Posts from julio 2008.

LA ANTIGUA MEZQUITA, POR FUERA Y POR DENTRO, CON ESPECIAL DESARROLLO DE LA ATENCIÓN EN LOS CAPITELES, Y LA PLAZA DE TOROS (1891), DE ALMONASTER LA REAL (14 fotos de Lauro Gandul Verdún, 2008. Colección <<Nadie>>).

 

XOPI EN LA CHAO-CHAO. 9 cuadros. Alcalá de Guadaíra, 2008

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9 xopi chao chao

LA ALARMA. Por Rafael Rodríguez González, 2008

1 alarma

(edición con fotos de LGV)

 

No eran más de la una y media del 24 de mayo de 2008 cuando el gran trueno despertó a mucha gente de la vecindad. Luego vinieron más, a modo de hijos que aspiran a emular al “pater”, epígonos que quieren ser del origen. Al instante se despertó la alarma de los perros que en tantos pisos habitan: los ladridos de los canes resultan especialmente adorables a esas horas, sobre todo para los que no los tienen. Casi nadie encendió la luz, pero los que lo hicieron se quedaron sin ella al instante. Por lo menos el contador no siguió corriendo, después de como se ha puesto la cosa eléctrica, que no ganan las compañías, las pobres. La lluvia, acogiendo en ella más granizos, en proporción, que garbanzos un potaje, caía y caía, que es lo que siempre suele hacer. E inmediatamente comenzó el insomnio. Los que no se habían despertado con la alarma atmosférica ni con la perruna lo hicieron sin remedio con la de una de las oficinas bancarias tan pródigas en la calle (pródigas en presencia, que no en dar, claro), que dejó con su estridente y aullador sonido que se desplomara en el ánimo de los vecinos más cercanos la esperanza de continuar durmiendo después de los truenos y de haber hecho poco caso de la frenética lluvia. Y la alarma era tan potente como el banco. El máximo, el primero, el no va más. Que no se diga que la alarma lo desmerece.

 1 bloque de pisos

              Media hora. Y sigue. Otra media. Y sigue. Media más. Ya no llueve. Pero sigue. No truena. Pero sigue. Ya no se cuenta el tiempo por medias horas. Y sigue. Los perros contestan ahora no a los truenos sino al pitido diabólico, tenazmente bancario como hipoteca que te persigue, siempre en aumento, cada vez más próxima a su labor asfixiante. Pareciera que la alarma esté también alimentada por el Euríbor (en realidad, en ese caso no habría manera de cesarla, sino todo lo contrario).

            Noche de perros, eso es. Pero hasta éstos tan relativamente amigos del hombre se cansan… y se callan. El pitido del banco no. Ahí no caben amigos de ninguna clase: ni hasta el que más tenga en su cuenta, y entre los vecinos alguno hay, se libra de la alarma. Ya son las cuatro.

 1 Perros

             Hay quien se sienta en la cama, farfulla improperios, se va al cuarto de baño y sentado en la taza intenta leer algo en una revista. ¿Y para qué? El pitido le acompaña haga lo que haga. Esto que no tiene sentido y no sabemos si remedio se mete sin remedio en el sentido. Menos mal que mañana la mayoría de los afectados en edad laboral no ha de trabajar, pero y qué ¿es que hay derecho a esto? Son las cinco y media. ¡Es que son ya cuatro horas, señores! ¡Cuatro horas como cuatro lustros, como cuatro décadas! Pasan horas como pasan leones marinos y tortugas gigantes por las playas, con la lentitud hecha en sus enormes cuerpos. Pasan horas como pasan en el corredor de la muerte: que no avanzan, que no son horas, que son cangrejos borrachos o cojos, o lenguas de camaleones con la enfermedad de Alzheimer.

            ¿Domir? ¡Bendita ilusión! Por lo menos en ocho o diez pisos alguien toma un tranquilizante, algún somnífero (porque los tienen de ambos, sea con o sin receta). Excepto a dos, que acompañan la toma con otras de otra clase, absolutamente líquidas, a ninguno les hace efecto. Alguno ha optado por encender el televisor, lo que tiene de ventaja que no hay que tener cuidado con el volumen del aparato: todo queda bajo el dominio de la alarma bancaria. ¿Bancaria o banquera, cómo es o se dice? Es lo mismo: igual de c… es.

            El pitido ya ha hecho pasar por la cabeza de los afectados a toda la familia del principal dueño del banco, el que se lleva casi todo el botín: se les ha vestido de ropa de Pascua, se les ha adornado sus testas con las más prominentes protuberancias óseas frontales, y a las hembras se les han hecho todos los honores que no se le hicieron a María Magdalena antes de ser convertida en santa. El pitido sigue. La gente cada vez más alarmada con la alarma. <<Niño, ¿qué hora es?>> <<Las seis y diez; yo me cago en…>>. Y cualquiera, mi alma, y cualquiera.

            Ya a esa hora se han producido algunas llamadas, la verdad que muy pocas, a las dos policías. El más absoluto respeto a la confidencialidad de la comunicación electromagnética nos impide decir cuántas llamadas fueron contestadas y cuáles fueron las respuestas dadas. De cualquier modo, ningún vecino de los que a su balcón se asomó o que desde su ventana atisbar algo intentó, pudo ver a ningún uniformado haciendo acto de presencia. Y la alarma, sonar, lo que se dice sonar, vaya si seguía sonando.

            Entre la vecindad hay poca gente joven, y la que hay está esmeradamente educada, tal vez por eso la alarma siga sonando: una piedra bien guiada o un porrazo con otro objeto ya la habría silenciado. ¡Para lo que sirve algunas veces la educación! ¿O será el temor a alguna delación, a algún chivatazo por parte de alguna persona de orden, de un orden tan absurdo y desordenado? Puede ser también, lisa y llanamente, una cuestión de pereza, que no de comodidad, porque de ésta nada. Toda la vecindad está inerme e inerte.Pero a las siete ya hay algunos vecinos, de entre los alarmados, en el bar más próximo. Nunca se han visto por allí, ni a esas horas ni a ninguna. A la fuerza ahorcan. Pero tampoco se encuentran cómodos en el bar. Uno de ellos porque la alarma sigue siendo perfectamente audible en el local y, sobre todo, porque no le complace para nada la actitud burlona de los dos camareros. Los demás, porque sus mujeres, que ya les han preguntado con malos modos que adónde van, no les van a poner precisamente buena cara cuando regresen al hogar, al lecho conyugal abandonado… ¡Pero es que el lecho conyugal, para la gran mayoría, sólo sirve para dormir, y si ni eso se puede…! Bueno, al poco tiempo todos están de vuelta en sus pisos. También han aparecido por el bar tres mujeres de la vecindad, ya maduras; una de ellas tanto que ya está a punto de caer del árbol. Pero las tres en busca desesperada, urgente, de tabaco, ese elemento de liberación de la mujer que tanto las libera… de parecerse a los hombres, esos que cada vez menos fuman. Ansiosas, sojuzgadas por la mala hierba enrollada y metida en papel, compran las cajetillas y… de vuelta al fumadero domicilial: la alarma ha servido toda la noche de justificación, y sigue siéndolo: ¿Si una está despierta, qué vas a hacer? Pues sí que hay otras cosas en qué ocuparse, incluso en soledad…, por ejemplo, soñar con el príncipe azul que podría haber llegado y que nunca llegó. Sí, es cierto, también hay casadas que fuman: el tabaco del fumador consorte bien les sirve. Y si no les queda se les manda a ellos.

 3 sucursal bancaria

             Aparte de esos casos, en varios de los domicilios donde habitan los por este día infelices vecinos (¿por este día?), hay sus tiranteces. Un cónyuge reprocha al otro, en voz nada tenue ni cariñosa, que cómo es posible que pueda dormir con ese jaleo (como si yo tuviera la culpa, piensa el ahora despertado, que lleva menos de cinco minutos durmiendo, después de rendirlo el cansancio). Su despertar provocado no va a servir precisamente para que se produzca una conversación agradable. Insomnio y miradas de reojo y de mutuo fastidio. Ya vemos qué consecuencias tan edificantes produce una alarma de éstas, sobre todo si el desamor es ya lo imperante en la pareja.

            El colmo es el de un vecino al que le ataca un insufrible dolor de muelas. El dolido se ha recorrido todo el piso tres o cuatro veces, se ha sentado en todos los sofás del salón, en la silla de la cocina, en el cuarto de baño, ha tomado dos analgésicos, ha bebido agua hasta no poder más, ha probado ¡creánselo! a leer, él, que la lectura más extensa que ha hecho fue la de una carta de un su hijo cuando estaba en la mili (el hijo); ha encendido el televisor dos veces y otras dos lo ha vuelto a apagar. Ya ni siquiera puede recurrir a hacer una cosa que por lo menos diez minutos le quitaría el sufrimiento. <<Las penas que me maltratan son tantas que se atropellan, y como de acabarme tratan, se agolpan unas con otras y por eso no me matan>>, reza un bolero de Sindo Garay cantado por Carlos Puebla. Se le juntan la alarma interna y la exterior, pobre de él. Y por lo menos hasta el lunes no puede ir al médico. Y encima le dice la voz consorte que a ver cuándo se está quieto. Amor, puro amor. Dolor, amargo y puro dolor.

            Estamos en las nueve de la mañana. Cuando el ascensor se abre en la planta baja de uno de los bloques, el vecino que va a salir de él se topa con el que va a entrar, cosa lógica si se da la circunstancia. Llevan seis, siete o más años sin hablarse. Ninguno de los dos es mala persona. Se trató de un malentendido, de un percance con más de absurdo que de justificado. Entonces, el más decidido de los dos se dirige al otro: <<¡Vaya la noche que nos están dando!>>. El otro esboza una leve sonrisa, por tímida, y responde: <<¡Tela del telón!; ¡Ah, oye ¿cómo sigue tu mujer, que me he enterado que está…?>>. Ea, algo bueno tiene que tener la alarma, restablecer las relaciones humanas. Pero no nos confundamos: la alarma será lo que sea y tendrá los resultados que tenga, pero no es humana, y menos aún humanitaria. Y lo que es alarmante es que continúa el estrépito sin que nadie aparezca para callarlo de una pajolera vez. De un pequeño corrillo que se forma en la puerta del bar salen los comentarios: ¿Es que la alarma no está conectada a la policía? ¿Ni a la agencia de seguridad que tiene el cartel en el mismo aparato? Yo es que no me explico esto, dicen, de una u otra manera, los corrillistas.

 2 sucursal bancaria

             ¡Pero atentos! Al poco tiempo aparece un coche de la la Policía Nacional y se detiene casi enfrente del banco emisor (no de moneda sino de alarma). Dos jóvenes y fornidos agentes se bajan y entran sin dudarlo en el pasaje que transcurre debajo de uno de los bloques afectados por ese ruido que comenzó hace ya ocho horas y que parece tiene intención de echar horas extras, tal vez las sesenta y cinco que proyecta ese fantasma inaprensible que es la Unión Europea. Los del corrillo se quedan expectantes: si la alarma está en el banco ¿para qué se meten en el pasaje? No han transcurrido dos minutos cuando llega otro coche policial con otros dos tripulantes. Uno de ellos permanece junto a la boca del pasaje, mientras el otro se acerca al banco y realiza lo que se llama una inspección ocular (la auditiva ya le vien, ya) y enseguida se reúne con su compañero. Es obvio que lo del banco no es lo que les ha traído por aquí. Ambos entran en el pasaje y al poco salen junto a sus compañeros, acompañando a una persona que tiene un aspecto que no puede inspirar sino rechazo y alarma, pero que no pasa de ser uno de tantos vagabundos indigentes (y tan español como tirar cosas al suelo, como hablar a gritos, como no contestar los buenos días). Los agentes hablan un momento con el individuo y seguidamente vuelven a sus coches. El ex-refugiado en el pasaje se marcha calle abajo con paso inseguro y destino del mismo carácter. Es evidente que los policías han acudido a la llamada de algún vecino alarmado por la presencia de tan peligrosísimo individuo que estaba durmiendo, a pesar de la alarma, un poco más arriba de la entrada del bloque. Y la alarma sigue, como la vida y todo lo que con ella va y viene.

 1 sucursal bancaria

            Pues no, concluyen los del corrillo, no es para lo de la alarma para lo que han venido cuatro policías, sino para echar de sus dependencias pasajeras a ese personaje. ¡Gran despliegue de medios para tan flaca faena! Hay quien hace notar que con el perro de uno de los vecinos, que ataca (el perro) a quien osa transitar por el pasaje, hubiera bastado. ¡Cuatro policías! Y, mientras, la alarma, muerta o viva de satánica risa, porque el Malo debe de reír así. Y vuelven los comentarios sobre la utilidad de las alarmas, que ante este hecho nadie en el corrillo puede explicarse.

            Ya van apareciendo en la calle alguno de los vecinos. Casi todos hacen algún gesto de fastidio y queja al cruzarse con algún conocido. Se hacen comentarios, se efectúan diagnósticos. Son ya las once y media o más cuando aparece un empleado del tan sacrosanto y alarmante banco: abre, entra y a los dos minutos sale. Sí, ya no suena la alarma. Esto ha sido por casualidad: el empleado, que está claro que será de los más destacados (¿o es que la llave la puede tener cualquiera?) no vive lejos de allí y alguien lo ha avisado al encontrarse con él.

            Al día siguiente no, sino el lunes, hay una persona que propone a algunas más dirigir un escrito al banco (¿o se escribe Banco?) quejándose y rogándole que tome medidas para evitar un caso igual o similar. Todos los consultados, entre ellos los más quejosos, se limitan a encogerse de hombros y a decir que para qué va a servir. Además, esto no sucede todos los días, hombre.

            Hasta otra alarma, pues. Diez mil millones en beneficios os contemplan. 

CARMONA. Colección «Nadie» por Lauro Gandul Verdún 2008

A Carmen Mioara

ACCIÓN POR LA PINTORA GEMA ATOCHE EN LA INAUGURACIÓN DE SU EXPOSICIÓN MIENTRAS PEPE, EL FRANCÉS, LE TOCA FLAMENCO. Museo de Arte Contemporáneo «Moreno Galván» de la La Puebla de Cazalla (Sevilla). 5 de julio de 2008

 

 

10 FOTOS DE LA ACCIÓN DE GEMA ATOCHE

 (un reportaje de L.G.V.)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EXPOSICIÓN DE PINTURAS DE GEMA ATOCHE SOBRE EL FLAMENCO. Museo de Arte Contemporáneo «Moreno Galván», La Puebla de Cazalla (Sevilla). Del 5 al 20 de julio de 2008.

Texto del catálogo y 3 fotos del estudio de la pintora

SIETE CUADROS DE LA EXPOSICIÓN Y UNA ESCULTURA

…y la escultura