Meiringen

 

1 Meiringen

 

5 jaccottet

 

3 Meiringen

¿EXISTE JEAN VALJEAN? Por Pablo Romero Gabella, 2008

Como en una ópera verista italiana el pequeño pedía «¡sangre, sangre!», quería lavar la suya con la de su agresor. Al sacarlo de un tumulto jadeante, deseoso de que se cumpliera su grito, su mirada hacia mí fue de un odio terrible, arremetió como un animal acosado, como una bestia acosada arremetía contra todos…contra todos.

Nunca antes había visto el odio tan cerca como cuando hoy he visto los ojos de ese niño de doce o trece años. Nunca el odio me pareció tan material. Nunca el odio se concentró en un cuerpo tan pequeño. Nunca pensé que los dictados que hago a mis alumnos de esa misma edad sobre Los Miserables tuvieran encarnadura en cuerpo tan pequeño, en un odio tan grande.

Recuerdo cuando les contaba a mis alumnos la historia de Jean Valjean, unos días antes, cómo les explicaba que por «!un cacho pan, maestro!» había sido condenado a la cárcel. Y que allí, amarrado como una bestia, condenó con su odio a la sociedad, porque de ella solo recibió eso y «¿por cacho de pan, maestro?» No, había más, como decía Víctor Hugo:

Los hombres no lo habían tocado más que para maltratarle. Todo contacto con ellos había sido una herida. Nunca, desde su infancia, exceptuando a su madre y a su hermana, nunca había encontrado una voz amiga, una mirada benévola. Así, de padecimiento en padecimiento, llegó a la convicción de que la vida es una guerra, y que en esta guerra él era el vencido. Y no teniendo más arma que el odio, resolvió aguzarlo en el presidio, y llevarlo consigo a su salida.

Es cierto, carece de empatía, de la más mínima sensibilidad por una palabra, por un gesto amable que le lanzó en la sala, mientras rumía entre sollozos su vendetta atávica.

Ahora pienso de nuevo en Jean Valjean:

«Había demasiada ignorancia en Jean Valjean …estaba en las tinieblas; sufría en las tinieblas; odiaba en las tinieblas…»

¿Podemos hacer algo?. Vuelvo a Víctor Hugo, dicto:

Al hombre, creado bueno por Dios, ¿puede hacerlo malo el hombre? ¿Puede el destino modificar el alma completamente, y hacerla mala porque es malo el destino? ¿No hay en toda alma humana, no había en el alma de Jean Valjean en particular, una primera chispa, un elemento divino, incorruptible en este mundo, inmortal en el otro, que el bien puede desarrollar, encender, purificar, hacer brillar esplendorosamente, y que el mal no puede nunca apagar del todo?

PROVENIENTES DE ROSENLAUI, LLEGARON A ESTE LUGAR CONOCIDO COMO HORNSEELI, POR EL NOMBRE DEL PEQUEÑO LAGO GLACIAR QUE EN ÉL EXISTE, Y LO QUE SIGUE VIERON LOS CAMINANTES. Fotografías de Lauro Gandul Verdún 2008

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

POEMAR Nº 8

1 portada poemar 8

MAIERHOFEN (aldea de Furstenfeld, muy cerca de la frontera de Austria con Hungría). Fotos de Olga Duarte y Lauro Gandul, y dos poemas de éste, 2002

 

 

 

 

 

MIGUEL CON SUS PENAS (SUCINTO BOSQUEJO SINCOPADO DEL OCTOGÉSIMO CAPÍTULO DE UNA BIOGRAFÍA). Por Mario Cortés, 2008

13 Goya (Las tragedias)

Edición ilustrada con algunas de «Las tragedias» de Goya

Una mañana más Miguel se despertó sobresaltado, había soñado la misma escena que otras veces, salía temprano del bloque intentando que no hiciera ese ruido tan estrepitoso la puerta tan pesada, pero era vano el intento porque el ruido al final se producía pero bueno ya qué más daba si ya por fin se iba definitivamente, claro que en el sueño porque la realidad era muy otra, seguía anclado en el bloque y no sabía si sin remedio o hasta no se sabía cuándo. En los últimos días había hablado tres veces con Fernando, el presidente de la comunidad, hombre amable y razonable, pero esas cualidades no daban sus frutos acerca del problema del bajante y del seguro de la comunidad. Lo mismo con dos de los comerciantes de abajo, cada uno con su carácter y su actitud incluso con sus intenciones que Miguel no podía descifrar porque era sumamente difícil y porque para qué, qué más daba, si al final todo era igual.

Ahora lo que más le agobiaba era el conflicto con el vecino de abajo, Bernardo, aunque en realidad no había conflicto, pero sí, no aparentemente porque Bernardo siempre empleaba buenas palabras, muy conciliador pero cuando Miguel no estaba delante lanzaba tremendas acusaciones de las que eran receptores Fernando y su mujer, y todo a voz en grito de manera que Miguel si estaba en el piso pudiese escucharlas. Todo un tipo Bernardo, desagradable hasta el límite, con una voz que hubiera hecho retroceder a un tigre hambriento, pero para qué problemas, para qué gritos, para qué empantanarse en su terreno. Y eso que Miguel le había soportado y seguía soportándole entre otras muchas cosas, entre otras muchas, el televisor bien fuerte a cualquier hora, madrugada incluida durante ya casi siete años. Y pensar que se fue Miguel de su anterior domicilio huyendo del ruido de dos vecinas con el cerebro vacío pero que lo llenaban con el ruido insoportable para una persona normal. Pero bueno ya parece que la cosa se va enderezando, ya se subsanó la pequeña fuga de agua que a lo largo de tres años manchó un poco el techo del cuarto de baño de Bernardo y ya visitó un pintor experto el sitio y vamos a que pronto se haga, aunque a Miguel aún no le han puesto las losas de su cuarto de baño y lo tiene todo embarbascado, cajones por acá, muebles por allá, todo repartido por el piso, parece que en el pasillo y alguna habitación hubiera un baratillo, todo por el suelo.

6 Goya (Las tragedias)

Pero peor aún, los de la compañía de aguas van a poner un contador nuevo, y ya verás como vienen a ponerlo cuando ya todo esté instalado y tendrán que formar otro estropicio o casi para el nuevo contador, que al fin y a la postre nunca pueden leer porque Miguel nunca está cuando viene el empleado de la subcontrata a hacer la lectura y le facturan los recibos por consumo estimado, estimen lo que estimen, porque cualquiera sabe la estimación que estiman estimar. Que es que para colmo Miguel cada vez está peor de las varices, y la diabetes, cómo no, no deja de darle problemas que se añaden a los demás y los agravan, y las rodillas y los hombros y algunas piezas dentales, y ahora, pero Miguel reconoce que esto es por su culpa, los pies, y los hongos y cuántas cosas más, sí, la tensión también, sin contar el tremendo robo que sufrió a primeros de año y que lo dejó en total tenguerengue.

Para Miguel este año ha sido el peor de su vida que ya es larga y aun así no ha perdido el humor aunque o tal vez por eso cada vez más piensa con más frecuencia lo que siempre ha pensado, que la vida es lo más absurdo que puede existir en el Universo y que éste también, que sí, que hay alegrías, buenos ratos, una porción de años en los que lo positivo gana a lo negativo pero según y cómo pero que sobre todo después nada merece la pena salvo repantigarse en esos pequeños y escasos momentos medio qué pero que no, que sigue todo, hasta lo bueno, siendo completamente absurdo y que maldita la casualidad de la vida porque causalidad no hay si no es la casualidad.

7 Goya (Las tragedias)

Y encima y abajo y al lado los ruidos, siempre los ruidos que persiguen a Miguel, que llegan a amargarlo a ratos o por momentos. La música o el televisor a todo volumen en algunos bares que obligan a la gente a desgañitarse para poder conversar o simplemente hacerse oír, los camareros gritando como corraleras pero sin la entrañable gracia y modulación de éstas, la música o lo que sea en los coches de gamberros a cualquier hora pero mucho peor a las cuatro de la madrugada, el tipo que se pone frente al trabajo de Miguel con una pianola al máximo y con una música malísima que se clava en el cerebro y le retumba todo el día y cada vez que se despierta por la noche, continuamente, los estúpidos que abajo en la calle tocan el claxon cada vez que hay un atasco que es varias veces al día como si fueran a conseguir algo con eso como no sea echar afuera un poco de los kilos de estupidez que se les reproducen constantemente, el ruido de las motos con escape libre que cada día hay más y que nunca Miguel ha visto a un guardia parar a uno de esos y menos multarlo, claro, si no los paran ni los hay los guardias, en fin, ruidos por todas partes, ruidos a todas horas, ruidos agobiantes, ruidos que hasta se les oye cuando no están, porque parece que están acechando y van a aparecer de un momento a otro.

Ese mismo día pero por la tarde Miguel se fue a Sevilla, era el 7 de Diciembre, en medio del puente de la Constitución y de la Inmaculada (volar los puentes, pensó Miguel), porque iba a escudriñar un poco en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, en la Plaza de San Francisco, a ver si encontraba algún libro de los que ya perdió o no compró en su juventud y que tanto recuerda y más le interesan, porque es con la relectura y más a esa edad más que madura cuando uno se entera mejor de lo que lee, aunque también es cuando ya menos sirve o no sirve para nada en un sentido práctico.

Había poca gente y no le costó detenerse en algunas casetas y lograr hacerse con tres títulos que reconoció inmediatamente, todos en la misma, el de un viejo librero viejo conocido de Miguel, unos euros y ya tenía un volumen de 1970 de narraciones de Chéjov, editado por la RTVE con prólogo de Laín Entralgo; ¡lo que editaba entonces la televisión española, libros! volvió a pensar Miguel, el segundo era “El son entero”, de Nicolás Guillén, y, por último, porque Miguel no vio ninguno más que le resultara de verdad interesante y además estaba deseando irse ya para Alcalá, pero que le dio mucha alegría encontrarlo, “Conversaciones con Lukács”, libro que también leyó casi del todo de muy joven pero sin enterarse apenas de nada.

En esa plaza sí había poca gente pero para llegar a ella Miguel había sorteado a duras penas una aglomeración tremenda en todos sus accesos, pero el regreso, por donde escogió volver Miguel con tal de coger un taxi fue superlativo en dificultad y en consecuencias deplorables, porque no más entrar o casi entrar en la calle de las Sierpes, avanzando casi a empujones, viendo las malas miradas llenas de suficiencia de tanta gente que por lo visto se encuentran a gusto metidos en la bulla, luciendo pretendidamente sus trajes de mierda en sus cuerpos de cartón piedra o de reboce de grasa y sus abrigos más propios para la batalla de Stalingrado que para el frescor de Sevilla, casi alardeando ellos de ser los propietarios de esas calles céntricas, casi tolerando graciosamente que circulen, o casi, tantísimas personas, tantas, con los comercios llenos pero poquísimas bolsas en las manos de menos personas.

Fue entonces ya casi llegando a O’Donnell cuando la densidad humana era abrumadoramente agobiante y un hombre o lo que fuera empujó o apuñaló o lo que sea a una mujer y ésta cayó de inmediato al suelo mientras se hizo un vacío de más de dos metros a su redonda y la gente más próxima comenzó a dispersarse por donde podía y luego la otra más próxima y así sucesivamente aunque a pesar de todo permaneció durante tantas e inmediatas evacuaciones al menos una persona por cada dispersión, que aunque de momento no atinaban a hacer algo de lo que querían, que era auxiliar a aquella mujer, al fin lo consiguieron, aunque poco podía hacerse porque Miguel al día siguiente se enteró por la prensa impresa de que en la calle Sierpes a tal hora una mujer había sido agredida falleciendo poco después, pero no aclaraba nada porque decían las letras que la policía seguía investigando los hechos.

15 Goya (Las tragedias)

A Miguel se le ocurrió entonces que la policía debería investigar los no hechos porque tal vez descubriría más indicios de lo hecho, mientras recordaba que en aquellos momentos sintió, y cómo, un golpe de un hombre que se revolvía y apresuraba ostensiblemente el paso pero del que no se quedó ni con la cara ni con el aspecto ni cualquier característica física salvo el olor que desprendía que era una mezcla de alcohol, de perfume pésimo y de tabaco fumado a grandes dosis. Cayó en ese momento en que un quizás asesino se había rozado demasiado por él, y pensó que vaya honor.

Por fin llegó a La Campana pero allí era imposible lograr un taxi pero ni mucho menos volver por el mismo sitio para tirar por el barrio de Santa Cruz para llegar a la estación del Prado, así que esquivando y esquivando y más esquivando mientras veía y sobre todo oía hasta dos ambulancias y por lo menos tres coches de policías, pudo salir a la avenida después de transitar Martín Villa, Laraña, la Encarnación, Imagen, Almirante Apodaca, tantos nombres para una sola calle y Santiago y desde ahí un mediano trayecto hasta la estación. Hasta aquí desde que llegó a La Florida y a Menéndez Pelayo todo había sido rápido pero no así la llegada del autobús y luego el viaje hacia Alcalá, plagado de paradas todas con muchos usuarios, las cosas que tienen los puentes, y ya después de la de la Cruz del Campo y más todavía la de Los Pajaritos el autobús tan lleno, tan rebosante como la calle de Las Sierpes y más cuando llegaron a Torreblanca que por poco se tiene que bajar hasta el propio conductor. Un hombre comenzó a filmar con una cámara de vídeo quizás con la intención de después formular una denuncia por lo que a todas luces y a todo apretujamiento era ilegal y peligroso, pero tuvo que desistir porque los contundentes movimientos cortos y los codazos se lo impedían.

Miguel tiene más penas, muchas, además de los ruidos, de las inconveniencias vecinales, de los percances domésticos, de las enfermedades, de los robos, de las aglomeraciones, sean producidas por los puentes laborales o por lo que sea, del escalofrío que produce el recuerdo del roce de un asesino… Pero su sentido del humor, siempre críticamente vivo, vive tanto que lo hace vivir. Hasta que la vida ya no sea vida porque no lo sea el vivir y el humor ya no tenga sentido.

11 Goya (Las tragedias)