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EL «MITO HABSBÚRGICO» EN LA LITERATURA AUSTRÍACA O CÓMO ESTRELLAR UNA TARTA SACHER EN LA CARA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 17). Por Pablo Romero Gabella

Pte. Erzsebet, Budapest 2003

El Puente de Erzsebet, sobre el Danubio

[Foto LGV Budapest 2003]

El año 2022 comenzó con una de esas polémicas efímeras que incendian las redes sociales. Dicha quimera se refería al Concierto de Año Nuevo vienés. Partidarios y contrarios a dicho acontecimiento se enzarzaron en una disputa tan absurda como divertida que hacía, de nuevo, traernos Noticias de un Imperio. Unos lo consideran un pastiche cursi, burgués, decadente, reaccionario y tan rancio como las películas de Sissi. En la otra trinchera cibernética se lo defiende como un referente de la cultura (occidental) y de las buenas maneras tradicionales de un día de resaca. En el centro del conflicto estaba un mito: el mito del imperio austro-húngaro, el mito de la vieja Europa o el «mito habsbúrgico» en palabras de Claudio Magris.

   Magris es un profesor universitario y escritor italiano nacido en Trieste en 1939. Hoy este intelectual, firme defensor del europeísmo, es conocido por un magnífico libro titulado El Danubio (1986). Un libro de viajes que se trasviste de ensayo histórico, filosófico, literario e incluso gastronómico. Prometemos traerlo por aquí. El espacio geográfico del libro era la ya tan manida «Mittleuropa», que, en gran parte, perteneció al Imperio.

   Veintitrés años antes de escribir esta obra publicó su tesis doctoral El mito habsbúrgico en la literatura austríaca (editado en español en México en 1998). Sin embargo el joven Magris no era tan lírico como lo sería en su madurez. En su tesis se atacaba sin piedad alguna a la literatura austríaca postimperial. Su delito era mantener el fantasma del imperio habsbúrgico, tan falso como el Concierto de Año Nuevo.

   Pero ¿en qué consiste este mito? Según Magris,  este mito es muy poderoso porque supone una reacción a la modernidad progresista. Los escritores y artistas reinventaron una realidad histórica retrógrada en otra «ficticia e ilusoria», en «un mundo ordenado de fábula; todo al servicio de la evasión para olvidar el apocalipsis de 1918». Habían inventado, sin saberlo, su propio Metaverso que es lo último en evasión pandémica.

   En este «Wonderland» no hay ni reinas bidimensionales neuróticas y empoderadas, ni conejos con sombreros, ni gusanos fumadores; lo que hay es la representación de «una patria ideal, inmóvil y envejecida pero que había concentrado virtudes, ya increíbles, digno decoro y corrección, pedante respeto y cómoda tranquilidad, fugaz y desconsoladora alegría de vivir.»  El argumentario, en suma, de los «haters» del «Das Neujahrskonzert».

   ¿Cuál fue su origen? Al parecer sus raíces arraigan en la derrota austríaca ante Napoleón que, en 1806, abolió el milenario Sacro Imperio Romano Germánico, ese eterno otoño de la Edad Media que los escritores postimperiales intentaron mantener vivo en la UCI de la novela.

   Para Magris el mito contiene tres elementos: la idea de un imperio supranacional, el burocratismo y el hedonismo. Como apunte, ¿no se parece demasiado a lo que muchos dicen que representa la Unión Europea?

   En lo referente a lo supranacional, el mito se centra en una figura histórica presente en casi todas estas obras: el viejo emperador Francisco José I (1830-1916). Para Magris «una figura fuera de la vida, profética y torpe». Un «arma contra la historia», una historia  que, entendida como progreso,  iba de la mano del nacionalismo (polaco, checo, húngaro, serbio, rumano, croata…). Magris identifica nacionalismo con modernidad frente a un vetusto imperio, «cárcel de las naciones», que representa el inmovilismo aristocrático y clerical. No obstante, la realidad no es en blanco y negro, en el imperio también se había desarrollado una cultural liberal, moderna y burguesa representada por figuras como Mahler, Krauss o Freud.

   En lo que respecta al burocratismo, para Magris el burócrata es la personificación del inmovilismo, del «vuelva usted mañana» de Larra; la esencia de un régimen esclerótico que no hacía otra cosa  más que ver pasar el tiempo rellenando pólizas y poniendo sellos. En suma, la «Kakania» que Robert Musil (1880-1942), escritor, soldado y por un tiempo funcionario, nos dejó en su afamada obra El hombre sin atributos. Pero el burocratismo también nos lleva por la senda del absurdo contemporáneo que tan bien reflejó otro escritor nacido en el imperio. Nos referimos al checo Franz Kafka (1883-1924) en sus obras postmortem El proceso y El castillo.

   En cuanto al hedonismo expresaba esa alegría de vivir, tan austriaca, marcada por la despreocupación y el «carpe diem».  Y para ello nada mejor que la música; de ahí el gusto de los imperiales por los valses y polkas. Una idea que el grupo Fangoria en 2022 lo expresa en su canción «Momentismo absoluto». Así, Alaska nos canta que «la tendencia es improvisar» y sentencia: «impermanencia, mi nueva religión». Y es que esta letra, tan de tiempos de la pandemia actual, es perfectamente aplicable a ese momentismo austríaco cuando dice que «al futuro lo he dejado atrás» y que »lo que será, será». Y siguiendo con Fangoria,  en  su Dramas y comedias Alaska vuelve a la carga con «no quiero más dramas en mi vida, solo comedias entretenidas». Podríamos decir que esta canción y la opereta vienesa juegan en la misma liga.

El puente de la Libertad (Budapest,03)

Puente de la Libertad, o de las cadenas, sobre el Danubio

[Foto: LGV Budapest 2003]

   El hedonismo o momentismo austracista , en cuyos sótanos tenía consulta Freud, era parte de lo que se ha llamado impresionismo. Pero no nos referimos al movimiento pictórico iniciado por Monet, sino a la corriente artística y literaria marcada por el decadentismo y la sensualidad, que tan bien representan las obras de Artur Schnitzler. Y frente a todo lo anterior, el otro polo de la civilización austríaca: la fidelidad, la continuidad, el aferrarse al pasado como antídoto de lo efímero (no es de extrañar que Freud tuviera cola en su consulta vienesa).

   Por ahí corre una cita, adjudicada a Gustav Mahler, que afirma que «la tradición no es la veneración de las cenizas sino el mantenimiento de la llama». En ese aferrarse a la tradición, y si es imperial mejor, tenemos a uno de los principales autores austriacos de entreguerras, Hugo von Hofmansthal. Un escritor profundamente desgraciado en su vida, pero al que debemos la esencia de este imaginario tan detestado por algunos. Para Magris en este autor se exalta «la musicalidad, la espontánea moralidad, el particularismo regional, la armoniosa síntesis germano-eslava, sencillez y frescura popular». Todo ello se condensa en el libreto que escribió para la ópera El caballero De la Rosa (1911) de Richard Strauss. En ella se recrea la época dieciochesca de la emperatriz María Teresa y es un canto a la fidelidad triunfante ante el dilema de Octavio, el protagonista, entre la aristocrática, sensual y decadente Mariscala y la pura y fiel Sofía. En esta ópera, monumento del patrimonio inmaterial vienés, se «transfigura la caducidad en un placer risueño, la decadencia en elegante dicha de vivir».

   En el mito habsbúrgico no hay dialéctica como ocurre con sus vecinos alemanes (¿y para qué les sirvió?) sino transfiguración en base al poder redentor de la palabra, de la literatura. Es el triunfo el artificio barroco, de la sensualidad y de un decadentismo finisecular.

   Claudio Magris es inmisericorde con la nómina de escritores que analiza en su libro, comenzando por, el tan hoy apreciado, Stefan Zweig que compartió con Hofmansthal la tarea de libretista de las óperas de Strauss, ese bávaro de nacimiento pero austríaco de corazón que llegaría a componer un himno para la joven Austria republicana aunque también otro para las Olimpiadas nazis de 1936 (recuerden: no hay dialéctica, sino transfiguración).

   Por terminar, tomemos el ejemplo del primer autor que trajimos a estas Noticias de un imperio: Alexander Lernet-Holenia y su obra El Estandarte. Magris lo conceptúa como «escritor de pluma fácil y desenvuelta» y a su obra como una «novela histórica sentimental» superficial «no carente de vida, de sugestión y de un íntimo sentido de trágica fatalidad». Un comentario que hoy  es perfectamente asumible para muchas obras de la exuberante producción de género histórico.

   Sin embargo, y en esto queremos insistir y estamos en perfecta comunión con Magris, El Estandarte pone en evidencia «el miedo, profundo que la disolución del imperio dejó en los hombres de entonces» (¿y de ahora?).

   Concluyamos con la cita de una obra actual de un viejo autor  (que no autor viejo) que considera a Zweig su maestro. Nos referimos a Mauricio Wisenthal que en su El derecho a disentir nos dice:

   «Siempre fui proclive a enamorarme de sombras, y nunca me arrepentí de haberlas amado, pues aún les soy fiel y me son fieles».

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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella

LA SAGA DE LOS TROTTA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 13 – 1ª Parte). Por José Miguel Ridao

«EL TENIENTE GUSTL» O LOOR A LA MUERTE Y A LA CARNE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 14). Por Pablo Romero Gabella

PRAGA, DONDE LOS CONDENADOS PAGAN CARA SU REDENCIÓN. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 15). Por Pablo Romero Gabella

VIENA O LO QUE HA QUEDADO DE EUROPA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 16). Por Pablo Romero Gabella

VIENA O LO QUE HA QUEDADO DE EUROPA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 16). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

concierto-de-ano-nuevo-de-vienaConcierto de Año Nuevo en Viena

 
 
 

Leemos la crónica del Concierto de año nuevo celebrado en el Teatro de la Maestranza de Sevilla el 3 de enero de 2020:

   «Austria lo ha sabido vender con tanto éxito que se ha convertido en el más visto y oído del planeta,  gracias a las incontables transmisiones  televisivas y radiofónicas, que nos muestran sonidos, paisajes y danzas de un mundo feliz. Ese mundo que no existe (ni ha existido nunca) ni en Viena ni en ninguna parte.»[1]

   El crítico se refería, ya lo habrán adivinado, al Concierto de año nuevo original, el de la Filarmónica de Viena (Neujanhrskonzert) del cual, por cierto, ya hemos hablado en nuestras Noticias de un imperio[2]. Pero centrémonos en la idea expuesta de vender un mundo feliz pero falso.

   Comencemos por algo ya sabido por nosotros: es ya un lugar común señalar la imagen de Viena como ciudad-relicario de una grandeza imperial perdida. Una ciudad, en el fondo, vacía o vaciada de contenido real y superlativa en el deslumbrante envoltorio. Ya hemos visto aquí algo de esto, en esta ocasión fijémonos en lo que vio el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales en 1928.

 
 
 

Manuel Chaves Nogales

(1897-1944)

 
 
 

  En el número anterior de Noticias de un imperio nos referimos a su libro La vuelta a Europa en avión cuando el autor recaló en Praga.  Tras dejar la «república de profesores», donde la germanización sólo quedaba en sus zonas industriales, Chaves Nogales llega a una nueva república, la austríaca, y lo primero que advierte es su tamaño.  «Toda Austria es su capital, toda Austria es ciudad», nos dice. Viena se le aparece como una cabeza a la que le faltara un cuerpo, pero ¿cuál? La solución más evidente sería el ya señalado Anschluss con Alemania. Pero, según el autor, los vieneses prefieren más que a los alemanes a los ingleses, ya que «Austria es hoy una colonia espiritual de Inglaterra». Sorprende esa idea ya que no todos los austríacos fueron fervientes pangermanos como su paisano Hitler. Habría muchas resistencias a formar parte del III Reich y nuestro periodista sevillano advirtió, diez años antes, que lo germano no era lo fetén entre los vieneses (sobre este tema se estrena estos días la última película de ese particular director norteamericano que es Terence Malick y cuyo título es Una vida oculta).

   Al comparar Praga con Viena, nuestro autor señala que la «vida amable de la gran ciudad imperial (…) lo ha perdido todo menos este señoreo de sí misma, este goce sensual de la existencia que Praga, por ejemplo, la vieja capital de provincia, no sabrá sentir jamás».  Ese señorío hace que Viena estuviera «viviendo a costa del pasado», del pasado imperial se entiende.

 
 
 

Viena

 
 
 

   Ese vivir de lo pasado hace que el ritmo de la vida vienesa sea «un ritmo viejo, un ritmo que ya no se usa». Un ritmo de otra época, de la Belle Epoque o si lo prefieren del «mundo de ayer» de Stefan Zweig al que tanto nos referimos. Ese ritmo viejo o anticuado lo podemos percibir en el segundo movimiento de la Sexta Sinfonía de Mahler, toda una crítica a que él vivía y sufría en la Viena de principios del siglo XX.[3]

   La persistencia de este ritmo, según el autor, explica el éxito de los valses y de la opereta en Viena.  Dando a la ciudad un «tono frívolo y sentimental» que tan bien reflejó Zweig en algunas de sus novelas cortas como Carta a una desconocida (1922), que no sabemos si el propio Chaves Nogales ya conocía. Y es que hay algo de esa historia cuando nuestro sevillano nos contrapone a las robustas deportistas alemanas con  «las madamitas vienesas arrebujadas en sedas, con sus coqueterías y sus resabios vagamente sentimentales, son la supervivencia del viejo sentido europeo del amor.»

   Frente al naturismo y nudismos triunfantes, a las ordalías de placer moderno a lo Josefine Baker o al ritmo trepidante del jazz que triunfan en la no muy lejana Babilonia berlinesa, Viena es un lugar extraño…

 
 
 

Palacio imperial de Viena

 
 
 

   «Viena es inexplicable (…) A pesar de la grandeza de los palacios, de la escrupulosa municipalización de los comercios suntuosos, la vida cara, las frivolidades, las joyas, las sedas, las mujeres, se advierte en seguida que todo aquello se mantiene milagrosamente, acaso por la inercia, quien sabe a costa de qué íntimas catástrofes.»

   Una ciudad perdida en el  tiempo como una Shangri-La  romántica y decadente  donde convive la grandeza y la miseria, donde el parque del Práter acoge a una multitud de la cual no sabemos cómo se gana la vida pero que no renuncia a disfrutarla.[4]

   «No hay modo de explicarse lógicamente sus contradicciones, su apariencia fastuosa y su miseria íntima, sus palacios, sus museos, sus porcelanas y su orfebrería al lado de estas gentes mal alimentadas y estas muchachitas graciosas con las piernas desnudas porque no hay medias (…) Viena ciudad imperial y mendicante es hoy el gran enigma de Europa».

   Para Chaves Nogales Viena «es lo único europeo que queda en Europa» tras la guerra mundial, el ascenso del comunismo y la arrolladora cultura y economía consumista norteamericana que es a la vez quien, con sus dólares, reconstruye la maltratada vieja Europa. La misma que fue el reducto de aquella época de seguridades, la misma que buscaba el protagonista de Huida sin fin de Roth y que ya no encontró jamás.[5]

   Parafraseando a otro de los mejores libros de Manuel Chaves Nogales podemos decir que Viena fue lo que había quedado de Europa. Si hoy un periodista hiciera el mismo periplo que nuestro autor, ¿podría decir algo similar? ¿podría decir que algo ha quedado de Europa?

 
 
 [1] José Luis López, “Rapsodias, danzas…y Viena”, ABC Sevilla, 4 de enero de 2020.

[2] Noticias de un imperio, nº 11, “El vals infinito”, https://revistacarmina.es/?p=40239.

[3] Sobre esta sinfonía en Carmina: https://revistacarmina.es/?p=40518.

[4] Recordemos lo que el escritor norteamericano John Dos Passos escribió: “Viena es una vieja reina de la comedia musical que agoniza en un asilo de pobres…» (Cita que aparece en Noticias de un imperio, nº 12, “Requiem alemán o algo huele a podrido en Viena”, https://revistacarmina.es/?p=40583)

[5] Noticias de un imperio, nº 10, “Huida sin fin o el judío errante”, https://revistacarmina.es/?p=40095

 
 
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 EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella

LA SAGA DE LOS TROTTA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 13 – 1ª Parte). Por José Miguel Ridao

«EL TENIENTE GUSTL» O LOOR A LA MUERTE Y A LA CARNE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 14). Por Pablo Romero Gabella

PRAGA, DONDE LOS CONDENADOS PAGAN CARA SU REDENCIÓN. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 15). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

«EL TENIENTE GUSTL» O LOOR A LA MUERTE Y A LA CARNE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 14). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Cementerio de los personajes ilustres
(Kerepesi Temetö)
Budapest
2000
Foto: LGV

 
 
 

64 páginas 64. Ésta es la extensión de El teniente Gustl, pieza de aparente minimalismo de Arthur Schnitzler (1862-1931), médico y escritor vienés, ejemplo del intelectual judío finisecular del Imperio. Contemporáneo de Sigmund Freud (que lo admiraba), Mahler o Zweig, pero también del antisemitismo que se cernía sobre Austria y sobre Viena en particular gracias a personajes como Karl Lueger, alcalde de la capital imperial. Esta pequeña joya escrita en 1900  (editada primorosamente, como es usual, por Acantilado en 2006 con traducción de  Juan Villoro) es un monólogo interior (uno de los primeros de la literatura) que bulle en la mente de un joven oficial imperial durante el ocaso de un día primaveral y el orto del siguiente. Parte de una velada musical en un teatro de la capital y termina en un café, cómo no, pasando por una noche de duermevela en el parque del Práter, el mismo lugar que luego haría famoso El tercer  hombre[1]

   Tal como hemos visto en otras entradas de Noticias de un Imperio, en la literatura del final del imperio austro-húngaro ocupa un lugar muy destacado el ejército y dentro de este, los jóvenes oficiales. En las obras ya reseñadas de Lernet-Holenia [2], Marai [3] y Roth [4],  los protagonistas son jóvenes oficiales que educados en la tradición del imperio son testigos y a la vez actores de su desaparición. El ejército austro-húngaro es, junto al viejo emperador, el elemento cohesionador del imperio. Para William M. Johnston (en su imprescindible obra El genio austrohúngaro. Historia social e intelectual (1848-1918), Oviedo, 2009) los militares daban «lustre a la vida social» y proporcionaban la dosis de «patriotismo» imperial necesaria para los soldados de diferentes pueblos y nacionalidades. No obstante y así lo vemos al comienzo de esta obra, los militares austríacos se aferran a un código del honor anacrónico, son arrogantes con los civiles y rechazan la modernidad. Todas esas características las asume nuestro teniente Gustl, desprecia a los burgueses y a los judíos, así como a los socialistas (aunque los austromarxistas fueron paradójicamente defensores del Imperio). Esta forma del ver el mundo, anclada en los esquemas aristocráticos del Antiguo Régimen es el factor que hace que se produzca el hecho principal de la novela, que por supuesto no vamos a desvelar y donde jugará un papel destacado un panadero. Estas ideas, sin embargo, no son solo propias del Imperio austro-húngaro en los inicios del siglo XX, era una cultura común en toda Europa. Esto lo estudió Arno J. Mayer en su obra La persistencia del Antiguo Régimen (1981). Un mundo de valores que hoy nos resultan algo absurdos e incomprensibles y que también están recogidos en la novela de Ford Madox Ford titulada El buen soldado (1913), donde de nuevo, en un lugar central encontramos la figura del oficial. Gustl es un tipo que, como ya hemos dicho, es arrogante, pagado de sí mismo, conquistador de damas y damiselas además de refractario a judíos y socialistas. Schnitzler crea un personaje arquetípico: proviene de una buena familia de provincias y tras pasar un periodo de servicio en Galitzia es trasladado a Viena, al servicio de Dios y del Káiser. Su historia es la historia de muchos que más tarde acabarían sirviendo en las filas de la Werhmacht al  mando de otro austríaco de provincias: Adolf Hitler.

   En sus meditaciones Gustl reconoce que de todas las experiencias vitales echaba en falta una: la guerra. El relato escrito en 1900, nos revela ese ambiente de preguerra que aún no pasaba de mero deseo, de ensoñación entre romántica y salvaje que muchos europeos vivían. La guerra como solución al aburrimiento de la rutina diaria. Gustl es uno de aquellos «sonámbulos» que en palabras del historiador Christopher Clark se dejaron llevar por sus estados y monarcas a las trincheras de la Gran Guerra (Sonámbulos. Cómo fue Europa a la guerra de 1914, 2014). Esa idea de exaltación de las virtudes terapéuticas de la guerra, que tan bien nos la narró Joseph Roth en las páginas finales de La marcha de Radetzky [5], iba de la mano de esa moral aristocrática y aparentemente guerrera a la cual nos referimos antes (el ensayo de Arno J. Mayer tenía el esclarecedor subtítulo de Europa hacia la Gran Guerra).

   La guerra era una especie de gran duelo colectivo donde enjugar honores mancillados. En ella, como en el duelo (Gustl, como no podía ser de otra forma también es un duelista), la muerte es una opción y si uno no es capaz de aguantar la vergüenza, no queda otra que el suicidio. Guerra, duelo, honor, suicidio…. todo nos conduce a la muerte, otro gran tema de la novelita de Schnitzler, un autor que podríamos considerarlo parte del grupo de escritores impresionistas tal como lo incluye en su obra Johnston. Esta corriente impresionista de intelectuales fue así definida por el Arnold Hausser, famoso teórico del arte  nacido como súbdito del imperio en 1892 y muerto como ciudadano de la república socialista de Hungría en 1978. Schnitzler era uno de aquellos intelectuales que de alguna manera disfrutaron siendo notarios del «apocalipsis feliz» de un mundo. No eran creadores de algo nuevo, no ofrecían soluciones, al igual que sus contemporáneos de nuestra Generación del 98. Para ellos la vida era evanescencia, flujo de sensaciones, esteticismo y decadencia. En esta obra que reseñamos todo esto se encuentra a través de los pensamientos inmediatos, no tanto reflexiones, del teniente Gustl. Todo es ahora, no existe ni tanto el ayer ni el mañana, todo ocurre en el momento. Un mundo de impresiones donde no hay nada totalmente verdadero pero tampoco falso.  En palabras del autor «cada instante implica morir un poco y a la vez volver a nacer».

 
 
 

La muerte se lo lleva
Kerepesi Temetö
Budapest 
2000

(Foto: LGV)

 
 
 

   Volvemos a la muerte, ya que es el culmen de ese mundo de impresiones. La muerte «libera» a los vivos de sus represiones y miedos, tal como le ocurría al joven Gustl. El elemento psicológico es la gran novedad técnica de nuestro relato y  por esto lo hacía tan cercano a Freud, pero también a toda una corriente de pensamiento que podemos llamar austríaca, donde la muerte tiene un lugar especial. Para los austríacos la muerte era un motivo de creatividad y es conocida su querencia por todo lo que la rodea: funerales, cementerios, ceremonias, etc… Baste recordar el episodio sobre el cementerio de Viena que nos cuenta Claudio Magris en su odiséica obra El Danubio (1986) o esos «hermosos cadáveres» de la familia imperial en La Cripta de los Capuchinos. La muerte es el fin del hastío y por eso tiene un gran poder, tal como lo dejó por escrito Hugo Hofmannsthal, un escritor marcado especialmente por ella.  Es relativamente conocida la carta que Mozart escribió a su padre sobre este tema cuatro años antes de morir:

   «Al ser la muerte, pensándolo con detenimiento, el verdadero objetivo de nuestra existencia, en los últimos años he establecido con ella – la mejor y más fiel amiga de la humanidad- una relación tan estrecha que ahora su imagen, lejos de aterrorizarme, me tranquiliza y consuela».

   Los muertos «permanecen entre los vivos», escribió Schnitzer. Ya hemos visto esto en las obras ya comentadas de Alexander Lernet-Holenia [6], donde el mundo de los  muertos tiene tanta o más importancia que el de los vivos. Por esto, un vez muerto el Imperio siguió para muchos aún vivo y sobre todo en la literatura y el arte hasta nuestros días.

   Y por último, nuestro protagonista vive la unión del Eros y el Thanatos. El erotismo y el sexo van unidos a la muerte, integrantes todos de los paraísos artificiales que pontificó para la modernidad el poeta Charles Baudelaire. El sexo y la muerte nos alejan del mundo, como así lo vivía el joven teniente Gustl que mezclaba en sus pensamientos sus conquistas eróticas y la fantasía de su muerte. Un mundo de morbosidad que fue tan querido al modernismo literario español, comenzando por Juan Ramón Jiménez. Algo tiene esta corta novela de loor a la muerte y a sus cercanías, pero también de loor a la carne, la carne mortal, liberadora y a la vez esclavizadora.

   Loor a la Carne,
Que al arder mitiga los cruentos martirios de la Vida humana.

 
 
 

Juan Ramón Jiménez
(1881-1958)

 
 
 
[1] https://revistacarmina.es/?p=40583

[2] https://revistacarmina.es/?p=39376

[3] https://revistacarmina.es/?p=39553

[4] https://revistacarmina.es/?p=40095

[5] https://revistacarmina.es/?p=40854

[6] https://revistacarmina.es/?p=39541
 
 
 
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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella

LA SAGA DE LOS TROTTA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 13 – 1ª Parte). Por José Miguel Ridao

 
 
 

«14 DE JULIO» O EL SECRETO ESTÁ EN LA MASA. De la serie «LIBER BREVIS, VITA LONGA» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
MARIONETAS 17 (LISBOA)

Museu da marioneta de Lisboa
[Foto: LGV 2018]

 
 
 

«Este relato no es ficción ni libro de Historia. Tampoco tiene un protagonista concreto, pues fueron innumerables los hombres y mujeres envueltos en los sucesos…» Así podemos entender el sentido del libro de Éric Vuillard 14 de julio (2016). Sin embargo estas palabras pertenecen al comienzo el libro de Arturo Pérez-Reverte Un día de cólera (2007). Los sucesos son los del 2 de mayo de 1808 en Madrid, pero bien pudiera servirnos para los del 14 de julio de 1789 en París. Dos «momentos estelares», donde el tiempo «se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide» en palabras de Stefan Zweig, el maestro de un tipo de literatura que a principios del siglo XXI Vuillard y Pérez-Reverte retoman con innegable éxito. Ambos escritores narran dos hechos que marcaron el inicio de la contemporaneidad en Europa en su doble sentido, el revolucionario y el contrarrevolucionario y que tienen como protagonista a la multitud, a esa masa rebelde que categorizaría Ortega y Gasset.

   Éric Vuillard [1] es un escritor que nació en el año revolucionario de 1968 y que llevaba una existencia profesional discreta en Rennes hasta que consiguió el Premio Goncourt de 2017 por El orden del día, otra «miniatura histórica» que narraba el ascenso del nazismo. Esto ha llevado a Tusquets a publicar en español la obra que comentamos y que fue publicada en Francia en 2016. Vuillard nos cuenta en 185 páginas el febril día en que comenzó la Revolución Francesa para todo estudiante. Una fecha marcada y subrayada en los manuales escolares y de la cual poco se conocía en detalle. Vuillard realiza una recreación literaria de ese día utilizando material histórico (aunque es una pena que no cite sus fuentes más allá de nombrar a Michelet). En su empeño no duda en utilizar un lenguaje actual que lo hace accesible a todo tipo de lectores y que ya ensayó Pérez-Reverte en su Cabo Trafalgar (2004). Adonde las fuentes no llegan el autor recurre a «morder la nada y caer en la gran cuba donde ya nadie tiene nombre» (pág. 91)

   Los protagonistas del libro son aquellos sin nombre que asaltaron la fortaleza de la Bastilla, símbolo del Antiguo Régimen. Aún así es de destacar que en el libro aparecen multitud de nombres de personas, que no personajes, los cuales el autor ha ido recolectando de las fuentes históricas. Todos ellos forman una masa popular que pierde, en cierta manera, su individualidad en pos de una meta común: la destrucción. Destrucción de un edificio real pero a la vez símbolo del despotismo. Elias Canetti en Masa y poder (1960) señaló como una de las propiedades de la masa la necesidad de una meta, un objetivo que «está fuera de cada uno y que coincide en todos, sumerge las metas privadas, desiguales que serían la muerte de la masa». Aunque amalgama de nombres propios, apellidos o apodos, la multitud parisina se mueve como un solo cuerpo que busca armas y focaliza todo su esfuerzo en tomar la Bastilla. Para Vuillard «no hay modo de contener a una multitud, una multitud no parlamenta, no discute, a la multitud no le gusta esperar» ( pág. 64). Y precisa que el movimiento popular del 14 de julio fue una «intifada de pequeños comerciantes, de los artesanos parisinos, de los niños pobres» ( pág. 51). La pobreza es para Vuillard el motor de su relato ya que comienza con el sangriento motín del 23 de abril de 1789, cuando una multitud popular asalta las casas y negocios de potentados al grito de ¡Mueran los ricos! En esos momentos Francia vivía una de sus mayores épocas de carestía. Recordemos que el historiador Labrousse señaló que el día en el cual el pan alcanzó su mayor precio fue el 14 de julio. Paralelamente el Estado absolutista vive una bancarrota total que obliga al rey a convocar a los Estados Generales en mayo de 1789. En gran medida, para el autor, esta bancarrota es estructural a un Estado que tiene su summun en la corte de Versalles, a la cual Vuillard dedica una de las mejores páginas de su libro y que uno no puede sustraerse a visualizarlas, como hizo Sofía Coppola en su María Antonieta (2006).

   De puntillas pasa Vuillard sobre cómo se pasó de los Estados Generales del Antiguo Régimen, organizados feudalmente en tres brazos, a la Asamblea Nacional Constituyente ciudadana. El comienzo de la revolución liberal y burguesa (es la que al final triunfará) no tiene para el autor la importancia de la otra revolución, la popular, la de la calle que el 14 de julio se lanza enfebrecida a la búsqueda de armas. Leyendo estas páginas vivimos las dos pulsiones que el gran historiador Georges Lefebvre consideraba consustanciales a la mentalidad revolucionaria: la esperanza y el miedo. Lo último viene dado por los rumores de que las tropas del rey estaban dispuestas a entrar a sangre y fuego en París para ahogar la naciente revolución, lo primero viene dado por el sueño de algo nuevo. Ese algo nuevo aún poco definido en la mentalidad popular, viene dado por la epifanía revolucionaria de la palabra. En esos días de un caluroso julio parisino «todo el mundo se acuesta tarde. Se habla y se habla. Nunca se había hablado tanto» ( pág. 48). De los pocos personajes históricos que se citan (junto a Necker, el ministro de Hacienda, y María Antonieta, la reina) un joven Camile Desmoulins (nada sabemos en aquel de día de Dantón o Robespierre, luego indiscutibles tribunos de la plebe) arenga a la multitud con palabras enardecidas. Porque «la palabra dicha no deja traza, pero obra estragos en los corazones» (p. 116) Y nada es más sensible al corazón que la esperanza, la misma que hace que el 14 de julio sea para el autor el nacimiento de la Revolución. En las siguientes líneas podemos resumirlo:

   «Durante la noche del 13 al 14 de julio, que es, yo creo, la noche de las noches, la Natividad, la más terrible noche de Navidad, el Acontecimiento, la chusma, como suele decirse, los más pobres, en suma, aquellos a los que la Historia dejó hasta ese momento pudrirse en el arroyo, armados con fusiles, espetones, picas, hacen que les abran las puertas de las casas y que les sirvan comida y bebida. En lo sucesivo, la caridad no bastará» (pág. 61)

   Desde ese momento se tendrán que tener en cuenta  esos miserables que inmortalizara Víctor Hugo y cuyo espíritu flota en todo el 14 de julio. Son los salvajes de la civilización. En palabras hugianas, son aquellos hombres «que en los días genésicos del caos revolucionario, harapientos, feroces, con las mazas levantadas, la pica alta, se arrastraban sobre el viejo París trastornado, ¿qué querían? Querían el fin de las opresiones, el fin de las tiranías, el fin de la guerra, trabajo para el hombre, instrucción para el niño, dulzura social para la mujer, libertad, igualdad, fraternidad, el pan para todos, la idea para todos, la conversión del mundo en Edén, el progreso…»

   Frente a ellos los burgueses y aristócratas, los civilizados de la barbarie, temerosos intentan controlar a la multitud formando una milicia para mantener el orden y a la vez, la halagan con palabras hueras. La revolución de los juristas en Versalles no es la del pueblo en la calle que asalta la Bastilla ajeno a las llamadas a la conciliación. Recordemos: la multitud no parlamenta, actúa. Estos burgueses no veían lo mismo que vería Víctor Hugo, no creían que el progreso llegaría desde la plebe. En este sentido historiadores de finales del siglo XX, ejemplificados en Furet y Richet, definieron esta explosión de violencia popular como la del «viejo milenarismo, la ansiosa espera de la venganza de los pobres, de la felicidad de los humillados». Sin embargo, tal como dejó por escrito Engels en una carta de 1889, este cuarto Estado le hizo el trabajo sucio a la burguesía en su derrota del feudalismo en 1789 y más adelante en 1792 cuando acabó con la monarquía. Tal como ocurriría más adelante con la Comuna de 1871, se acusó de los desmanes a los extranjeros, a pandillas de vagabundos que fueron llegando a París de todas partes de Francia y que extendieron el caos y el terror. Sin embargo, ¿quién era genuinamente parisino? La ciudad acogía diariamente a legiones de inmigrantes que buscaban salir de la miseria y que amalgamados en la escasez fueron la carne de cañón de las jornadas revolucionarias. Además eran en su mayoría jóvenes ya que «Francia era entonces un país joven, asombrosamente joven. Los revolucionarios fueron gente muy joven, comisarios de veinte años, generales con veinticinco. Jamás ha vuelto a verse tal cosa» ( pág. 58).

   La multitud es tratada por Vuillard con el humanismo de la multitud de retazos de vida rescatados de los documentos, inflamados por la imaginación cuando faltan aquellos. Leer sus nombres, sus oficios y su vestimenta a través de los atestados judiciales de sus cadáveres, nos recuerda que ellos eran nosotros. La jauría revolucionaria humanizada tal como Dickens hizo en su Historia de dos ciudades (1859): «Padres y madres que habían tomado parte activa en los asesinatos jugaban con sus niños y los cubrían de besos, y en aquella situación terrible, ante semejante porvenir, los enamorados se amaban esperanzados». El historiador Michelle Vovelle en La mentalidad revolucionaria (1985) destacaría «la importancia de la cesura revolucionaria en las estructuras más íntimas de la vida de las gentes que vivieron esta aventura».

   Sin embargo la aventura de la Revolución no es eterna como nos demostró Anatole France en Los dioses tienen sed (1912), la que es quizá la mejor novela sobre la Revolución francesa. «Porque bien hay que vivir, hay que asumir la vida, uno no puede estar siempre rebelándose; se requiere un poco de paz para engendrar hijos, trabajar, amarse y vivir» (pág. 63).

   Las últimas páginas de 14 de julio tienen la actualidad de una Europa en crisis, y más en concreto de la Francia de la furia amarilla enchalecada que no sabemos a donde realmente va. Lo cierto es que todos nosotros, como todos aquellos de 1789 coincidimos en algo: «el hombre desaparece como apareció en la Historia, simple silueta» (pág. 110).

 
 
 

MARIONETAS 18 (LISBOA)

 
 
 

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[1] Entrevista al autor en el suplemento cultural Babelia de El País: https://elpais.com/cultura/2018/03/05/babelia/1520253550_353014.html
 
 
 

LA SAGA DE LOS TROTTA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 13 – 1ª Parte). Por José Miguel Ridao

 
 
 

De nuevo traemos a nuestra sección la colaboración de un amigo y a la vez cofrade impenitente de nuestra «hermandad de la Kapuzinerkirche» (quizá la única a la que podría pertenecer José Miguel). En esta ocasión se comenzará una serie de artículos sobre la saga familiar que fue creada por Joseph Roth, un autor fundamental de Noticias de un Imperio y del cual hablamos en el número 10. La familia Trotta son los protagonistas en dos obras de Roth que ya hemos citado: La marcha de Radetzky (1932) y La cripta de los capuchinos (1938). Forman parte de esas sagas tan propias de la literatura de finales del siglo XIX y principios del XX, tales como los  Bruddenbrook de Mann, los Rougnon-Macquart de Zola, los Maia de Queirós y si nos ponemos patrios los Rius de Ignacio Augustí.  José Miguel Ridao nos llevará a trote de su fluida pluma (o teclado para quitar yerro decimonónico) por los avatares de una familia…o para ser más exactos de la familia que resume el orto y ocaso del Imperio austro-húngaro.

(Pablo Romero Gabella)

 
 
 
Batalla de Solferino. Carlo Bossoli

Batalla de Solferino
Carlo Bossoli
(1815-1884)

 
 
 

«Er war Slowenne». Con esta frase aparentemente anodina Joseph Roth propone toda una declaración de intenciones al inicio de su gran novela La marcha Radetzky. Se refiere al teniente Joseph Trotta, que salvó la vida del joven emperador Francisco José en la batalla de Solferino en el año 1859. Este Trotta es el primero de una saga cuyas vidas se dibujan en esta obra con trazos tan precisos como difuminado resulta el imperio austrohúngaro que las abarca. Su abuelo sí fue realmente un esloveno pegado a la tierra y a la lengua vernácula, pero ya su padre obtuvo un puesto de guardia fronterizo en los confines meridionales del poderoso y a la vez crepuscular imperio. Cuando acude, ya condecorado con la orden de María Teresa por el afortunado lance de Solferino, a visitarle en Laxenburg, el padre le habla «en el rudo alemán de los eslavos del ejército», mientras que el teniente Trotta «esperaba que salieran de los labios del padre las primeras palabras en esloveno, como algo muy lejano e íntimo, como una tierra perdida». Joseph Trotta, el flamante barón de Sipolje, ya fue educado en la lengua oficial del imperio, y apenas entendía algunas palabras eslovenas, pero sentía que esta lengua estaba enraizada en su ser, mucho más que el alemán que hacía de amalgama entre las diversas etnias que conformaban el puzle imperial.

   A través de tres generaciones de la familia Trotta, Roth consigue recrear con maestría el devenir del imperio. Francisco José I sobrevive a todos: «El emperador era viejo. Era el emperador más viejo del mundo […] El campo ya estaba vacío y solamente quedaba el emperador, como una última espiga de plata olvidada». Entre tanto, las vidas del abuelo, héroe de Solferino, su hijo Franz, alto funcionario del imperio, y el nieto Carl Joseph, de nuevo oficial, constituyen una alegoría del nacimiento, esplendor y decadencia de una corona bicéfala que heredó el testigo del sacro imperio romano-germánico y supuso el último coletazo del antiguo régimen. Un día de finales de junio de 1914, cuando Carl Joseph asistía a una fiesta de verano organizada en su regimiento en Galitzia, en los remotos confines del imperio, «nadie advirtió la llegada a galope tendido de un ordenanza que se lanzaba hacia la plazuela y detenía el caballo de un fuerte tirón». Su carta contenía un breve mensaje en grandes letras: «Rumores heredero trono asesinado en Sarajevo». Aún vivía el viejo emperador, pero la lenta agonía del imperio había llegado a su fin.

 
 
 
Asesinato del Archiduque Francisco Fernando y la duquesa Sofía. Ilustración de Le petit journal

Asesinato del Archiduque Francisco Fernando y la duquesa Sofía
(Ilustración de Le petit journal)

 
 
 

   La novela rezuma melancolía y añoranza por el paso del tiempo. Cuando Roth publica La marcha Radetzky el viejo imperio no era más que un montón de cenizas, y una Prusia poderosa y amenazante, convertida en un nuevo Reich, estaba destinada a convertirse a su vez en cenizas, estas realmente horripilantes. Justo en medio de esta última vorágine escribe Stefan Zweig El mundo de ayer poco antes de suicidarse, y Robert Musil, en El hombre sin atributos, no cuenta nada pero a la vez lo cuenta todo de forma magistral, desgranando en casi dos mil páginas la esencia de una época. Roth fallece en París en mayo de 1939 presa del delírium tremens. Su familia tuvo menos suerte, sacrificada en los campos de concentración nazis. La nostalgia del imperio perdido tornó en pesadilla. Los acordes de la Marcha Radetzky siguen resonando en Europa como testigo de una época, si no gloriosa, sí grandiosa. El imperio austrohúngaro fue breve en el tiempo, apenas abarcó la vida de tres generaciones de hombres de origen esloveno y de apellido Trotta, pero ese imperio ha quedado petrificado en los años y en la memoria.

 
 
 
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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella
 
 
 

«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Del Tercer Hombre 4 (1949)

Estatua de Ludwig van Beethoven con nieve
Plaza Beethoven en Viena
De El tercer hombre
Carol Reed
(1949)
[Fuente de la foto: El Acorazado Cinéfilo – Le Cuirassé Cinéphile]

 
 
 

A Antonio Ortiz, latina lingua magister

 

«La guerra ha terminado, pero escarbando en las ruinas del esplendor imperial de Viena, el veterano Bernie Gunther hace un descubrimiento histórico…» Así  publicitaba la editorial la novela Réquiem alemán (1991) del recientemente fallecido escritor británico Philip Kerr. Ésta es la tercera de las trece entregas de una serie protagonizada por el policía y detective alemán Bernardh Günther y que se desarrollan principalmente en la Alemania del III Reich. Sin embargo, en esta novela la acción se divide entre el Berlín y la Viena de 1947, cuando comenzaba la Guerra Fría que nacía de la devastación de la II Guerra Mundial.

 
 
 

Requiem alemán de Philip Kerr
Réquiem alemán
Philip Kerr
1991
 
 
 

   Bernie Günther es un tipo que se caracteriza por «un estilo de vida masculino y solitario», según él mismo. Reproduce todos los clichés del detective de serie negra que tan bien caricaturizó, el ahora reprobado, Woody Allen en La maldición del escorpión de jade (2001). Pero no nos interesa tanto el personaje como el escenario en el que desarrollarán sus aventuras de macho alfa (venido a menos, eso sí): la Viena de postguerra que ya hemos visitado en Noticias de un Imperio (núm 8: «Siempre nos quedará Viena»). Kerr en ningún momento elude la atmósfera de la Viena de postguerra creada por Greene, al contrario, es una continuación de esos paisajes deprimentes que ya son parte de nuestro imaginario cultural. Ruinas, mercado negro, espías, cafés, hoteluchos, antiguos nazis, prostitutas de toda laya, aristócratas, el Cementerio Central, soviéticos, americanos, etc… Todo eso está también en este Requiem alemán. Esos tópicos los vemos en lo que dice un militar americano: «estamos en una ciudad podrida….francamente, miro por la ventana y veo tantas cosas que valgan la pena en esta ciudad como veo el azul del cielo cuando meo en el Danubio…Viena me decepciona, Günther, y eso hace que me sienta mal.» Decepción es la palabra que dice todo el que llegaba a aquella Viena. Cuando la visitó el novelista americano John Dos Passos, a finales de 1945, dijo que «Viena es una vieja reina de la comedia musical que agoniza en un asilo de pobres…»

   ¿Por qué esa insistencia en la decepción, en la decadencia? Porque el mito habsbúrgico estaba naciendo o renaciendo al contraponer el idealizado pasado imperial de Viena (y de Austria) con el pasado real del horror nazi y el presente de una postguerra que había convertido a Europa en un «continente salvaje». A partir de 1945 Austria se convierte en una «tierra de nadie» que no entraría en ninguno de los bloques; declarada por los Aliados como «víctima del III Reich» (Declaración de Moscú del 30 de octubre de 1943) y como tal exonerada de pagar indemnizaciones de guerra (Conferencia de Postdam de julio-agosto de 1945); pero a la vez ocupada y  troceada (en julio de 1945) en zonas de influencia como Alemania hasta que consiga su independencia mediante el Tratado del Estado Austríaco de 27 de julio de 1955.

 
 
 

Del Tercer Hombre 3 (1949)

El tercer hombre
(1949)
[Fuente de la foto: Cine del Maizal]

 
 
 

   Los austríacos vivían en una situación irreal ya que aunque no estaban sometidos tan férreamente como sus vecinos alemanes (y compatriotas desde 1938 a 1945) vivieron los horrores de la llegada de las tropas soviéticas con su corolario de saqueos y violaciones masivas, a pesar de que los vieneses los acogieron como «liberadores». Luego llegaría el problema de los refugiados de etnia alemana que huían del este y que fueron expulsados en su mayoría por las nuevas autoridades austríacas que querían demostrar que no eran alemanes  y sí anti-nazis.

   Sin embargo fueron austríacos el 10% de los dirigentes nazis, y el 50% fueron partícipes de crímenes de guerra, destacando como comandantes de los campos de concentración y exterminio. Un ejemplo esclarecedor fue  el alto cargo de las SS Karl Kaltembruner, jefe de la RSHA (mando conjunto de la policía) tras la muerte del infausto Heydrich. Y sin olvidar que el propio Hitler también era austríaco.

   El proceso de desnazificación de Austria, que estuvo en manos de los tribunales austríacos bajo supervisión aliada, no fue tan exhaustivo como algunos pidieron en consonancia con el nivel de colaboracionismo con los nazis. Se dictaron 43 sentencias de muerte por ahorcamiento y cuatro cadenas perpetuas. Sobre todo las penas fueron de carácter económico y afectaron a más de 40.000 austríacos. Cerca de 100.000 funcionarios perdieron su puesto de trabajo. Por la ley de amnistía del 21 de abril de 1948 se indultaron al 92% del medio millón de afiliados al NSDAP austríaco. Muchos de ellos engrosarían una nada despreciable extrema derecha durante la postguerra fría que supuso el origen del pujante populismo xenófobo que comparte el poder con los conservadores en la Austria actual. En la novela uno de los personajes más malvados es un ex nazi que se refugiaba en los viñedos que rodeaban la ciudad de Viena.

   El asunto del Holocausto era especialmente hiriente ya que la mayoría de la influente comunidad judía austríaca fue exterminada o huyó de su país, y muy pocos se atrevieron a volver. El antisemitismo no era algo que viniera de fuera, era muy potente ya en la Austria imperial con personajes como el alcalde de Viena Karl Lueger (1897-1910). En uno de los pasajes del libro se dice que los nazis «contaron con quinientos años de odio a los judíos para sentirse en casa». Por tanto, había mucho que ocultar o al menos maquillar y qué mejor que reivindicar el espíritu cosmopolita e integrador del imperio austro-húngaro. La novela de Kerr está llena de alusiones a esto, por ejemplo citemos las palabras de unos de sus protagonistas, el cínico comandante de la NKVD (luego KGB) Poroshin: «la gente es igual que la arquitectura….son todo fachada, todo lo interesante que hay en ellos parece estar en la superficie».

 
 
 
THE THIRD MAN, Alida Valli, Joseph Cotten, 1949

Alida Valli como Anna Schmidt, Joseph Cotten como Holly Martins y
la sombra de El tercer hombre, Orson Welles como Harry Lime
(1949)
[Fuente de la foto: La Crítica (Revista de reflexión cinematográfica)]

 
 
 

   El símil de la arquitectura es muy fructífero en toda la novela al contraponer la majestuosa arquitectura imperial con la triste realidad. Al retratar la famosa Ringstrasse, obra basal del modelo imperial, Kerr señala que sus edificios estaban «construidos en un tiempo de abrumador optimismo imperial, eran demasiados opulentos, para la realidad geográfica de la nueva Austria. Con sus 6 millones de habitantes, Austria era poco más que la colilla de una enorme puro.» El contraste entre el imperio y la postguerra es algo que también comparten Greene y Kerr, que pone en boca de uno de sus personajes que «aquí el mercado negro ha existido desde el tiempo de los Habsburgo. Entonces no se trataba de cigarrillos, claro, sino de favores, de influencias. Los contactos personales siguen pesando mucho.»

   La reivindicación de lo austríaco suponía el rechazo a todo lo alemán. Bernie, el protagonista, viviría este rechazo al ser alemán en Viena cuando comience su trabajo de sucio sabueso. Él era uno de los «piefkes», «preussen» o «nazipresussen», que eran los términos que utilizaban los austríacos para descalificar a los fueron sus compatriotas. Un súbdito del imperio-austrohúngaro llamado Samuel Wilder dijo que «los austríacos son gente brillante: lograron hacer creer al mundo que Hitler era alemán y Beethoven austríaco.» Palabras de insuperable ironía del que todo el mundo conoce como Billy Wilder.

   No obstante, Bernie tampoco tenía muy buena imagen de los austríacos, y de los vieneses en particular, a los que consideraba unos estirados y superficiales o «adabeis», si utilizamos el término que usaban los propios vieneses. Muestra de ello lo tenemos en los típicos comentarios de Bernie como que «había menos posibilidades de que un austríaco medio se quedara sin lápida de que no fuera a su cafetería preferida» o que «el vienés es bastante fácil ¿sabes? Sólo tienes que hablar como si mascaras algo y añadir ss al final de todo lo que digas». Bernie Günther no se sentía especialmente acogido en una ciudad con fama de acogedora  en sus cafés y restaurantes (como los que Zweig retrata en sus relatos). Nuestro antihéroe sentía una clase de acogimiento «que experimentarías una vez embalsamado, sellado dentro de un ataúd forrado de plomo y pulcramente depositado en uno de esos mausoleos de mármol que hay en el Cementerio Central».

 
 
 

Del Tercer Hombre 2 (1949)

El tercer hombre, Orson Welles
(1949)
[Fuente de la foto: Cine del Maizal]

 
 
 

   En esa Viena imposible de los años previos a la Guerra Fría, con 80.000 hogares destruidos, 35.000 personas viviendo al raso y sin servicios básicos y cuando los condes tenían que descargar sacos de patatas de camiones rusos, la posibilidad de la vuelta del imperio o de algo parecido increíblemente podía ser una posibilidad. Esto para Bernie no era más que la muestra de que «los vieneses adoran los títulos pomposos y la adulación». Más adelante afirma que «la mención de la realeza siempre parecía hacer que los vieneses se mostraron doblemente respetuosos».

   Quienes mejor lo comprendieron fueron los soviéticos, los nuevos señores imperiales, que al ocupar el Distrito I de Viena y con ello el casco antiguo, convirtieron al palacio imperial de Hofburg en lugar de sus recepciones y saraos proletario-imperiales, donde trataron con cierta consideración a los restos de la familia imperial que quedaban por allí. Bajo un enorme cuadro de Stalin algo parecido al boato imperial volvía a una paupérrima Viena. Esta idea se demuestra en las palabras de uno de los líderes comunistas austríacos: «hay que dar su auténtico valor al glorioso pasado austríaco…La Marcha de Radetzky debe convertirse en un himno nacional cantado en las escuelas.»

   No obstante los soviéticos se cuidaron mucho de neutralizar cuando llegaron a la capital, a principios de abril de 1945, a una incipiente Resistencia austríaca liderada por una pléyade de aristócratas que con sus brazaletes rojos y blancos situaron su cuartel general en el palacio de Auersper­g, propiedad de la princesa Agathe Croy. La improvisada milicia de resistentes tocados con el tradicional sombrero de Estiria, símbolo del orgullo patrio, estaba liderada por Willy , el primo de la princesa,  que además era el príncipe de Thurn und Taxis. Curiosa historia la de su familia que consiguió carta de nobleza por parte del emperador en el siglo XVII por ser los encargados del servicio postal del Sacro Imperio. Se llegó incluso a formar un fantasmagórico gobierno provisional formado por aristócratas y «dachausers» o antiguos miembros de la élite republicana austríaca anterior al «Anchluss» y que tomaban el nombre por haber visitado el campo de Dachau.  Los soviéticos, a pesar de su querencia por lo imperial, directamente los ignoraron y se llevaron a unos cuantos a visitar Siberia. Luego, a final de abril de 1945, nombrarían un gobierno títere liderado por el viejo político socialdemócrata (y pangermanista) Karl Renner. La llegada de los aliados occidentales, en julio de 1945, impulsaría unas elecciones en noviembre de ese año que dieron la victoria a los cristianodemócratas de Leopold Figl, que se mantendría en el poder hasta 1949. En gran medida esta victoria se debió al voto femenino (representaba el 64% del censo) que mostró su rechazo a los comunistas (tercera fuerza tras los socialdemócratas) por las violaciones masivas de los libertadores soldados del Ejército Rojo. Aún así en 1947, año en el cual se desarrolla la novela, los comunistas lanzaron una campaña de descrédito del gobierno aprovechando el problema del abastecimiento de alimentos entre la población civil. Adiós al sueño imperial, hola a la Guerra Fría.

 
 
 

Del Tercer Hombre 5 (1949)

Estatuas en lo alto del Parlamento nevado
Viena
De El tercer hombre
Carol Reed
(1949)
[Fuente de la foto: El Acorazado Cinéfilo – Le Cuirassé Cinéphile]

 
 
 

   Sin embargo, ese sueño imperial se mantuvo en personajes como el barón Leopold Popper Von Podhragy y sobre todo en el pretendiente al trono imperial Otto de Habsburgo, que tras su estancia durante la guerra en los EEUU intentando convencer a Roosevelt para que apoyase su causa (como también harían de manera igualmente infructuosa los nacionalistas vascos para conseguir su propio Estado) pasó a Londres en 1944 y de ahí al Tirol. Allí intentó agitar una germinal resistencia austríaca y provocó tal embrollo que los británicos le pidieron educadamente que abandonara el país. Más tarde, el propio gobierno austríaco volvería a implantar la ley que prohibía la estancia de cualquier miembro de la real e imperial familia dentro de su territorio nacional. Y aquí terminó el espejismo habsbúrgico y comenzó la, hasta hoy, concatenación de gobiernos conservadores del ÖVP y socialistas del SPÖ.

   La novela que aquí traemos tiene en su final un escenario ya conocido por nosotros: la Cripta de los Capuchinos («Kapuzinerkirche»). Allí Bernie nos relata que reposan los restos de más de cien Habsburgo «con sus famosas mandíbulas aunque la guía que había tenido la precaución de llevar conmigo decía que los corazones se conservaban en unas urnas situadas debajo de la Catedral de San Estebán». En su visión cáustica y cirrótica del pasado de Viena, nos describe un templo demasiado simplón, cuasi calvinista, para tan magnos residentes (12 emperadores y 18 emperatrices) donde parecía que el «tesorero de la Orden se había escapado con el dinero de los canteros». Sobre la mismísima tumba del emperador Francisco José se desarrolla el diálogo central de la novela entre nuestro escéptico Bernie Günther, ex policía y ex SS, y el comandante soviético Poroshin. Toda una declaración de intenciones sobre lo que el autor nos quería decir sobre aquella Viena aristocrática e imperial, que horadada como un queso gruyer, vivía de sus rentas mientras su pasado se pudría bajo tierra.

 
 
 
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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Gustav Klimt (el beso)

El beso
Gustav Klimt
1862-1918

 
 
 

Para mi el vals combina vida y muerte, sonrisas y lágrimas. Tiene la nostalgia y la melancolía característica del final de un imperio. Estas  palabras pertenecen a Riccardo Muti, director del Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena de 2018 (recogidas en El País, 30 diciembre de 2017). Un Concierto que celebraba el centenario del fin del Imperio austro-húngaro, que a la vez fue el del artista símbolo de aquella Viena: Gustav Klimt. Y dentro de ese imaginario que estamos explorando en Noticias de un imperio no podía faltar la referencia al vals, quintaesencia musical de un mundo que se derrumbaba pero que no dejaba ni por un minuto de bailar.

   «Vals» proviene de la palabra alemana «walzen» que significa «dar vueltas»  tiene su origen en las danzas populares de los pueblos del sur de Alemania y el Tirol («deutscher Tanz» y «laender») que tomaron plaza en Viena desde la segunda mitad del siglo XVIII y  ejercieron su soberanía absolutista durante todo el siglo XIX [1]. Algo tuvo que ver en esta transformación de baile social a baile de salón el también vienés Franz Schubert. Dando vueltas y vueltas, el vals ha quedado para simulacros (a veces patéticos):  desde ser el comienzo del baile nupcial hasta ser carne de cañón de certámenes, que cuando mutan en programas televisivos con  bailarines famosos son, además de patéticos, risibles. Por tanto, poco queda de esa vida y muerte o de esa nostalgia y melancolía a las que Muti se refería.

   Sin embargo para nuestros propósitos el vals es un elemento central en la sociabilidad de aquel mundo de ayer que fue el Imperio. El musicólogo francés Roland de Candé (1923-2013) dice algo al respecto:

   Las danzas y las canciones no se crean para durar. Cada generación suscita otras nuevas. Sin embargo los dos Johann Strauss, padre e hijo, dieron al vals vienés tal encanto y tal calidad que nunca han pasado de modaPero, a pesar de todo, el vals resulta hoy un poco anacrónico. Es inseparable de las criolinas, de las cinturas de avispa, de la luz de las bujías; tiene un perfume de sensualidad hipócrita y de galantería caduca; nos hace soñar en una vida anterior (Invitación a la música. Pequeño manual de iniciación, Madrid, 1997, págs. 224-225, 1ª edición en francés de 1980).

   El vals es parte fundamental del esteticismo vienés que algunos denominaron «edelkitsch» o cursilería aristocratizante, algo que también achacan muchos, comenzando por Claudio Magris, a la literatura del fin del Imperio. Pero como bien explicó Stefan Zweig en su obra capital El mundo de ayer (y que traeremos como uno de los platos principales a este festín de decadencias) Viena estaba marcada por el fanatismo por el arte, que no era exclusivo de los aristócratas. De tal forma interpretar música, bailar, actuar en el escenario, conversar, exhibir modales elegantes y obsequiosos en el comportamiento, todo eso se cultivaba como un arte especial En Viena  y por extensión en toda Austria el vals y la opereta, por su origen popular ya citado, hacían de este Imperio, devenido luego a pequeña república, en una democracia con estilo, en palabras del escritor vienés Hermann Broch (1886-1951). Estos géneros musicales hacían de la frivolidad un arma política, tal como dejó escrito el historiador William Johnson en su vademécum austrohúngaro  titulado The Austrian mind (1972). Aunque pueda parecer superficial esta última afirmación, no se puede negar el papel aculturador del vals vienés, como agente cohesionador del Imperio multiétnico y que se imponía sobre otras variantes nacionales de vals. Para ilustrarlo podemos volver a una obra ya reseñada por nosotros: Los días contados del húngaro Miklos Banffy. En ella uno de sus personajes nos dice: ¡Al buen húngaro le gusta el juego húngaro, no el vals austríaco!.

   Pero también tiene su lado oscuro el vals , ese narcótico placentero que tomado en exceso podía llevar a la muerte. Algo de ello lo reflejaría nuestro poeta Federico García Lorca en su poema «Pequeño vals vienés» (Poeta  en Nueva York, 1929). Unos versos cargados de melancolía, amor, desamor, deseo y muerte.

   En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

   Mortal y rosa es el vals, como ya vimos en aquel baile espectral de El Barón Bagge de Alexander Lernet-Holenia. Lo mórbido, algo muy querido por la cultura austríaca, va unido a lo erótico o lo sensual de esos cuerpos que enlazados giran y giran. Volviendo a la novela de Banffy, éste nos ofrece un catálogo completo de escenas de baile donde, como en la película de Sidney Pollack Danzad, danzad, malditos (1969,) los personajes no dejan de bailar un vals infinito que los acerca, consciente o inconscientemente, al inexorable final.  En sus páginas nos deja múltiples ejemplos de esa voluptuosidad mistérica del vals. Tomemos esta descripción del baile de una de las protagonistas:

   Se deslizaba inclinada hacia delante, volaba por el hielo en espiral, movida por un vértigo voluptuoso que lanzaba de una mano masculina a otra, riendo, con el cabello suelto. No, no era el baile de la diosa virgen. Se dejaba llevar por una ferocidad inconsciente, por una locura que anhelaba amor, parecía más bien una ménade que bailara la danza de la pasión y embriagara su cuerpo en un frenética bacanal. Sus labios bebían el filtro milagroso de la velocidad, sus miembros jóvenes y fuertes rebosaban alegría. Era un espectáculo encantador que, debido a la poca luz, tenía un aire misterioso.

   Este fragmento nos transporta a  la famosa danza de los velos de la ópera Salomé de Richard Strauss, de otra estirpe de Strauss, que tanto éxito tuvo en Austria, como su también célebre El caballero de la rosa donde los valses se multiplicaban para glosar una visión nostálgica y «edelkisch» del Imperio. Siguiendo la máxima marxiana, el opio del pueblo no era la religión para los súbditos del Emperador, sino el arte en general y la música en particular y dentro de ella, en un lugar preeminente, el vals. Los sones de los Strauss, al contrario de lo nos pudiera parecer, eran un elemento democratizador y a la vez aristocrático que marcaba la vida de ese Imperio de burgueses que jugaban a ser aristócratas y viceversa. Claudio Magris, en su enmienda a la totalidad del mito habsbúrgico que escribió en 1963, dijo que todo esto suponía una evasión al pasado que no era más que producto de la insatisfacción por el presente. No obstante, años después en su maravilloso libro El Danubio (1986) nos explica que en la sede que IBM tiene en Viena hay una placa donde dice que fue allí donde se interpretó por primera vez El Danubio azul de Johan Strauss; la misma música que Kubrick utilizó en su película 2001, una odisea en el espacio (1968) y donde un ordenador, HAL (acrónimo juguetón, ya que no pudo utilizar el de IBM) se rebelaba contra sus creadores. Y esto le sirve para reflexionar con la levedad del ser:

   En el eterno retorno del vals hay algo eterno, no sólo el eco el pasado-de la era de Francisco José, que acabó, según una vieja ocurrencia, con la muerte de Strauss- sino la continua proyección de aquel pasado en el futuro, como las imágenes de acontecimientos remotos que viajan por el espacio y que son ya, para alguien que las recibirá quién sabe dónde y quién sabe cuándo, el futuro.

   El vals se inserta en nuestro mundo a través de una cultura popular y masiva que tiene muchos actores: Kubrick y sus naves danzando en el espacio exterior o Leonard Cohen con su versión de los ya citados versos de Lorca en Take this vals y sobre todo en el Concierto de Año Nuevo. Terminemos donde empezamos, con Riccardo Muti cuando concluye diciendo que el vals entra naturalmente en tantos hogares, pues encaja perfectamente en la atmósfera de la mañana del 1 de enero; hay esperanza hacia lo que viene, pero también nostalgia por lo que fue.

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[1]  Estos datos no son de procedencia wikipedíca sino del Diccionario de la Música de Alberto González Lapuente (Madrid, 2011).
 
 
 

concierto-de-ano-nuevo-de-vienaConcierto de Año Nuevo en Viena

 
 
 
EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

 
 

Joseph Roth, Autorretrato

Joseph Roth
(Autorretrato)
3 de noviembre de 1938
París

 
 

Joseph Roth (1894-1939) es uno de los escritores fundamentales del «mito habsbúrgico»; si se hiciera un panteón literario del águila bicéfala él ocuparía el lugar de honor debido a dos de sus obras: La marcha de Radetzky (1932) y su continuación, La cripta de los Capuchinos (1938).

   Roth nació en la Galitzia austrohúngara (hoy repartida entre Polonia y Ucrania) en una familia judía que le permitió terminar sus estudios universitarios de Humanidades en Viena. Durante la 1ª Guerra Mundial estuvo alistado en el ejército austro-húngaro y tras la contienda comenzó una notabilísima carrera de periodista, primero en Viena y luego en Berlín. La llegada de la peste del nazismo le hizo huir a París, donde continuó sus trabajos periodísticos  y literarios. Sin embargo, las penurias personales, económicas y el alcoholismo le llevarían a una degradación que acabaría con su vida el mismo año en que comenzara la Segunda Guerra Mundial y que se publicara su novela La leyenda del santo bebedor.

   En su novela Fuga sin fin, publicada en 1927, vemos un anticipo de la que sería su propia vida de judío errante por una Europa que aún con las heridas abiertas de la Gran Guerra se precipitaba a otra guerra, la cual se ahorraría sufrir. Al final de su vida se convertiría al catolicismo, según dicen, como último homenaje al Imperio austro-húngaro al que sirvió como combatiente y como rapsoda en una Europa de las naciones donde no acababa de encajar. Como otros de nuestros héroes postimperiales literarios, su alter ego literario en esta novela, el teniente austríaco Joseph Tunda, se sentía como un muerto en vida, como un «hombre joven sin nombre, sin importancia, sin título, sin dinero y sin profesión, apátrida y sin derechos».

   La novela es una Odisea de entreguerras que llevará al joven Tunda desde un campo de prisioneros en Siberia hasta el mismo París que vio morir al autor, pasando por la primigenia Unión Soviética, la Alemania de Weimar y la insulsa Viena republicana. Como el Odiseo homérico iba en busca de su patria que tenía nombre de mujer, en este caso Irene Hartman. Buscaba reencontrarse con su prometida («bonita, inteligente, rica y rubia») pero ésta, al contrario que Penélope, terminó casándose con un rico pariente propietario de una fábrica de figuras de yeso. Buscaba el imposible de retomar el que parecía ser su futuro si la guerra y el imperio no se hubieran perdido: reencontrarse con Irene y desfilar por la Ringstrasse «todo rodeado por el suave toque de tambores de la marcha de Radetzky».

   Sin embargo, el único desfile que encontró fue el de «hombres jóvenes, armados con bastones [que] marchaban en doble fila detrás de pífanos y tambores[…] Los jóvenes marchaban con rostros serios, nadie decía una palabra, marchan hacia un ideal». Ese ideal de cruces gamadas no era el suyo, es más, no sabía realmente si lo que buscaba era un ideal. Era un héroe perdido que lo que se encontró fue una Europa burguesa que miraba asustada a la Revolución. Una palabra que asociaba a «débiles imágenes de barricadas, populacho y [al] profesor de historia de la escuela militar». Y bien que vivió la Revolución, ya que llegaría participar en la sangrienta Guerra Civil rusa (1919-1920) por el amor a la camarada Natacha, una bolchevique fanática que lo llevó por los campos de batalla de Ucrania, el Cáucaso, el Volga y los Urales. Sin embargo, pronto descubrió que el amor de su Circe era un espejismo que acabó en hartazgo por la revolución y el nuevo orden soviético, donde «no existía la vida privada», en palabras de Strelnikov, otro fanático bolchevique, que era uno de los personajes de la película Doctor Zhivago (1965). Tunda acabaría descubriendo que la Revolución no se hacía contra la pérfida burguesía sino «contra los panaderos, contra los camareros, contra los pequeño vendedores, los ínfimos carniceros y los criados de hotel sin ningún poder».

   El autor nos dice que Tunda descubrió que ante todo era un hombre libre, «en el fondo era un europeo, un “individualista”, como dice la gente culta. Para vivir plenamente, necesitaba situaciones complicadas». Un europeo como su amigo Zweig, otro judío errante que sólo le sobreviviría unos años más.

   Tunda era un héroe crepuscular que sin pretenderlo buscaba a una mujer que simbolizaba todo lo que él entendía por hogar. Era como el personaje que interpretaba John Wayne en la película de John Ford Centauros del desierto (The Searchers, 1956). Como el austríaco, era un excombatiente de una causa derrotada que buscaba a su sobrina, la joven Natalie Wood, que había sido raptada por los indios. Esta búsqueda de lo femenino es la misma que retrataría el novelista Charles Freizer en Could Montain (1997) y que el cine también hizo popular en una película homónima.

   Pero en nuestro caso, el joven Tunda se dio cuenta que su mundo no estaba en aquella Europa de superviviente. «En ese mundo no se sentía en su lugar. ¿Dónde estaba su lugar? En las fosas comunes». Si recuerdan, es lo mismo que pensaba otro héroe postimperial, el exoficial Menis (El Estandarte, 1934). Frente a la tumba al soldado desconocido en París, bajo el Arco del Triunfo, se dio cuenta que ésta no se hizo para honrar a los muertos sino para tranquilizar a los supervivientes. Roth anticiparía el que sería su estado de ánimo alcoholizado en el París que le vio morir al decir que su personaje se sentía como «si todos estuviéramos allí abajo, todos los que salimos un día de nuestra tierra, los que cayeron y fueron enterrados y los que volvimos pero nunca regresamos a ella, pues da lo mismo que estemos vivos o enterrados. Somos extraños a este mundo, venimos del reino de las sombras».

   Sombrío final que le llevaría a vivir en hoteles ya que su hogar  desapareció un 28 de junio de 1914 y fue enterrado definitivamente un 30 de enero de 1933. En palabras del Antonio Muñoz Molina, Roth-Tunda «perteneció a la primera generación sometida a la burocracia patriótica de las fronteras, y por eso añoró más la benévola libertad de movimientos del imperio austro-húngaro. Perdido aquel país, ya no se asentó en ningún otro. Decía que ya solo los hoteles despertaban su lealtad patriótica».

 
 
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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

 
 

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

 

traki

 

Traigo a estos andurriales imperiales a José Miguel Ridao, amigo, compañero y «diletante incorregible», según sus propias palabras. De la cepa sevillana de Zweig y de la centroeuropea de Chaves Nogales,  tiene una viva inquietud por el mundo de la 1ª Guerra Mundial y la literatura. Cual húsar húngaro, aceptó el guante que le envié con mis padrinos y trae a esta serie una colaboración sobre uno de los poetas menos conocidos de la Gran Guerra: Georg Trakl y nos regala un bosquejo de su vida y obra y unos poemas que él mismo ha traducido.

                                                                                                      (Pablo Romero Gabella)

 

El poeta austriaco Georg Trakl tuvo una vida corta, tan sólo 27 años, pero en ella están resumidos de una manera aterradora los estertores del imperio austrohúngaro. Ya en la fotografía que se le hizo a los tres años de vida muestra esa expresión intensa, de una tristeza conmovedora, como herido por una vida que aún no había empezado para él. Nunca le abandonó ese rictus trágico, hasta el suicidio final destruido por el alcohol, la cocaína y el horror de la Gran Guerra. Con dieciocho años comenzó a trabajar, toda una premonición, en la farmacia Weißen Engel, de su Salzburgo natal. Pero no fue ese ángel blanco, entonces legal, quien arruinó su vida, sino el veneno inoculado por la vanguardia, la conciencia abrumadora de un arte que reclama la vida de sus servidores. Y el pequeño Georg ya estaba señalado por el destino como uno de sus príncipes oscuros.

   Trakl fue reclutado para la Gran Guerra como farmacéutico militar en 1914. Participó en la batalla de Grodek, y tuvo que atender a decenas de heridos graves sin medios, sin medicamentos, sin anestesia. A esos hospitales de Galitzia se les bautizó como «pozos de la muerte». No lo soportó: cayó en una depresión profunda, lo enviaron a un hospital militar de Cracovia. Ya no regresó al frente. Wittgenstein, su mentor, acudió a visitarle, pero llegó tarde: el poeta se había suicidado con una sobredosis de cocaína. Tan frágil como los más grandes, como su admirado Hölderlin. Poco antes de morir escribió el poema «Grodek», inmenso:

 

GRODEK

 

Al atardecer retumban los bosques otoñales
de armas mortíferas, llanuras doradas
y lagos azules, mientras el sol
avanza lóbrego; la noche envuelve
a guerreros moribundos; los lamentos salvajes
de sus bocas destrozadas.

Y sin embargo, la paz reina en los pastos
de nubes rojas; donde habita un Dios furibundo
que vierte su sangre. Está gélida la luna;
todos los caminos desembocan en la negra putrefacción.

Bajo el follaje dorado de la noche y las estrellas
vacila la sombra de la enfermera hacia el bosquecillo silencioso,
para saludar a las almas de los héroes, las cabezas sangrantes.
Suenan apagadas en los cañones las oscuras flautas del otoño.

¡Oh, dolor orgulloso! Tus altares de bronce,
la llama ardiente del espíritu, alimenta hoy un inmenso dolor,
los nietos que no nacerán.

   En otro poema conmovedor,«An den Knaben Elis (al niño Elis)», Trakl nos transporta de la mano de un muchacho muerto, que no sabe que está muerto, hacia el fin de una época.

 

AN DEN KNABEN ELIS

 

Elis, cuando el mirlo llame en el bosque negro,
ése es tu ocaso.
Tus labios beben el frescor del manantial azul nacido de la roca.

Deja, cuando tu frente sangre levemente,
pasar remotas leyendas
y oscuros augurios del vuelo de los pájaros.

Pero tú avanzas con pasos suaves por la noche,
cuelgan plenas las púrpuras uvas
y mueves los brazos grácilmente en el azul.

Suenan unos zarzales
por donde están tus ojos de luna.
Oh, cuánto tiempo hace, Elis, que estás muerto.

Tu cuerpo es un jacinto,
en el que un monje hunde sus dedos de cera.
Una caverna negra es nuestro silencio,

De ella asoma a veces un animal manso
y baja despacio los pesados párpados.
Sobre tus sienes gotea un rocío negro,

El ultimo oro de estrellas que declinan. 

 

   Ludwig Wittgenstein, su gran admirador y mecenas, tenía una fe a la vez ciega y clarividente en su amigo: «Yo no llego a entender la poesía de Trakl, pero su lenguaje me deslumbra, y es lo que mejor idea me da de lo que es el genio». Trakl estaba  dotado de una sensibilidad ultraterrena, hasta el punto de sentir la presencia de los muertos invisibles. Tras la terrible batalla le causaba pavor la multitud de nietos no nacidos de aquellos hombres jóvenes que en vano trató de curar. En ellos situaba la mayor tragedia como seres ausentes, fuera del tiempo y, por eso mismo, puros, blancos en su luto de muerte antes de vivir. No vivió para ver la consumación del fin de una época a la que él ya contemplaba en la distancia. Su vida fue un perenne atardecer, y su mérito consistió en sacar belleza de tanta podredumbre.

 

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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

 

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

 

Pte. Erzsebet, Budapest 2003El Puente de Erzsebet
Budapest
[Foto: LGV 2003]

 

Como dicen la mayoría de sus biografías, el escritor húngaro Sándor Márai (1900-1989) se suicidó en su residencia californiana meses antes de que cayera el Muro de Berlín en noviembre de 1989. Y esto se reitera porque su biografía es un resumen biológico de ese «corto siglo XX» al que se refería el historiador Eric Hobsbawm. Un siglo que otro húngaro, el poeta Imre Kertész, llamó «ese pelotón de fusilamiento en servicio permanente». Huyendo de esto, Márai abandonaría para siempre su país en 1948 y no vería el fin del régimen comunista por muy poco. Todo en Márai parece una apoteosis del adiós, de la nostalgia. Por ello no es casual que tratara en su obra la nostalgia por excelencia: la del imperio austro-húngaro. Su obra más representativa en este aspecto es una pequeña novela titulada El último encuentro, escrita en 1942, cuando Hungría estaba luchando al lado de Hitler en la guerra mundial. Cuando el humo de los crematorios del exterminio nazi comenzaban a oscurecer el centro y este europeo, Márai creaba una pequeña obra nostálgica con un argumento imposible. Éste era el reencuentro de dos amigos y camaradas de armas durante el Imperio en una mansión aristocrática y decadente («donde se desmoronan los restos de varias generaciones»), al cuidado de una vieja ama de llaves y donde reside uno de estos amigos, al que solo conocemos como «el general». El otro amigo, Konrad,  que se ha nacionalizado británico tras 40 años de estancia en Malasia, realiza algo poco creíble: entrar en un país enemigo en plena guerra.

   Pero obviando este aspecto, la novela es como una gota de ámbar prehistórico que ha guardado algo del pasado imperial; un «Parque Jurásico» de una época tan pasada como el Precámbrico: la del esplendor de la civilización burguesa que tanto fascistas como comunistas llamaban, con desprecio, «mundo decadente». Un mundo donde, en pensamientos del protagonista, «la sensación de que la vida era una fiesta desesperada, una fiesta trágica y majestuosa, cuyo final se proclamaría con el sonido de las trompetas y con el anuncio de alguna orden nefasta». De nuevo el pasado como una fiesta, tal como ya hemos visto en las obras de Banffy y Lernet-Holenia. Pero además de la fiesta ese viejo «mundo de ayer», tal como lo veremos en Zweig, era un mundo ordenado donde cada cual sabía cuál era su sitio: «todo era demasiado hermoso, demasiado redondo, demasiado perfecto. Uno siempre teme tanta felicidad odenada».

   Ese mundo feliz y ordenado se rompió para los tres protagonistas de la novela, -y digo tres porque a los dos amigos se une el fantasmal recuerdo de Krisztina, la mujer del general-  un día de octubre de 1900 cuando algo ocurrió entre ellos. Cuarenta y dos años después, los dos antiguos camaradas intentan comprender lo que verdaderamente pasó.

   La novela se divide en dos partes claramente diferenciables: la primera es el recuerdo de la época de esplendor del Imperio que el general nos relata; la segunda es la del encuentro que más que un diálogo es un monólogo por parte del general y que bajo mi opinión es la parte más decepcionante de la novela. Es una parte donde abundan sentencias tales como «la amistad es la relación más noble que puede haber entre los seres humanos». Por tanto, para nuestros propósitos lo más interesante de la novela es la primera parte, donde vemos reflejados los principales tópicos de la literatura sobre el fin del Imperio. Así vemos que el Imperio se nos presenta como un estado multiétnico pero en cuyo seno incuba el mal futuro de los nacionalismos. Esto lo advertimos en la descripción de la ciudad natural de Konrad, en la Galitzia : «sus habitantes –ucranianos, alemanes, judíos y rusos- vivían en un bullicio oficialmente controlado, como si existiera en la ciudad, en las casas oscuras de aire viciado, una corriente cada vez más fuerte, una especie de revelación o simplemente una insatisfacción mezquina y murmuradora». Este presagio se cumpliría en 1918 cuando implosionó  el viejo imperio de manos de una masa provinciana bien lejana del cosmopolitismo vienés, que «para volver a pronto a sus pueblos polacos, estaban destruyendo un imperio» (Alexander Lernet-Holenia, El Estandarte, 1934).

   Frente al anuncio de destrucción ambos amigos, a finales del siglo XIX, representaban, como jóvenes oficiales, el papel de guardianes del imperio, que velaban «por los sueños y por la seguridad del emperador y de sus cincuenta millones de súbditos, aunque no hicieron otra cosa que llevar su uniforme con dignidad y frecuentar la alta sociedad, oír valses, beber tintos franceses, charlar con las señoras…»

   Otro elemento prototípico es la figura del emperador, clave de la bóveda imperial, y el único que «era capaz de mantener el orden: el emperador, que era a la vez un sargento jubilado y Su Majestad, un simple funcionario y un grande seigneur, un rústico y un soberano». A él le debían fidelidad absoluta que es otro de los tópicos de esta literatura finisecular, como ya hemos podido comprobar en otras obras aquí reseñadas. Una fidelidad, una obediencia, que «era algo más profundo que el respeto a unas cuantas reglas. Había que llevar la obediencia en el corazón: esto era lo más importante. Había que tener la convicción de que todo estaba en su sitio».

   Unida a la fidelidad estaba su némesis: la traición, un tema que impregna toda la novela. Aquí es donde observamos el conflicto entre dos hombres hermanados en el deber y en el espíritu. Konrad es un desengañado del imperio, que incluso ha cambiado de nacionalidad y que nos dice (en uno de sus pocos parlamentos en la novela): «¿qué queda de todo aquello? Lo que mantenía todo unido, esa argamasa secreta, ya no existe. Todo se ha deshecho, se cayó a pedazos. Mi patria era un sentimiento. Ese sentimiento resultado herido…lo que juramos ya no existe…Todos han muerto…todos han traicionado lo que juramos. Hubo un mundo por el cual valió la pena vivir y morir. Aquel mundo murió…» Como en los personajes que ya nos son familiares (Menis, Bagge…) el general le responde: «para mí, aquel mundo sigue vivo aunque en realidad haya dejado de existir. Sigue vivo por el juramento».

   Esta lucha de caracteres sobre el significado de una época, de un mundo por el que mereció luchar, lo encontramos en la obra de otro nacionalizado británico, que como el personaje de Konrad, recorrió los mares del Sur; nos referimos a Joseph Conrad, que en esa pequeña joya romántica que es Los duelistas trata el mismo conflicto que nos relata Márai, pero centrado en otro imperio mítico-decimonónico: el napoleónico.

   Como en El último encuentro, dos oficiales de caballería  acaban enfrentándose (esta vez de forma cruenta) por una razón que también reviste forma femenina pero que acaba siendo secundaria. Así encontramos a dos caracteres completamente diferentes (pero complementarios); por un lado, el racionalista y «realista» D`Hubert, y por otro, Feraud apasionado y adicto hasta el tuétano al emperador. Como el general de Márai, el Feraud de Conrad le responde a su antiguo camarada que «jamás amó al Emperador. La imagen de aquel héroe sublime, encadenado a una roca en medio del océano, resta a tal punto valor a mi vida que recibiría con placer su oden de volarme los sesos».

   Con esta analogía literaria decimos un adiós a esta obra que como en la novela de Conrad «empezó en el misterio, se desarrolló en el misterio, y al parecer ha de terminar en la misma forma».
 

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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella