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LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera

Luis Cernuda en la calle del Aire
Sevilla
1928

La foto está tomada por Juan Guerrero Ruiz, en una visita que hizo a Sevilla. Guerrero publicaba poemas de Cernuda en sus revistas literarias. El poeta vivió en una casa de la calle del Aire desde 1918 hasta julio de 1928. Tras la muerte de su madre, vende la casa y se muda unos meses a una pensión, antes de abandonar definitivamente Sevilla en septiembre de ese mismo año.

***
CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012:
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS»
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO». Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012

Tres Cruces, 11
Coyoacán,
México, D. F.
Noviembre 11, 1956

Querido Vicente Núñez:


Me ha alegrado tanto recibir estos dos libritos. Son tan feos los libros españoles, tanto los de ahí como los de este continente, que señala uno con piedra blanca la edición atractiva. Tenía además muchos deseos de leer su elegía. Parece que ya otra vez estuvo aquí, pero yo no recogí el paquete. Los libros españoles y argentinos pagan aquí aduana, y ya una vez tuve que renunciar a los ejemplares de mi traducción de Shakespeare, que me enviaban desde Madrid, por lo absurdamente elevado (e injusto) de los derechos. Con más razón no quise recoger un paquete cuyo contenido suponía eran libros de Prados, el profesor Alonso, etc., que ni como regalo me interesa recibir.

Pero en fin, aquí está su elegía, que he leído y releído con la simpatía e interés más vivos. Si fuese menos extensa me gustaría enviársela copiada por mi mano (como hizo una vez Rilke con algún poema de un amigo), para que usted se viera, como en espejo, con la gracia melancólica que tienen sus versos para mí, reflejado por mi mano.

No sabe el temor que tengo a hablar a otro poeta de sus versos; y eso por varias razones. De un lado, recuerdo que ahí libraba su vanidad y su egoísmo J. R. Jiménez, con elogios interesados, que esperaba volviesen a él centuplicados, a salvo de insultar luego al mismo poeta si éste cobraba alguna reputación. De otro, mis observaciones serían, como es inevitable, resultado de mi propia experiencia, y por lo tanto inútiles para usted.

Además la experiencia propia ni siquiera es válida para uno mismo, pasado el momento que la deparó. Lo que aprendí ayer no me sirve para hoy, puesto que hoy es otra cosa lo que busco. Con más razón aún en el caso de usted, cuyos propósitos no hago sino vislumbrar a través de los versos suyos que conozco y a través del tiempo que separa su edad de la mía.

¿Conoce usted a Rafael Álvarez Ortega? Me gustó repasar sus dibujos, que tienen cualidades líricas, aparte de las plásticas, naturalmente, propicias para suscitar la simpatía de uno como yo. No sé por qué, viendo sus dibujos, recordaba la escena primera del acto primero de la tragedia Edward the Second, de Marlowe. Supongo que Álvarez Ortega no conocerá eso; ¿por qué no se la lee Bernabé? El pasaje comienza: “Sometime a lovely boy in Dion’s shape”.

Por cierto, dígale por favor a Bernabé que no guarde mis versos para el número de la generación del 25; que ya recordará que le dije no quería tomar parte en dicho número, por las razones indicadas entonces. Además, puesto que en este año se cumple el segundo centenario del nacimiento de Mozart, es mejor publique mis versos en este año, si hay tiempo para ello.

Le saluda afectuosamente

Luis Cernuda

Aclararé que aquí sólo pagan aduana los libros españoles cuando se trata de dos o tres libros, por lo menos. No el envío de un solo libro o de dos o tres libritos.

De «Epistolario inédito», recopilado por Fernando Ortiz

Sevilla

1981

***

Dibujo de V. N.

YA me ha borrado Dios de tus orillas
que tenían la arena que era el pan de mi sangre
y el agua de los ojos para verte por ella
y el árbol que en mi fiebre levantaban tus manos,
sobre todas las tardes de la tierra que ahora te morderán las piernas.
Me voy, óyelo, amigo;
me voy tras ti, si es que en el campo
una cruz no me oculta las astas de tus brazos
convertidos de pronto en raíces de plantas.
Me voy soltando fechas, recuerdos, hojas, libros,
todo lo que tenía un sentido de vida
a la luz de tu cuerpo sembrado ya en los campos.
Los campos, sí. Recuerdo el aire decaído tras las viejas encinas,
tu espalda y los tapiales en el duelo tan breve de cercar los maíces,
la luz de los habares,
las venas gobernantes del vaivén de tus manos,
gracias a cuyo impulso
los ríos, todavía, son de una desganada hermosura.
Me voy y engaño a lo que va conmigo
con silencios y esperas, prometiendo regresos
a lo que ya sin ti se hundió para siempre,
porque hasta el llanto mío es llanto tuyo
o vacío gimiente de tu ausencia en mi pecho,
ruido tuyo olvidado entre mis huecos,
tú en pena de mi carne arrastrado
para valer la muerte en humanas congojas.
Qué bien te va lo verde bajo los olivares,
con cabellos de yerba y espárragos de trigo
cual cortinas de flecos velándote los polvos tan manchados de viento.
Qué larguísima la calle de esos naranjos viejos,
cuyo número ofuscan el sitio de tu casa.
Qué azul la lejanía, la sierra, las ermitas
que pudieron diseminarse porque era largo tu brazo.
Qué soledad las recuas; la vacada;
ya sin los silbos del pecho que te hacía la tarde,
el guijo con la honda del arco de tus piernas,
la vara del olivo, la pedrada y las risas,
el salto que asustaba la candidez inmutable de los ríos,
porque eran como de metal tus gritos tras el resumen de tus dientes.
Quiero acercarme al césped,
porque en tierra te piso a cada instante
y porque eras el aire que se mete en pulmones extraños
recorriendo sin cese todas las extensiones.
Quiero golpear y romper, partir el suelo
y que responda tu armazón con trepidar de tumba,
como un terremoto que derribe las cajas de los nichos de yeso
saliendo tus hermanos a cortejar mis iras.
Quiero ponerte tieso, alto palo de nardo que habías sido,
pincho, ciprés, andamio, amigo, vivo tiesto,
torre viva trepada impunemente,
como si torre y tapia fueran cosas iguales.
No quieto ya, tú que movías las hojas de los árboles
a una breve mirada convertida en deseo
y las hacías llover sobre los parques
porque te fascinaba el aire rompiéndose en añicos de yerba.
No quieto en la espesura,
allí donde no llegan las levísimas cañas del olfato.
No quieto entre las zarzas,
cuyas moras de vino inflamaban tus labios.
No quieto para siempre entre esos desniveles
que cubre el trigo verde con su dormida indiferencia,
allí junto a las piedras que cercan la cisterna de tu huerta irritada,
sobre la cual un día nos echamos un pulso.
No quiero, fleje, mimbre, pez de las playas y esquina de las olas.
Tú estás en la corriente de todos los ríos
que descienden furiosos hacia mares nutridos.
Saltimbanqui de las estrechas gotas que esparcen las libélulas,
sobre sus lomos fresa llegas a los jardines míos,
a mis pasos de ahora,
en estos pies buscándote a sirga de tu impulso,
húmedos de tu tacto por mis dedos sentido.
Pero en reposo no. No con la tierra, sino por ella siempre.
Demoliendo sus mármoles que alumbran nieve antigua,
acribillando los carbones brillantes con tus manos de hueso,
segador de gredales,
las velas del grafito con llamas del color de tus ojos,
revolviendo, tocando, ¡tocándote!,
mezclándote las rocas en un sitio ignorado
y diferente siempre de la tierra que piso.
Ya sé que ahora no estás como en aquellas mañanas de septiembre o de mayo,
pálidamente azul, por los barrios de todas las ciudades,
poniéndole macetas robadas de otras casas al balcón ladeado de la niña de enfrente.
Porque el otoño a ti se ha ido ahora, delgada línea viva,
tú tan breve de caña como el pulso de los juncos del río.
Con el oro leñoso de nuestras bellas tardes
yo invoco en ti al otoño.
Yo digo que no mueren sin padecimiento las hojas
tras el hondo gemido que apabulla a los árboles,
que hay recuerdos, no muertos, de un aire imaginado
antes de que tu cintura conociera las desatadas bridas de la primavera,
que fue exenta la historia de nuestra fraternidad
bajo las oscuras islas de los tilos.
Pero digo también mi llanto y el otoño se calla.
Digo que si el vigor se quiebra tú por qué no respiras
al solo nombramiento de esa espiga gimnástica,
tú por qué no te rompes dondequiera que latas
y por qué no recalas a los sedosos látigos de la muerte,
tú que ardías al instantáneo sol de los cuchillos,
semejante a los gallos tercos de las peleas.
A ti la luna, que soldaste por las noches con tu dedo a las torres,
se te estará creciendo en pañales de lágrimas
sobre los ojos huecos y marchitos.
Pobre luna que te abría las puertas y alumbraba tus raptos por casi nada nada.
Pobre luna sin el vaho de tus labios,
nublada luna imperfectible ahora,
ya sin tus dedos sagitales y duros
que limpiaban su vidrio empañado en las camas de los tendidos eternos.
A ti las gavillas recientes de nuevas podres humanas
un frescor nuevo quizás a tu lado amortajen,
y reirás de tanta macicez infecunda,
tú, esencia de nervios casi siempre intocados.
Y fuera nos quedamos…
Sobre la frente con la mano puesta me quedo en las salidas
y en los humilladeros a voz pelada buscándote te llamo.
Pero sólo diviso lejanos fogariles,
alcandoras precarias, presagios, vientos sucios,
vacíos vientos pobres formados en las chozas de todos los pordioseros que aúllan.
Y sin embargo tu voz se calla con la muerte
que era la única que podía adelantarse a tus palabras.
¿Recuerdas esa gran travesura que era siempre narrar que te morías?
¿Recuerdas que eras niño y medías el tiempo según costumbre tuya?
Las frutas se antojaban al reclamo del tacto,
sólo tus pies tensaban la humedad de los aljibes,
tus pies de imaginaria sensualidad herida
como norias de fiebre dentro de las chabolas.
Pero ya estás tendido, como fardo que llevan a inconcusos lugares
a los que no se sube llorando humanamente.
Inasequible, alto,
trasladado.
Calla ahora si puedes
y que mi llanto te llore siempre muerto para nunca olvidarte,
como cuando a mi lado estabas vivo.
Calla para que no te resucite la invocación
ni la envidia de la muerte te salve,
porque muerto te lloro y más vivo te siento
perdido con la ausencia de un tenerte más hondo.
Calla, porque mis ojos traen locura de estancias y guiños de sepelio,
calla, porque en el muerto corazón de los bosques
la ceresina muge lentamente de pena,
ella que había sentido tantas veces
la yema torpe de tus dedos
y el frescor de acequia que era tu vientre descendido.
Camina, sí, camina, si lo hacen esos recientes amigos tuyos y tan raros,
pero di cosas bellas en las tardes que tengas de largos paseos, montaña tras montaña.
Camina con palabras que me vayan haciendo conocido de todos
y haz que anhelen mi llegada tan persistentemente como tú sabes infundirlo.
Aligérame el paso, amigo, amigo,
puesto que ya conoces el ritmo del que cruza su carga de destinos,
y cumula en mis pies los estiércoles vivos de la maduración postrera.
Y cuando estés cansado y vuelvas, de regreso,
no olvides que la llave de tu casa la guardas
en el primer bolsillo siempre como entonces.
1951

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De Poesía. Ed. Diputación Provincial. Córdoba, 1986; págs. 21 a 25

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CERNUDA EN «CARMINA»:

LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012:
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS». Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012

Tres Cruces, 11
Coyoacán,
México, D. F.
Abril 12, 1956

Querido Vicente Núñez:

Hará diez o doce semanas que Ricardo Molina me anunció el envío de «Cántico», pero los ejemplares no llegaron, y sólo ahora recibo el ejemplar que pedí por avión. Le digo esto como excusa de no haberle escrito antes, para agradecerle sus páginas en dicho número.

Me han interesado y sorprendido en extremo; me han interesado y sorprendido más que nada de lo que sobre mí se haya escrito. En verdad no esperaba ya que alguien me comprendiese tan bien y viese en mi trabajo lo que yo creía haber puesto en él.

Lo que extraño es que usted haga ese comentario ateniéndose a toda una fase de mi labor que estaba ya fichada como «fina», archivada y olvidada. Yo mismo, resignado a todo eso, si a veces pensaba en mi trabajo, creyendo ver en él algo de lo que usted, de manera tan brillante, me enseña a mí que en él hay, sólo lo refería a lo escrito en los últimos quince o veinte años.

Cierto que de ese trabajo último usted sólo puede conocer una parte reducida, pues que el resto está inédito. Leer a un poeta y aceptar sus palabras con el sentido que ellas tienen, y no otro que pretendamos darle, parece cosa sencilla; pero hace tiempo que sé es la cosa más difícil. Así, quienes han tenido la gentileza de ocuparse de mí, siempre han tratado de tirar de mí hacia ellos, queriendo dar a mis escritos una significación existente a priori. Por ejemplo: «nuevo romanticismo», «poesía pura», etc.

Hasta el aspecto que llamaré «elogioso» de su crítica, que muchos sin duda considerarán excesivo (yo ahí no puedo tener voto), resulta de su consideración crítica y no viene precediendo a ésta, como es costumbre entre nosotros. No obstante quiero decirle cuánto agradezco lo que escribe, excesivo o no, y cuánto bien me ha hecho, precisamente por no estar acostumbrado a esa comprensión, ni esperarla ya.
Muchas otras cosas le diría, pero no es posible en sólo una carta.

Su amigo

Luis Cernuda

Parece que Bernabé Fernández-Canivell me envió un libro de usted juntamente con otro del profesor Alonso (qué humoradas las de Bernabé), y que yo, conociendo a Bernabé, no recogí el paquete. Ahora que sé venía allí un libro de usted, lo siento en extremo.

De «Epistolario inédito», recopilado por Fernando Ortiz

Sevilla

1981

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Vicente Núñez
Lisboa
Foto: LGV
1998

La soledad cerrada

¿Es la soledad de Luis Cernuda –la soledad cerrada y no obstante dispersa como una viva pasión inútil-, algo relativo, que tenga que ver directa o indirectamente con alguna de las formas tradicionales del heroísmo en que cristalizaba la soledad meridional? A una soledad barroca, que cifre en el incesante peregrinaje sus conclusiones éticas, suele notársele el jubiloso polvo caminero de su conforme e íntima libertad. El peregrino insociable representaba un caso extremo de confianza en el poder social y resolutivo de la persona solitaria, volcada sobre el libre juego de su función andariega. Pero ni aquí ni a ninguno de los moldes clásicos de la figura del solitario –desde la múltiple tipología de los filósofos grecolatinos hasta el elegante «retiro» del renacentista-, ni siquiera, pese a sus interesantes puntos de contacto, a la soledad del absurdo y la «náusea» del existencialismo, puede ser referida la contagiada y difícil soledad de Luis Cernuda.

Ya desde el principio, en las primeras composiciones que el poeta fecha entre 1924-1927, delimita Cernuda el incomunicable grado de su soledad individual. Soledad de su íntima contextura humana, falta de los hilos imprescindibles de unión a una realidad grave a la que, sin embargo, roza y capta con todas sus fuerzas vitales. Soledad del mundo encerrado en altos muros, sin otro sentido que el propio vacío que contienen. Soledad pavorosa, única en la poesía española, a la que entrega el poeta el naufragio de su vida, su desdén íntimo que busca los otros desdenes de la tierra.

En soledad. No se siente
el mundo, que un muro sella…


A medida que avanza Cernuda en su proceso de autoconocimiento, crece la claridad funesta de las cosas externas. Poeta y mundo, intuición y sentimiento, se frotan en la imagen de un abrazo insuficiente y terrible, casi absurdo, como sus vagas proporciones existenciales.

Sí, la tierra está sola, bien sola con los muertos…
Sí, la tierra está sola, a solas canta, habla…
En la noche sin luz, en el cielo sin nadie.

Lejos de todo ontologismo nocturno, desde el cual el pensamiento romántico asignaba a la noche el poder revelador de las «herencias fatales», como en el caso significativo de Tiutchev o de Alejandro Blok, poetas de efusión trascendente y confusa conciencia profética, Cernuda hace incomparablemente objetiva la soledad, la aloja en el ámbito entero sobre el que vagan sus himnos; «en la noche sin luz, en el cielo sin nadie»: densos abismos de la soledad última. No hay en esta soledad de Cernuda una queja siquiera de íntima angustia que perforara los velos de la fría y terca reclusión profunda, un aliento de congoja libertadora. Y cuando grita lo hace como en una hybris desmesurada de derrumbe:

Gritemos sólo,
gritemos a un ala enteramente
para hundir tantos cielos,
tocando entonces soledades con mano disecada.

«Tocar soledades», cuyas emanaciones envenenan el alma de un afán extremo de soledad perfecta. Soledades desplomadas como cuerpos y soledad extensa, absorbente del  poeta en su intención más alta:

Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma…

Ninguna poesía española ha puesto tanto empeño en asirse a un ideal supremo de soledad y olvido con tanta belleza y orden poético. Ninguna logra anclar una pasión tan firme en el mar temático de su tránsito. Cernuda hecho en la soledad. Cernuda vivo, inmediato hecho de la soledad.

El tiempo en la memoria

De la poesía de Luis Cernuda se desprende un modo temporal de vivir las cosas –las criaturas en su adolescente lucidez instantánea, el amor, la vida toda- que cobra hoy, y pese al transcurso de los años, un sentido vivísimo de actualidad y de paralelismo respecto a las corrientes más avanzadas del arte contemporáneo. Si repasamos las poesía de los maestros pertenecientes a la generación de Cernuda nos sorprenderá, en la mayoría de ellos, un hecho irreparable que pertenece ya a la entraña histórica de la poesía española escrita en lo que va de siglo. Casi toda la problemática de sentido humano de estas poesía, casi todas sus potenciales alusiones al hombre enraizado en la conciencia de la crisis moderna, o bien han quedado subsumidas en sus simples aportaciones técnicas o han sido desplazadas por el aluvión de las nuevas poéticas que tratan el destino del hombre desde bases totalmente distintas. Desde este punto de vista, conviene afirmar que dichas poesías fueron ya superadas. Sin embargo, Cernuda es actualmente, para nosotros, el conductor más fino y profundo de muchas de las inquietudes diseminadas en el ambiente y que tocan de lleno la esencia del poeta, la razón de su canto incluso y su función dentro de la realidad a que pertenece. Su poesía tiene hoy un alcance que de ningún modo le era explícito en los años inmediatos a su publicación, y el hecho de que ya esté a la vista de muchos poetas jóvenes como una de las más claras posibilidades para el futuro próximo de nuestra poesía confirma su fortaleza de maestro y su alto don intocado de testificador: testigo, tal vez, en el estilo de un «desarraigo» poético que se acogiese a la expresión de una tentativa trágica de «venir a ser» por la poesía.

Tiempo es para Luis Cernuda la duración en la memoria. Relativista, relativista como Faulkner, se aísla en los hechos hasta que los pulveriza y gasta con el sol abrasante del olvido. Hombres del Sur, uno y otro han visto fenecer los recuerdos bajo la calina de los cuerpos y de los cielos, en donde hasta la durabilidad del amor o de la belleza se desploma mordida por un desdén superior a ellos. Mas la memoria es ínfima, porque amor y belleza son nada, «una pasión inútil». He aquí entonces el concepto boca abajo: «¿Qué queda –dice Cernuda en el preámbulo a Donde habite el olvido– de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido». Adéndese, debátase el tiempo de la tierra a su sideral altura, donde no alienten «los sentidos tan jóvenes». Por encima del «aquí» y del «ahora»; tumbos que duran el breve espacio de un deseo.

El tiempo en las estrellas.
Desterrada la historia.

¿Existe para Cernuda algo a lo que el tiempo agigante y prenda de un alentar más perdurable, algo también que oponga su resistencia a las amenazas de la terca corrosividad mortal? Sí; por lo pronto, Cernuda que ha podido dejar de creer en el amor, en la amistad y en la vida, tiene fe en su canto; hecho aislado y fuera de él mismo, independiente y sin embargo no aún del mundo. Su canto por donde la fe recobra en la confianza del hombre y en su inmortalidad:

El tiempo, duramente acumulando
olvido hacia el cantor, no lo aniquila;
su voz más joven vive, late, oscila
con un dejo inmortal que va cantando.

Amor color de olvido

El amor es una de las formas más extrañas de posesión del tiempo, de la que éste contiene de plenitud, de logro y de estímulo para el ingreso en una forma tal de vida que pareciera sobrepasar todas las limitaciones de la condición humana. Pero no es menos cierto que una de las características del amor es la inadvertencia de esta su conquista de lo temporal y del valor que ofrece al futuro desarrollo del hombre. Ya hemos visto como el tiempo tiende en Luis Cernuda a refugiarse en los repliegues de una conciencia en extremo distante del concepto corriente de la durabilidad de los hechos, y que era el olvido quien allí, como una seda espesa, aplastaba los sentimientos habituales de la nostalgia, haciendo de la memoria un instrumento negativo y casi contradictorio consigo mismo: la memoria como camino que llevaría «recuerdo de un olvido». Rilke decía que amar significa olvidarlo todo, pero Cernuda va más lejos aún; es el amor quien se hace olvido en sus íntimos accidentes; «amor color de olvido», amor totalizado que tiende a un «más allá» en donde reina la pura y lisa inactividad del corazón:

Pero así no me basta,
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido.

La poesía de Cernuda se ha elevado hasta un intento de conferir contenido religioso a las formas paganizadas del amor. Él ha querido, en esa trágica contraposición constante de la realidad y el deseo, apresar la belleza en lo que tiene de intemporal, de mito objetivado, de tendencia a la transmutación de lo real caduco. Confiesa en Ocnos haber aspirado ardientemente a ese ideal helénico y reconoce sus riesgos, que guiaban su vida «conforme a una realidad invisible para la mayoría, y a la nostalgia de una armonía espiritual y corpórea rota y desterrada siglos atrás entre las gentes». Se impregna de la clase de espíritu romántico de poetas que, como Hölderlin y Keats, aspiran a la evasión contínua y a una inventiva mitologizante de la emoción humana, a fin de preservarla –aunque no necesariamente de hurtarla- de los duros embates de la realidad. Pero en Cernuda se da una materia poética en cierto modo impermeable a las visiones estáticas; su emoción última es refractaria a los bellos e ingenuos disfraces del mitologismo, su corazón rebasa cualquier compromiso contraído ante los cánones de la antigüedad clásica, en lo que ésta debe tener de mesurado equilibrio y proporción armónica entre las fuerzas de lo sensible y lo invisible. Cernuda es, o suele ser formalmente contenido, lentísimo; gélido, algunas veces, en la conducción formal del sentimiento. Pero es sólo una apariencia, una concesión instantánea a las convicciones de la exquisitez de esas mismas formas que maneja. En lo hondo, su vena es agitada, roja, apasionadamente tumultuosa de carga y de arrastre. Los ademanes giratorios y tardos de las liturgias paganas se borran en él por el empuje humano de su desgarro, por su pathos de hombre hincado en las corrientes de su tiempo, por el desdén hacia las vanidades de la belleza intocable, indeformable, inconsumible. Su amor se hace cruento, en un afán tremendo de desgaste, de pérdida, de contaminación caliente de la vida y sus fortalezas humanas:

Vierte, viértete sobre mis deseos,
ahórcame en tus brazos tan jóvenes,
que con la vista ahogada,
con la voz última que aún brotan mis labios,
diré amargamente cómo te amo.

Se despide de las «gracias del mundo» con un sentimiento falto, insatisfecho:

Adiós, dulces amantes invisibles.
siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
guardar los labios por si vuelvo.

Hasta aquí hemos entrevisto la humanización de una trayectoria amorosa, en lo que va desde las invocaciones al amor idealizado y yacente en sus atributos de perennidad hasta la entrega más directa, en que la pasión araña todos sus deseos, satisface todo su anhelo de gasto humano, hiere y mata su última porción de ser. Mas aún queda el decisivo, el grande y personalísimo asunto cernudiano: el olvido. Olvido como forma extrema del amor, como amor desandado, como amor hecho desde el fin a los principios. Olvido que se convierte en una forma pavorosa y desconocida de estar amando. No creo que exista en ninguna otra poesía algo parecido a esta rara forma ascética del amor, que asume en sí misma los conceptos claves de la endeblez humana:

Pero así no basta;
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido

El poeta ha dado con un «non plus ultra» amoroso, cima de toda expresión y pasión. Y todavía hay más:

No quisiera volver,
sino morir aún más,
arrancar una sombra,
olvidar un olvido.

Ya está Luis Cernuda en su soledad cerrada, hecho un olvido de amor, un «amor color de olvido». ¿Levantará algún día a un aire nuevo las alas primeras de su vida, en voluntad rehecha y ascendente, al encuentro con Dios? Deus scit.

Revista «CÁNTICO» núms. 9 y 10 Agosto-Noviembre, II Época
1955
CÓRDOBA

***
CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González

Málaga, 1933

¿Quién fue más sevillano?,

¿quién más triste de serlo?

Max Aub

En este de 2012 serán 110 años los que Luis Cernuda Bidón lleva con nosotros. Son dos los propósitos que me animan en tan temprana fecha (nació el 21 de Septiembre) a señalar el hecho. Uno es que sea «CARMINA», si ella quiere, el primer ente mundial en anunciar el festejo. El otro, pedir a otros, a esos otros que pueden hacerlo bien, adecuadamente, con sapiencia, que en el transcurso del año recuerden, aquí o donde les plazca, a ese sevillano errante. Que aporten sus presentes en tan señalada fecha.

Fue en 1963 cuando el cuerpo de Cernuda comenzó a hacerse polvo. Pero como sucede con el polvo de estrellas (¿o es la lluvia?), el de los grandes poetas no deja de caer sobre nosotros, eterna y levemente. Que lo queramos ver es otra cosa.

Dos de sus poemas arman este pobre homenaje en el CX aniversario del que tenía, quiero decir tiene, perfil de ocnos y aire de quimera. (Homenaje pobre, pero, recuerdo, puede que el primero en todo el orbe; pobre pero difícil, porque elegir dos poemas… al fin se echa mano del azar. Y se siente un repeluco).

COMO LEVE SONIDO

(Los placeres prohibidos)

Como leve sonido,

Hoja que roza un vidrio,

Agua que acaricia unas guijas,

Lluvia que besa una frente juvenil;

Como rápida caricia,

Pie desnudo sobre el camino,

Dedos que ensayan el primer amor,

Sábanas tibias sobre el cuerpo solitario;

Como fugaz deseo,

Seda brillante en la luz,

Esbelto adolescente entrevisto,

Lágrimas por ser más que un hombre;

Como esta vida que no es mía

Y sin embargo es la mía;

Como este afán sin nombre

Que no me pertenece y sin embargo soy yo;

Como todo aquello que de cerca o de lejos

Me roza, me besa, me hiere,

Tu presencia está conmigo fuera y dentro,

Es mi vida misma y no es mi vida,

Así como una hoja y otra hoja

Son la apariencia del viento que las lleva.

Con Gerardo Carmona
Málaga
1933

«Cuando alguna vez que otra le dije, siendo yo un adolescente presuntuoso, que no estaba de acuerdo con que comenzara todos y cada uno de sus versos con mayúscula, porque confundía a casi todos los lectores, o al menos les dificultaba la lectura, especialmente a los menos ejercitados, él me decía, sonriendo con rara benevolencia y golpeándome el hombro: “Ay, Jaime, mira que eres delicado, pero cateto lo eres más, ¡qué cateto eres!”, y entonces rompía a reír en breve carcajada. Era caprichoso, pero de forma natural, ¡si él era un capricho de la Naturaleza!».

Jaime Tarafa Lor

Memorias de un cateto

páginas 32-36

Editorial Oriente

Buenos Aires

1965

LO NUESTRO

(Variaciones sobre tema mexicano)

«Apenas pasada la frontera, en el primer pueblo desastrado y polvoriento, donde viste aquellos niños pidiendo limosna, aquellas mozas con trajes y velos negros, comenzaron a despertar en ti, penosos, los recuerdos. Recuerdos de tu tierra, también pobre y también grave. Y te sentiste tentado de volver a cruzar, sin más, el otro lado de la frontera.

El primer contacto con aquel ambiente, que es tu ambiente, fue difícil después de tantos años. Sólo veías ya su desolación y su miseria, contra las cuales querías protegerte negando cuantas posibilidades, a pesar de todo, pudieran surgir tras ellas. Mas sobrepasado el primer movimiento de rencor atávico, comenzaste a entrever, a recobrar algo bien distinto.

Aquella tierra estaba viva. Y entonces comprendiste todo el valor de esa palabra y su entero significado, porque casi te habías olvidado de que estabas vivo. Acaso el precio de estar vivo sea esa pobreza y duelo que veías en torno; acaso la vida exija, para estar viva, ese abono ruin de miseria y tristeza, entre las cuales ella, como una flor, crece acrisolada. ¿Sofismas? Nada quedaba allá de la trivialidad y el vacío de la vida en las tierras de donde venías.

¿Riqueza a costa del espíritu? ¿Espíritu a costa de la miseria? Ambos, espíritu y riqueza, parece imposible reunirlos. Mas no eres tú, ni acaso nadie, quien ahí pueda decidir. Piensa sólo, si lo que te importa es el espíritu, adónde debes inclinar tu simpatía. Aunque sin tu decisión racional, ya aquélla, sin vacilar un momento, se te va instintivamente a un lado. Oh gente mía, mía con toda su pobreza y su desolación, tan viva, tan entrañablemente viva.»

Con Gerardo y Darío Carmona
Málaga
1933
***
CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS». Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)

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Cernuda, el exiliado, fumando en pipa.

LUIS CERNUDA

Trenzando juncos para los asnos.

Por Enrique Martín Ferrera.
Junio 2009.

A F.Javier Romero Martín.

Recuerdo que era un ejemplar muy ajado, propiedad de la biblioteca pública, con una cubierta remendada que aún permitía leer su enigmático título: OCNOS. Aquel extraño nombre, que prometía maravillas, y su brevedad –los adolescentes siempre están tontamente muy ocupados-, fueron determinantes entonces en mi elección, entre tantos lomos expuestos al alcance de mi mano.

Leí aquel libro en las postrimerías de un verano, durante una siesta embalsamada y luminosa, sentado bajo el castaño de indias que todavía, cada estío, sigue ofreciendo su sombra a quien alcanza esforzadamente a pie el final de la cuesta de subida al castillo de mi pueblo. Lo leí sin pausas, pero degustando morosamente cada línea, como una de esas delicias de la vida que uno se resiste a abandonar y que hacen que extravíe el reloj y proclame para sí la abolición del tiempo. Recuerdo que me costó devolver a los anaqueles municipales aquel librito, y que supe, desde aquella misma tarde, nada más concluir sus páginas, que Luis Cernuda, con toda aquella belleza surgida de la palabra, me acompañaría en adelante en el camino, alentándome siempre; desde una cercana lejanía, como lo hacen las cartas de un amigo muy querido que se quedó cuando nos fuimos, o se marchó cuando nos quedamos; que todavía nos escribe de cuando en cuando, y al que seguimos reconociendo, y sintiendo próximo, a pesar de la distancia y sus privaciones.

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Goethe.

Los días que siguieron a aquella primera lectura volví una y otra vez a aquel nombre: Ocnos. Porque, ¿quién era Ocnos? Aunque intuía en el uso hecho allí de su nombre cierta referencia a la labor artística, ¿cuál era la exacta relación de aquel personaje y su curioso quehacer con el contenido del libro? Sólo se le mencionaba en la cita de Goethe que abría la obra:

Cosa tan natural era para Ocnos trenzar sus juncos como para el asno comérselos. Podía dejar de trenzarlos, pero entonces ¿a qué se dedicaría? Prefiere por eso trenzar los juncos, para ocuparse en algo; y por eso se come el asno los juncos trenzados, aunque si no estuviesen habría de comérselos igualmente. Es posible que así sepan mejor, o sean más sustanciosos. Y pudiera decirse, hasta cierto punto, que de ese modo Ocnos halla en su asno una manera de pasatiempo.( Goethe, “Poygnots Gemälde in der Lesche zu Delphi”)

Busqué y busqué, en cuantos libros tenía en aquella época a mi alcance, alguna noticia añadida sobre aquel misterioso trenzador de juncos, pero nada pude hallar sobre el mismo: ¿era acaso su ocupación un castigo? Incluso durante algunos años, tampoco tuve certeza acerca de si el artista griego Polignoto, que adquirió prestigio pintando escenas basadas en las obras de Homero unos cuantos siglos antes de Cristo, y al que escuetamente hacía referencia la enciclopedia, era o no la misma persona que aparecía en el título de la obra del gran Goethe. Mis pobres progresos en aquella labor estaban más que justificados por las limitaciones de una pequeña biblioteca municipal de la sierra onubense, en tiempos en los que ni siquiera se oía hablar aún de Internet; circunstancias que me dejaban poco o ningún margen de maniobra.

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Representación sepulcral de Oknos en Puerta Latina (Roma), hallada por Campana en 1832. Museo Pío Clementino.

Comenzó el curso académico. Como seguía rumiando aquel asunto, me dirigí a los nuevos profesores de Literatura y de Historia, tratando de hallar respuestas para mi curiosidad. Pero, ¡ay!, en qué pocas ocasiones encontró uno motivos, a lo largo de sus muchos años de reglados estudios, para sentir orgullo y veneración por sus profesores. A aquellos dos la palabra “maestro” les venía grande: acogieron mis preguntas con perplejidad en el rostro y me despacharon con evasivas y una media verónica para rematar la faena; según ellos el programa de sus respectivas asignaturas era lo suficientemente arduo y espeso para dedicarme a perder el tiempo con aquellas fruslerías. Salí de aquel encuentro con los mismos interrogantes sin respuesta en los bolsillos; y con algo más doloroso, la fundada sospecha de que mi amplia ignorancia de bachiller no distaba mucho de la estrecha sabiduría de aquellos hombres destinados de oficio a ser mis enseñantes.

Eché tierra sobre Ocnos; pero sólo unas cuantas paladas, las justas para permitirme en el futuro desenterrar aquel estímulo repleto de incógnitas, que no iba a permitir agostase la simple y transitoria falta de recursos de consulta, ni la necedad de los consultados. Sólo era una cuestión de medios y paciencia.

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José Ortega y Gasset (1950).

Durante mis años sevillanos de universidad, el azar, aliado con mis desordenadas y compulsivas lecturas, me llevó hasta un texto de Ortega y Gasset que iba a resucitar mi curiosidad por el asunto del trenzador de juncos cernudiano. Se trataba de un ensayo del filósofo español aparecido en el número de Agosto de 1923 de la “Revista de Occidente”, luego recopilado con otros suyos por el propio autor en “Espíritu de la letra”; tomo que habría de caer en mis manos en edición de los años sesenta de la mítica colección Austral. Cómo no devorar ávidamente un texto que llevaba por título “Oknos el soguero”. Paciencia y medios. Un texto siempre lleva a otro, y Ortega me condujo a la “Descripción de Grecia” de Pausanias, a la “Naturale Historia” de Plinio, al “Ensayo sobre el simbolismo sepulcral de los antiguos” del antropólogo y mitólogo suizo Johann Jakob Bachofen; y éstos a su vez a otros innumerables autores y escritos…

Con los mimbres de lo mucho leído a lo largo de los años sobre Ocnos, podría hacer hoy -ya que de trenzadores hablamos- un gran canasto en forma de pomposa y extensa tesis; pero como la enjundia no debe estar reñida con la amenidad, y cuanto huele a tedio me resulta una tortura como lector, mi propio gusto me aconseja bosquejar un limitado resumen. Sigamos en esto también la recomendación que el mismo Cernuda se hacía a sí mismo en su página “Biblioteca”, añadida en la tercera edición de OCNOS: Que la lectura no sea contigo, como sí lo es con tantos frecuentadores de libros, leer para morir.

Y dando ya noticia de lo hallado, la cosa comenzaría así: Siglo II de nuestra era, quinientos años después de que el pintor griego Polignoto pintara unos espléndidos murales en el Lesque de Delfos, el geógrafo y escritor Pausanias visita el lugar, admira el conjunto pictórico todavía existente sobre los muros estucados de aquel edificio público y nos lega una exhaustiva descripción de todos aquellos cuadros, que se convertirá con el paso del tiempo en única y valiosa referencia, una vez perdidos para siempre los frescos originales.

Entre esas pinturas, figuraba un grupo que en sus escritos Pausanias denomina “Descenso de Odiseo al Hades”, evocación de los muertos que aparece en el famoso canto XI de la Odisea homérica. En lo que nos concierne, el interés de esas páginas literarias se centra en este pasaje: Tras ellos hay un hombre sentado, al que la inscripción identifica como Ocnos. Está trenzando una soga y junto a él hay una burra que se va comiendo lo que acaba de ser trenzado. Dicen que este Ocnos debió ser hombre laborioso, con una mujer muy pródiga, que malgastaba de inmediato cuanto el hombre ganaba con su trabajo. Por este motivo piensan algunos que a la mujer de este Ocnos aludía Polignoto. Pero sé también que los jonios tienen un dicho que utilizan cuando ven a alguien esforzándose inútilmente: éste trenza la soga de Ocnos. Los agoreros también denominan Ocnos a un pájaro, que es la más hermosa y grande de las garzas, y a la vez la más rara de las aves.

El moralista griego Plutarco de Queronea, en su pequeño tratado sobre “La Paz del Alma”, hace también referencia a nuestro mítico personaje, al describir una pintura en la que aparece el taciturno soguero Ocnos, afanado en trenzar una soga mientras su asna se va comiendo de seguido su trabajo.

Por su parte, Plinio el Viejo, en su “Historia Natural”, se refiere a Ocnos y nos habla de un indolente, de un holgazán que expía su pecado en los infiernos, ejecutando sin descanso una labor que se sabe estéril de antemano.

Diodoro cita también a Oknos en un testimonio sobre un ceremonial egipcio: Muchas cosas que pertenecen a nuestra mitología se conservan en las costumbres egipcias, y no sólo los nombres, son verdaderas prácticas. Así en la ciudad de Acantho, al otro lado del Nilo, a ciento veinte estadios de Menfis, existía un tonel perforado al que diariamente trescientos sesenta sacerdotes transportaban agua del Nilo. No lejos de allí podía verse realizada la fábula de Oknos en un grupo en el que un hombre trenzaba una larga cuerda, mientras otros la destrenzaban por su extremo sin cesar.

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Representación sepulcral de Oknos descubierta en 1838 en el Columbario de Villa Panfilia (Roma).

Ya en el siglo XIX, el mitólogo y antropólogo J.J.Bachofen, que conoce todos estos testimonios escritos y gráficos de la antigüedad, incluye en su obra “Simbolismo sepulcral de los antiguos” un capítulo dedicado a “Oknos el soguero”, y nos habla de sus visitas al columbario de la ruinas de Villa Panfilia, ubicada ante Porta San Pancrazio, en la antigua vía Aurelia de Roma; y de las pinturas murales descubiertas allí en 1838, entre las que se hallaba una representación tardía de Ocnos, pero bajo una nueva perspectiva. Así la describe Bachofen: Un anciano barbudo se halla sentado sobre un grueso bloque de piedra en un paraje a cielo abierto, dando su espalda a un pequeño grupo de edificios; su actitud expresa el sosiego tras el cumplimiento del trabajo y exhala una solemne gravedad. El manto que recubre su cabeza cae en vuelos sobre la espalda hasta cubrir sus piernas, dejando al descubierto su pecho, los brazos y ambos pies. La mano derecha del anciano sostiene una larga soga que es roída y rumiada por un burro asentado a escasa distancia de él. Su brazo derecho descansa despreocupado sobre la rodilla. Toda la escena irradia paz. Es la calma del atardecer que a todo imbuye, al anciano, al animal, a los edificios. Parece como si el profundo silencio del sepulcro se hubiera apoderado de la imagen.

Aquí no parece haber infierno, ni penitencia, ni condena; sino algo bien distinto: Ocnos el sufridor se ha convertido en el Ocnos libre nos dice el propio Bachofen.

Y, regresando a la que fue mi primera fuente, recordaremos a José Ortega y Gasset, gran admirador de aquel olvidado Bachofen que consideraba a Ocnos un símbolo natural. En aquel ensayo suyo de 1923, el filósofo español urde, siguiendo al mitólogo suizo, esta proposición: Lo que Oknos laborioso trenza, el asna lo va anulando. Representa este animal el poder destructor necesario al ritmo de la Gran Madre. Una creación lograda y perfecta detendría el proceso: es menester que colabore la potencia enemiga, la energía destructora. El trozo de soga que hay entre las manos del soguero y el belfo de la bestia es breve jornada de la existencia que se abre entre el poder de hacer y el de deshacer, ambos eviternos.

Así pues, en cuestión de interpretaciones e hipótesis sobre el enigmático Ocnos, tenemos para todos los gustos, a elegir: la prodigalidad en versión misógina, la esterilidad del esfuerzo como castigo divino impuesto al holgazán, el dualismo de la madre naturaleza, creación-destrucción, vida-muerte, principio-fin…

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Cernuda en burro durante las Misiones Pedagógicas (Burgohondo -Avila- Julio de 1932)

Pero, volvamos a Goethe, y con él a nuestro poeta español más exquisito. La cita del alemán que abre las páginas de OCNOS procedía de su ensayo “La pintura de Polignoto en el Lesque de Delfos”, un trabajo casi inaccesible, tan perdido para los lectores comunes de Goethe como los mismos frescos de Polignoto. En dicho texto, y de la mano de Pausanias, después de reproducir las descripciones que hiciera el escritor griego sobre aquel conjunto pictórico de Delfos, el genio de Weimar añade sus propios comentarios. Supongo que Cernuda consideró demasiado explícito el párrafo de esas glosas que antecede al fragmento elegido por él finalmente para abrir aquel librito suyo: Los antiguos, acertadamente, parece que consideraban como el más duro tormento el esfuerzo estéril. La roca de Sísifo, que vuelve a caer rodando de nuevo hacia abajo; los frutos escurridizos de Tántalo; conducir agua en cántaras rotas, en referencia a las Danaidas; son todos ejemplos que nos indican metas no logradas. No estamos aquí ante un castigo o penitencia en justa correspondencia a una determinada falta. No, estos desgraciados se ven cargando con el más terrible de los destinos humanos: asistir al propio fracaso en los objetivos pretendidos con una labor rigurosa y tenaz.

Año 1942: Luis Cernuda, que tenía entonces cuarenta años y vivía en Escocia, ejerciendo, a cambio de un pobre salario, como “assistant” en la Universidad de Glasgow; logra publicar en Londres aquel magro libro de poemas en prosa. La editorial responsable, “The Dolphin”, era dirigida por otro exiliado español, el catalán Joan Gili. Luego “OCNOS” tendría dos ediciones más, ambas aumentadas: una madrileña de Ínsula en 1949, y otra mexicana de la Universidad de Veracruz en 1963. Esta última vio la luz póstumamente, a las pocas semanas de morir el poeta, que se había ocupado incluso en aquellos meses previos de corregir las pruebas del libro. No hace mucho leí que aquel año, y para aquella tercera edición, Cernuda había escrito una breve nota a petición de la editorial, conservada hoy en los archivos de su familia sevillana; nota en la que mirando hacia su pasado, nos dice:

El librito creció, aunque no mucho, y la busqueda de un título ocupó a su autor, hasta hallar en Goethe mención de Ocnos, personaje mítico que trenza los juncos que han de servir como alimento a su asno. Halló cierta ironía justa en dar el nombre de Ocnos como título del libro, se tome al asno como símbolo del tiempo que todo lo consume, o del público igualmente inconsciente y destructor.

El hombre que ve como el tiempo va engulléndolo todo: Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. Son las palabras del poeta, aludiendo al final de la niñez, en “El Tiempo”, una de esas breves prosas poéticas del libro. Pero también es Ocnos el hombre consagrado a su arte, que trenza juncos para los asnos: público, crítica, tribu literaria… Ahora tengo la certeza de que es ese, y no otro, el Ocnos de Cernuda.

La contextualización de OCNOS también nos reafirma en ese particular uso o visión cernudiana del mito. Resulta muy reveladora la lectura de otros textos y poemas, como los del poemario “Como quien espera el Alba”, datados entre 1941 y 1944, es decir, en las mismas fechas en las que fue concebido OCNOS. Ahí están los versos de “A un Poeta Futuro”, y los de “Aplauso Humano”, en cuya última estrofa podemos leer:

Mas tus labios hablaron, y su verdad fue al aire.

Sigue con la frente tranquila entre los hombres,

Y si un sarcasmo escuchas, súbito como piedra,

Formas amargas del elogio ahí descifre tu orgullo.

En 1918 ya dedicó todo un libro Rafael Cansinos Assens al “Divino Fracaso”, un sentir sobre el que escribiría también tantas páginas memorables el rumano Emil M. Cioran.

“Ganar perdiendo” es el expresivo título de un texto cernudiano de 1946, en el que el poeta se dice a sí mismo: Hay quienes al llegar encuentran nacido su público y quienes deben aguardar que su público nazca, siendo de estos últimos tú (…)

En la primera versión original del 19 de Enero de 1935 de “Palabras para una Lectura”, escribió también Cernuda: ¿Qué puede el poeta por sí? Nunca como ahora la sociedad ha reducido la vida a tan estrechos límites; vulgaridad y monotonía son nuestro alimento cotidiano. Y también: ¿Quién no recuerda la vida trágica de los grandes poetas? El mismo don lírico que en ellos habita parece impulsarles a la destrucción, para llegar a no sé qué indescifrable libertad, lejos de nuestro sol, de nuestros árboles, de nuestros cuerpos, de nuestro mar, tan terrenos pero tan inmortales.

Y cómo dejar de citar a “Marsias”, otro de sus textos; ideado por Cernuda como introducción a un posible segundo libro de poemas en prosa, que iba a incluir esas páginas que, luego finalmente, acabarían aumentando las sucesivas ediciones de su primer OCNOS. Se alude en este texto al mito de la contienda musical entre el dios Apolo y el mortal Marsias, que resulto despellejado vivo como venganza del dios a causa de la milagrosa melodía que extraía de su zampoña. Una música que el público-jurado de aquella lid no quiso o no supo valorar: Entonces en la mente de Marsias se insinuó aguda y dolorosa la duda de su propio merito. Mas pronto le ahogó con furor creciente un instinto de rebelión contra el fallo. No: eran injustos porque no entendían, y porque eran serviles.

Con razones fundadas o sin ellas, Luis Cernuda sentía haber sido, como Marsias, despellejado vivo en varias ocasiones a lo largo de su vida. Comienzan para él esas afrentas sufridas con la mala o tibia acogida cosechada por su primer libro de poemas, “Perfil del Aire”; tira de piel arrancada que no cicatriza, dolor que no se olvida y que reaparece en uno de sus últimos poemas de ajuste de cuentas: “A sus paisanos”. Un poeta resentido, al decir de muchos. Aunque mejor poeta resentido que poeta destruido.

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Oscar Wilde en San Pedro de Roma (1897), tres años antes de morir, tras haber pasado por la cárcel de Reading. Una foto muy difícil de localizar, de las escasas existentes del Wilde ex-presidiario.

Me pregunto a veces si Cernuda habría logrado superar acusación y prisiones semejantes a las padecidas por Oscar Wilde. A Umbral, en su columna del periódico, le gustaba recordarnos de tarde en tarde cómo aquel preso C.3.3. de la cárcel de Reading acabaría con su finas manos tumefactas de tanto trenzar y destrenzar cuerda de esparto -¿otro Ocnos?- durante el cumplimiento de su condena; aquellos dos años de trabajos forzados en presidio que dejaron al irlandés, además de los físicos, otros destrozos menos visibles, más profundos y de mayor envergadura.

El silencio interminable de la muerte debe ser un alivio para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella, dejó escrito nuestro poeta en los “Birds in the Night” de su último poemario. Extremadamente sensible, solitario, dolorido Luis… Pedro Salinas le puso el apodo de “Licenciado Vidriera”, diagnosticando con ello a su antiguo alumno la extraña locura que sufriera el protagonista de una de las novelas ejemplares de Cervantes, ese personaje que se creía todo él de vidrio, de pies a cabeza, y que reverenciaba la ciencia de la poesía, pero consideraba al mismo tiempo que del infinito número de poetas que había, eran tan pocos los buenos, que casi no hacían número; como declararía también Cernuda respecto a sus contemporáneos, salvando de la quema sólo a Lorca, Aleixandre y Altolaguirre. Esta ocurrencia de Salinas llegaría hasta el aludido, sintiéndose éste herido profundamente, más si cabe por venir de quien venía aquel mote: el antiguo profesor de sus años de universidad y ¿amigo? (Rf. “Malentendu” -Desolación de la Quimera-).

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Max Aub en su biblioteca, Mexico.

Otro escritor español, Max Aub, que compartió exilio en México con el autor de OCNOS y estuvo entre los pocos asistentes a su entierro en Coyoacán, nos dejó, en su muy recomendable libro “Cuerpos Presentes”, una hermosísima página con una semblanza del Luis Cernuda que él había conocido y tratado. Escrita el 6 de Noviembre de 1963, un día después de su muerte, constituye un retrato que el poso de años de lectura de la obra y vicisitudes del poeta me hace juzgar, aunque no enteramente fiel, sí al menos no muy errado. He aquí al hombre cuyo reflejo se propuso Aub atrapar en unas cuantas palabras:

Fue siempre un hombre distante que parecía no querer marcharse con nada que pudiera dejar rastro. Atildado, elegante, frío. (…) Amaba apasionadamente lo que odiaba: su soledad primero. Vivió atrincherado, rodeado de enemigos, imaginarios, (…) Al perder la fe en Dios perdió la que pudo tener en los hombres. Jamás la recobró; lo que siempre tuvo presente, hechura de él mismo, fue la fe en la hermosura. Hasta el día en que, como de España, dictaminó: “ha muerto”, para darle más vida. (…) Su desprecio era real. Señorito elegantísimo, señor de la verdad: arbitrario; tan buen poeta como el mejor de su tiempo.

Tímido, solitario, tuvo que escribir cuanto no dijo; la palabra viva sólo muerta le salía. Condenado a “gozar y a sufrir en silencio la amarga y divina embriaguez, incomunicable e inefable…”, dijo ese mal como nadie de su tiempo, porque para él nunca hubo diferencia entre la vida y la muerte. ¡Qué solos se quedan los vivos!, pudo haber escrito. (…)

Cernuda, lejano y solo –como dijo o quiso decir alguna vez. “Por todas partes el hombre mismo es el estorbo peor para su destino de hombre”, es decir por todas partes Luis Cernuda mismo fue el estorbo peor para su destino de hombre. Desdichado y solo por las orillas del tiempo, viéndose marchitar mientras se renovaba de hermosura.

Siempre soñó tener una casa y no pudo o no quiso tenerla, extraño entre extraños murió en casa de una amiga –mas no en la suya-; en tierra extranjera, extranjero. (después de todo, el tiempo que te queda es poco y, quién sabe si no vale más vivir así, desnudo de toda posesión, dispuesto siempre para la partida. Emerge el recuerdo de los versos casi idénticos de Antonio Machado).

La palabra que más empleó al hablar de sí fue “pudor”.
Fue entre nosotros, el único poeta romántico.

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Ramón Gaya en París, 1966.

El mal interpretado Luis Cernuda, decía de él mi admirado pintor y escritor Ramón Gaya. Otro hombre difícil, al juzgar de muchos. También exiliado durante algunos años en México; Gaya fue leal amigo del poeta desde la época de aquellas mesiánicas Misiones Pedagógicas de la Segunda República, ese tour que llevó en viejas tartanas por muchos pueblos, hasta entonces sólo conocedores de la indolencia de Dios y los hombres, la utopía en forma de museo itinerante con enormes réplicas -obra del artista murciano y otros dos pintores- de unos cuantos cuadros del Museo del Prado. Trataban de llevar la luz de la cultura a aquellos preteridos lugareños, a quienes Cernuda y el autor de las copias se encargaban de comentar y explicar las pinturas. ¿Cómo encajar esa estampa con la leyenda del hombre desabrido por vocación, del huraño y distante poeta de algunos?

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En la misiones pedagógicas (en Cuéllar, Segovia, en 1932) con un niño en brazos y una copia de un cuadro de Murillo detrás, que el poeta estaría comentando a los lugareños.

Conocí a Cernuda en un jardín, pero en realidad él siempre parecía estar en un jardín. En la calle o en el salón no se le comprende, escribió su amigo, el pintor, en 1955. Cernuda, “el mal interpretado”, que decía Gaya.

Siempre hubo malas y buenas interpretaciones. Entre estas últimas, la del enorme poeta Vicente Núñez, que también hizo de su vida una consagración a la poesía, la grandísima ramera que todo te roba. Núñez escribió unas páginas en el número ideado por “Cántico” como homenaje a Cernuda; y a éste, desde México, el trabajo de Vicente -“Sobre tres temas cernudianos”- le pareció el mejor de los que figuraban en aquella revista, agradeciendo a su autor lo bien escrito con sucesivas cartas. Así, en la primera de ellas, don Luis escribe al entonces joven poeta de Aguilar de la Frontera reconociendo sentirse interesado y sorprendido por su ensayo, y añade:

Leer a un poeta y aceptar sus palabras con el sentido que ellas tienen, y no otro que pretendamos darle, parece cosa sencilla; pero hace tiempo que sé es la cosa más difícil.

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Vicente Núñez (Monturque, 2000).
Foto: Olga Duarte Piña.

En el primero de aquellos “Tres temas cernudianos” de Vicente Núñez, el titulado “La Soledad Cerrada”, el poeta cordobés manifiesta sobre Luis Cernuda esta terrible convicción: Soledad pavorosa, única en la poesía española, a la que entrega el poeta el naufragio de su vida, su desdén íntimo que busca los otros desdenes de la tierra.

Núñez, flecha certera. ¡Qué pocas palabras bastan para condensar un ejemplo irrepetible! He ahí al autor de OCNOS.

Cernuda el estilita, clamando desde una columna, desde esa exigente e insondable soledad, su empozada sensación de disonancia con la realidad, su íntimo “Soliloquio del Farero”.

Luis Cernuda Bidón, exiliado sin billete de regreso, profesor sin vocación, poeta que no puede, y no quiere, cesar en su empeño de hacer versos; que se mira cada mañana en el espejo y ve siempre la dolorosa felicidad del resignado, la imagen del hombre consagrado a trenzar y trenzar, hasta el final de sus días, juncos que terminan en boca de la grey de los asnos.

Cernuda que nos mira, con los ojos sin tiempo de Ocnos, desde unos frescos sólo descritos, inexistentes fuera de las palabras de Pausanias, perdidos, concebidos una vez en forma de pintura por un griego llamado Polignoto.

Luis Cernuda, el soguero, siempre trenzando, trenzando, trenzando poemas; con la fe inmarcesible de quien sabe y sueña a un lector sensible, futuro; de quien cree en la simiente que germinará un día desde la tierra oscura.

Cernuda, el poeta que no transige; desde el volumen que guarda sus versos, aún sigue reclamando al mundo: Escúchame y comprende.

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CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS»
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

RAFAEL SOBRE LUIS (FRAGMENTOS DE «LA ARBOLEDA PERDIDA»). Por Rafael Alberti (1902-1999)

Bergamín, Alberti, NerudaCernuda y Altolaguirre
Madrid
1935
.

«Durante aquella breve estancia en Sevilla, conocí a los jóvenes poetas agrupados alrededor de la revista Mediodía. Entusiastas, heroicos, en medio de la indiferencia frívola y jaranera de la capital andaluza. Recuerdo ahora a Collantes de Terán, a Rafael Porlán y Merlo, a Juan Sierra, a Rafael Laffón, a Romero Murube… Todos ellos con aire de torerillos sevillanos, de cuadrilla poética, ya lidiadores del mejor estilo en mitad de aquel ruedo literario español, cada día más amplio y hermoso. Por allí andaba también Adriano del Valle, poeta náufrago del ultraísmo, cambiado en cultor de brillantes jardines churriguerescos.

…………»Y Luis Cernuda.

…………»Moreno, delgado, finísimo, cuidadísimo. Pocas palabras aquel día. (Muy pocas, después, en muchos años de amistad). Me enteré que habitaba en la calle del Aire. ¡Qué extraordinario para el poeta que ya era y para el que llegaría a ser! La imprenta Sur, de Málaga, preparaba su primer libro. ¿El título? Perfil del Aire. Nadie podría autorretratarse mejor. Conocíamos ya algunos de sus poemas. Décimas o estrofas heptosílabas de una rara perfección lineal. Nitidez. Transparencia. Se pretendió, al principio, relacionar esta poesía con la de Jorge Guillén. Pero pronto los buscadores de parecidos se llevaron el chasco. Cernuda había abierto los ojos en la calle del Aire, y el suyo, aun enjaulado en los finos alambres de unas décimas, levantaba en su vuelo temblor y música del sur, muy diferentes de los del poeta castellano. Cernuda era el cristal, capaz, en un instante, de romperse. Guillén, el mármol sólido, elevado a columna. Por el aire aquel de su grieta del Aire, el sevillano iba a salir un día al corazón del sueño, encontrándose allí con el delgado y melancólico de otro poeta de su tierra: Gustavo Aldolfo Bécquer, instalándose un tiempo, desvelado habitante del olvido, en su morada. Poeta más «andaluz y universal» —como quería Juan Ramón Jiménez— nunca lo hubo en Sevilla.»

La arboleda perdida

***

«Ahora miras al techo y ves algunas diminutas estrellas luminosas pegadas en él. Pasaron muchos otros cumpleaños sin poder celebrarlos, anodinos, sin día ni noche propios, no como aquellos 16 de diciembre de nuestra guerra civil, ya en el frente de El Pardo, en su palacio, aquel mismo que después fue vivienda de Franco, o en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, disfrazados con los muchos fantásticos trajes que guardaban los marqueses de Heredia Spínola en unos viejos armarios arrumbados en el tercer piso. ¿Quién podrá olvidar a Luis Cernuda, vestido de caballero calatravo; al poeta negro Langston Hughes, con traje y colorida capa de rey negro; a León Felipe con gorro y uniforme de Gran Duque Nicolás, etcétera? Mientras, llovían los obuses sobre el Madrid a oscuras de una noche cualquiera de su tenaz defensa.»

La arboleda perdida, segunda parte

.

TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)

He visto que en «CARMINA» hay en curso un homenaje a Luis Cernuda (¡cuán aficionados sois a los aniversarios!), y como entre los papeles de Alberto encontré, ya hace tiempo, unas líneas dedicadas a tan cimero poeta, ahí os las mando por si acaso sirvieran para el caso.

Mario Cortés

Retrato de Luis Cernuda (detalle)
Lápiz sobre papel

Gregorio Prieto
1897-1992

Londres
1939

Luis, ¿te acuerdas de mí?

Sí, hombre, soy aquél
que se asemejaba
al Hermes de Praxíteles.
Soy también el prodigio rubio
al que hubieras dado el mundo.
Soy el que no decía nada,
pero lo decía todo
acercando un cuerpo interrogante.
Soy aquel otro al que ofrendaste
algunos poemas mejicanos.
Soy el ala del amor de un marinero.
Soy todos ellos. Y más.
Y en ti me reconozco,
en ti nos reconocemos,
amor, sufrimiento, gloria, entrega.
Ninguna palabra
dice lo mismo que otra,
pero todas van a ti
y tú les das realidad, deseo. Vida.
Por eso uso las tuyas, Luis.
Te lo juro,
en nosotros no habita el olvido.

***

CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012:
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS»
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)


TEXTO: (CUATRO DIBUJOS DE VICENTE NÚÑEZ. Antonio Luis Albás y de Langa, 2003)

copa5

Copa Griega, 1991; V.N. (Tinta sobre papel 17,5×12,07). Texto Publicado en Ánfora Nova

                            La vida no. Es el Arte el que dió siempre un sí a la vida.

Así como la pleita se desata y abrocha hasta prolongar sus espirales más allá de sí misma, mordiendo el espacio donde Cernuda había extraído los cristales laminados de su verticalidad; Vicente Núñez lleva al extremo una de sus más firmes convicciones, la inestabilidad de la forma.

 

Advertido como estaba por los preludios parisinos, en los que Nijinski había encontrado el abrazo insondable de la muerte, por el hecho de haber relegado y llevado más allá lo movible; Vicente horada el sepia, y su corteza, como retorcida lava, se rastrea y hocina en la cotidianidad, donde siempre encontró el cetro de sus signos.

Cuando Vicente dibuja, reemplaza la persistencia de cualquier tipo de transcendencia por una modulación que arranca de la materia y extrae de ella su deterioro y sentido extensor. Los dibujos, estos dibujos se organizan entonces en función de sí mismos, respondiendo al dictado donde la pluma se rinde al papel y, anfractuosamente, lo transporta consigo.

Unos dibujos que no buscan su término, inconclusibles, que corren a su propio impulso y por eso exploran, rápidos, que devienen, sin estudio ni preparación previa. Unos dibujos propios de tabernas.

Vicente traslada el fenómeno pictórico a la atmósfera plausible que emana de todo ello. Su luz era la luz desolada de los encuentros con lo mínimo, la persuasión de que sólo en la transformatividad, en la pequeña inclinación o “clinamen”, adquiriríamos el verdadero sentido de lo eterno.

Cuando la forma tiende a este estado de atrenzo, hay algo que escapa de ella misma. Los cristales están ya constituidos, pero la llama que los hizo posibles está ya, como siempre estuvo, en otra parte.

A.L.

«ÉGLOGA», DE JUAN ÁVAREZ: EL POEMA DE UN RÍO. Por Lauro Gandul Verdún (Alcalá, 30 de julio de 2020)

 
 
 

Buen atardecer tengamos mientras suenen los versos del río del poema que Juan Álvarez nos va a leer. Estamos con suerte porque vamos a gozar de la Literatura con mayúscula. Ésta, la Literatura, es un paraje infinito de espejos que se dejan cruzar, si el escritor es ser de conocimiento, memoria y voluntad. El otro lado también tiene espejos, y así sucesivamente.

   Un escritor cuenta lo que ha descubierto. Su vida es el experimento continuo, su biblioteca el laboratorio estático. Su inspiración un motor inmóvil que nos puede llevar por el universo sin salir de la habitación. No hay nada más científico que la Literatura, porque que sea infinita no implica ilimitada. Sintaxis, Semántica, Morfología…, ¿habrá algo más estrictamente científico que escribir ficciones? Y su autenticidad está asegurada cuando un escritor lo es de verdad.

   ¿Dónde están los pastores de esta égloga? No los hay ni en el río ni en la vida que se representa el autor «Tu camino y el mío,/ descalabrado río sin pastores,/ ¿no son acaso el mismo?» Trágicamente, la visión del poeta comprende que la ignorancia del mar lo condena a no conocerlo nunca («No conoces el mar. No lo conocerás»). En aparente contradicción con «las vidas que van a dar a la mar, que es el morir» de Jorge Manrique. Paradoja que se salva con la certeza de que el río tiene madre de sus aguas y en poesía el mar no tiene porqué coincidir con el mar.

   Si Garcilaso de la Vega cantó al Danubio desde una de sus islas y Dámaso Alonso a un río llamado Carlos, ¿junto a qué río se ha sentado Juan Álvarez para esta égloga fluvial?, ¿en qué tiempo fluye el río de Juan? Nos responde desde el primer verso «en un tiempo sin tiempo» llevando en su corriente aguas claras y profundas de Luis Cernuda, o «aquel olmo hendido por el rayo» de Antonio Machado, que siguen fluyendo cuando se leen en el poema que presento, gracias a que Juan Álvarez nos trae junto a sus versos, forjados y amorosos, los otros sembrados en los surcos de la Historia literaria, renovados e intangibles, a la par.

   Todos los versos de esta égloga nos llegan desde muy lejos, y están muy cerca, junto a esta orilla ribereña, sus bosques, sus huertas…, y sus ahogados, como escribe Juan Álvarez («unas pocas palabras desgastadas / con que contar la historia de todos tus ahogados»).

   El poeta ha descubierto un territorio, que se ha hecho nuevo por su acción, y ha dibujado un mapa… Pero ha llegado tarde, cuando todo el tiempo y los seres han sido, y ahora sólo se les puede recordar o inventar. Desde esa suerte de aparente nada un mundo crea el poeta y por él nos lleva en un cántico de amor y muerte, de contemplación y acontecimiento, de dolor y nostalgia. De esta última nos da una enseñanza, que la acerca a la saudade de Fernando Pessoa, cuando se refiere a lo que dejó de existir, por haberse perdido para siempre hace tanto tiempo, es causa de que el poeta dude de que hubiera existido nunca («de un tren que ya no existe, que tal vez no existió»).  

 
 
 

PROSA Y POESÍA DE RAFAEL RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (1955-2015) EN LA REVISTA ILUSTRADA DE LITERATURA «CARMINA»

 

[Foto: LGV Rota 2011]

 

I

 

OBRA ANÓNIMA

 

   ¿NOTÁIS LA BARBULLA DE LA MARCHA?. Anónimo del s. XXI (Compilaciones de Rafael Rodríguez González 2012)

   «OBSERVAD AL CIERVO: SABE». Anónimo del s. XXI encontrado en las escalinatas de las Setas de La Encarnación (Compilaciones de Rafael Rodríguez González —Sevilla 2012—)

   «QUE GROENLANDIA SE FUNDA» Poema Anónimo del s. XXI con otro visual de LGV. Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   A SALVO DE RESFRIADOS. (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   ES UN PAPEL HALLADO EN CUALQUIER SITIO (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   PROCACIDADES PARA UNA BODA (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González

sintítuloacrílicosobrelienzoFAFI

Sin título

(Acrílico sobre lienzo)

Rafael Luna

 

II

 

OBRA HETERÓNIMA

 

ALBERTO GONZÁLEZ CÁCERES (1953-2009)

 

   ALGUNAS RIMAS DE ALBERTO GONZÁLEZ CÁCERES HECHAS POR ENCARGO (CON DOS PINTURAS DE RAFAEL LUNA, A PROPÓSITO DE ESTA EDICIÓN). Por Rafael Rodríguez González

   DISTANCIA. Alberto González Cáceres (1953-2009)

   «SUBIU O CLAMOR DA LIBERDADE / FLORIU ABRIL». Homenaje de «CARMINA» a la revolución portuguesa del 25 de abril de 1974 y 2ª edición de un poema de Alberto González Cáceres

   EL VACÍO (*). Poema de Alberto González Cáceres con fotografía de Manuel Verpi

   AL FILO DE LA NOTICIA* (29-2-2009). Poema de Alberto González Cáceres (1953-2009)

   PINGAJOS. Por Alberto González Cáceres (1953-2009)

   POR DESGRACIA… (*). Alberto González Cáceres (Alcalá, 1953-Monsaraz, 2009)

   TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)

   LA PRÉDICA DEL INCURABLE. Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

   POR SI FUERA POCO (*). Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

   FIN DE LA MADEJA (*). Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

   BUSCANDO EN LA CALLE SOL. Alberto González Cáceres (1953-2009)

   EL LIBRO. Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

   ESTUPENDO. Por Alberto González Cáceres (Alcalá, 1953-Monsaraz, 2009)

  TERCER AVANCE: LA DESTILACIÓN DE LA VIDA. Alberto González Cáceres (2009). Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)

   SEGUNDO AVANCE: UN HOMBRE DE TALLA. Alberto González Cáceres (2009). Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)

   PRIMER AVANCE: LA LEJANÍA DEL PODER. Alberto González Cáceres (2009). Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)

   XIV (De «De Proelium»). Alberto González Cáceres

   HOMENAJE (1) DE «CARMINA» A LA LIBERTAD O AL AMOR (15 DE MAYO DE 2016). Poema y carta de Alberto González Cáceres (1953-2009) y Rafael Rodríguez González (1955-2015), respectivamente

 

 Jules et Jim

François Truffaut

(1932-1984)

 

FERNANDO GONZÁLEZ CÁCERES

 

   EL MARIDO DE MI MUJER. Por Fernando González Cáceres «Mimo»

 

[Foto: Lorenzo del Término, Lisboa 2012]

 

HÉCTOR BAUDILIO CÁRDENAS POSTIGO

 

   PASMOSA Y SINGULAR. Por Héctor Baudilio Cárdenas Postigo

[Foto: Lorenzo del Término, Marvão (Portugal) 2011]

 

JOAQUÍN DE GRADO

 

   YA ESTÁN EN LA HISTORIA. Por Joaquín de Grado

   LA PAZ ES IMPOSIBLE. Por Joaquín de Grado

   QUE NO PARE LA REFORMA. Por Joaquín de Grado

   ASÍ NO HAY SALIDA. Joaquín de Grado

   VA A PASAR. Por Joaquín de Grado

   «¡QUÉ LINDO, CHAMACOS!» Por Joaquín de Grado

   VERGÜENZA NOS DA. Por Joaquín de Grado

   AMNISTÍA Y LIBERTAD. Por Joaquín de Grado

   DE AQUÍ A LA ETERNIDAD. Por Joaquín de Grado

   LA JUSTICIA DE LAS FIERAS. Por Joaquín de Grado

   OTRO PARO, ¿Y…?. Por Joaquín de Grado

   EL REFERÉNDUM. Por Joaquín de Grado

   ESCENAS ESPAÑOLAS. Por Joaquín de Grado

   LO MEJOR Y LO PEOR. Por Joaquín de Grado

   NAPOLEONCITO HA HABLADO. Por Joaquín de Grado

   LA RELIGIÓN DEL VOTO. Por Joaquín de Grado

   DÚO ALCALAREÑO. María del Águila Barrios y Joaquín de Grado

   EL 20-N, REFERÉNDUM. Por Joaquín de Grado

[«Canto a la libertad» de José Antonio Labordeta (1935-2010)

 

JOSÉ CUEVAS DEL RÍO (1581-1613)

 

   TRES EN LA RIBERA. Por José Cuevas del Río (1581-1613)

   MÁS HOMENAJE (2) DE «CARMINA» AL 15-M, COMO DESDE HACE 5 AÑOS: SI LA LIBERTAD ES MENOS QUE EL AMOR, MÁS AMOR SI CABE, QUE LIBERTAD. Poema y carta de José Cuevas del Río (1581-1613) y Rafael Rodríguez González (1955-2015), respectivamente

 

Benjamín Franklin leyendo

David Martin

(1737-1797)

 

MARIO CORTÉS

 

   CARTAS A OLGA (5). Por Mario Cortés (2009). Con «Nota Preliminar» a los «Tres avances fúnebres» de Alberto González Cáceres

   EL ARTE PURO (DOY FE DE QUE HA EXISTIDO). Poema de Mario Cortés (1984)

   CARTAS A OLGA (4). Por Mario Cortés (2009)

   CARTAS A OLGA (3). Por Mario Cortés (2009)

   CARTAS A OLGA (2). Por Mario Cortés (2009)

   CARTAS A OLGA (1). Por Mario Cortés (2009)

  MIGUEL CON SUS PENAS (SUCINTO BOSQUEJO SINCOPADO DEL OCTOGÉSIMO CAPÍTULO DE UNA BIOGRAFÍA). Por Mario Cortés, 2008

El prestidigitador EL BOSCO

El prestidigitador

El Bosco

(1450-1516)

 

PARCO LACÓNICO

 

   LA MARCA ESPAÑA. Por Parco Lacónico

   UN JUEZ POR DERECHO Y DOS LIBROS. Por Parco Lacónico

   CON PERMISO DE PEÑAFIEL. Por Parco Lacónico

   ¡QUÉ MANADA! Por Parco Lacónico

   UN NOBEL, UN TRAPO Y UN MINISTRO. Por Parco Lacónico

   ACCIDENTES. Por Parco Lacónico

   LA BÁÑEZ, ESE CILICIO*. Por Parco Lacónico

   ESPAÑA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ. Por Parco Lacónico

   MINISTROS Y ENCUESTAS. Por Parco Lacónico

   LOS TRILEROS. Por Parco Lacónico

   1000 KILOS DE HACHÍS «ES-FUMADOS». Por Parco Lacónico

   ¡QUÉ FIGURAS! Por Parco Lacónico

   SÓLO PARA PRIVATIZAR Y ROBAR. Por Parco Lacónico

   LAS APARIENCIAS A VECES NO ENGAÑAN. Por Parco Lacónico (con fotos de LGV y pintura de Fafi)

   DECISIONES. Por Parco Lacónico

   Y VALDERAS SE CAYÓ DEL CABALLO. Por Parco Lacónico

   PARLAMENTOS, un texto breve de Parco Lacónico con LA JUSTICIA, dos pequeños dibujos de Xopi

   NADA NUEVO BAJO EL SOL. Por Parco Lacónico

Manolito María, Anzonini y Paco del Gastor

(primeros años 60, Madrid)

 

RAMÓN NÚÑEZ VACES

 

   DOY FE DE QUE HA EXISTIDO. Ramón Núñez Vaces

   LOS DOS JUANES. Por Ramón Núñez Vaces

   JUAN TALEGA EN CUATRO ADARMES. Por Ramón Núñez Vaces

   JOAQUÍN EL DE LA PAULA MURIÓ HACE 75 AÑOS. Por Ramón Núñez Vaces, 2008

Dolores Ibárruri y su hijo Rubén

(Probablemente la última foto que se hicieron madre e hijo)

 

RAÚL ROCA GALES

 

   RAMIRO RUIZ GANTERO EN CUATRO PARTES (4ª). De la serie «Personajes imaginables en hechos reales». Por Raúl Roca Gales, Delegado en Sevilla de Caja Luna Lunera, Sociedad Filantrópica Global. Compilación de Rafael Rodríguez González, 2010

   RAMIRO RUIZ GANTERO EN CUATRO PARTES (3ª). De la serie «Personajes imaginables en hechos reales». Por Raúl Roca Gales, Delegado en Sevilla de Caja Luna Lunera, Sociedad Filantrópica Global. Compilación de Rafael Rodríguez González, 2010

   RAMIRO RUIZ GANTERO EN CUATRO PARTES (2ª). De la serie «Personajes imaginables en hechos reales». Por Raúl Roca Gales, Delegado en Sevilla de Caja Luna Lunera, Sociedad Filantrópica Global. Compilación de Rafael Rodríguez González, 2010

   RAMIRO RUIZ GANTERO EN CUATRO PARTES (1ª). De la serie «Personajes imaginables en hechos reales». Por Raúl Roca Gales, Delegado en Sevilla de Caja Luna Lunera, Sociedad Filantrópica Global. Compilación de Rafael Rodríguez González, 2010

 

Murmúrios de sombras e silhuetas no Teatro Real de San Carlo

[Foto: Lorenzo del Término, Lisboa 2012]

 

URBANO URIBE DE URVANDO (1959-1986)

 

   LA NOCHE EN LAS BUTACAS. Por Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

   EL HOMBRE DE LA ACERA (*). Por Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

   YA NO PODÍA MÁS (*). Por Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

   REALIDAD DESPERDIGADA. Por Urbano Uribe de Urvando

   LO MÍO ES MÍO. Por Urbano Uribe de Urvando

   EL ENCUENTRO (*). Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

Conversaciones en torno a Cezanne

Guillermo Bermudo

2001

 

III

 

OBRA HOMÓNIMA

 

RAFAEL RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (1955-2015)

 

   FERNANDA DE UTRERA: «ALCALÁ SIEMPRE SE HA PORTADO BIEN CONMIGO». Manuel Ríos Vargas y Rafael Rodríguez González (1984)

   EVENTOS CONSUETUDINARIOS. Por Rafael Rodríguez González

   A PROPÓSITO DEL GUITARRISTA PACO DE LUCÍA. Por Rafael Rodríguez González

   LA CARRERA. Por Rafael Rodríguez González

   «TÓ» EL MUNDO ES FEO. Por Rafael Rodríguez González

   PABLO Y NÉSTOR. Por Rafael Rodríguez González

   AHÍ ESTÁ EL DETALLE. Por Rafael Rodríguez González

   EL EXTRAÑO CASO DEL NIÑO MONJE. Por Rafael Rodríguez González

   YA SON TREINTA AÑOS. Por Rafael Rodríguez González

   CORTAR EL NUDO. Por Rafael Rodríguez González

   GENTE INFRECUENTE (y III). Por Rafael Rodríguez González

   GENTE INFRECUENTE (II). Por Rafael Rodríguez González, con una pintura de Rafael Luna sin título (acrílico sobre lienzo)

   GENTE INFRECUENTE (I). Por Rafael Rodríguez González

   LÚGUBRE HORIZONTE. Por Rafael Rodríguez González

   PLÁTICAS MÍNIMAS. Por Rafael Rodríguez González

   GOBIERNO DE SALVACIÓN. Por Rafael Rodríguez González

   ALCALDES, O ZOQUETES. Por Rafael Rodríguez González

   LA LEYENDA DE LA CALLE MAREA. Por Rafael Rodríguez González (Para Antonio Herrera, con sus dolores)

   CIRCO PERO SIN PAN. Por Rafael Rodríguez González

   MERCADERES Y FARISEOS. Por Rafael Rodríguez González

   MIGUEL. Por Rafael Rodríguez González

   LAS MUJERES DE MI VIDA (CON VOCES SISADAS A PABLO NERUDA). Por Rafael Rodríguez González

   PESADILLA ESPAÑOLA. Por Rafael Rodríguez González

   LA COSA ESTÁ MALA. Por Rafael Rodríguez González

   CUANDO ACIERTO LO ADMITO. Por Rafael Rodríguez González

   ¿POR QUÉ TE DISCULPAS?. Por Rafael Rodríguez González

   «EL BOMBONA» EN DIEZ HOJUELAS. Por Rafael Rodríguez González

   MANOLILLO EL TONTO Y EL CARRO ROBADO. De la serie «Herramientas de trabajo». Por Rafael Rodríguez González

   «INSECTS OF THE WORLD». Por Rafael Rodríguez González

   13 DE MAYO DE 1969. Rafael Rodríguez González

   URDIMBRES. Rafael Rodríguez González

   LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González

   COSAS SERIAS DE VERDAD. Rafael Rodríguez González

   PIENSO, LUEGO NO VOTO. Por Rafael Rodríguez González

   VINDICACIÓN DEL SALVAJISMO. Por Rafael Rodríguez González

   BORRACHOS. Por Rafael Rodríguez González

   ¡A LA COLA! Por Rafael Rodríguez González

   LA PISTOLA DE BELTRÁN. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   CARTAS DE AMOR AL CHIVA. Rafael Rodríguez González

   PATRAÑAS. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   EL TUFO. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   LORENZO Y EL SALTO. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   MANOLITO. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   TORERÍA. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   EL BARCO (POEMA DE PABLO NERUDA). Por Rafael Rodríguez González

   JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE CUARTA O «PALABRAS PARA JULIO» DE ANDRÉS ASIDO). Por Rafael Rodríguez González

   JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE TERCERA). Por Rafael Rodríguez González

   UN VAPOROSO RECUERDO PARA GABRIEL CELAYA. Por Rafael Rodríguez González

   JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE SEGUNDA). Por Rafael Rodríguez González

   JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE PRIMERA). Por Rafael Rodríguez González

   BREVE BESTIARIO ALCALAREÑO. Rafael Rodríguez González

   A PROPÓSITO DE UN «PCIH». Por Rafael Rodríguez González

   EPITELIOS. Rafael Rodríguez González

   MONSERGA POST-MUNDIAL PARA NIÑOS CIEGOS (A Dolorcita, lavandera). Unas letras de Rafael Rodríguez González, 2010

   UN ITALIANO EN LA CORTE DE JOAQUÍN EL DE LA PAULA. Por Rafael Rodríguez González (2010)

   ¿GALENO, O PODENCO?. Suave diatriba de un (im)paciente dolido. Por Rafael Rodríguez González (2009)

   CERVANTES Y ALCALÁ DE GUADAÍRA. Por Rafael Rodríguez González (Septiembre de 2009)

   ¿QUÉ ES, MUSA O MEDUSA?. Epinicio de Rafael Rodríguez González (Julio de 2009)

   ESE TÍO QUE CANTA. Por Rafael Rodríguez González (marzo de 2009)

   PALOMADAS. Por Rafael Rodríguez González

   DIÁLOGO ANTE UN CARTEL. A propósito de un cartel del pintor Guillermo Bermudo. Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   CALÓ, CHELI Y ESPAÑOL (UNOS POCOS EJEMPLOS). Rafael Rodríguez González, 2008

   LA ALARMA. Por Rafael Rodríguez González, 2008

   LA HAZAÑA EN ALCALÁ DE UN CÓRDOBA QUE ES DE SEVILLA. Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   FERNANDA DE UTRERA. Por Rafael Rodríguez González, 2003

   UNA TORMENTA DE VERANO. Por Rafael Rodríguez González, 2008

   PESADILLA A PLAZO FIJO. Drama onírico-especulativo en medio acto y dos escenas. Rafael Rodríguez González, 2008

 

TETRÍPTICO-RRG ODP 2002

Rafael Rodríguez González

(Fotografía: ODP 2002)