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«MEMORIA, IDENTIDAD Y DEMOCRACIA» (FRAGMENTO) -Enrahonar. Quaderns de Filosofia 48, 2012-. Por Tomás Valladolid Bueno

Recuerda

Alfred Hitchcock

1945

(...)

………..Por otra parte, en el caso de admitirse el necesario trabajo de memoria como fuente de identidad democrática, aún quedaría por resolver la cuestión de la pluralidad de memorias, o sea, el importante asunto derivado del hecho de que la memoria no está exenta de una inmanente conflictividad. En la conformación de nuestro presente, el trabajo de memoria se realiza por medio de un recuerdo que va tejiendo narrativamente la identidad. Pero este proceso no se lleva a cabo de una manera única y sin oposiciones interpretativas: «Cuando recordamos algo —escribe Carlos Thiebaut— re-corremos, o “reco­rremos de nuevo”, como reiteramos con torpeza, un tramo de aquel tejido narrativo de nuestra identidad y, por lo tanto, actualizamos en maneras diver­sas esa identidad en el presente. No hay, en efecto, recuerdos que sean neutra­les, ni en sus causas ni en sus efectos. Las formas y los tonos de la memoria, de las memorias, son variados y son también variados sus efectos»19. Es cierto que esta pluralidad se refiere a la fragmentación comunitarista o identitaria que vivimos hoy día y que nos lleva a oír hablar de memoria de los esclavos, memo­ria de los homosexuales, memoria de las mujeres, memoria de los republicanos, memoria de los presos, memoria de los judíos, memoria de los palestinos, memoria de los colonizados, memoria española, memoria alemana, memoria portuguesa, memoria andaluza, memoria vasca, memoria musulmana, memo­ria X, etc. Pero el pluralismo de la memoria también apunta a otro significado que está a la base de las siguientes cuestiones: ¿Habría una única memoria autorizada, incluso en el caso de las memorias fragmentadas, que reste legiti­midad a otras versiones anamnéticas? Es decir, verbigracia, ¿bajo qué criterios decidiremos sobre la validez de una memoria, por ejemplo, de la Guerra Civil española, en detrimento de otros modos de recordarla?, ¿qué relación de legi­timidad y validez existe entre la memoria saharaui y la memoria marroquí respecto de la colonización española?, ¿existe o debería existir un único modo de hacer memoria saharaui o marroquí? En verdad, la conflictividad de la memoria es otro nombre de la conflictividad de las identidades. Y es que la memoria colectiva, como bien supo verlo Hervieu-Léger, lleva el sello de una intencionalidad práctica: «Esta dimensión normativa de la memoria no es, en tanto que tal, específica de la memoria religiosa: caracteriza a toda memoria colectiva que se constituye y se conserva a través de las operaciones de olvido selectivo, de clasificación e incluso de invención retrospectiva de lo que ha sido. Esencialmente cambiante y evolutiva, la memoria colectiva funciona como instancia de regulación del recuerdo individual, en función de las circunstancias del presente. Sustituye incluso a este recuerdo individual cada vez que sobre­pasa la memoria de un grupo dado y la experiencia vivida de aquellos para los que es referencia. Esta memoria cultural, mucho más vasta que la memoria de un grupo particular, incorpora, reactivándolas y remodelándolas constan­temente, las corrientes de pensamiento que han sobrevivido a las experiencias pasadas, y que se actualizan de una forma nueva en las experiencias del presente»20.

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19. Thiebaut, C. «El presente, la memoria y el resentimiento», en Muguerza, J.; Quesada, F. y Aramayo, R.R. Ética día tras día. Madrid: Trotta, 1991, p. 407.

20. Ibidem, p. 179.

(…)

LA LEYENDA NEGRA DE ESPAÑA. Referencias seleccionadas en «CARMINA» por Lauro Gandul Verdún 2012

Aquelarre

Rafael Luna

«La Leyenda Negra consiste en que, partiendo de un punto concreto, que podemos suponer cierto, se extiende la condenación y descalificación a todo el país a lo largo de toda su historia, incluida la futura. En eso consiste la peculiaridad original de la Leyenda Negra. En el caso de España, se inicia a comienzos del siglo XVI, se hace más densa en el siglo XVII, rebrota con nuevo ímpetu en el siglo XVIII -será menester preguntarse por qué-, y reverdece con cualquier pretexto, sin prescribir jamás.»

«Uno de los testimonios más lúcidos y expresivos de la reacción temprana a la Leyenda Negra es el de Quevedo. En 1609 escribe su España defendida. Lo más interesante es que la preocupación de Quevedo se reparte entre los extranjeros que atacan y calumnian a España y los españoles que los siguen, o desconocen nuestra realidad, o escriben sobre nuestra historia con tal incompetencia, que es mucho peor que si no escribieran.»

¡Oh, desdichada España! !Revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y anales, y no he hallado por qué causa seas digna de tan porfiada persecución! Sólo cuando veo que eres madre de tales hijos, me parece que ellos, porque los criaste, y los extraños, porque ven que los consientes, tienen razón de decir mal de ti… (Quevedo)

[De España inteligible. Razón histórica de las Españas

Julián Marías

1984]

«Los hugonotes, los holandeses y los ingleses recibieron las obras de Benzoni y de Las Casas con alborozo. En la Apología de Guillermo de Orange de 1581, la destrucción de veinte millones de indios fue debidamente puesta de manifiesto como prueba de la innata propensión de los españoles a cometer actos de indecible crueldad. Contra una propaganda de guerra en tal escala, los cronistas oficiales de Indias españoles sólo podían ofrecer una débil resistencia. En aquellos años de crisis europea se había estado forjando un arma que proporcionaría valiosos servicios a generaciones de enemigos de España. Los sufrimientos de los indios aparecieron incluso en la campaña de panfletos que los catalanes llevaron a cabo contra el gobierno tiránico de Olivares, en la revuelta de 1640, y fue precisamente en Barcelona donde la obra de Las Casas fue reimpresa por primera vez en España, en 1646.»

»Por primera vez en la historia europea, la actuación colonial de un poder imperial estaba siendo utilizada sistemáticamente contra él por sus enemigos. (…)»

[De El viejo mundo y el nuevo (1492-1650)

John Huxtable Elliott

(Trad. Rafael Sánchez Mantero)

1972]

CONVERSACIÓN CON INDIGNACIÓN DE FONDO. De la serie «RECORTES», Nº 10. Por Pablo Romero Gabella

«De pronto resonaron las notas de La Marseillaise. Hussonnet y Fréderic se asomaron a la rampa. Era el pueblo. Todas las caras estaban rojas, chorreando de sudor; Hussonnet hizo esta observación:

-¡ Los héroes no huelen bien!

-¡Ah!, está usted provocador – replicó Frédéric.

-¡Qué mito! –dijo Hussonnet-. Ahí tenemos al pueblo soberano.

– El de los indignados es un movimiento interesante. No son revolucionarios, son rebeldes que representan una contestación, una protesta.

-¡Vámonos de aquí! –dijo Hussonnet- este pueblo me da asco.

-¡No importa! – dijo Frédréric- yo encuentro al pueblo sublime.

– El problema es que carecen de un pensamiento, de una vía para el momento inmediatamente posterior. Es lo mismo que ha sucedido en España y otros lugares. Los indignados hacen críticas justas, denuncian pero no pueden enunciar.»

[Gustave Flaubert, La educación sentimental, Madrid, 2007, pág. 368-370 (traducción de Germán Palacios), 1ª edición, 1869/Entrevista de J.M. Ridao al filósofo Edar Morin, El País, 14 de marzo de 2012, pág. 37]

YA NO PODÍA MÁS (*). Por Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

El ángel ebrio
(1948)
Akira Kurosawa
1910-1998

Me pasaba desde chico, pero cuando la madurez me alcanzó la cosa llegó a extremos que nunca antes pude sospechar. De hecho, durante la adolescencia y la juventud mantuve la esperanza, cada vez más ansiosa a medida que pasaban los años, de que como mucho a los treinta me vería librado de esa carga, por momentos más y más pesada.

—¿Tú sabes si el corcho flota?

—Hombre, si lo echas en agua sí.

*

O esto:

—¿Tú te has fumado alguna vez un puro de enea?

—Eso no se puede fumar, ni se hacen puros de enea.

*

Y esto:

—¿Tú sabes lo que vale un peine?

—¿No lo voy a saber, si me compro uno todos los días menos los domingos?

*

También esto:

—¿Por qué las cosas tienen cada una un nombre?

—Para que los más torpes sepan qué es cada cosa.

*

Y así un año, y otro. Así un día, y el siguiente, y el otro… Es como ir por un sendero inacabable, sin saber adónde conduce, con el Sol dándote fuerte y el piso lleno de guijarros que tienes que pisar inevitablemente.

—¿Por qué te caes si pisas una cáscara de plátano?

—Porque estabas de pie.

*

—¿Tú sabes si los relojes saben la hora que es?

—Los que están en hora sí.

*

—¿Para qué se ponen las mariposas en las páginas de un libro?

—Ellas no se ponen, las ponemos nosotros para que nunca puedan volver a volar, ni siquiera en sueños.

*

Tengo que confesarlo: cada vez estaba más hastiado; soportar la situación sobrepasaba mis fuerzas. Y como algunas, muchas veces, decir fuerza es lo mismo que afirmar voluntad, decidí acabar con aquello.

—¿Por qué, si está más cerca del Sol, hace más frío en la montaña que en el llano?

—Porque al Sol le dan miedo las alturas, y se retrae.

*

―¿Por qué se dice eso de que «la cara es el espejo del alma»?

―Porque los espejos son muy engañosos.

*

—¿Por qué nunca pasa lo que uno quiere?

—Porque siempre quiere uno lo imposible.

*

Entonces le hundí el cuchillo en la boca del estómago. «¿Por qué?», alcanzó a musitar; «¡Ah!», le respondí. Y se acabaron las respuestas absurdas a mis razonables preguntas.

(Tomado de la declaración de Mariano Sánchez Luque, el 23 de Marzo de 1979, entre las 15.00 y las 19.30 horas, en el Juzgado de Guardia de Sevilla)

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(*) Este es otro de los textos de Urbano Uribe de Urvando que he encontrado, como los suyos anteriormente publicados en «CARMINA», entre los papeles de Alberto González Cáceres. He de decirte, Olga, que mi búsqueda y selección entre las montañas de papeles empieza a ver su final: sólo me queda, calculo, algo menos ¡del ochenta por ciento! ¿Crees que viviré para culminar la tarea? (Y el negro Afonso no me ayuda en absoluto; sólo se presenta, puntual, a la hora de comer. Así que el que se ve negro soy yo). Mario Cortés.

HIKIKOMORI: EL IMPERIO DEL SINSENTIDO. De la serie «RECORTES», Nº 7. Por Pablo Romero Gabella

«En 2008 decidió vivir como un hikikomori a tiempo completo. Sus padres, un constructor que viaja mucho y una ama de casa, no pusieron pegas. “Soy hijo único y a ellos les gusta que esté en casa”. Kazuhito Asai tiene novia. La conoció por Internet en 2009. No se han visto nunca. Ni siquiera en fotos. Chatean todo el día y están muy enamorados. ¿Y el sexo? “Estamos en ello, pero aún no lo hemos hecho”. Ninguno de los dos tiene intención de verse en persona. Los que se ofrecen personalmente al servicio de esta doctrina, llegan a suscitar en su interior una intrepidez desconocida para alcanzar la verdad, y así no temen afrontar cualquier austeridad y penalidad. Es una lucha para conquistar el baluarte de invisible del espíritu. “Nosotros los japoneses no nos hemos preocupado gran cosa por esforzarnos en este sentido. Inclinamos la balanza del lado de la eficacia en términos de ¿qué puede hacer tal sujeto? pero no ponderamos otros aspectos como ¿cómo es humanamente? o bien  ¿hasta qué punto vive de actitudes profundas, tomadas frente al mundo y frente a la vida?.”»

[Olga R. Sanmartín, «El joven que no pisa la calle», El Mundo 2 de marzo 2012 / Michio Takeyama, El arpa de Birmania, Sevilla, 1989, pág. 155 (traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo), 1ª edición en 1947]

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«RECORTES», Nº 1 LA DEUDA: UN CLÁSICO
«RECORTES», Nº 2  ¡QUÉ IDEA, «MA QUALE IDEA»!
«RECORTES», Nº 3 DOS RATAS EN «EAST COOKER»
«RECORTES», Nº 4 E.R.E. (EXPEDIENTE DE REGENERACIÓN ÉTICA)
«RECORTES», Nº 5 EL EMBARGO PERPETUO
«RECORTES», Nº 6 ¡NO ME CUENTES HISTORIA!
«RECORTES», Nº 8 FENOMENOLOGÍA Y ASESINATO

E.R.E. (EXPEDIENTE DE REGENERACIÓN ÉTICA). De la serie «RECORTES», Nº 4. Pablo Romero Gabella

«Más que la diferencia de nombres nos importa la cuestión de fondo. Preguntado por la prensa por su futuro político, Francisco Camps dijo que estaba “muy contento” y fue cuidadosamente ambigüo: “de momento volver a las Cortes”. El político no queda determinado por su modo puro de ser; importa su modo de proceder, su cálculo político. Puede ser, por ejemplo, en su fuero interno, profundamente inmoral o, como suele decirse, amoral. Pero será mal político si prescinde de la moral precisamente como arma política. Griñán con respecto a su futuro político dijo que eso “no tiene ninguna  importancia” que “lo que más importa es el futuro de Andalucía”. “El mío me da lo mismo”, subrayó. El político maquiavélico no será mal político solamente por decirse maquiavélico, también por serlo. Su psicología tiene que ser más compleja y, por decirlo así, oscura. Nadie puede a la larga, engañar a los demás si, por decirlo así, no ha empezado por engañarse a sí mismo. El político ha de creer en lo que dice.»

[El Mundo 21 de febrero 2012 (página 21) y 23 de febrero (pág. 9) / José Luis Aranguren,  Ética y política, Barcelona, 2011, págs. 38-39 (1ª ed. 1958)]

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«RECORTES», Nº 1 LA DEUDA: UN CLÁSICO
«RECORTES», Nº 2  ¡QUÉ IDEA, «MA QUALE IDEA»!
«RECORTES», Nº 3 DOS RATAS EN «EAST COOKER»
«RECORTES», Nº 5 EL EMBARGO PERPETUO
«RECORTES», Nº 6 ¡NO ME CUENTES HISTORIA!
«RECORTES», Nº 7 HIKIKOMORI: EL IMPERIO DEL SINSENTIDO
«RECORTES», Nº 8 FENOMENOLOGÍA Y ASESINATO

13 DE MAYO DE 1969. Rafael Rodríguez González

Quedaban pocos minutos para que el timbre del colegio nos mandase a todos no a paseo sino a nuestros respectivos domicilios: a almorzar y, dos horas después, vuelta a clase. Todavía sentados en los pupitres oímos el picado del avión y enseguida la explosión. Recuerdo perfectamente que hasta don Julio, nuestro venerable profesor de Ciencias Naturales, dio un brinco, algo quizá impensable en persona de tanta edad y templanza. El timbre libró a aquel hombre tan pedagógico de tener que explicarnos qué era lo que probablemente había sucedido. «No os atropelléis corriendo», fue la recomendación que hizo a la estampida.

Ya fuera de las aulas y del propio colegio, ya puestos los pies en la calle Mairena (rotulada General Franco), fuimos muchos los que corrimos hacia los Grupos Viejos, lugar en el que decía la gente que había caído el avión. Nuestras jóvenes piernas, apenas adolescentes (casi todos tenían trece años, catorce los repetidores, entre los que me encontraba), recorrieron la distancia en menos que tarda una tormenta en desatarse.

Pero nada más llegar al lugar del terrible hecho y percibir el pestilente olor, el chillante llanto de las mujeres, los lamentos aquí y allá, los comentarios hirvientes, nuestra velocidad se tornó en desasosiego, en profundo malestar, en sobrecogido desconcierto. Y cuando vimos al que todo el mundo conocía como «el Pipón» —no estoy seguro de si entonces era el enterrador— tirar con todas sus fuerzas del paracaídas en el que lo que quedaba del cuerpo del piloto se hallaba enganchado, a la vez que veíamos pequeños trozos de carne esparcidos por el lugar, a todos, creo que a todos, se nos quitaron las ganas de continuar en aquella escena. Yo no almorcé aquel día. De la cena… no me acuerdo. Soñar sí, soñé con aquello durante varias noches. Por otro lado, que aquel día fuese martes y 13 nunca me ha inducido a la superstición.

José Miguel Antequera Roldán, que así se llamaba el teniente de las Fuerzas Aéreas españolas con destino en la base de Morón, había estado paseando aquella mañana por los cielos de Alcalá (por los bajos cielos, habría que precisar), para orgullo propio y supongo que disfrute de su novia, que observaba las piruetas del reactor desde la azotea de los pisos de San Francisco. Nunca se sabrá si aquel hombre de 27 años era consciente en esos momentos del peligro que él mismo corría y hacía correr a cuantas personas trabajaban, estudiaban o circulaban por el pueblo. Pero de que se comportó como si lo ignorara no hay ninguna duda.

Las circunstancias —eso que algunos llaman suerte, buena o mala— determinaron que el daño no fuese mucho más cuantioso y extendido. Cualquier alcalareño de por lo menos mi edad puede recordar algunas de esas circunstancias: la hora, que no cayera el avión en el colegio…

Sin embargo, y aunque «el accidente» se saldó «sólo» con cinco o seis heridos, uno de ellos, el de mayor gravedad, cuya vida fue salvada in extremis, arrastró —sí, arrastró— durante toda su existencia las imponentes y penosas secuelas de aquel paseo aeronáutico trocado en tragedia.

Manuel Carreño Martínez tenía entonces 18 años. Algunos (iba a decir muchos) de los lectores lo recordarán. Falleció hace unos años, después de llevar una vida repleta de desgracias, de abandono, de maltrato, de desesperanza total, de sufrir el desprecio, de intentar alivios engañosos, de soportar males que en algunos oídos pueden sonar a broma. Aún me parece ver, a la vuelta de una esquina o al entrar en algunos de los bares donde recalaba, solo o muy mal acompañado, su desfigurado rostro, su figura maltrecha. Desde aquel 13 de Mayo nunca, ¡jamás!,  pudo verse una sonrisa en la cara del Quemáo, como siempre se le conoció. No puedo recordar ahora si Frasquito, su padre, un hombre pobre, tan apocado como su débil corazón, murió antes o después de aquella fecha. ¡Ojalá que fuese antes!, me gustaría decir si sirviera para algo.

No sé si a alguien le parecerá excesivo, o improcedente, referirse a tan aciaga historia en estos días de celebraciones. Yo creo que debemos acordarnos de quienes, sobre todo por culpas ajenas, nunca han tenido ni un minuto de fiesta. Y de los comportamientos que hacen que tantas veces ocurra algo parecido.

URDIMBRES. Rafael Rodríguez González

—¡Oiga, que el cliente siempre tiene la razón!

—Pues yo no he conocido a ninguno que la haya tenido, en cincuenta años que llevo dentro de un mostrador.

—Pues le vuelvo a repetir que el cliente siempre tiene la razón, ¡siempre! ¡Vamos que si es así!

—A ver si eso lo ha aprendido usted de su mujer cuando le habla de sus clientes. De los de ella, digo.

***

¿Envidia sana? Para envidia sana la que siente uno de sí mismo después de haber alcanzado lo que enseguida se quiere volver a alcanzar.

***

—¡Jiménez! ¡Despierte, caramba! Vamos a ver… explíquenos el principio de Arquímedes.

—Pues… Arquímedes… Arquímedes… nació en Grecia, sí, en Grecia, y allí… pues… pues… fue aprendiendo a ser científico… y descubridor, sí, descubridor, y después llegó a ser famoso.

—¡Jiménez, por Dios! Le he preguntado por el célebre principio de Arquímedes, el de que un cuerpo sumergido… A ver, continúe, continúe.

—Pues que… si un cuerpo sumergido no sabe nadar se ahoga, don Eutimio.

—¡Jiménez! ¡Salga usted inmediatamente de la clase!

***

Muchos querríamos ser islandeses, antes que reses.

***

Cuando algunos dicen alcauciles quieren decir alcachofas, y cuando alguno dice alcachofa quiere decir ducha. ¡Lo que va del plural al singular!

***

La máxima Maravilla del Mundo es que unos miles de personas determinen cómo, de qué y dónde tienen que vivir o malvivir los miles de millones que son el resto. Es la única maravilla del mundo que hay que derruir, destrozar, acabar con ella para siempre.

***

La felicidad consiste en ayudar al débil, en lograr que te oigan cuando denuncias al malvado, en tener la conciencia tranquila pero insatisfecha, en contribuir a hacer algo edificante, en dar y recibir quereles… ¡Ay, si yo, además de pensarlo y decirlo, lo hiciera!

***

El sexo opuesto, dicen. ¿Cómo es eso, si de la coyunda de ambos ha ido naciendo tanta gente y además se buscan y se siguen buscando, sin descanso, posesos del afán de poseer el supuesto opuesto? Pues lo peor es que ya hay gente que dice «el género opuesto». Pero con algunos no podrán: los idiotas son nuestros opuestos, sean del género y el sexo que sean.

***

Si Julio César hubiera sido sevillano —en realidad lo fue un tiempo— lo que le habría dicho a Bruto en aquel trance tan sangriento hubiese sido esto: «¿Tú también, mi arma?». Y el apuñalador habría respondido más o menos así: «¿Po no lo , hijo puta?».

***

—¡Qué bien estás! ¡No pasan los años por ti! ¡Si estás más joven!

—Pues si vieras el retrato que tengo en casa…

—¿Qué?

—No, , eso, que lo que tengo es fachá.

***

Los movimientos literarios se reducen a los de los dedos: sea con pluma, con bolígrafo, con la máquina clásica o al teclado del ordenador. Lo otro son sentires, manías, estrategias, coincidencias raras o no, convergencias interesadas, fábulas bonitas…,  y más cosas, por supuesto.

***

—¿Le parece a usted bonito pegarle a un perro?

—¿Y a usted que se mee en mi puerta?

—Pero es que es un animal inconsciente.

—Entonces usted es un perro. ¡Tome, tome, y aquí no se le ocurra mearse!

***

Casi siempre, lo más cercano a la realidad es lo peor. Y todo puede empeorarse.

***

Un tonto con un cargo es de lo peor que hay en el mundo. Y si encima es ladrón… ¡Oiga, oiga! ¿En quién está pensando?

***

—¿Usted cree que me recibirá el alcalde?

—Claro, hombre. Bueno, según. Vamos a ver ¿usted qué quiere?

—Yo es que tengo un problema, es que necesito…

—¡Pero vamos a ver!, ¿usted quién es?

***

La escena que le faltó a Buster Keaton, aquel atleta con planta de esmirriado, fue la de estar con Harold Lloyd en el reloj, uno en cada manilla. Yo sé que a los dos se les ocurrió, pero hubo problemas de horario.

***

Uno encuentra decenas de pelmazos a lo largo de la vida; lo malo es cuando encuentras una decena a lo largo de una calle.

***

Es más fácil que un banquero entre por el ojo de una aguja que en el televisor salga un camello diciendo por qué las cosas son como son y no como debieran ser. Y si sale es porque todavía no ha sonado el despertador.

***

―¿Es usted el encargado?

―¿De qué?

―¿De qué va a ser?, de esto.

―¿Cómo de esto?

―Eso, de todo esto.

―¿Y usted para qué quiere saberlo?

―Para saber a quién le tengo que agradecer que no haya denunciado a mi hija por robar aquí.

―Pero… su hija quién es, ¿la de la trenza que viene algunas veces con usted?

―Esa.

―Pues aquí no ha robado nada.

―Ea, a ver cómo doy yo con el supermercado que ha sido.

―….

―¿No puede usted encontrarlo por intenné?

―Señora… me voy, que me están llamando.

―¡Ay, Dios mío de mi alma! Y esta niña, que me va a matá.

***

Cuando el horario de apertura comercial sea ilimitado podremos estar pensando a todas horas en qué podríamos comprar.

***

Lo mejor de estar siempre solo es que casi nunca lo notas. Y cuando lo notas te haces el longui (o lo notas pero no lo denotas).

***

—Cualquiera que nos vea nos va a tomar por locos.

—Pues yo que me alegraré.

—¿Por qué?

—Porque estamos locos, yo por ti y tú por mí. Ven p’acá

FIN DE LA MADEJA (*). Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

DesnudoporRafael  Luna

Desnudo

Rafael Luna

Cuando el sexo ya ceja

de latir entre ceja y ceja,

cuando ya cada paso

se convierte en queja,

cuando alumbra el ocaso

el fin de la madeja;

entonces, oh vida aún presente,

todo me sabe a fracaso:

lo conseguido y lo acaso,

lo posible y lo urgente,

lo que palpo y lo ausente.

La enfermedad, la torpeza,

el fastidio del hastío,

el cansancio, la pereza,

en fin, todo este desvarío,

me trata con suma crudeza.

Y pienso, sin nada de tristeza:

mejor irse en un suspiro,

darse a la fuga con presteza.

Y puesto que abasto firmeza

para cumplir lo que aspiro,

ya, oh vida, en tu seno expiro.

(*) Se trata, muy probablemente, de la última composición (no fechada) del alcalareño Alberto González Cáceres, cuando ya tenía decidido —firmemente— el suicidio. Que éste no llegara a producirse se debió al repentino agravamiento de la enfermedad y la inmediata muerte. (Mario Cortés)

VINDICACIÓN DEL SALVAJISMO. Por Rafael Rodríguez González

Viene siendo poco menos que habitual la publicación de viñetas en las que aparece un hombre de ruda apariencia y estaca en mano llevando a rastras a una mujer. Se quiere así simbolizar el dominio brutal que supuestamente ejercían los hombres sobre las mujeres en tiempos primitivos. A veces, esas imágenes acompañan algún texto que trata de la violencia que practican determinados elementos sobre personas del sexo femenino. Y en no pocos se refieren los autores al «salvajismo», a la «barbarie», al «primitivismo» de quienes actúan de tan execrable manera.

            Es del todo errónea tal comparación. El maltrato sobre la mujer, en cualquiera de sus formas, era absolutamente desconocido en los tiempos en que la Humanidad vivía en el salvajismo y después en la barbarie.

            Como demostró, de forma insuperable, por completa y profunda, el científico norteamericano Lewis H. Morgan (1814-1887) en su obra Ancient Society or Researches in the Lines of Human Progress from Savagery, throung Barbarism to Civilization (Londres, 1877), la mujer gozaba en aquellas sociedades del máximo respeto y de todos los derechos. No como consecuencia de las creencias religiosas, que no eran sino la idealización de lo naturalmente existente, sino del natural dominio del sistema matriarcal, y, por consiguiente, del derecho materno, que existió como único en todos los pueblos salvajes y bárbaros (aún en el siglo XIX había pueblos en tan «bárbaras condiciones», y otros que mantenían reminiscencias muy notables), fuese la «modalidad» familiar la del matrimonio por grupos (en los salvajes) o la sindiásmica (entre los bárbaros).

            En ambos estadios, el del salvajismo y el de la barbarie (este último incluyó, en su fase superior, la poliandria y la poligamia, intermedias ambas entre la sindiásmica y la monógama), las mujeres disfrutaban de los mismos derechos que los hombres. Puede parecer increíble, cuando se piensa en la lucha de las sufragistas durante los siglos XIX y XX, que entre los aborígenes «americanos» (antes de 1492 y hasta casi el siglo XX), entre las tribus germanas, en las bátavas y en las suevas, y, en fin, en todas las gens que en el mundo han sido, la mujer participara de pleno derecho en la elección de los jefes de su gens y de la tribu, incluidos los militares («jefes» que eran revocables y que no tenían el poder absoluto e indiscriminado que después les caracterizó). La mujer era el pilar básico e indiscutido de aquellas sociedades, y su elemento autentificador.

            El derecho materno fue truncándose con la paulatina acumulación de propiedad por parte de miembros de las gens y de las tribus, al tiempo que ello representaba el comienzo de la destrucción de la propia sociedad gentilicia, y la llegada (la instauración) de la monogamia. La propiedad privada, elemento básico de lo que después se llamó civilización, necesitaba del derecho paterno. Y, con éste, apareció la decadencia de la mujer, su postración, la pérdida de respeto hacia ella, el fin de la consideración máxima de que había gozado.

            Desde luego, no le resultará fácil hacerse con ella a quien quisiera conocer la obra de L. H. Morgan. Pero la lectura de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Friedrich Engels, sí es de fácil acceso. En este libro se desarrollan las conclusiones de Morgan, aplicándolas certeramente a la ciencia histórica: el título del libro es bien explícito. Pasados más de ciento veinticinco años desde su aparición, no ha podido ser rebatido en lo más mínimo. Sí que ha recibido, en cambio, aportaciones muy interesantes y valiosas.

            El nuevo estadio, la civilización, por lo demás inevitable, traía consigo, inseparables e ineludibles, males desconocidos. Como afirma Engels en la obra citada:

            «La tribu, la gens, y sus instituciones, eran sagradas e inviolables, constituían un poder superior dado por la naturaleza, al cual cada individuo quedaba sometido sin reserva en sus sentimientos, ideas y actos. Por más imponentes que nos parezcan los hombres de esa época, apenas si se diferencian unos de otros; estaban aún sujetos (…) al cordón umbilical de la comunidad primitiva. El poderío de esas comunidades primitivas tenía que quebrantarse, y se quebrantó. Pero se deshizo por influencias que desde un principio se nos aparecen como una degradación, como una caída desde la sencilla altura moral de la antigua sociedad de las gens. Los intereses más viles: la baja codicia, la brutal avidez por los goces, la sórdida avaricia, el robo egoísta de la propiedad común, inauguran la nueva sociedad civilizada, la sociedad de clases; los medios más vergonzosos: el robo, la violencia, la perfidia, la traición, minan la antigua sociedad de las gens, sociedad sin clases, y la conducen a la perdición».

            Puede que la Humanidad, de lograr constituirse en una verdadera y sola gens mundial, pueda alcanzar algún día, renovándolos, los valores del primitivismo, dotada a su vez de aquella moral sagrada, y, simultáneamente, de los medios materiales suficientes que deberá manejar bajo su propio dominio inteligente. Requisitos imprescindibles, ambos, para una supervivencia digna de tal nombre.

            De momento, seguimos arrastrando lo peor de todas las etapas recorridas por la civilización, sin dejar de añadir nuevos elementos de locura que abundan en la misma destructiva dirección.