VICENTE NÚÑEZ XIV. La Ciudad. Antonio Luis Albás, (2014)

 

A Córdoba

QUIEN desde tanto tiempo aquí ha tomado

asiento y vigilancia entre los hombres

puede dejarse confundir oculto

tras la sospecha hostil de la asamblea.

De otra manera nadie

conservará los viejos atributos

y en la tarde templada,

por las estrechas calles solitarias

alguien apenas distinguir sabría

tu inconfundible traza de extranjero.

 

Mientras contemplas la ciudad que amas

en la noche festiva,

el corazón lo mismo que un fantasma

en la heredad, se pierde entre las sombras.

Tu pensamiento luego que dejaste

la plaza y el balcón, agua gloriosa

de la mañana, y diste

en las robustas filas de la obra

ejemplo urbano al brazo mercenario,

naufraga allí, oh hastío

sin término, tortura separada,

curso del hombre anclado en su demora.

Podrías fingirte ciego

o dejarte sangrar contra las garras

del tosco almotacén, en la concordia

altisonante de los mercaderes.

Todo proclama el lleno de la vida,

los oficios urdidos,

la lejanía aún de tu existencia.

Una disputa acaso entre los templos

altera el orden frío y la liturgia

del Dios que, como tú, discurre en las afueras.

Toma entonces la vida

bajo esa clara sombra de la fuente:

nadie vendrá contigo a compartirla

si no es el viento suavemente airado.

La esplendidez de la mañana, ésta

o aquella iguales en tu misma carne,

con cuanta disciplina distribuye

y recompensa al forastero, asido

con firmes lazos al trasiego urbano.

esos triunfos sólo son de olvido

que con su piel sucumbirán un día.

¡Levad, levad, que afluye

la llana comitiva de los pueblos!

Pasan del río al zoco o la aljama

bajo el boato de los sicomoros,

y al toque cenital, la hora dando

justa del ser que ordena

existencia y retales,

sólo el silencio, como un perro hambriento,

sus pasos con los tuyos acompasa.
 

Si en un orden así, por una suerte

más primitiva escapas

a la ciudad terrena y sus afanes,

teme que en otra libertad no encuentres

la esclavitud preciosa de la vida.

Y este ritmo, amurallado

en un designio grato a los mortales,

tú lo percibes yerto en otra instancia

como un rumor estéril de la sangre.
 

Aquéllos que creíste

en vecindad, cayeron.

Río y almunia parecían eternos

en una convivencia tan risueña;

pero esos dos pasajeros, siempre

ausente tú del premio de la tierra,

a ellos liberó hasta extinguirlos

en la paz victoriosa del olvido.
 

Y a ti, oh ciudad, si un día

a someterme al yugo de los tuyos te inclinas,

que un raso afán diario

de amor mortal me ocupe y me consuma.

Mas si otra vez no acudo

en una edad contigo,

toda piedad quítame piadosa,

al fin dormido bajo los cipreses.

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