Posts from octubre 2008.

REGRESANDO A MACHADO (Sobre héroes, villanos y tumbas). Por Enrique Martín Ferrera. Octubre de 2008

(Es foto está considerada como, posiblemente, la última foto del poeta vivo, tomada el 27 ó 28 de Enero de 1939 por su amigo Corpus Barga, en Port Bou, camino de Francia, en esa misma frontera donde un año después se suicidaría Walter Benjamin para no caer en manos de los nazis.)

 

«Piedras ensimismadas vueltas hacia qué patrias del silencio»

(Ernesto Sabato)

Desenterrar a Antonio Machado, hacer que sus huesos crucen de nuevo, siete décadas después, la frontera francesa, caminito del sur. Es la última ocurrencia de algún iluminado del Ayuntamiento hispalense, un prestidigitador que abre el pañuelo y, en lugar de una paloma, echa a volar un silogismo: si tenemos sitio en nuestro cementerio de San Fernando, y si su infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, qué diablos hace este hombre en Collioure.

            Para la madre, Ana Ruiz, enterrada junto al poeta, no existe pronunciamiento oficial; aunque esa indiferencia hacia los parientes de la celebridad por parte de las autoridades municipales no debe sorprender a nadie: esos otros huesos, tan poco rentables, que se los queden los gabachos. Eso sí, las gestiones para hacer más cercana y democrática, al alcance de todos, la tumba de don Antonio se iniciarán de inmediato.

            Y Machado es sólo un primer paso, una tesela del mosaico; pues se tiene en mente un proyecto más ambicioso: la creación del parque temático de los poetas andaluces en el camposanto sevillano. El reclamo turístico, amen del mausoleo del susodicho, lo constituirán, según la nota de prensa, las nuevas tumbas previstas para Bécquer, Fernando de Herrera, Al Mutamid, Villalón y Blanco White, entre otras posibles adquisiciones. Ya va siendo hora, habrán pensado nuestros avispados políticos, de poner en valor estas vacas sagradas; incluso después de muertas pueden seguir produciendo leche.

            Se trata en esencia de cosificar a los poetas, simples fetiches convertidos en algo tangible, como la Giralda o la Torre del Oro. No me cuesta nada imaginar ese escalofriante futuro de excursiones organizadas para la tercera edad, de manadas de turistas en pantalón corto, de grupos escolarizados de zopencos en visita obligada… «La repugnancia de las piaras humanas» (que diría Cioran) y el advenimiento en la necrópolis hispalense de un inusitado fervor literario, tan sincero como las flores de plástico.

            Los artífices de este delirio, que no creo sean lectores de Machado, deben ignorar su deseo de ser enterrado en tierras castellanas, en el Espino de Soria, junto a Leonor, donde «el muro blanco y el ciprés erguido». De ello nos habla en uno de sus sonetos de Los Complementarios:

Mi corazón está donde ha nacido,

no a la vida, al amor: cerca del Duero.

            Hace tiempo leí o escuché decir a García Montero que «escribir poemas no es tener ocurrencias o decir tonterías». Le faltó aclarar que para eso ya está nuestra devaluada clase política, que incluye concejales expertos en rentabilizar a los difuntos y miembras del consejo de ministros que ven el fantasma del machismo, agazapado, incluso entre los rudimentos de nuestra gramática.

            Creo que la ocurrencia del consistorio de Sevilla no cae porque sí, llovida del cielo, sino que constituye una secuela más de la progresiva mercantilización de la literatura, una consecuencia de todo este proceso galopante de mercadeo sin alma; del lastimero panorama de los jugosos concursos literarios y del auge del marketing aplicado a las ferias del libro; de la creciente desaparición de los verdaderos libreros, abocados al cierre o la jubilación, sustituidos por tenderos de papel y palabras, por esos sosos dependientes de esta mercadería con tapas.

            En cuanto a motivaciones, también habría que considerar la precipitación de los escritores de hoy, a menudo impacientes y ávidos de riqueza súbita, que no de páginas artesanales y perdurables. En el parnaso del siglo XXI no está de moda escribir una obra maestra, sino ganar el premio gordo de la rifa planetaria. Lo que se lleva ahora es tener un nombre -aunque esté hueco- y amigos agradecidos en el lugar adecuado; garabatear en demasía, siempre pensando en el público, pues hay que acomodarse a sus gustos, aunque resulten infumables, burdos o morcilleros; y vender muchos, muchos ejemplares, por supuesto.

            Qué preciso se nos hace en estos tiempos de industrialización de las letras recordar las palabras de Rilke: «Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas.» (Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge).

            Así las cosas, entre naufragio y estercolero, va siendo hora de replantearse el dogma de fe de las bondades de la lectura. Sé que, al decir esto, algunos querrán quemarme en la hoguera, por bárbaro o heterodoxo; pero quiérase o no, es cierto: leer puede resultar contraproducente, sobre todo si lo que leemos son principalmente ocurrencias o tonterías.

Tumba de Brodsky 
Cementerio de la isla de San Michele
(Venecia)

            El poeta Joseph Brodsky sostenía, en su ensayo Cómo leer un libro, que no se puede leer a ciegas, pues «todos somos moribundos y leer libros consume tiempo». Hay que escoger con acierto. Pero cómo no errar al hacerlo. El nobel nos enseña que «la brújula para navegar por el océano de lo publicado es educar nuestro propio gusto», y finalmente, pues siempre se debe arrimar el ascua a la sardina de uno, que «el modo de conseguir un buen gusto literario consiste en leer poesía». Entiéndase el consejo referido a la gran poesía, pues no creo recetara el poeta ruso la lectura de ripios destinados a enaltecer al santo o a la patrona de la villa; ni el consumo de rimas baratas, boberías versificadas, letrillas para lerdos y otros estupefacientes. Así pues, leamos sólo poesía con grandeza para cultivar un buen gusto que nos sirva de lazarillo; y volvamos a Don Antonio Machado.

1 entierro m
2 entierro m
3 entierro m

Entierro de Antonio Machado
Collioure
1939

            Quienes han estado en el recoleto cementerio galo de Collioure, saben que el camino no está indicado (también es placentera la búsqueda); que no suele haber turistas haciendo cola ante la tumba del español y su madre; y que hasta allí, salvo en esporádicos intentos de politizar su figura, sólo llegan peregrinos, atraídos no por la fama de un nombre huero; sino por amor a una obra, leída y admirada.

            No se va hasta el viejo camposanto del pueblecito de los fauves por necrofilia o por curiosidad morbosa; no por una pose (lo habitual será hallarse a solas), no para narrar luego gestas y andanzas al vecino (abriría mucho los ojos y se mofaría luego en privado de tus extravagancias). En cuestiones así, mejor el recato: de nobis ipsis, silemus.

            Entre el homenaje y la elegía, hay tantas motivaciones personales para visitar esa tumba en Collioure… Uno siente que acompaña a alguien que nos es, al mismo tiempo, tan respetado como querido y familiar; porque sus libros están en nuestro casa, porque nos proporcionó horas placenteras de lectura; porque nos dejó ver el resplandor de esa luciérnaga que llamamos Arte; nos dio a probar ese bebedizo y nos hizo participes del enigma…

 

Tumba del poeta y su madre

            Quienes formamos parte de esta cofradía de lunáticos (sin sede ni censo de asociados) sufrimos algún serio trastorno del sentido de la utilidad, pues no nos importa emplear algunas horas -aunque la estancia en Venecia dure menos de lo deseado- recorriendo la isla-cementerio de San Michele, en busca de la tumba del denostado Ezra Pound, donde la hiedra se alimenta de sus silencios; o tratando de localizar la losa en basto mármol blanco que tiene escrito el nombre de Brodsky, para leer ese epitafio grabado al dorso, Letum non omnia finit; esa verdad de la que damos fe cada día sus fieles lectores.

 

Donde Kafka yace 
Praga

            Tarde o temprano, el peregrino de Collioure ampliará sus horizontes, y puede que llegue hasta el distrito de Strasnice, a las afueras de Praga, y que pise por fin ese otro cementerio judío – el que no sale en las postales, ni recibe cientos de turistas cada hora- para poner una piedrecita en la tumba de Kafka, o para dejar algún insulto sobre la del supuesto amigo, Max Brod. Y llegará un día también para tocar al timbre del Cimitero Acattolico de Roma, en busca de esa placidez rodeada de gatos donde yace cierto poeta inglés, «uno cuyo nombre está escrito en el agua».

 

Keats
Cementerio protestante
Roma

            O se pateará de arriba abajo el parisino Cimetière du Montparnasse, para hablar un rato a solas con Cortázar sobre jazz, sobre literatura, o sobre la pintura de Piero di Cosimo… O buscará, en ese mismo espacio, el último refugio elegido por una norteamericana llamada Susan Sontag, a la que querrá agradecer sus ensayos, o sus películas, o su ejemplo de vida; y comprobar con sus propios ojos que es cierto, que desde su tumba se puede ver la de Baudelaire: ¿cabría pedir mejor acompañante para la eternidad?.

Tumba Ezra Pound. San Michele. Venecia

Los torturados huesos del poeta estadounidense Ezra Pound
Isla de San Michele
 Venecia

            Andando el tiempo, los más enganchados al jaco de la literatura, se aventurarán subiendo a los Alpes, para alcanzar el pueblecito de Rarogne, en el cantón suizo de Valais. Querrán ver con sus propios ojos el escudo labrado, y estremecerse leyendo en la piedra aquello de «Rose, oh reiner widerspruch…» Antes del fin, también tuvo tiempo de detenerse en ese rincón del mundo el poeta catalán Marià Manent, tan exquisito como poco leído y recordado. Allí escribió un hermosísimo poema titulado, sencillamente, La Tomba de Rilke. En el nos habla del «viento alpino que barre la nieve», del «miedo y el azul» de unos ojos de niño, y de «un pecho que ignoraba la paz».

Tumba de RILKE. Rarogne -Valais- SUIZA

Tumba de Rilke
Rarogne
(Valais)
Suiza

            Supongo que a Manent, de estar vivo, y a todos los que forman ese club de viajeros siempre dispuestos a encontrar la tumba de un artista que les es caro; estas ocurrencias del Ayuntamiento de Sevilla, este andar trasladando huesos y proyectando parques temáticos para los poetas muertos, les parecerá un insulto, un asalto de felones; cosa de villanos.

            La tumba de don Antonio que conocemos hoy (que no es la original donde recibió sepultura un miércoles de ceniza del 39 y donde permaneció de prestado casi dos decadas) fue construida en 1.958, en suelo donado por el consistorio de Collioure, cuando los franceses se convencieron, a la vista del tiempo transcurrido, del desinterés de España por aquellos restos; cuando además el viejo enterramiento era ya solicitado por sus legítimos propietarios, a los que también iba llegando su postrera hora. Al coste de este nuevo sepulcro se hizo frente con una colecta, contribuyendo al buen fin de la iniciativa gente como Pau Casals, Albert Camus y André Malraux. Es una tumba nacida del afecto, del respeto y de la admiración. No es fruto de la mercadotecnia aplicada a la promoción de las modernas metrópolis, ni fue excavada en aquel lugar por un interés bastardo.

Cementerio de Montparnasse

El cementerio de Montparnasse desde la Torre del mismo nombre
París

            Y Machado, qué pensaría Machado de todo esto. Dicen que, en las últimas y desoladoras jornadas de su reciente exilio, le gustaba salir del modesto hotel Bougnol Quintana para dar cortos paseos hasta la playa, donde se quedaba contemplando el Mediterraneo en silencio, largo rato. Cuentan también que pocos días antes de morir, mirando ese mar, dijo a su hermano José: -«¡Quién pudiera quedarse aquí, en la casita de algún pescador, y ver desde una ventana el mar, sin más preocupaciones que trabajar en el arte!».

            «¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?», se preguntaba Cernuda en un verso de sus Birds in the night; ese poema, áspero y de afilados cuernos, que creo escribió un dolido Luis pensando en sí mismo, aunque cambiara su propio nombre por el de dos libertinos poetas franceses, Verlaine y Rimbaud. También él, sevillano de nacimiento, reposa muy lejos, al otro lado del Atlántico, en tierra mejicana; así que no podemos descartar alguna nueva propuesta de nuestras autoridades políticas para darle una despedida con mariachis, hacerse con sus huesos y regresarlos a la ciudad de Sevilla; esa que se convirtió muchos años atrás para el poeta en una arcadia del pasado, sin nombre y sin ruta de retorno.

            Ocurrencias, paparruchas, necedades… Ya difunto, tanta murga sobre uno debe resultar un fastidio; así que, una vez muerto, mejor se pierda, por lo menos, el oído. Aunque para sordos, los del Ayuntamiento. ¿Alguna vez oyeron en la Casa Grande aquello que decía Machado a través de su Abel Infanzón? Qué dura sentencia, más cuanto aciertan a hacer buena, año tras año, la experiencia y los hechos, los vicios de unos y las culpas de otros, el narcisismo de la ciudadanía y las pifias de quienes les gobiernan:

¡Oh maravilla,

Sevilla sin sevillanos,

la gran Sevilla!

NOCTURNO CON LUNA LLENA EN ROSENLAUI. Fotografías de Olga Duarte Piña, 2008

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ESCRITO EN ROSENLAUI. Lauro Gandul Verdún, 1999 (con fotografías del autor)

POEMAS DE PHILIPPE JACCOTTET (Editados en Sevilla -1982- por «Dendrónoma» con autorización de E. Gallimard, y traducidos al español por Antonio Lara Pozuelo). Con fotografías de L.G.V., Rosenlaui, 2008

ROSENLAUI (Montañas con neblina que se contemplan por la mañana mientras se camina un día desde Rosenlaui a Grosse Scheidegg). APROXIMACIONES A SUIZA. Fotografías de Lauro Gandul Verdún, octubre de 2008.

PROCACIDADES PARA UNA BODA (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González.

1 procacidades2 procacidades

PANEGÍRICO CONTRA EL DESALIENTO (A propósito de lo que prometía ser una exposición de Ressendi). Por Enrique Martín Ferrera. Octubre, 2008.

 

Las tentaciones de San Jerónimo

<<Tenemos el arte para no morir de la verdad>>, decía un viejo filósofo.

Como para mí esas palabras siguen vivas hoy, la buena nueva del periódico me sorprendió bastante a estas alturas, ya resignado como todos a la grisalla del paupérrimo panorama cultural sevillano.

En las páginas del diario se prometía una generosa dosis del único bálsamo que puede hacer soportable el resto: Arte con mayúsculas, una gran exposición de Ressendi, ¡en Sevilla!, patrocinada por la Bienal de Flamenco para “ilustrar” las nuevas composiciones de un afamado guitarrista, al que esos lienzos, parece ser, habían servido de inspiración.

Confieso que me relamí de gusto imaginando aquel festín de pintura para ‘gourmets’. Bienaventurados los pacientes, porque ellos serán saciados, me dije, poseído por un arrebato de optimismo.

Aquella euforia mía estaba más que justificada si se tiene en cuenta que uno es devoto del artista en cuestión desde los años ochenta, cuando la fortuna puso ante sus ojos un boceto al óleo de sus “Tentaciones de San Jerónimo”.

Consideremos además que los museos –incluido el sevillano de Bellas Artes- ignoran concienzudamente a Ressendi, que su obra sólo sabe de lonjas para subasteros y colecciones privadas, y que esa circunstancia hace inalcanzable su contemplación para el común de los mortales.

Y añadamos un detalle intimista, quien esto escribe no se daba a la gula, en lo que al gran Baldomero se refiere, en muestra-banquete de envergadura, desde 1.992, léase Sala Imagen y Caja San Fernando; dejando a un lado esas modestas, y no por ello menos honrosas, exposiciones auspiciadas en años más recientes por la Fundación de aparejadores hispalense (qué mérito, a ver si toman nota otros colegios profesionales) y el Ayuntamiento alcalareño; simples entrantes para abrir el apetito.

El locutorio de S. BernardoEl locutorio de San Bernardo

Otro autorretratoAutorretrato

Así, jubiloso y confiado, me encaminé una mañana de septiembre hasta el Real Alcázar de Sevilla. A sus puertas, la ausencia de cartelería que diera cuenta de la exhibición no presagiaba nada bueno.

Una gitana se empeñó en venderme una ramita de romero, mientras otra me acosaba para que le comprara una banderita española con el toro de Osborne. -El payo esaborío no es guiri-, dijo por fin la primera, y me zafé sumándome a una manada de disciplinados japoneses que entraban en palacio, encabezados por su cicerone, una pelirroja rolliza que caminaba a ritmo marcial, abriéndose paso entre los demás turistas, con un paraguas en alto. Yo miraba su ancho culo y maldecía una vez más esta detestable forma de viajar, domesticada, que hace furor en nuestros días.

La danza de los pavosLa danza de los pavos

 

En el control de acceso abordé a una joven azafata reclamando información. ¿Ressendi?, jamás había oído hablar de ese señor. ¿Pinturas?, ella no sabía nada de ese asunto. Desconcertado insistí, pues el recorte del periódico, que yo le mostraba con contenido enojo, no dejaba lugar a dudas. Además, las guías culturales lo confirmaban: cuadros de Ressendi, Sevilla, el Alcázar, Sala Alta del Almirante… Se fue para regresar poco después acompañada de un hombre que me espetó con sequedad que aquel “evento” se había anulado. Ante mi protesta –venía desde fuera expresamente para ver la exposición y aquello me parecía una broma pesada- el sujeto se encogió de hombros y me dedicó una mueca sardónica. Opté por una retirada pacífica para no hacer el ridículo, pues mi ofuscación iba ‘in crescendo’ y podía terminar, en el mejor de los casos cumplimentando una absurda hoja de reclamaciones, y en el peor voceando improperios contra los responsables del chiringuito, con un público surrealista formado por aquellos dóciles nipones que sonreían al pasar a mi lado.

Quise calmarme, apagar los rescoldos de mi indignación con un café, así que me fuí hasta lo que queda del antiguo Bar Laredo. Sentado en una de sus mesas se me ocurrió pasar de regreso por el Casino de la Exposición del 29. Supongo buscaba culpables y quería volver a quejarme, pues había oído que allí se hallaba la sede principal de la Bienal. ¿No eran acaso sus organizadores los responsables últimos de aquella frustración?.

Sí, eso creía; así que me fuí para allá y, sin preámbulos, nada más entrar en el gran salón del Casino, en un ‘stand’ que ofrecía folletos informativos le solté a un joven con patillas de bandolero y gafas de intelectual:

-¿Me puede decir usted qué ha pasado con lo de Ressendi?

-Espere, que voy a consultar la programación –dijo-. Ressendi, Ressendi, Ressendi… ¿cantaor o bailaor?

Reflexioné antes de contestar: frutos tan maduros sólo pueden proceder de nuestra actual Universidad, así que para qué esforzarse. Le diría que se trataba de un guitarrista, o mejor aún, de un palmero; y volvería a salir por la misma puerta que había cruzado instantes antes, sin aspavientos, estoicamente.

Los condenadosLos condenados

 

Pero, al volverme, vislumbré al fondo del salón lo que bien podían ser unos cuadros. Y presentí el milagro, echando a andar hacia ellos, sin despedirme de aquel lumbrera. Pude reconocer de inmediato la autoría (no era difícil) de aquellos cinco lienzos de buen tamaño, junto a dos pequeñas ‘gollerías’, como Ressendi las llamaba. La iluminación prevista para las obras no es que fuera inadecuada, simplemente no existía. Podía pensarse que los cuadros habían sido dejados allí, sin más, como restos sobrantes de un decorado que nadie sabe donde ubicar.

No cesaba de entrar gente, pues acababan de anunciar la presentación a los medios del nuevo espectáculo de algún artista flamenco. Público, turistas y curiosos se movían por allí sin reparar en aquellas pinturas solitarias, colocadas sobre unos caballetes, al igual que una serie de reproducciones de antiguos carteles de la Bienal; desmerecidas por tan hostil disposición, sin luz, sin un mísero panel explicativo, sin un folleto o simple listado, sin ni siquiera una plaquita que las acompañase para dar cuenta a neófitos y admiradores de su procedencia, del título, de la fecha en que salieron del taller de Ressendi.

El papa negroEl Papa negro

Allí estaban aquellos cuadros, pobres, aunque sólo en número, y sin más abrigo que la gran cúpula de aquel salón desangelado: el asombroso lienzo de Los condenados, con el desgarro de unos rostros que surgen de la oscuridad y miran hacia un cielo demasiado lejano; El Papa Negro, retrato, ya de viejo, del matador Manuel Mejías “Bienvenida”, con su capote sobre los hombros, enorgullecido de la faena de su vida, iluminado por el halo de la gloria del ayer, esa que aún trata de sujetar firmemente con sus manos; y otro torero de perfil con un cigarro en la mano, creo que era “El Chimenea”; y dos autorretratos del propio pintor, uno de ellos el del barbudo con grandes gafas que nos mira con los ojos alucinados de quien ha visto antes, dentro de sí, el relámpago de aquello que después se esforzaría por llevar a su obra.

Autorretrato ojos alucinadosAutorretrato con gafas

No había más, fin de la cacareada gran exposición. Eran escasos cuadros, mostrados en terribles condiciones, pero aun así, cómo se defendían por sí solos, qué poderoso aliento residía en ellos, qué capacidad para remover las entrañas del observador.

En los lienzos de Ressendi nunca hallaremos amables escenas de costumbres, ni bucólicos paisajes concebidos para decorar las paredes del buen gusto; pero sus pinturas poseen esa plenitud, ese absoluto, esa fuerza sin imposturas, esa verdad que uno siente palpitar también en las mejores páginas de Shakespeare, en los personajes atormentados de Dostoyevski, en las melodías infinitas de Wagner, en el saxo de Charlie Parker –Bird y sus ‘jam sessions’-, en esa belleza que extrajo del mármol el divino Miguel Ángel, o en las esculturas de ese asceta del Arte llamado Alberto Giacometti.

Ya se sabe que <<el arte es largo y la vida breve>> (Rf. Hipócrates), pero qué infame trato institucional el que allí se dispensaba al más grande pintor que vio nacer Sevilla después de Velázquez y Valdés Leal; cosa que hay que atreverse a decir, aun a riesgo de ser tachado de sedicioso, ignorante o desmemoriado por los miopes, los mecenas de la mediocridad y los que hace tiempo se sienten dueños del huerto.

Sí, el gran Romero Ressendi, ese perfecto desconocido cuya excelencia sólo ha sabido apreciar (suena a tópico) una inmensa minoría. Pintor deslumbrante, concibió varias obras maestras, cumplida expresión de su genialidad: qué valentía hay en su Locutorio de San Bernardo, qué lección de técnica y anatomía en su Flagelación de Jesucristo, o en el Descendimiento; y qué libertad artística reivindica su humanizado y provocador San Jerónimo de Las Tentaciones…

ToreroTorero

Un pintor cuya obra apenas puede ser vista, salvo en fotografías. Además, se cuentan por ahí chascarrillos y anécdotas, reales e inventadas; pero qué se ha escrito sobre él y su pintura. Casi nada. Buscar en librerías o bibliotecas algo sobre Ressendi resulta descorazonador.

Para mayor afrenta, hace pocos meses, en la sección de libros de saldo de unos céntricos grandes almacenes sevillanos, se vendía por una quinta parte de su precio original el hermoso libro de Covelo editado por Guadalquivir. Es la única monografía dedicada al artista que se ha publicado hasta el día de hoy. Oferta especial, rezaba el cartel encima de la portada de La danza de los pavos. Profeta en su tierra, un tratado a liquidar que no tuvo los esperados compradores en la ciudad natal del pintor. Sobra decir que aproveché para hacerme con ejemplares adicionales al que ya atesoraba en casa, desde que había aparecido en unas pocas librerías de la ciudad ocho años atrás. Ahora pensaba regalar aquellos a unos cuantos amigos que sabrían apreciar en su justo valor un libro así. Precio y valor, la lección machadiana ejemplificada una vez más en los libros de lance.

Flagelación de Jesucristo

Pobre Baldomero, pensé, mientras echaba una última mirada a cada uno de aquellos cuadros suyos. Qué desdén oficial tan feroz. Oprobio e indolencia es el pago que recibe aquí tu genio, me dije. Contemplando su autorretrato se me iluminaron en la cabeza, como en un fogonazo, aquellos versos que Cernuda dejó escritos a sus paisanos: <<sujeto -se decía en ellos el poeta- al viento del olvido que, cuando sopla, mata>>. Así se recompensa en Sevilla a los grandes, y luego, con los años, alguna moda foránea o conveniencia de mercaderes termina por hacer surgir <<la farsa elogiosa repugnante>>.

Al dejar el Casino de la Exposición, sentí primero rabia, como ese personaje ressendiano, el del cráneo desnudo que se muerde la mano tras la reja del locutorio; luego, caminando, me dominó una tristeza resignada, una pena de borracho ahíto que acorcha sus sentidos para no seguir viendo cómo esta ciudad, monstruoso Saturno, devora fieramente a otro de sus mejores hijos.

DescendimientoDescendimiento